sábado, 23 de enero de 2010

Mendoza y las vacaciones de antaño
La idea de vacación es un concepto de la sociedad industrial y aparece a principios del siglo XX y no es igual para todas las clases sociales. Para las élites, el turismo representaba una tendencia al ocio que se verificaba en las los viajes a los baños termales de Cacheuta o Puente del Inca. Te proponemos entrar a esta interesante nota que habla de cómo somos los mendocinos.


Los baños termales de Cacheuta en una fotografía de Christiano Junior de 1880. Archivo General de la Provincia.



Damas de paseo en 1900, año del Centenario.

Las imágenes que llegan a nuestra memoria son numerosas: elegantes mujeres paseando por playas, riberas de ríos o estribaciones montañosas vestidas con impecables vestidos de gasa, amplios sombreros e infaltables guantes, en compañía de estirados señores con trajes, bigotes y bastón.

Era verano en Mendoza y para nuestros abuelos se trataba sólo de la más calurosa estación del año que había que sortear con dignidad. Sin embargo, para las clases altas era el tiempo de descanso, de retiro hacia zonas más frescas.

Las vacaciones se iniciaban con el viaje, una representación del mundo moderno. Verdadero generador de expectativas y deseos, aumentando la curiosidad por experimentar novedades, el confort y la modernidad.

En Buenos Aires la gente adinerada se retiraba a San Isidro y en Mendoza, a los baños de Lunlunta, Cacheuta, Potrerillos, El Challao o circulaban en las ricas casas y las fincas de los parientes donde los jóvenes podían sostener cierto glamour, practicar el francés y dedicarse al flirteo supervisado por madres, tías o hermanas casadas.

Lo que hoy llamamos “vacaciones” no existía. Se trata de un producto cultural moderno, sobre todo para los sectores populares. La idea de vacación es un concepto de la sociedad industrial y aparece a principios del siglo XX.

Tampoco la idea de turismo era para todos igual. Para las élites argentinas, el turismo representaba la tendencia al ocio y la recreación mediante viajes y conocimiento de nuevos ámbitos, especialmente Europa.

Grupo de mujeres del alta sociedad en la rambla de Mar del Plata, en 1917.

El turismo, como lo conocemos hoy, nace de la lenta apropiación del paisaje costero para luego incorporar las rutinas de los baños marítimos. A medida que esta cultura fue alcanzando a nuevos sectores sociales, se democratiza y el veraneo se torna en turismo.

Desde entonces, la posibilidad de tomar vacaciones no sólo se convirtió en sinónimo de respetabilidad, sino que constituyó un requisito indeclinable de la práctica social y el juego social de los argentinos. La formación del sujeto social que llamamos turista o veraneante inauguró nuevos territorios espaciales y sociales y transitó por diferentes momentos.

Fotografía de Christiano Junior que capta una escena de veraneo en Mendoza hacia 1880.

Aguas termales: salud y placer

Mendoza se presentaba como un territorio privilegiado para el turismo. El paisaje, con sus ríos torrentosos, cordilleras nevadas y aguas termales resultaba una combinación atractiva.

El interés en los aspectos curativos de estas aguas hizo que muy tempranamente los viajeros gustaran de sus baños benéficos que, con la llegada del ferrocarril, adoptó la fisonomía de ámbitos de salud y placer.

“A diferencia de otros lugares turísticos de la Argentina, el emplazamiento de los primeros hoteles, los de Puente del Inca, Cacheuta y Villavicencio, constituyó una avanzada en la ocupación de estos espacios, hasta entonces desiertos. De esta forma, de la nada y en muy pocos años, un espacio social surgió en la cordillera. Así, alrededor de unas 800 personas, entre turistas y trabajadores de servicio, dinamizaron la región”, destaca la historiadora Elisa Pastoriza.

Las necesidades del alojamiento implicaron también, además del almacenamiento de provisiones, la cría de animales, el desarrollo de huertas, carnicerías, panaderías y pastelerías, agrega la docente e investigadora de la Universidad Nacional de Mar del Plata, especializada en los hábitos y costumbres sociales y modos de ocupación del tiempo libre en nuestro país.

Un grupo de jóvenes se refresca en el arroyo El Zonda, San Juan. Fotografía de Christiano Junior (1882).

“En definitiva, en aquellos primeros años del siglo XX, el Ferrocarril Trasandino realizó una interesante actividad turística en los Andes Centrales, trasladando al Cono Sur un capital cultural que los ingleses venían cultivando desde hacía siglos y que se difundió en la región. Esto posibilitó, además, una valoración estética del lugar, lo que implicó la producción de obras literarias y artísticas. De esta forma, el turismo motorizó actividades económicas, sociales y también culturales”, destaca la investigadora a punto de publicar a través de editorial Edhasa El advenimiento del turismo en la Argentina.

Pastoriza subraya que “Mendoza reunía un patrimonio histórico y simbólico a partir de la epopeya liberadora sanmartiniana y sublime belleza escénica. Pasaron muchos siglos para que la sociedad apreciara sus virtudes. Al promediar el siglo XIX, el interés en los aspectos curativos de sus aguas hizo que los viajeros gustaran de las aguas termales y los baños benéficos”.

Con el arribo del Ferrocarril Trasandino hacia 1900, los ingleses poseedores de una tradición y cultura turística en los centros termales, colaboraron en dotar al lugar de una fisonomía de espacio social de salud y placer.

“El ferrocarril británico aportó la infraestructura de transportes y la radicación de las instalaciones y equipamientos necesarios promoviendo una activa política turística cordillerana que se expandió a otros sectores de la sociedad cuyana”, destaca la investigadora.

Publicidad aparecida en el diario Los Andes en 1921.

Y puntualiza que “en 1903 los rieles alcanzaban a Las Cuevas y pocos años más tarde era inaugurado a 3.200 metros de altura, el Túnel de la Cumbre que unía la ciudad de Mendoza con Los Andes, liberando el servicio internacional entre Argentina y Chile. Una vez zanjada la cuestión del transporte había que organizar el equipamiento de la región. Subsidiaria del Ferrocarril Buenos Aires al Pacífico, es creada la Compañía de Hoteles Sudamericanos que construye y administra los hoteles de Puente del Inca a principios del siglo y en los ´30 Uspallata y El Sosneado”.

“De esta forma –concluye Pastoriza-, nacen los centros termales de Cacheuta y Puente del Inca, con sus respectivos hoteles, completando aquel primer paso que fue la extensión ferroviaria. Ambos hoteles, contiguos a las respectivas estaciones ferroviarias, se distinguieron por su modernidad, belleza y confort. De la mano de dichas construcciones llega por primera vez a la cordillera los equipamientos, servicios de salud y turísticos y la posibilidad para un mayor número de personas de conocer el paisaje andino”.

El Hotel de Puente del Inca en una fotografía de 1921. Foto Archivo General de la Provincia.

Prácticas europeas

Por otra parte, los viajes a Europa por parte de la oligarquía mendocina continuaban como parte de las prácticas y modas de la clase alta argentina finisecular, donde el viaje a Europa era un rito indeclinable.

Ante la consulta por los destinos preferidos por la clase alta argentina, Pastoriza argumenta que “por un lado se conforma una nueva cultura de la playa y la percepción de las riberas atlánticas como territorios propicios para fundar pueblos balnearios en parte del imaginario social resultado de la configuración de Mar del Plata como ciudad turística en las postrimerías del siglo XIX”.

La investigadora explica que entonces la playa, en un sentido amplio, se incorpora a la cultura de toda la nación y el turismo pasó a formar parte del proyecto modernizador. En paralelo estos sectores sociales experimentan el turismo serrano y termal, a semejanza de las prácticas europeas.

Por otra parte, la clase media comenzó a tomar vacaciones cuando, al tiempo que se fue configurando su perfil, comenzó a adoptar las prácticas del tiempo libre adaptadas por las clases altas. “Los años ´30 y ´40 constituyen un período muy interesante para ver estos procesos, en especial en Mar del Plata y Córdoba”, destaca Pastoriza.

Mendocinas de vacaciones en 1932 según un registro de diario Los Andes. Foto Archivo General de la Provincia.

El concepto de turismo

La investigadora no se atreve la precisar cuándo nació en nuestro país el concepto de turismo, pero destaca “que a diferencia de los casos europeos y americanos, primero se hablaba de veraneo y luego de turismo”.

“George Duby y Philippe Aries (1991) y Eugen Weber (1989), en sus textos sobre la vida privada francesa designan muy tempranamente como turismo a la tendencia al ocio y la recreación mediante los viajes y conocimiento de nuevos ámbitos. Desde la literatura, Jean Austen, Balzac, Sthendal, así lo definen. En la Argentina se lo denominó veraneo e implicó la invención de las clases altas de una cultura que comprendió para el caso de las riberas marítimas, primero la contemplación y apropiación del paisaje costero para luego incorporar las rutinas de los baños marítimos”, precisa Pastoriza.

La especialista señala que “la vinculación con la naturaleza se daba de la mano de una intensa vida social, combinando sensaciones muy atrayentes: lo sublime ante un bello paisaje y el vértigo de una acentuada sociabilidad. El veraneo duraba aproximadamente tres meses y principalmente fue practicado por las altas clases sociales”.

Y agrega que “a medida que esta cultura fue alcanzando a nuevos sectores sociales, se democratiza, y el veraneo se torna en turismo. En efecto, entre los años ´20 y ´30 de la mano de la democratización social aparece el término turismo asociado a la apropiación de las clases medias de la cultura de la playa”.

Vacaciones, sindicatos y aguinaldos

El concepto de vacaciones en tanto que descanso anual surge en Argentina en las primeras décadas del siglo XX. “Comienza a instalarse en los años ´30 con el acceso a esta conquista de algunos gremios, como el de empleados de comercio y de los ferroviarios. Con el primer peronismo queda definitivamente institucionalizado mediante el decreto 1740, en el verano de 1945, que extendía el derecho a las vacaciones remuneradas obligatorias, largamente anhelado, al conjunto de los trabajadores y empleados argentinos en relación de dependencia”, explica la autora de El turismo social en la Argentina durante el primer peronismo.

Jóvenes disfrutando del agua en 1945.

La investigadora señala que “el año 1945 será decisivo en la iniciación del programa vacacional. En el verano es sancionado el mencionado decreto 1740. En paralelo, tanto los decretos de Personería Gremial como el 33302/45 que otorgaba salario básico, mínimo y vital, el Sueldo Anual Complementario (aguinaldo) y la creación del Instituto Nacional de Remuneraciones, facilitaron concesiones para los sindicatos permitiendo fundar instituciones para el servicio social y manejar un mayor caudal de fondos”.

“Al mismo tiempo -agrega Pastoriza-, el Estado fijaba un descuento obligatorio del 5% del aguinaldo (un 2% del aporte obrero y 3% del patronal), destinado al fomento de turismo social y a la creación de colonias de vacaciones”.

“De esta manera, por primera vez se asignaron fondos específicamente dirigidos al fomento de las vacaciones populares, provenientes en parte de los supuestos beneficiarios. “Estos fondos fueron transferidos en 1950, a la Fundación Eva Perón, a partir de la sanción de la ley 13.992/50, la que también tomó a su cargo la administración de las Colonias de Vacaciones”, puntualiza la historiadora.

Turismo y peronismo

La historia del turismo en Argentina no es un resultado directo de las políticas elaboradas por el peronismo, sino que el experimento social transitado en los ´30 sentó las bases del proceso posterior.

“Durante las dos primeras presidencias de Perón se puso en marcha un programa de políticas públicas que, en conjunción con las iniciativas generadas desde la sociedad civil, colocan las cuestiones relativas al tiempo libre y el ocio popular en un lugar destacado en las esferas del Estado Nacional. En este marco, la conquista de las vacaciones pagas en Argentina, si bien presentan antecedentes en la década del ´30 se logran durante los años del primer peronismo”, precisa la investigadora, autora de Estados, gremios y hoteles. Mar del Plata y el peronismo.

Y agrega que “en un escenario social que hemos denominado de democratización del bienestar, cuando se conjugaron tendencias que formaron un país mayormente cohesionado con una sociedad móvil y más igualitaria, se abren canales que permiten la inclinación del consumo de las clases medias y trabajadoras hacia una pluralidad de prácticas recreacionales”.

Esto se manifestó en el incremento, entre otras actividades, en la asistencia a las salas de cine, el divertimento más popular del período, a los espectáculos deportivos y al desarrollo del turismo popular.

“Es entonces cuando bajo la tutela de la nueva consigna peronista, el turismo obrero o social, se ensayaron una vasta gama de planes vacacionales y excursiones populares. El ocio popular comprendió dos coordenadas claramente visualizadas: las áreas marginales que se hallaban en su mayoría bajo la órbita de Parques Nacionales y aquellos ya elegidos por las elites y las clases medias altas”, desarrolla Pastoriza.

Mientras las primeras emergieron pausadamente, Mar del Plata y Córdoba ocuparon el centro de la agenda pública. “La retórica justicialista era rotunda en un punto: no había barreras para el acceso de los trabajadores a estos bienes, hasta ahora, afirmaban, vedados. Y todas las regiones acompañaron esta música central. Además de las vacaciones, también fue incorporada la promoción del turismo relámpago, giras económicas, viajes populares, colonias de vacaciones, campamentos colectivos, como también la realización de viajes para maestros y empleados, y acudir a los campings que publicitaba el Automóvil Club Argentino e instituciones estatales como el Consejo Nacional de Educación y Fundación Eva Perón, entre otros”, detalla la historiadora.

El tren, la ruta, los medios

La influencia de los medios de transporte, el ferrocarril primero, y las autopistas después, facilitaron la democratización del turismo. “Su influencia fue central. El turismo comenzó con el ferrocarril -otra gran diferencia con el caso europeo- y el trazado de las rutas, que tiene un gran impulso en los años ´20, posibilita la consumación del proceso democratizador”, destaca Pastoriza.

El hotel de Cacheuta antes del aluvión de 1934.

Los medios de comunicación y la publicidad también tuvieron un papel trascendente en este proceso. “La difusión del turismo en la Argentina se dio escoltado por el uso de todos los medios de difusión: diarios, revistas, radio y luego la televisión. Igualmente para el caso de la publicidad. Fueron utilizados las formas más modernas que se tenían a mano”, amplía la especialista.

Mar del Plata, la perla

Pastoriza, autora de Un mar de memoria. Historia e imágenes de Mar del Plata, explica que el proceso de transformación de Mar del Plata de solar veraniego a “capital del turismo de masas” -centro de sus investigaciones-, “fue parte del proceso de democratización social que vivió esta ciudad y forma parte de tendencias igualitarias que atravesaron el conjunto de la sociedad argentina, de las que Mar del Plata es un ejemplo más”.

“Desde las primeras décadas del siglo Argentina fue escenario de un continuo acceso a los bienes públicos de nuevos y más amplios sectores sociales. Una idea igualitaria traducida en el abrir espacios: el sistema político, la educación y la universidad y la conquista de la ciudad turística. El eslogan que guió la increíble labor de la Asociación de Propaganda y Fomento de Mar del Plata en los años ´30, “Democratizar el balneario” estuvo escrito con la misma tinta de la utilizada por los protagonistas de los diferentes movimientos aperturistas vividos en nuestro país”, apunta la investigadora.

A la pregunta de por qué la playa se convirtió en un escenario, en el espejo de las representaciones sociales simbólicas de los argentinos, Pastoriza arguye que “el proceso social de aproximación al turismo y al mar presentó el siguiente recorrido: un primer momento con el surgimiento de Mar del Plata y la instalación de los primeros balnearios en la costa del sudeste bonaerense y de algunos centros serranos y termales en las postrimerías del siglo XIX. Un segundo momento que arranca en los ´30 con el tránsito del proceso democratizador en Mar del Plata, la fundación de nuevos balnearios, la incorporación de los lagos del sur y las cataratas del Iguazú, el proceso de popularización de Mar del Plata y la consolidación de balnearios exclusivos, como Pinamar y Cariló”, puntualiza la investigadora.

Jóvenes bañistas en un registro de 1932.

Pastoriza señala que “con la difusión de las prácticas turísticas, las vacaciones pasaron a ocupar un territorio hasta entonces vacío. Los veraneantes se encontraron con una realidad diferente, atemporal, que desearon conocer y experimentar: una playa, el océano y el cielo azul, con coloridos paseantes que llevaban sus casillas y sus toldos”.

Las vanguardias plásticas y literarias ayudaron a crear esta nueva estética que había surgido en Europa. Con matices locales, los centros costeros invariablemente se cristalizaron alrededor de las instalaciones en la playa, la rambla, el hotel y el casino.

“La playa, la arena, el sol y el mar adquirieron nuevas cualidades de la mano de la posibilidad de nadar y tomar sol, volviéndose algo sensual, un elemento hedonístico que perfeccionó esta trama. Finalmente llegó el arte de tomar sol. Un cuerpo bronceado era, en épocas pretéritas, un signo de trabajo manual y de vulgaridad. En nuestras costas rápidamente se impuso como una moda que revolucionó la imagen corporal del siglo XX”, explica la especialista.

Fuente: MDZ Online

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