10 años del 11 de septiembre
“Si ves algo, di algo”. El mensaje oficial antiterrorista del gobierno estadunidense se repite en carteles, anuncios en las estaciones de metro, en los medios, mientras cada vez más cámaras graban los movimientos de ciudadanos, y en los aeropuertos los pasajeros son sometidos a múltiples inspecciones y una ley permite a las autoridades espiar a la población.
Pero a
lo largo de estos 10 años después del 11-S, al parecer nadie vio ni
dijo nada (oficialmente) de otra amenaza que ha causado más destrucción
que ese atentado terrorista: la crisis económica. El “terrorismo” ha
sido sustituido por la inseguridad económica como el asunto nacional de
mayor preocupación en este país.
Sin embargo, poco ha cambiado en
el discurso oficial (a fin de cuentas aún tienen que justificar varias
guerras y medidas de seguridad). El clima de temor generado por los
atentados del 11-S alcanzó toda esquina del país, nutrido por la cúpula
política y por los grandes medios, y transformó el panorama político y
social.
El 11-S justificó la creación de una nueva secretaría, tal
vez la más grande burocracia federal después del Pentágono, que lleva
el nombre ominoso de “Departamento de Seguridad Interna”. Su titular,
Janet Napolitano, emitió un comunicado hace un par de días que resume la
retórica oficial actual: “a medida que se acerca el décimo aniversario
de los ataques terroristas del 11 de septiembre, la seguridad de la
población estadunidense sigue siendo nuestra principal prioridad”. Por
ahora, reportó, aunque no se cuenta con información de que terroristas
“estén planeando ataques en Estados Unidos para coincidir con el décimo
aniversario del 11 de septiembre, seguimos en un máximo estado de
vigilancia, con medidas de seguridad listas para detectar y frustrar
ataques contra Estados Unidos, si surgieran”. Concluyó: “Les recordamos a
nuestros socios locales, estatales y federales, y al público, que se
mantengan atentos e informen de cualquier actividad sospechosa a las
autoridades locales y agentes de la ley”.
Con el 11-S, el tema de
“seguridad” se convirtió en el objetivo supremo de los gobernantes y se
usó tanto para promover una política bélica internacional como para
controlar, si no suprimir, la disidencia. La retórica oficial desde el
11-S hasta ahora es una combinación de convocatoria a “la unidad”
patriótica con lo anunciado por George W. Bush: “o están con nosotros o
están con los terroristas”.
Las consecuencias políticas del 11-S,
dentro y fuera de Estados Unidos, fueron justo las pronosticadas por
Noam Chomsky en entrevista con La Jornada tres días después del
ataque, cuando expresó que los atentados son “un regalo a la derecha
dura jingoísta estadunidense, y también a la de Israel... Ésta será una
oportunidad maravillosa para imponer más reglamentación, más disciplina,
promover los programas que desean aquí…” Y advirtió que los gobernantes
“esperarán –tal vez fracasarán– poder aplastar a la disidencia interna.
En general, las atrocidades y la reacción ante ellas fortalecen a los
elementos más brutales y represivos en todas partes”.
En los
primeros meses después del 11-S se atacaba a opositores de la política
oficial casi como traidores. En ese clima se aprobó la Ley Patriótica,
que otorgó nuevos poderes al Ejecutivo para espiar a la población y la
FBI, entre otras agencias, empezó a usar esta ley para incrementar su
vigilancia de diversas agrupaciones, sobre todo las musulmanas, pero
también las que se oponen a la guerra. El llamado “gobierno secreto”
multiplicó sus presupuestos y personal tanto para misiones
internacionales como para la seguridad interna.
Diez años después,
la opinión pública está dividida sobre las políticas antiterroristas
que se impulsaron después del 11-S. Sólo una cuarta parte piensa que las
guerras en Irak y Afganistán han disminuido las posibilidades de
atentados terroristas en Estados Unidos; las mayorías creen que esas
guerras han incrementado el riesgo de ataques terroristas o no han
cambiado en nada ese riesgo, según un nuevo sondeo del Centro de
Investigación Pew.
Con el paso del tiempo, cada vez menos
estadunidenses piensan que es necesario ceder libertades civiles para
frenar el terrorismo en el país; ahora el 40% piensa que sí es
necesario, comparado con 55% de poco después de los atentados en 2001.
Ahora, una mayoría, 68% contra 29%, se opone a la vigilancia de llamadas
personales y correos electrónicos por parte del gobierno (www.pewresearch.org).
Pero
todo está bajo vigilancia, o por lo menos ésa es la impresión que se
quiere dar. Además de militares, policías y agentes del gobierno, hay
más de un millón de guardias privados –muchos veteranos de guerra– en
Estados Unidos, más del doble que hace una década, para vigilar desde
campos de golf hasta malls y casas de ricos, reporta el Washington Post. Las
videocámaras de seguridad están por todas partes (dicen). A tal grado
que, una empresa de modas, Kenneth Cole, tenía una campaña de publicidad
que sugería que como el ciudadano es fotografiado decenas de veces cada
día, es importante vestirse y verse bien.
El temor como eje
central de la vida política no es nada nuevo en este país, y la
“amenaza” externa es columna vertebral del discurso estadunidense,
incluida la “amenaza” de esos “otros” dentro del mismo país, donde juega
una parte clave el asunto de la raza y los inmigrantes, como las
“ideologías” ajenas. Ese temor se sigue nutriendo con menciones de
“alertas máximas” repetidas hasta el cansancio.
Para el veterano comentarista Frank Rich, en un artículo en la revista New York,
lo que sucedió después del secuestro de los aviones que perpetraron el
11-S fue “otro secuestro: el del 11-S por aquellos que lo explotaron por
motivos grandes y pequeños, tanto ideológicos como abiertamente
comerciales”, incluido el uso del ataque para lanzar una guerra contra
un país que no había atacado a Estados Unidos, como para fines
político-electorales.
Pero Rich afirma que al revisar la última
década, “tal vez el suceso más consecuente de los últimos 10 años podría
no haber sido el 11-S o la guerra en Irak, sino el saqueo de la
economía estadunidense por los que están en el poder en Washington y
Wall Street. Esto ocurrió a plena vista, o por lo menos así lo podemos
ver ahora desde cierta distancia. En su momento, estábamos tan enfocados
en la amenaza externa de Al Qaeda a Estados Unidos que no prestamos la
atención apropiada a las amenazas más prosaicas dentro del país”.
Y
es que una década después, otra amenaza ha sustituido a la del
“terrorismo” como máxima preocupación nacional: la peor crisis económica
desde la gran depresión que ha destruido las vidas de millones de
familias en este país. La década que comenzó con el derrumbe de las
Torres Gemelas, causado por el primer ataque externo a Estados Unidos,
está concluyendo con los escombros económicos y sociales de una crisis
económica que no fue provocada por “terroristas” extranjeros, sino por
políticos y banqueros estadunidenses.
Fuente: Rebelion.org


No hay comentarios:
Publicar un comentario