El Pentágono apunta a un ataque a Pakistán
Asia Times Online
Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens |
Siria tendrá que esperar. Es seguro que la próxima parada en la “guerra prolongada” acuñada por el Pentágono será Pakistán. Cierto, ya existe una guerra en lo que el gobierno de Barack Obama bautizó como AfPak. Pero la fase decisiva en el propio Pak surge cada vez más cerca. Llamémosla la campaña “en la que ninguna bomba se queda atrás”.
Al Qaida es algo
del pasado; después de todo, activos de al Qaida como Abdelhakim Belhaj
dirigen ahora Trípoli. El nuevo mega-coco fabricado en Washington es
ahora la red Haqqani.
Una implacable industria de fabricación de
consenso que apunta a Haqqani ya está a toda marcha, a través de una
constelación de los usuales sospechosos neoconservadores, belicistas
republicanos surtidos, “funcionarios del Pentágono” y socios del
complejo industrial/militar en los medios corporativos.
La red
Haqqani, una fuerza de entre 15.000 y 20.000 combatientes pastunes
dirigidos por el ex personaje muyahidín antisoviético Jalalludin
Haqqani, es un componente clave de la insurgencia afgana desde sus bases
en el área tribal Waziristán del Norte de Pakistán.
Para el
almirante Mike Mullen, jefe del Estado Mayor Conjunto de EE.UU., la red
Haqqani “actúa como un verdadero brazo del directorado de Inteligencia
Inter-Servicios [ISI] de Pakistán”. Mullen ha tardado más de 10 años,
desde el bombardeo de Washington a Afganistán, en descubrirlo. Alguien
debiera darle un Premio Nobel de la Paz.
Según la narrativa del
gobierno de EE.UU., fue el ISI el que aprobó el ataque de la red Haqqani
a la embajada de EE.UU. en Kabul el 13 de septiembre.
El jefe
del Pentágono, Leon Panetta, ha dicho oficialmente que como reacción,
Washington podría elegir el camino unilateral. Eso significa que vastas
cantidades de agricultores pastunes, incluidos mujeres y niños, que ya
han sido diezmadas por meses de ataques de drones estadounidenses contra
las áreas tribales, pasarán a la consideración de extras en una
operación humanitaria.
La “guerra prolongada” del Pentágono,
también conocida como “guerra contra el terror”, puede haber costado a
la economía hasta la asombrosa cantidad de 100.000 millones de dólares y
más de 30.000 víctimas, una gran cantidad de ellas, civiles. Bajo
“ninguna bomba se queda atrás”, hay que esperar que el “daño colateral”
siga aumentando.
Si dudas, lee el libro
Como era de
esperar el jefe del ejército paquistaní, general Ashfaq Parvez Kiani –a
propósito, un favorito del Pentágono– niega que el ISI coopere con los
Haqqanis. Ahora bien, sí lo hace. Pero incluso más salaz es la actual
línea oficial paquistaní, que porque EE.UU. ha fracasado tan
miserablemente en Af, ahora trata de culpar a Pak por todo el lío.
Parece que por lo menos Mullen se está poniendo al día con el libro esencial del difunto Syed Saleem Shahzad sobre AfPak, Inside al-Qaeda and the Taliban: Beyond Bin Laden and 9/11
[Dentro de al Qaida y de los talibanes: Más allá de bin Laden y del
11-S]. En el libro, Saleem que era jefe del buró Pakistán de Asia Times
Online, detalla que el legendario –y engreído–Jalalludin Haqqani (a
quien todavía le gusta teñirse los cabellos) nunca dejó de ser un
destacado señor de la guerra talibán; y que el ISI nunca dejó de
asegurarle que sus ofensivas contra él, su hijo y su red eran solo
ficción.
Los Haqqanis podrán estar basados en Waziristán del
Norte, pero dirigen gran parte de lo que sucede en Paktia, Paktika y
Khost al otro lado de la frontera. El astuto Jalalludin ha prometido
fidelidad total al líder talibán Mullah Omar, de quien todos saben que
está oculto en Quetta, en la provincia Baluchistán de Pakistán, pero se
mantiene misteriosamente invisible para los mejores ojos estadounidenses
en el cielo.
Creer que el ISI se libraría simplemente de los
Haqqanis, o que neutralizaría sus bases en Waziristán del Norte para que
no puedan seguir atacando a fuerzas de EE.UU. y de la OTAN en
Afganistán, no pasa de ser una ilusión vana. Los militares paquistaníes
tienen un compinche importante en la lucha afgana. Y el nombre de ese
compinche es talibán, que ellos “inventaron” a principios de los años
noventa.
Además, siempre pueden contar con los Haqqanis como una
especie de ejército de reserva para combatir la posibilidad de un
aumento de la influencia de India en Afganistán.
Cuando el
ministro de Exteriores paquistaní Hina Rabbani Khar dice que EE.UU. “no
se puede permitir enajenar a Pakistán”, tiene toda la razón. Si eso
sucede, los talibanes históricos acelerarían su cadena ya constante de
ataques letales dentro de Afganistán.
Tehrik-e-Taliban Pakistan
(talibanes paquistaníes - TTP) aumentarían los ataques a través de la
frontera, desde Kunar y Nuristan en Afganistán a Dir y Bajaur en
Pakistán. Y facciones militares de la línea dura en Pakistán tendrían
todavía más motivación para librarse totalmente del gobierno civil.
Ya
que Washington entrena y equipa en cierta medida a los militares de
Islamabad, y la CIA se siente tan cómoda con el ISI, habrá quien pueda
pensar que Washington “posee” Islamabad.
Lo hace, pero solo hasta
cierto punto. Alguien debería convocar un seminario en Washington para
explicar que el ejército paquistaní tiene planes muy diferentes de los
del ISI, mientras el ISI está repleto de células secretas rebeldes; una
de estas células puede haber asesinado a Saleem Shahzad.
Los
militares paquistaníes tratan de asegurar que los talibanes “históricos”
dirigidos por Mullah Omar, así como Hizb-e Islami de Gulbuddin
Hekmatyar, pierdan gran parte de su influencia en Afganistán. Pero al
mismo tiempo, esas células de la línea dura del ISI quieren seguir
apoyando a la red Haqqani como un medio para mantener alerta a cualquier
futuro gobierno afgano.
Es la hora para que Pekín pase la cuenta
La
partida se volverá realmente dura si –y cuando– el consorcio
Pentágono/CIA/Casa Blanca decide que Fuerzas Especiales de EE.UU.
violarán la soberanía paquistaní por helicóptero, al estilo de la
incursión de Abbottabad que mató a Osama bin Laden, y enfrentarán a los
Haqqanis y arriesgarán así un choque directo con el ejército paquistaní.
El primer ministro Yousuf Raza Gilani ya organizó una reunión de
emergencia precisamente para analizar esa clara posibilidad.
Si
eso sucede, Islamabad ciertamente hará todo lo posible por desmantelar
la crítica red de aprovisionamiento logístico desde la ciudad porteña
sureña de Karachi al Paso Khyber, causando serios estragos en el flujo
de suministros de la OTAN a Afganistán. Destruirá toda posibilidad de
compartir inteligencia y la cooperación en contraterrorismo/ contrainteligencia. Incluso al Qaida obtendrá un nuevo impulso en todo Pakistán, y no solo en las áreas tribales.
Además
Pakistán tiene un ejército de 610.000 soldados con unos 500.000
reservistas. Si se considera que solo entre 15.000 y 20.000 talibanes
han podido hacer la vida difícil a las tropas de EE.UU. y de la OTAN en
Afganistán durante años, simples matemáticas predicen solo una opción
para Washington: un desastre.
Pakistán es uno de los principales
puntales geopolíticos de China. No cabe duda de que Pekín ya ha hecho
numerosos cálculos sobre que la demencia estratégica de Washington –o su
deseo incontenible de lanzar una operación “cinética” o lo que sea–
solo puede llevar a un alejamiento total de Pakistán.
El ministro
de Seguridad Pública Meng Jianzhu –máximo funcionario de seguridad de
China– estuvo en Rawalpindi el lunes. Significativamente, el ministro
del Interior Rehman Malik subrayó: “China siempre estará junto a
nosotros en los momentos más difíciles”. Meng, por su parte, dijo que
discutieron maneras de “contribuir a la seguridad nacional y a la
estabilidad regional”.
También durante esta semana, el ejército
paquistaní participó en ejercicios conjuntos en el Punjab con fuerzas
del “amigo especial de Pakistán”, Arabia Saudí. Con amigos especiales
como Pekín y Riad para compensar el equipo militar o ingresos perdidos,
no es sorprendente que los generales de Pakistán no estén exactamente
sumidos en la desesperación.
Sin embargo, Washington está
desesperado, ya que siente la necesidad urgente de hacer algo. Por lo
tanto, ¿qué es lo que hay que esperar desde ahora?
Hay que
esperar un festival de drones MQ-9 Reapers atacando a muerte Waziristán
del Norte. Lo que el presidente Barack Obama califica de instrumento de
“capacidades incomparables”, para los agricultores pastunes es un arma
de terror.
Hay que esperar un ataque tras el otro realizados desde una sala de control en la base Nellis de la fuerza aérea en Nevada.
Hay que esperar una serie de bombardeos estratégicos de misiles con un espectacular daño colateral.
Hay
que esperar más operaciones de “matar/capturar” de fuerzas especiales
ordenadas por el Comando Conjunto de Operaciones Especiales.
Hay
que esperar una nueva e inmensa Lista de Efectos Conjuntos Priorizados,
como en Afganistán; sin nombres, solo una lista de números de teléfonos
móviles o satelitales. Si ponen tu móvil en la lista por error, serás
liquidado por los Hellfire.
Hay que esperar una mortífera y
eterna venganza de los pastunes contra los estadounidenses que será tan
irreversible como la muerte y los impuestos.
Y por sobre todo, hay que esperar que una guerra de baja intensidad se volverá volcánica en cualquier momento.
Pepe Escobar es autor de “Globalistan: How the Globalized World is Dissolving into Liquid War” (Nimble Books, 2007) y “Red Zone Blues: a snapshot of Baghdad during the surge”. Su último libro es “Obama does Globalistan” (Nimble Books, 2009). Puede contactarse con él en: pepeasia@yahoo.com.
Fuente: Rebelion.org
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