Los “indignados” y la Comuna de París
  Tal vez por una de esas sorpresas de la historia el gran levantamiento popular que hoy conmueve a España (y que comienza a reverberar en el resto de Europa) estalla en coincidencia con el 140º aniversario de la Comuna de París, una gesta heroica en la cual la demanda fundamental también era la democracia. Pero una democracia concebida como gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo y no como un régimen al servicio del patronato y en el cual la voluntad y los intereses populares están inexorablemente subordinados al imperativo de la ganancia empresarial.
Precisamente  por eso las demandas de los “indignados” tienen resonancias que evocan  inmediatamente aquellas que, con las armas en la mano, salieron a  defender las parisinas y los parisinos en las heroicas jornadas de 1871 y  que culminaron con la constitución del primer gobierno de la clase  obrera, si bien restringido a la ciudad de París. Un gobierno que duró  poco más de dos meses y que luego fue aplastado por el ejército francés  con la abierta complicidad y cooperación de las tropas de Bismarck, que  poco antes había propinado una humillante derrota a los herederos de los  ejércitos napoleónicos. El ensañamiento contra los parisinos que  tuvieron la osadía de querer tomar el cielo por asalto y fundar una  democracia verdadera fue terrible: se calcula que más de treinta mil  comuneros fueron pasados por las armas, en ejecuciones sumarias sin  juicio previo. La Comuna fue ahogada en un río de sangre y para expiar  sus “crímenes” la Asamblea Nacional decidió erigir, en la colina más  elevada de París, en Montmartre, la basílica del Sacré Coeur, construida  con los fondos aportados por una suscripción popular en toda Francia  que, para honor de los parisinos, sólo una ínfima parte de lo recaudado  provino de la ciudad martirizada por la reacción. París fue derrotada,  pero las parisinas y los parisinos no fueron puestos de rodillas.
La  Comuna no crería en la institucionalidad burguesa, insanablemente  tramposa, porque sabía que a ese aparatoso entramado de leyes, normas y  agencias gubernamentales sólo le preocupaba consolidar la riqueza y los  privilegios de las clases dominantes y mantener sometido al pueblo;  exigía una democracia directa y participativa y la derogación del  parlamentarismo, esa viciosa deformación de la política convertida en  hueca charlatanería y ámbito de todo tipo de transas y negociaciones  ajenas por completo al bienestar de las mayorías; demandaba la creación  de un nuevo orden político, ejecutivo y legislativo, a la vez, basado en  el sufragio universal (hombres y mujeres por igual, no como ocurriría  después en los capitalismos democráticos en los cuales lo “universal” se  referiría exclusivamente a los varones) y con representantes fácilmente  revocables y directamente responsables ante sus mandantes.1  Los comuneros querían una democracia genuina, no ficticia, en la que  tanto los representantes del pueblo como la burocracia estatal no  gozarían de privilegio alguno y tendrían una remuneración equivalente a  la del salario promedio del obrero, entre otras medidas tales como la  consumación de la separación entre la Iglesia y el Estado y la  universalización de la educación laica, libre y obligatoria para varones  y mujeres por igual. 
Basta con echar una mirada a los documentos  de los “indignados” de hoy para comprobar la asombrosa actualidad de  las demandas de los comuneros y lo poco, muy poco, que ha cambiado la  política del capitalismo. Los jóvenes y no tan jóvenes que revientan  unas 150 plazas de España no son “apolíticos”, o “antipolíticos”, como  una cierta prensa nos quiere hacer creer, sino gentes profundamente  politizadas que se toman en serio la promesa de la democracia y que, por  eso mismo, se rebelan contra la falsa democracia, surgida de las  entrañas del franquismo y consagrada en el tan aplaudido Pacto de la  Moncloa, exhibido como un acto de ejemplar ingeniería política  democrática ante los pueblos latinoamericanos. Una democracia que los  acampados denuncian como un engaño, un simulacro que bajo sus  edulcorados ropajes oculta la persistencia de una cruel dictadura que  descarga el peso de la crisis desatada por los capitalistas sobre los  hombros de los trabajadores. Lo que la “ejemplar” democracia de la  Moncloa propone para enfrentarla es el despotismo del mercado, enemigo  irreconciliable de cualquier proyecto democrático: facilitar los  despidos de los trabajadores, reducir sus salarios, recortar los  derechos laborales, congelar las pensiones y aumentar la edad requerida  para jubilarse, disminuir el empleo público, recortar los presupuestos  en salud y educación, privatizar empresas y programas gubernamentales y,  coronando toda esta estafa, reducir aún más los impuestos a las grandes  fortunas y a las empresas para que con el dinero sobrante inviertan en  nuevos emprendimientos.2  La famosa y mil veces refutada “teoría del derrame” una vez más, que  supone que el pueblo es idiota y que no se da cuenta de que si los ricos  tienen más dinero se requiere un milagro para que no sucumban ante la  tentación del casino financiero global para invertir en la creación de  empresas generadoras de nuevas fuentes de trabajo. La experiencia indica  que la tentación es demasiado grande.
La respuesta de la falsa  democracia española -en realidad una sórdida plutocracia que los jóvenes  quieren destronar y reemplazar por una democracia digna de ese nombre-  ante la crisis provocada por la insaciable voracidad de la burguesía es  profundizar el capitalismo, aplicando las recetas del FMI hasta que la  sociedad se desangre y hundida en el desánimo y la miseria acepte una  “solución neofascista” que recomponga el orden perdido. No hay recambio  posible dentro de la trampa pseudodemocrática española porque su famoso  bipartidismo ha demostrado que no es otra cosa que las dos caras de un  sólo partido: el del capital. Pero ahora el contubernio entre el PSOE y  el PP se ha topado con un obstáculo inesperado: alentado por los vientos  que desde el norte de África cruzan el Mediterráneo los jóvenes,  víctimas principales pero no exclusivas de este saqueo, “han dicho  ¡basta! y han echado a andar”, como una vez lo expresó el Comandante  Ernesto “Che” Guevara en su célebre discurso de 1964 ante la Asamblea  General de las Naciones Unidas. 
Ya nada  volverá a ser como antes en España. El desprestigio de su clase política  parece haber sobrepasado el punto de no retorno y la crisis de  legitimidad de la pseudo democracia llega a profundidades insondables;  si egipcios y tunecinos pudieron deshacerse de las corruptas camarillas  gobernantes, ¿por qué no podrían también hacerlo los “indignados”? Las  obscenas incoherencias éticas del verdadero rector de la economía  española, el FMI, no pueden sino irritar y movilizar a camadas cada vez  más amplias de ciudadanas y ciudadanos: mientras estos padecen todo tipo  de recortes a sus ingresos y sus derechos laborales, los bandidos del  FMI deciden premiar a Dominique Strauss Kahn con una indemnización de  250.000 dólares porque renunció anticipadamente a su cargo… ¡por haber  incurrido en un gravísimo delito como el asalto sexual a una trabajadora  africana en un hotel de Nueva York! Aparte de eso, disfrutará de una  jugosísima jubilación que se les deniega a millones de españoles y  europeos en Portugal, Grecia, Irlanda, Islandia... ¡Y esa es la gente  que dice saber cómo se sale de la situación que está hundiendo al mundo  en la peor crisis económica de la historia! Sin haber leído a los  clásicos del marxismo la vida les enseñó a los “indignados” que no hay  democracia posible bajo el capitalismo, que como decía Rosa Luxemburg  sin socialismo no hay ni habrá democracia y que el capitalismo es  insanablemente antagónico con la democracia. La historia ha dado un  veredicto inapelable: más capitalismo, menos democracia, en el Norte  opulento e industrializado igual que en el Sur global. La vida les  enseñó también que cuando aúnan sus voluntades, se organizan y se educan  en el debate de ideas para superar la estupidización de masas  programada por la industria cultural del capitalismo, su fuerza es capaz  de paralizar a la partidocracia y poner en crisis la pseudo democracia  con que se los engañaba. Si persisten en su lucha podrán también  derrotar la prepotencia del capital y, eventualmente, iniciar una nueva  etapa en la historia no sólo de España sino también de Europa. Los  pueblos del mundo entero tienen hoy sus ojos puestos en las calles y  plazas de España, donde se está librando un combate decisivo.3 
Notas
1  Conviene recordar que Alemania y el Reino Unido introdujeron el  sufragio femenino al finalizar la Primera Guerra Mundial, en 1918,  Austria lo hizo en 1919, Estados Unidos en 1920, España en 1931 y  Francia en 1944, ¡73 años después de que fuera proclamado por la Comuna  de París! En Italia esa conquista recién se logró en 1946 y en Suiza, a  menudo exhibida como el gran modelo democrático, ¡en 1971!
2 Cf. Vincenc Navarro, “El movimiento democracia real ya y la hipocresía del establishment mediático”, http://www.rebelion.org/docs/128839.pdf 
3 Carlo Frabetti, “La revolución ha comenzado”, en www.kaosenlared.net/noticia/la-revolucion-ha-comenzado 
Fuente: Rebelion.org


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