¿Por qué en el siglo XXI el petróleo acabará con la banca y con el planeta?
Un mundo sin petróleo fácil
TomDispatch.com
| Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández |
Los precios del
petróleo son ahora más altos que nunca, exceptuando varios momentos
frenéticos que se produjeron antes del colapso económico mundial de
2008. Muchos factores inmediatos están contribuyendo a ese incremento de
los precios, incluidas las amenazas de Irán de bloquear el transporte
marítimo del petróleo en el Golfo Pérsico, los temores a una nueva
guerra en el Oriente Medio y la agitación que vive Nigeria, un país rico
en petróleo. Algunas de estas presiones podrían debilitarse en los
próximos meses, proporcionando un alivio temporal a los surtidores de
las gasolineras. Pero la causa principal de los altos precios –una
transformación fundamental en la estructura de la industria petrolera-
no pueden cambiarse y por esa razón los precios del petróleo están
condenados a seguir siendo altos durante un largo tiempo.
En
términos energéticos, estamos entrando ahora en un mundo cuya aciaga
naturaleza todavía no comprendemos bien. Este cambio fundamental ha
venido dado por la desaparición del petróleo relativamente accesible y
barato, el “petróleo fácil”, en la terminología utilizada por los
analistas de la industria; es decir, el tipo de petróleo que permitió
una expansión sorprendente de la riqueza global durante los últimos 65
años y la creación de innumerables comunidades suburbanas basadas en el
automóvil. Ese petróleo casi ha desaparecido.
El mundo alberga
aún grandes reservas de petróleo, pero resultan difíciles de alcanzar,
difíciles de refinar, porque pertenecen a la variedad “petróleo
difícil”. A partir de ahora, cada barril que consumamos será aún más
costoso de extraer, más costoso de refinar y mucho más caro en las
gasolineras.
Todos esos que afirman que el mundo sigue estando
“inundado” de petróleo tienen razón a nivel técnico: el planeta alberga
todavía reservas inmensas de petróleo. Pero a los propagandistas de la
industria petrolera se les olvida subrayar que no todas las reservas de
petróleo son iguales: algunas están situadas cerca de la superficie o
cerca de la costa y se encuentran en rocas porosas y blandas; otras
están situadas en el profundo subsuelo, lejos de la costa o atrapadas en
duras formaciones rocosas. Los primeros lugares son fáciles de explotar
y producen un combustible líquido que puede fácilmente refinarse en
líquidos utilizables; las segundas reservas solo pueden explotarse
mediante técnicas costosas y medioambientalmente arriesgadas y, a
menudo, acaban convirtiéndose en un producto que debe procesarse de
forma compleja antes de poder empezar a refinarlo. La sencilla verdad es
esta: la mayor parte de las reservas fáciles de petróleo del mundo
están ya agotadas, excepto las que se encuentran en países asolados por
la guerra como Iraq. Prácticamente todo el petróleo que queda se halla
en reservas sólidas difíciles de alcanzar. Entre estas últimas podríamos
incluir el petróleo que se encuentra en las profundidades marinas lejos
de la costa, el petróleo del Ártico y el petróleo de esquisto
bituminoso, además de las “arenas petrolíferas” de Canadá, que no están
compuestas en absoluto de petróleo, sino de fango, arena y betún
parecido al alquitrán. Las llamadas reservas no convencionales de ese
tipo pueden explotarse pero a un precio a menudo escandaloso, no solo en
dólares sino también en daños al medio ambiente.
En el negocio
petrolero, el presidente y director ejecutivo de Chevron, David
O’Reilly, fue el primero en reconocer esta realidad en una carta
publicada en 2005 en muchos periódicos estadounidenses. “Una cosa está
clara”, escribió, “que la era del petróleo fácil se ha acabado”. No solo
están agotándose muchos de los campos petrolíferos, señalaba, sino que
“los nuevos descubrimientos energéticos se están produciendo
principalmente en lugares donde los recursos son difíciles de extraer a
nivel tanto físico como económico e incluso políticamente”.
La
Agencia Internacional de la Energía (AIE) proporcionó en 2010 nuevas
pruebas de este cambio en una revisión de las prospecciones petrolíferas
mundiales. Al preparar el informe, la Agencia examinó las reservas
históricas en los mayores campos productivos del mundo: el “petróleo
fácil” del que el mundo aún depende para la mayor parte de sus
necesidades energéticas. Los resultados fueron impactantes: se esperaba
que esos campos perdieran las tres cuartas partes de su capacidad
productiva en los próximos 25 años, perdiéndose 52 millones de barriles
al día de los suministros petrolíferos del planeta, es decir, alrededor
del 75% de la actual producción mundial de crudo. Las implicaciones eran
sorprendentes: o se encontraba petróleo nuevo para sustituir esos 52
millones de barriles o la Edad del Petróleo llegaría pronto a su fin y
la economía mundial se vendría abajo.
Desde luego, como dejó
claro la AIE en 2010, habrá petróleo nuevo, pero solo de la variedad
difícil que nos hará pagar un duro precio a todos nosotros y también al
planeta. Para comprender bien las implicaciones de nuestra creciente
dependencia del petróleo difícil, merece la pena hacer una gira
relámpago por algunos de los lugares más espeluznantes y dañados de la
Tierra. Así pues, abróchense los cinturones: primero, salimos hacia el
mar –allá vamos - para investigar el “prometedor” nuevo mundo del
petróleo del siglo XXI.
Petróleo en aguas profundas
Las compañías petroleras han estado durante un tiempo llevando a cabo
perforaciones en zonas de alta mar, especialmente en el Golfo de México y
el Mar Caspio. Sin embargo, hasta hace poco, esos esfuerzos tenían
lugar invariablemente en aguas relativamente poco profundas –a lo sumo,
varios cientos de pies- lo que permitía que las compañías petroleras
utilizaran perforadoras montadas sobre embarcaderos extendidos. Pero la
perforación en aguas profundas, en profundidades que superan los 1.000
pies, es un tema muy distinto. Necesita plataformas de perforación
especializadas, sofisticadas e inmensamente costosas cuya preparación
puede alcanzar miles de millones de dólares.
El Deepwater
Horizon, que quedó destruido en el Golfo de México en abril de 2010 como
consecuencia de una explosión, es un ejemplo bastante típico de este
fenómeno. El navío fue construido en 2001 y costó alrededor de 500
millones de dólares y un millón de dólares al día en equipo y
mantenimiento. En parte como consecuencia de estos altos costes, BP
tenía prisa en acabar de trabajar en su malhadado pozo de Macondo y
mover el Deepwater Horizon a otro lugar de perforación. Muchos analistas
creen que esas consideraciones financieras explican la prisa con la que
la tripulación del navío selló el pozo, provocando una fuga de gases
que produjeron la consiguiente explosión. BP tendrá ahora que pagar
alrededor de 30.000 millones de dólares más para satisfacer todas las
reclamaciones por el daño causado por el derrame masivo de petróleo.
Tras el desastre, la administración Obama impuso una prohibición
temporal a las perforaciones mar adentro. Pero apenas dos años después,
las perforaciones en las aguas profundas del Golfo han vuelto de nuevo a
los niveles anteriores al desastre. El Presidente Obama ha firmado
también un acuerdo con México para que permita las perforaciones en la
parte más profunda del Golfo, a lo largo de la frontera marítima entre
EEUU y México.
Mientras tanto, en otros lugares las
perforaciones en aguas profundas se aceleran a toda marcha. Por ejemplo,
Brasil se está moviendo para explotar sus campos “pre-sal” (denominados
así porque se encuentran bajo una capa de sal movediza) en las aguas
del Océano Atlántico, lejos de la costa de Río de Janeiro. Nuevos campos
mar adentro están también desarrollándose de forma parecida en las
aguas profundas frente a Gana, Sierra Leona y Liberia.
El
analista de la energía John Westwood dice que, en 2020, esos campos
situados en aguas profundas suministrarán el 10% del petróleo del mundo,
desde solo el 1% en 1955. Pero esa producción añadida no será barata:
desarrollar la mayor parte de esos campos nuevos costará decenas o
cientos de miles de millones de dólares, y solo serán rentables mientras
el petróleo se siga vendiendo a 90$ o más el barril.
Los campos
situados en las aguas profundas de Brasil, considerados por algunos
expertos el más prometedor descubrimiento de este siglo, serán
especialmente caros porque se encuentran por debajo de una milla y media
de agua y dos millas y media de arena, roca y sal. Será necesario el
más avanzado y costoso equipamiento de perforación, parte del cual
todavía está pendiente de desarrollarse. Petrobras, la firma energética
bajo control estatal, ha comprometido ya 53.000 millones de dólares en
el proyecto para el período 2011-2015, y la mayoría de los analistas
creen que tan solo supondrá un modesto pago inicial en el sorprendente
coste final.
El petróleo del Ártico
Se espera que
el Ártico proporcione una porción importante del suministro de petróleo
del mundo futuro. Hasta muy recientemente, la producción que se podía
obtener en el lejano norte era muy limitada. Aparte del área de la Bahía
de Prudhoe, en Alaska, y una serie de campos en Siberia, las compañías
más importantes habían dado bastante de lado la región. Pero ahora, al
ver las escasas opciones existentes, están preparándose para incursiones
más importantes en un Ártico en deshielo.
Desde cualquier
perspectiva, el Ártico es el último lugar donde alguien querría ir a
perforar para obtener petróleo. Las tormentas son frecuentes y las
temperaturas en invierno terroríficas. Los equipos normales no pueden
trabajar en esas condiciones. Es necesario sustituirlos por materiales
muy especializados y costosos. Los equipos de trabajadores no pueden
vivir mucho tiempo allí. Y es preciso traer desde muy lejos, desde miles
de kilómetros y a un coste desorbitado, los más básicos suministros de
alimento, combustible y materiales de construcción.
Pero el
Ártico tiene también su atractivo: para ser exactos, miles de millones
de barriles de petróleo sin explorar. Según US Geological Survey (USGS),
el área norte del Círculo Ártico, con solo el 6% de la superficie del
planeta, contiene alrededor del 13% del petróleo que queda (y una
porción aún mayor de gas natural sin desarrollar, cifras que ninguna
otra región puede igualar).
Con muy pocos lugares a donde ir,
las principales compañías energéticas están ahora preparandose para
hacer acopio de energía y explotar las riquezas del Ártico. Se espera
que este verano la Royal Dutch Shell empiece a hacer perforaciones en
zonas de los Mares de Beaufort y Chukchi, adyacentes al norte de Alaska.
(La administración Obama debe aún concederles los últimos permisos para
llevar a cabo esas actividades, pero se espera que finalmente dé el
visto bueno).
Al mismo tiempo, Statoil y otras firmas están planeando extensas perforaciones en el Mar de Baring, al norte de Noruega.
Con todos esos escenarios energéticos extremos, incrementar la
producción en el Ártico encarecerá los costes operativos de las
compañías petroleras. Shell, por ejemplo, ha gastado ya 4.000 millones
de dólares solo en los preparativos para pruebas de perforación en aguas
de Alaska sin haber producido ni un solo barril de petróleo. El
desarrollo a escala total de esa región, tan ecológicamente frágil, al
que se oponen ferozmente los ecologistas y los pueblos nativos,
multiplicará esa cifra muchas veces.
Las arenas de alquitrán y el petróleo difícil
Se espera que otra porción importante de los futuros suministros
mundiales de petróleo venga de las arenas de alquitrán canadiense
(también llamadas “arenas bituminosas”) y el petróleo extrapesado de
Venezuela. Nada de eso es petróleo según lo que normalmen te entendemos
por tal. Al no ser el estado líquido su estado natural, no puede
extraerse por los métodos tradicionales de perforación aunque existe de
forma abundante. Según USGS, las arenas bituminosas de Canadá contienen
el equivalente a 1.700 billones de barriles de petróleo convencional
(líquido), mientras se dice que los depósitos de petróleo pesado de
Venezuela albergan otro billón de barriles de petróleo equivalente,
aunque no todo este material es “recuperable” con la tecnología
existente.
Quienes afirman que la Edad del Petróleo está lejos
de acabarse, señalan a menudo hacia estas reservas como prueba de que el
mundo puede aún aprovechar inmensos suministros de combustibles fósiles
sin explotar. Y puede ciertamente concebirse que, con la aplicación de
tecnologías avanzadas y con la más absoluta de las indiferencias ante
las consecuencias medioambientales, podrán cosecharse en efecto tales
recursos. Pero no se trata ya de petróleo fácil.
Hasta ahora se
habían obtenido las arenas bituminosas de Canadá a través de un proceso
parecido a la minería a cielo abierto, utilizando excavadoras
monstruosas para obtener tales arenas en la rica provincia de Alberta,
arenas que ya están agotadas, lo que significa que todas las futuras
extracciones requerirán de procesos mucho más complejos y costosos.
Se hará necesario inyectar vapor en las concentraciones profundas para
derretir el betún y que pueda extraerse mediante bombas enormes. Esto
requiere de una inversión colosal en infraestructuras y energía, así
como la construcción de instalaciones para el tratamiento de todos los
deshechos tóxicos resultantes. Según el Instituto de la Investigación de
la Energía de Canadá, el desarrollo total de las arenas bituminosas de
Alberta necesitará de una inversión mínima de 218.000 millones de
dólares durante los próximos 25 años, y ahí no se incluiría el coste de
la construcción de oleoductos hasta EEUU (como el propuesto Keystone XL)
para su procesamiento en los refinerías estadounidenses.
El
desarrollo del petróleo pesado de Venezuela requerirá de inversiones a
una escala comparable. Se cree que el cinturón del Orinoco, una
concentración especialmente densa de petróleo pesado contiguo al río
Orinoco, contiene reservas recuperables de 513.000 millones de barriles
de petróleo, quizá la mayor fuente de petróleo sin explotar en el
planeta. Pero convertir esta forma de betún, que parece melaza, en un
líquido utilizable supera con mucho la capacidad técnica o los recursos
financieros de la compañía petrolera estatal. En consecuencia, Petróleos
de Venezuela SA está ahora buscando socios extranjeros dispuestos a
invertir los 10.000-20.000 millones de dólares necesarios solo para
constr uir las instalaciones básicas.
Los costes ocultos
Son esas reservas de petróleo difícil las que podrían proporcionar la
mayor parte del petróleo nuevo del mundo en los próximos años. Pero hay
una cosa muy clara: aunque esas reservas pudieran sustituir en nuestras
vidas al petróleo fácil, el coste de todo lo relativo al petróleo, ya
sea el bombeo de gas, los productos basados en el petróleo, los
fertilizantes, todo aquello en lo que se basa nuestra vida, subirá
enormemente. Vayan haciéndose a la idea. Si las cosas siguen
discurriendo como se ha planeado hasta ahora, estaremos endeudados con
las grandes petroleras durante décadas.
Y esos son solo los
costes más obvios en una situación en la que abundan los costes ocultos,
especialmente para el medio ambiente. Al igual que en el desastre del
Deepwater Horizon, la extracción de petróleo en aguas profundas en mar
abierto y otros lugares geográficamente extremos supondrá mayores
riesgos para el medio ambiente. Después de todo, en el Golfo de México
se vertieron cinco millones de galones de petróleo gracias a la
negligencia de BP, causando enormes daños en la fauna marina y en los
habitats costeros.
Tengan en mente que, aún con todo lo
catastrófico que fue, la catástrofe se produjo en el Golfo de México, un
espacio donde fue posible movilizar amplias fuerzas para las labores de
limpieza y donde la capacidad de recuperación natural del ecosistema
era fuerte. El Ártico y Groenlandia representan ambos una historia muy
diferente, dada la distancia en que se hallan de las capacidades de
recuperación establecidas y la vulnerabilidad extrema de sus
ecosistemas. Los esfuerzos para recuperar esas zonas en caso de vertidos
masivos de petróleo costarían muchas veces los 30.000-40.000 millones
de dólares que se espera que BP pague por los daños del Deepwater
Horizon, y sería mucho menos eficaz.
Además de todo lo anterior,
muchos de los más prometedores campos de petróleo difícil están en
Rusia, en la cuenca del Mar Caspio y en zonas conflictivas de África.
Para poder operar en esas zonas, las compañías petroleras tendrán que
enfrentarse no solo a los previsibles altos costes de extracción sino
también a costes adicionales que supondrán sistemas locales de soborno y
extorsión, sabotajes por parte de grupos guerrilleros y consecuencias
de conflicto civil.
Y no olviden el coste final: Si todos esos
barriles de petróleo y de sustancias similares al petróleo se producen
realmente en los sitios menos atractivos del planeta, entonces, durante
las próximas décadas vamos a seguir quemando combustibles fósiles de
forma masiva creando más gases de efecto invernadero como si no
existiera el mañana. Y aquí va ahora la triste verdad: Si seguimos
adelante por la senda del petróleo difícil en vez de invertir
masivamente en energías alternativas, ya podemos olvidarnos de evitar
las consecuencias más catastróficas en un planeta cada vez más cálido y
turbulento.
Así pues, sí, hay petróleo por ahí. Pero no lo vamos
a conseguir más barato, no importa cuánto haya. Y sí, las compañías
petroleras pueden obtenerlo, pero, si lo miramos de forma realista,
¿quién lo querría para sí a ese coste?
Michael T. Klare es
profesor de estudios por la paz y la seguridad mundial en el Hampshire
College y colaborador habitual de TomDispatch. Acaba de publicar The Race for What's Left: The Global Scramble for the World's Last Resources (Metropolitan Books).
http://www.tomdispatch.com/post/175515/tomgram%3A_michael_klare%2C_why_high_gas_prices_are_here_to_stay/#more
Fuente: Rebelion.org


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