El sangriento camino hacia Damasco
La guerra de la triple alianza contra un Estado soberano
| Traducción para Rebelión de Loles Oliván |
Introducción
Existen pruebas claras y contundentes de que el levantamiento para
derrocar al presidente al-Assad de Siria es un violento robo de poder
dirigido por combatientes apoyados desde el exterior que han matado y
herido a miles de soldados, policías y civiles sirios, a partidarios del
gobierno y de su oposición pacífica.
La indignación expresada por los políticos de Occidente y de los Estados del Golfo y en los medios de comunicación sobre el asesinato de pacíficos ciudadanos sirios que protestaban por la injusticia está
cínicamente planificada para encubrir los informes documentados de la
toma violenta de barrios, pueblos y ciudades a manos de bandas armadas
que blanden ametralladoras y colocan bombas en las márgenes de los
caminos.
La agresión a Siria está respaldada por fondos, armas y
formación extranjeros. Sin embargo, debido a la falta de apoyo interno,
y para tener éxito, será necesaria la intervención militar extranjera
directa. Por esa razón se ha montado una enorme campaña de propaganda y
diplomática con el fin de demonizar al legítimo gobierno sirio. El
objetivo es imponer un régimen títere y reforzar el control imperial
occidental en Oriente Próximo. A corto plazo, ello aislará aún más a
Irán en la preparación para un ataque militar de Israel y de Estados
Unidos y a la larga, eliminará otro régimen laico independiente amigo de
China y Rusia.
Con el fin de movilizar el apoyo del
mundo a esta toma de poder financiada por Occidente, Israel y los
Estados del Golfo, se han utilizado diversos ardides propagandísticos
que justifiquen otra violación flagrante de la soberanía de un país tras
su exitosa destrucción de los gobiernos laicos de Iraq y Libia.
El contexto más amplio: la agresión en serie
La actual campaña occidental contra el régimen independiente de
al-Assad en Siria forma parte de una serie de ataques contra los
movimientos pro democracia y contra los regímenes independientes desde
el Norte de África hasta el Golfo Pérsico. La respuesta
imperial-militarista al movimiento democrático egipcio que derrocó la
dictadura de Mubarak ha sido respaldar la toma de poder de la Junta
militar y la campaña criminal de encarcelar, torturar y asesinar a más
de 10.000 manifestantes a favor de la democratización.
Enfrentados a movimientos populares democráticos similares a los [de
otras partes] del mundo árabe, los dictadores autocráticos del Golfo
apoyados por Occidente aplastaron sus respectivos levantamientos en
Bahréin, Yemen y Arabia Saudí. La agresión se extendió al gobierno laico
de Libia, donde potencias de la OTAN lanzaron un bombardeo aéreo y
marítimo masivo en apoyo de las bandas armadas de mercenarios
destruyendo con ello la economía y la sociedad civil de Libia. El
despliegue de mercenarios mafiosos armados condujo a un ataque
despiadado contra la vida urbana en Libia y a la devastación del campo.
Las potencias de la OTAN eliminaron al régimen laico del coronel Gadafi y
a él mismo asesinándolo y mutilándolo sus mercenarios. La OTAN
supervisó las lesiones, el encarcelamiento, la tortura y la eliminación
de decenas de miles de civiles partidarios de Gadafi y funcionarios del
gobierno. La OTAN respaldó al régimen títere cuando éste se embarcó en
un sangriento pogromo contra ciudadanos libios de ascendencia
africano-subsahariana, así como contra trabajadores inmigrantes
africano-subsaharianos —grupos que se habían beneficiado de los
generosos programas sociales de Gadafi. La política imperial de arruinar
y gobernar en Libia sirve de “modelo” para Siria: crear las condiciones
para un levantamiento popular dirigido por los fundamentalistas
musulmanes, financiados y entrenados por mercenarios occidentales y los
Estados del Golfo.
El sangriento camino de Damasco a Teherán
De acuerdo con el Departamento de Estado, el camino a Teherán pasa por Damasco:
el objetivo estratégico de la OTAN es destruir al principal aliado de
Irán en Oriente Próximo; para las monarquías absolutistas del Golfo el
propósito es reemplazar una república laica por una dictadura teocrática
vasalla; para el gobierno turco el propósito es fomentar un régimen
dócil a los dictados de la versión del capitalismo islámico de Ankara;
para al-Qaida y los aliados fundamentalistas salafistas y wahabíes, un
régimen teocrático suní despojado de sirios laicos, alawíes y cristianos
servirá como trampolín para proyectar poder en el mundo islámico; y
para Israel, una Siria ensangrentada y dividida garantizará aún más su
hegemonía regional. No fue sin previsión profética que el sionista por
antonomasia estadounidense, senador Joseph Lieberman, exigiera días
después del ataque de al-Qaida del 11-S de 2001: “Primero tenemos que ir
a por Irán, Iraq y Siria” antes de considerar quiénes eran los
verdaderos autores de los hechos.
Las fuerzas armadas
anti-sirias reflejan una variedad de perspectivas políticas en conflicto
ligadas únicamente por su odio común al régimen nacionalista, laico e
independiente que ha gobernado la compleja y multiétnica sociedad siria
durante décadas. La guerra contra Siria es la principal plataforma de
lanzamiento para un resurgimiento del militarismo occidental que se
extienda desde el Norte de África hasta el Golfo Pérsico, apoyada por
una campaña sistemática de propaganda que proclama la misión
democrática, humanitaria y “civilizadora” de la OTAN en nombre del
pueblo sirio.
El camino a Damasco está lleno de mentiras
Un análisis objetivo de la composición política y social de los
principales combatientes armados en Siria desmiente cualquier afirmación
de que el levantamiento persiga la democracia para el pueblo de ese
país. La columna vertebral de la insurrección está integrada por
combatientes fundamentalistas autoritarios. Los propios Estados del
Golfo que financian a estos matones brutales son monarquías
absolutistas. Tras haber endosado un brutal régimen de gánsteres al
pueblo de Libia, Occidente no puede reclamar ninguna “intervención
humanitaria”.
Los grupos armados se infiltran en las ciudades y
se sirven de los centros de población como escudos desde los que lanzan
sus ataques contra las fuerzas del gobierno. En el proceso, expulsan a
miles de ciudadanos de sus hogares, tiendas y oficinas que utilizan como
puestos militares avanzados. La destrucción del barrio de Baba Amr en
Homs es un caso clásico de bandas armadas que utilizan a civiles como
escudos y como carne de cañón para la propaganda en la demonización del
gobierno.
Esos mercenarios armados no tienen credibilidad
nacional entre la masa del pueblo sirio. Una de sus principales fábricas
de propaganda se encuentra en el corazón de Londres, el denominado
“Observatorio Sirio de Derechos Humanos”, desde donde se coordina
estrechamente con los servicios de inteligencia británicos produciendo
historias espeluznantes y atroces para agitar el sentimiento a favor de
una intervención de la OTAN. Los reyes y los emires de los Estados del
Golfo proporcionan estos combatientes. Turquía proporciona las bases
militares y controla el flujo transfronterizo de armas y el movimiento
de los dirigentes del llamado “Ejército Sirio Libre”. Estados Unidos,
Francia e Inglaterra ofrecen las armas, el entrenamiento y la cobertura
diplomática. Yihadistas fundamentalistas extranjeros, incluyendo
combatientes de al-Qaida en Libia, Iraq y Afganistán, han entrado en el
conflicto. Esto no es una “guerra civil”. Es un conflicto internacional
que enfrenta a una infame triple alianza de los imperialistas de la
OTAN, los déspotas de los Estados del Golfo y fundamentalistas
musulmanes en contra de un régimen nacionalista laico independiente. El
origen extranjero de las armas, de la maquinaria de propaganda y de los
combatientes mercenarios revela el siniestro carácter imperial y
“multinacional” del conflicto. En última instancia el violento
levantamiento contra el Estado sirio supone una campaña imperialista
sistemática para derrocar a un aliado de Irán, de Rusia y de China, aun a
costa de destruir la economía y la sociedad civil de Siria, de
fragmentar el país y de desencadenar prolongadas guerras sectarias de
exterminio contra las minorías alawíes y cristianas, así como contra los
partidarios del gobierno laico.
Los asesinatos y la huida
masiva de refugiados no son el resultado de la violencia gratuita
cometida por un Estado sirio sediento de sangre. Las milicias
respaldadas por Occidente han cercado barrios por la fuerza de las
armas, destruido oleoductos, saboteado el transporte y bombardeado
edificios gubernamentales. En el curso de sus ataques han desbaratado
servicios básicos esenciales para el pueblo sirio como la educación, el
acceso a la atención médica, la seguridad, el agua, la electricidad y el
transporte. Por lo tanto, en ellos recae la mayor parte de la
responsabilidad por esta “catástrofe humanitaria” (de la que sus aliados
imperiales y los funcionarios de la ONU culpan a la seguridad y a las
fuerzas armadas sirias). Las fuerzas de seguridad sirias están
combatiendo para preservar la independencia nacional de un Estado laico,
mientras que la oposición armada ejerce violencia en nombre de sus amos
extranjeros que le pagan desde Washington, Riad, Tel Aviv, Ankara y
Londres.
Conclusiones
El referéndum al régimen
de al-Assad el mes pasado atrajo a millones de votantes sirios
desafiando las amenazas imperialistas occidentales y los llamamientos
terroristas de boicot. Ello indica claramente que la mayoría de los
sirios prefieren una solución pacífica y negociada, y que rechazan la
violencia mercenaria. El Consejo Nacional Sirio respaldado por Occidente
y el “Ejército Sirio Libre” armado por Turquía y por los Estados del
Golfo han rechazado de plano los llamamientos de Rusia y China para un
diálogo abierto y negociaciones que el régimen de al-Assad ha aceptado.
La OTAN y las dictaduras de los Estados del Golfo están empujando a sus
representantes a luchar por un violento “cambio de régimen”, una
política que ya ha causado la muerte de miles de sirios. Las sanciones
económicas de Estados Unidos y Europa están diseñadas para destruir la
economía siria a la espera de que la intensa privación impulse a una
población empobrecida a los brazos de sus violentos subsidiarios. En una
repetición del escenario de Libia, la OTAN propone “liberar” al pueblo
sirio destruyendo su economía, su sociedad civil y su Estado laico.
Una victoria militar occidental en Siria únicamente alimentará el
creciente frenesí del militarismo. Alentará a Occidente, a Riad y a
Israel a provocar una nueva guerra civil en Líbano. Después de destruir
Siria, el eje Washington-UE-Riad-Tel Aviv avanzará a una confrontación
mucho más sangrienta contra Irán.
La horrible destrucción de
Iraq, seguida del colapso posbélico de Libia proporciona un patrón
aterrador de lo que le espera al pueblo sirio: un abrupto
desmoronamiento de su nivel de vida, la fragmentación de su país, la
depuración étnica, el gobierno sectario y fundamentalista de bandas
mafiosas y la inseguridad total de la vida y de la propiedad.
Al igual que los “izquierdistas” y “progresistas” declararon que el
brutal ataque despiadado contra Libia era la “lucha revolucionaria de
demócratas insurgentes” alejándose después y lavándose las manos de la
sangrienta secuela que ha dejado la violencia étnica contra los libios
negros, repiten los mismos llamamientos a favor de una intervención
militar contra Siria. Los mismos liberales, progresistas, socialistas y
marxistas que están pidiendo a Occidente que intervenga en la “crisis
humanitaria” de Siria desde sus cafés y sus oficinas en Manhattan y en
París, perderán todo interés por la orgía sangrienta de sus victoriosos
mercenarios después de que Damasco, Alepo y otras ciudades sirias hayan
sido bombardeadas por la OTAN hasta la rendición.
James Petras: La revuelta árabe y el contraataque imperialista (en inglés), Clarity Press: Atlanta 2012, segunda edición.
Fuente: Rebelion.org


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