El ingeniero que ayuda a develar el origen del universo
Alejandra Rey 
Enviada especial
Sábado 28 de agosto de 2010
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| Benedetti:  "Casi siempre me preguntan si la máquina del tiempo podría provocar el  fin del mundo; esa es la principal fantasía de la gente" Foto: Mauro V. Rizzi | 
¿Qué pregunta se le hace a una persona que ayudó a  construir la máquina que permitirá, en poco tiempo, recrear el Big Bang?  ¿Cómo comienza una entrevista con el ingeniero de la Máquina de Dios,  que trabajó para acercarse a la primera explosión que dio origen al  universo? ¿Y si empiezo con el remanido "¿usted cree en algo superior"?  ¿Me lo perdonaré? Seguro que a alguien tan importante, con un saber  incalculable, cualquier comentario le va a parecer banal, extemporáneo y  no hay maquillaje para la ignorancia, así que me apropio de esa frase  tan común entre los periodistas y me pregunto: "¿De qué me disfrazo?". 
De atrevida, decido y me acerco a él, estiro la mano, le pregunto si es  Mario Benedetti y me siento lentamente, con temor reverencial, con el  miedo del que no sabe. Y él dice: "Te pedí un café. ¿Lo querés con una  medialuna para mojar? Acá las hacen riquísimas". 
El alivio es tan reparador como la sopita en el cortado y sólo entonces  entiendo que este hombre es feliz. Tiene una enorme y lindísima familia,  encabezada por Cristina, su mujer, una gran hacedora; una carrera  científica increíble; las herramientas para arreglar e inventar lo que  se le ocurra, y un hobby delicioso: es carpintero; repara muebles  antiguos. 
Mario Benedetti, que nació en Italia, muy lejos de su homónimo uruguayo  poeta y escritor, dice con respeto y entre risas que el verdadero Mario  Benedetti es él: "Porque el poeta tenía varios nombres: Mario Orlando  Hamlet Hardy Brenno Benedetti Farugia. En cambio, el mío es el único. ¿Y  sabés por qué me lo pusieron? Porque no terminaba de nacer; estaba con  medio cuerpo afuera, ahogado y la partera me dio la extremaunción  diciendo: «Te bendigo, María o Mario, lo que seas, en el nombre del  Padre...». 
Fue Mario, nomás. Mario de Sant´Angelo In Vado, Marcas, Italia, donde  nació el 2 de abril de 1945. Y ahora es Mario, de Mar del Plata,  República Argentina, donde se naturalizó en 1966. Y será Mario, el de la  "máquina de Dios", el que inventó una plaqueta que nadie podía  redondear y que en Ginebra le pusieron L´Argentine en su homenaje. 
Mario Benedetti, un ser agradecido que va por todo el país, invitado  para dar charlas en las que explica qué es el acelerador de partículas  que puede ayudar a discernir cientos de secretos de la creación del  universo. Ahora, acaba de subir a YouTube (http://www.youtube.com/watch?v=qwM3NzU6nU8  &feature=PlayList  &p=102525F5EC593410  &index=0  &playnext=1) la videoconferencia con la explicación y aplicaciones de esta colosal  máquina y es un placer escuchar la sencillez con la que explica a  Einstein, los agujeros negros o el túnel de 27 kilómetros cavado debajo  de la cuidad suiza, donde se recreó el comienzo de todo. 
"Fui por primera vez a Ginebra y conocí la Organización Europea para la  Investigación Nuclear (CERN), en 1975, y me dije: «Yo quiero trabajar  acá». Por entonces, no era masivamente conocido; en cambio, ahora se  puede decir que es un acelerador popular y global; es el más energético  del mundo, con una tecnología de avanzada, y el nombre que recibió lo  hace más famoso." 
Mario Benedetti quedó tan prendado de esa tecnología a los 29 años,  cuando se presentó a pedir trabajo como argentino, primero, y como  italiano después, con dos becas diferentes, y ganó ambas. En esa época,  todo era muy difícil para un sudamericano y, mientras esperaba el  resultado del concurso, me asocié con un suizo, con el que formamos una  empresa y recibíamos trabajo del CERN. En una de esas vueltas, mientras  entregaba material, me crucé con Claude Germanie, un francés que era  jefe de división del Grupo Power, y me preguntó si me animaba a  rediseñar una fuente que tenía problemas. 
¿Qué piensa usted cuando alguien habla de una fuente con problemas? ¿Un  tablero cuyos cables están más o menos sueltos o pelados? ¿Un enchufe  quemado? ¿Tapones que saltaron? No, al menos no en este caso: Mario  Benedetti, que estaba dispuesto a todo por trabajar en esa meca de la  física, hasta bancarse a un alemán que se burlaba de él y que terminó  dándole trabajo, rediseñó la fuente en tiempo récord y, antes de  regresar glorioso a la Argentina, anticipó que iban a tener problemas en  el futuro con otras fuentes especiales, cosa que sucedió. 
Ya en el país, y casi secretamente, Benedetti se puso a trabajar en  aquel problema anunciado y en 1980 encontró la posible solución,  mientras ingresaba a trabajar en el Conicet y se quedó acá, siempre  pensando y pensando. Hasta que en 1987 publicó un trabajo, en el que  describía lo que había advertido y su solución, y lo vuelven a convocar  desde Ginebra, esta vez para aplicar la idea en la práctica 
Mario recuerda el día que en Suiza se preparaba para poner en marcha por  primera vez la dichosa fuente, luego de dos años de desarrollo. Había  sol ese día de julio de 1989, cuarenta y cinco pares de ojos mirándolo y  una apuesta a cumplir: había dicho que si hacía funcionar la máquina,  el jefe (el alemán gastador) tenía que pagar champagne para todos. 
El laboratorio estaba en el segundo piso, con una hermosa vista a los  jardines y a un viñedo, y en todos los hombres (pues no había mujeres  por entonces en el grupo) la expectativa era enorme, la pantalla del  osciloscopio esperaba el milagro y, curiosamente, se produjo: arrancó.  "Salió andando -dice Mario, muerto de risa-. Hubo aplausos, silbidos,  felicitaciones, y no pagaron el champagne, pero le pusieron  L´Argentine." 
Un "formador" de profesionales 
Lo cuenta como si nada y aporta un dato que casi no se puede creer: como  eran más de 8000 las personas que trabajaban para la creación de la  "máquina de Dios", y muchos estaban lejos de Ginebra, se creó un  protocolo de comunicación en inglés:  www  (?world wide web´), que permitió la Internet que conocemos hoy. 
Benedetti se dedicó, desde entonces, a formar profesionales en la  universidad, a rescatar muebles antiguos y a disfrutar de Mar del Plata,  pero en 2004 fue llamado nuevamente a Suiza para que desarrollara un  testeador para las 20.000 placas de control, que se debían poner en el  acelerador y que no lograban hacerlo en tiempo y forma. 
"Lo que pasa es que yo extraño mucho; entonces, el trabajo lo comencé  allá y lo terminé acá", cuenta, y relata que el día que comenzó a  funcionar la «máquina de Dios» él siguió todo el proceso por Internet y  lloró como un chico cuando funcionó correctamente, y se alcanzaron con  la energía programada las colisiones que nos acercaran al comienzo de  todo. Lo dice y todavía se emociona. 
-¿Qué le pregunta la gente cuando se entera de que usted trabajó en el acelerador? 
-Si la máquina podría producir el fin del mundo, un agujero negro. Esa es la principal fantasía. 
-¿Y qué cosas se supieron a partir de la puesta en marcha? 
-Que hay un punto cero desde donde se parte, pero todavía no sabemos  cómo evolucionó en los primeros mil millonésimos de segundo de ese  punto. Tampoco se entiende por qué, si había la misma cantidad de  materia que de antimateria en el comienzo, hoy prepondera la materia. No  se sabe de qué está compuesta la materia oscura ni la energía oscura ni  quién es responsable de la masa de las partículas. Todo esto puede ser  revelado, tal vez, con este experimento, pero hay que tener paciencia  porque recién arranco el motor. 
-¿Y ya sabe qué hay detrás de lo primero, del  big bang  ? 
-No, no tengo argumentos para esa pregunta. 
Benedetti quiere ser rotundamente preciso en sus explicaciones de la  ciencia, pero se relaja cuando habla de su infancia y de su  hobby   . "Crecí en la calle; tuve una niñez muy feliz; me fabricaba mis  propios juguetes y cazaba con gomera, sobre todo en Sierra de los  Padres. Mis viejos tenían un hotel y pusieron el primer café americano  de la ciudad." 
Lo cuenta mientras charlamos en su taller de carpintero, en un ala de su  enorme casa de esta ciudad, que reconstruyó con sus propias manos.  Acaricia el marco de un viejo cuadro y se pone a limar algunas  imperfecciones. Y cuenta que no le teme a nada, ni a la vida ni a la  muerte, que hizo su propio decálogo (que incluye no poner el dinero por  delante de la ciencia) y hace de la frase "Los imposibles no existen" su  lugar común, su Biblia. "Si me muriera mañana, no tendría nada que  reclamar", jura, y sentencia: "Hubo un instante, cuando estaba en  Ginebra, en el que percibí a través de la piel que personas de  diferentes lugares, con creencias y culturas distintas pueden trabajar  en conjunto y emocionarse por lo mismo". 
Y explica, siempre didáctico: "Las leyes de la naturaleza son  prácticamente el único elemento de la cultura humana que está más o  menos al amparo de las diferencias ideológicas. Por eso, científicos del  mundo entero trabajan en el CERN, para alcanzar un objetivo común, un  conocimiento más profundo de la tecnología y del mundo que nos rodea.  Este aspecto es, quizá, más importante aún que los descubrimientos en la  física, en la medida en que estas colaboraciones internacionales  contribuyan a mejorar las relaciones entre las naciones y a descartar  los peligros que amenazan la existencia, incluso, de la civilización". 
La noche empieza a caer en esta ciudad. Mario trata en vano de apartar  el gato que se interpone entre él y la notebook con la que trabaja. Se  calza unos anteojos pequeños para escribir y el parecido con el Indio  Solari es notable. Se lo digo. Se ríe y convida con té y galletitas. 
-Dígame, Mario, ¿qué le da placer a usted? 
-El beso que me dio mi mujer esta mañana, esta charla, todo. 
Y el universo, claro, ese universo que él ayudó a desentrañar. 
Fuente: lanacion.com 
 
 


 
 
 
 
 
 
 
 
 
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