El trasfondo económico de la disputa chino-japonesa
Financial Times

Todo esto nos recuerda que disputas aparentemente menores
pero altamente emotivas pueden acabar desencadenando acciones que tengan
consecuencias negativas de gran alcance para todos. Ambos bandos
necesitan relegar esta disputa a un lugar secundario, que es donde
debería estar.
Todo esto nos recuerda que disputas aparentemente menores
pero altamente emotivas pueden acabar desencadenando acciones que tengan
consecuencias negativas de gran alcance para todos. Ambos bandos
necesitan relegar esta disputa a un lugar secundario, que es donde
debería estar.
Las protestas
antijaponesas en China en relación a la disputa de las islas
Senkaku/Diaoyu se han ido apagando gradualmente. Pero si tenemos en
cuenta que sigue habiendo en la zona buques taiwaneses y chinos en busca
de problemas, y que es probable que se produzcan más provocaciones,
bastará cualquier roce para que los ánimos se enciendan de nuevo.
Ni
los líderes chinos ni los japoneses se encuentran en este momento en
buena posición para manejar una confrontación prolongada, dadas las
presiones que reciben para revivir sus respectivas economías. Políticamente, ambos bandos no pueden permitirse distracciones en un
momento en que Beijing trata de poner fin a un complejo proceso de
traspaso de poderes que tiene lugar una vez por década, mientras que en
Tokyo la escena política es confusa, pues se están preparando unas
nuevas elecciones. Ninguno de los dos bandos tampoco puede permitirse
dar la imagen de estar dejándose influir por presiones nacionalistas.
Los
más ecuánimes en China y Japón comprenden que hay mucho que ganar en
fomentar vínculos económicos más estrechos y en enfriar la tensión.
Ambos bandos pueden recurrir a un olvido benevolente para posponer
cuestiones con una fuerte carga emocional hasta que los sentimientos
permitan un descenso de la animosidad. Este es un método que la China
continental y Taiwan han empleado con cierto éxito los últimos años.
Está
claro que tanto China como Japón saldrían perdiendo si la disputa acaba
provocando una ruptura de relaciones que interrumpa la producción y
provoque boicots. El comercio bilateral entre ambos países se ha
triplicado durante la última década, hasta llegar a superar los 340.000
millones de dólares. Hoy, China es el mayor mercado de exportación para
el Japón, y durante los últimos años las inversiones japonesas han
llegado a duplicar las de EE.UU. y Corea del Sur. Parece obvio que ambos
bandos tienen más que perder si interrumpen sus relaciones económicas
de lo que podrían ganar controlando unas pocas islas sin importancia.
Pero si prevalece la retórica combativa y los gestos políticos
ostentosos, entonces el cálculo económico podría pasar de cómo proteger
el beneficio mutuo a evaluar qué bando quedará más dañado en caso de
recurrir a represalias económicas.
Japón tiene una presencia
económica mucho más importante en el mercado doméstico chino que
viceversa. Las cadenas de restaurantes japoneses son bastante populares y
sus tiendas minoristas venden de todo a los chinos, desde coches a
aparatos electrónicos; no obstante, muchos consumidores chinos no
considerarían un sacrificio excesivo cambiarse a otras marcas europeas o
del resto de Asia. En este aspecto, Japón podría ser más vulnerable a
una interrupción del comercio o a un boicot. No obstante, China también
acabaría perdiendo –la mayoría de esos bienes son producidos por
compañías de propiedad china con trabajadores y materias primas locales-
por lo que los efectos secundarios también se cobrarían su tributo
sobre los intereses chinos.
Las consecuencias más importantes, en
términos de impacto sobre el crecimiento, afectarían a la
complementariedad entre los dos países en la red productiva de Asia
Oriental. China, en su condición de planta de producción del mundo,
puede que sea el rostro visible de esta red, pero la mayor parte de los
componentes sofisticados que son montados en sus cadenas de
procesamiento tienen su origen en el Japón. Por otra parte, China se ha
beneficiado largamente de los puestos de trabajo generados por las
industrias orientadas a la exportación. Y tanto China como Japón han
prosperado debido a que esa organización explota las ventajas relativas
de ambos, las cuales les han permitido especializarse y conseguir
economías de escala. El gran superávit comercial de China con occidente,
en parte provocado por esta estructura en red, ha fomentado
considerables tensiones con los EE.UU. Pero a menudo se pasa por alto
que Japón se lleva en forma de valor añadido una gran parte de este
superávit comercial.
Resulta más complicado evaluar los costes
relativos si la red de producción queda supeditada a la disputa por las
islas, porque también están implicados otros países cuyos roles están
cambiando. China tiene cada vez más capacidad de operar tanto en los
niveles altos como en los bajos del espectro tecnológico. En el pasado,
su abundancia de mano de obra y su relativo atraso tecnológico, le
otorgaba mayor ventaja en sectores que requerían mucha mano de obra.
Pero costes salariales en rápido aumento, la apreciación del renminbi y
una mano de obra en disminución le ha empujado a competir en el extremo
más elevado de la cadena de valor. Gracias a una agresiva mejora de su
capacidad tecnológica y de una solidificación de su infraestructura,
China ha reforzado su posición en líneas de producción que requieren
trabajo más cualificado.
Aspectos como el aumento de los costes
del transporte y las complejidades de una red de suministro dispersa
están también animando a firmas que anteriormente traían componentes del
extranjero a integrar más su producción dentro de las fronteras chinas.
A medida que compañías chinas altamente tecnificadas, como Huawei, se
van expandiendo, sus vínculos locales se han ido profundizando. Durante
la pasada década, las importaciones y exportaciones asociadas a la
industria de procesamiento han caído aproximadamente diez puntos
porcentuales dentro del total a medida que la producción se ha ido
integrando dentro de China. El resultado final es que existen fuerzas
que están empujando a China a convertirse más en un competidor con Japón
dentro de la red de producción que en un socio complementario.
Consideraciones
regionales, tanto económicas como comerciales, también influyen en los
cálculos. Ambos países compiten por el acceso a recursos, desde
hidrocarburos a metales base. La tensión bilateral crece cada vez que se
cierra un acuerdo, como por ejemplo cuando se determina la ruta para el
oleoducto ruso que suministra a Asia o cuando se conceden contratos de
extracción minera en Myanmar. En tanto que economía madura, el
crecimiento de Japón depende menos de los recursos que el de China. Pero
su vulnerabilidad no es menor, si consideramos factores especiales como
la posición cuasi-mopolística de China en la producción de tierras
raras, las cuales son vitales para las más sofisticadas líneas de
producción del Japón.
También es importante la forma en que ambos
bandos administran unos acuerdos comerciales cargados de implicaciones
políticas. Japón podría considerar que uniéndose a la Asociación Trans
Pacífica se acercaría a un bloque de comercio liderado por América que
serviría de barrera contra el creciente complejo económico chino. Pero
esto, combinado con el „giro“ americano hacia Asia, podría confirmar la
dudas de los chinos partidarios de la línea dura, los cuales podrían
sospechar que todo esto formaría parte de una política de „contención“, y
que unos vínculos económicos más fuertes con Japón podrían no valer la
pena.
Todo esto nos recuerda que disputas aparentemente menores
pero altamente emotivas pueden acabar desencadenando acciones que tengan
consecuencias negativas de gran alcance para todos. Ambos bandos
necesitan relegar esta disputa a un lugar secundario, que es donde
debería estar.
Traducido para Eurasianhub por el historiador Javier Romero
Fuente: Rebelion.org
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