Un año después de la guerra relámpago entre Georgia y Rusia, se diría que pocas cosas han cambiado en esa zona y que ninguno de los conflictos que se intentaron abordar mediante las armas se ha resuelto satisfactoriamente. Sin embargo, ambos contendientes consideran el resultado final de la guerra como un brillante éxito propio. Aunque un fenómeno similar, de percepciones interesadamente distorsionadas, suele ocurrir con frecuencia al día siguiente de muchas consultas electorales, al menos en éstas no hay necesariamente víctimas. Sí las hubo en la guerra que el año pasado estalló en Georgia, además de causar el desplazamiento forzado de gran número de personas y la destrucción de hogares y recursos; en suma, esa combinación de muerte, ruina y miseria que, en mayor o menor proporción, es la secuela obligada de todo enfrentamiento bélico.
El jueves de la pasada semana el presidente georgiano escribió en The Washington Post: "Georgia se ha recuperado. Regresa la inversión extranjera. El mundo tendrá que reconocer que el comportamiento que Rusia exhibió en agosto del año pasado no es solo una amenaza para Georgia sino para toda la región". Venía a insinuar que todo esto era el resultado de la guerra, cuyas consecuencias él había previsto al afrontarla. Y que, al poner de manifiesto de forma tan acusada las ambiciones territoriales de Rusia, había ayudado a las potencias occidentales a valorar más acertadamente la política exterior de Moscú.
No parece que esas potencias respalden la opinión de Saakashvili. Nada indica que hayan cambiado la opinión en Francia o Alemania, que ya se opusieron a la entrada de Georgia en la OTAN en la cumbre de Bucarest del año pasado. Un miembro del Comité de Política Exterior del Bundestag declaraba: "Claro está que la OTAN permanece abierta a admitir nuevos socios, pero cualquier ampliación debería aumentar la seguridad de los actuales miembros. No veo que Georgia pueda satisfacer esta condición a corto plazo". Es opinión extendida entre los observadores europeos que las perspectivas de ingreso de Georgia en la OTAN se han esfumado, y no son pocos quienes lo atribuyen a la irreflexiva y aventurada actuación de Saakashvili en agosto de 2008.
Ni siquiera el vicepresidente de EEUU, en su reciente visita a Georgia, se atrevió a aludir a esta cuestión, insinuando que Washington no aprobaría el recurso a la fuerza para recuperar Abjasia u Osetia del Sur: "Solo una Georgia próspera y pacífica mostrará [a la población de los territorios separatistas] dónde pueden vivir libres y prosperar". La fórmula de EEUU para resolver el conflicto de las dos repúblicas ahora independizadas consiste, pues, en que la prosperidad de Georgia haga que los habitantes de aquéllas deseen ser gobernados desde Tiflis y no desde Moscú.
Bien es verdad que quien no se consuela es porque no quiere. Ante el frenazo que han sufrido las aspiraciones georgianas a entrar en la Alianza Atlántica, un profesor de Ciencias Políticas de la Universidad de Tiflis ha declarado que esa situación de punto muerto puede actuar como catalizador de las relaciones de Georgia con Europa: "Las potencias europeas que se oponían al ingreso de Georgia en la OTAN tendrán ahora una sensación de culpabilidad y apoyarán una mayor cooperación entre Georgia y Europa".
Pero las reformas que necesariamente necesita implantar Tiflis no le van a llegar exportadas desde la Unión Europea: son los propios georgianos quienes habrán de aplicarlas y aceptarlas, lo que ahora se ve poco factible. La oposición al régimen ha ido perdiendo impulso y aunque Saakashvili no goza de la popularidad de que disfrutaba en el año 2004, tras alcanzar el poder, ha sabido manejar los hilos de éste para sostenerse al frente de un régimen bastante corrupto y de escasas cualidades democráticas. La base de su éxito consiste en atizar el victimismo georgiano frente al "oso ruso", lo que encuentra un eco muy favorable en un pueblo que durante 70 años constituyó una de las repúblicas socialistas y soviéticas de la desaparecida URSS.
En tales circunstancias tiene un interés secundario el resultado del informe de una comisión organizada por la Unión Europea para responder a la pregunta que quizá solo importa ya a los historiadores: ¿quién inició las hostilidades en la noche del 7 de agosto de 2008? ¿Atacó Georgia la capital de Osetia del Sur antes o después de que las tropas rusas cruzaran la frontera? La respuesta se hará pública en Bruselas el próximo mes de septiembre.
Entretanto, Saakashvili sigue empeñado en dar una imagen optimista del futuro, parecida a la de aquellos ministros de Franco que aseguraban, en los míseros años cincuenta del siglo pasado, que Europa acabaría copiando las fórmulas del progreso nacional español: "El mayor éxito nuestro será que Georgia se convierta en una democracia eficaz con una buena economía, lo que enviaría a los georgianos el positivo mensaje de nuestra milagrosa supervivencia". Se dice que de ilusiones también se vive, pero ni la democracia se asienta ni la economía mejora solo con las soflamas y las metáforas populistas emitidas por dirigentes incompetentes.
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