Estados Unidos y la Unión Europea ambicionan un eje con Brasil
Ria Novosti
Quien
engaña, encontrará siempre quien se deje engañar, todos verán lo que
aparenta y pocos lo que es, y estos pocos no se atreverán a ponerse en
contra de la mayoría (Nicolás Maquiavelo, “El Príncipe, capítulo XIII”)
La
crisis que debilita más la economía de los Estados Unidos, a pesar de
los pronósticos de recuperación propagados por la prensa globalizada, la
ausencia del crecimiento en Alemania, Francia, el Reino Unido y la
depresión que sufre la Europa periférica están empujando tanto a
Washington como Bruselas a buscar su cinturón de salvación en América
Latina aunque esta se hunda para lograrlo.
Ya en 2004 el actual
secretario de Estado John Kerry proclamó durante su campaña electoral
presidencial la necesidad de construir “Nueva Comunidad de las Américas”
para lograr la integración a base del mercado libre y la explotación de
recursos naturales en el Hemisferio Occidental en conjunto. En este
contexto Brasil, con sus incalculables recursos naturales, industria
avanzada, poderoso complejo agroindustrial y con una red de institutos
de investigación científica, que prácticamente están a la par con los
europeos y norteamericanos. Para los “iluminados” globalizadores este
país representa una joya dorada capaz de facilitarles a encontrar la luz
para salir del túnel de la crisis económica. El plan de Washington
consiste en crear un “Eje” económico, financiero, político y militar con
Brasil, lo que no se pudo lograr durante el gobierno de Luiz Inácio
Lula da Silva (2003-2011) debido a su toque de gobierno nacionalista y
populista. Según cálculos norteamericanos, una alianza con Brasil
debilitaría inmediatamente MERCOSUR, UNASUR y daría un golpe mortal al
ALBA. Con esto se acabaría el proceso de integración latinoamericana
iniciada por Hugo Chávez.
La visita de Barack Obama a Brasilia y
Río de Janeiro en marzo de 2011 tenía el propósito de encontrar puntos
comunes respecto al comercio, cooperación en energía, seguridad además
de otros aspectos económicos y financieros. En aquel entonces los medios
de comunicación globalizados tanto brasileños como norteamericanos
hablaron de la gran impresión que produjo Barack Obama en Brasil y lo
recibieron como un héroe. De paso hablaron de la posibilidad de renovar
la flota de aviones de la Fuerza Aérea brasileña con los aparatos
norteamericanos F/A-18 Super Hornet en vez de los franceses Rafale que
prefería Lula da Silva. Así se inició el proceso de la seducción. En
abril de 2012 la presidenta Dima Rousseff viajó a Washington para
profundizar el diálogo con los Estados Unidos tratando de reconstruir
los vínculos con Norteamérica y suavizar las divergencias heredadas de
Luiz Lula da Silva.
Los norteamericanos se dieron cuenta que no
había tiempo que perder y en mayo 2013 el vicepresidente de EE.UU. Joe
Biden apareció en Brasilia anunciando la “nueva era” en relaciones entre
Washington y Brasil. Aprovechó su estadía para elogiar la labor de la
presidenta por su “capacidad mágica” para no caer “como otros países”,
es decir Venezuela, Ecuador, Bolivia, Nicaragua y Argentina, en el
“falso dilema” entre democracia y desarrollo. Con el estilo adulón que
precedió a tantas caídas de tantos líderes en el mundo, Biden afirmó que
“La magia de lo que ocurre aquí, la parte más increíble de la historia
del Brasil en los últimos 15 años, es que ustedes le demuestran al
mundo, y una buena parte del mundo está luchando contra ese problema, es
que no es necesaria la falsa elección entre el desarrollo y la
democracia”.
Lo que no quiso decir Biden o simplemente no estaba
al tanto que existen muchos estudios que aportan pruebas que la
democracia no significa necesariamente el desarrollo y el último es
posible inclusive en los sistemas autoritarios. En el año 2000 el ex
presidente del Banco Mundial (WB) James Wolfensohn cuestionó la tesis
del ex presidente del Fondo Monetario Internacional (IMF), Michel
Camdessus que “la globalización es el mejor camino para perfeccionar la
democracia y mejorar las condiciones humanas en el mundo”. Para
Wolfensohn, “a pesar de la globalización el mundo no es mejor que en
1970 y en América Latina el vacío entre los pobres y ricos había
aumentado dramáticamente”.
Mientras tanto las relaciones entre
EE.UU. y Brasil han empezado un vertiginoso proceso de ascensión. Para
facilitar el acercamiento con Norteamérica ya en 2011 Dilma Rousseff
nombró al ex embajador brasileño en Estados Unidos Antonio Patriota,
quien estableció excelentes relaciones con el departamento de Estado
mientras estaba en Washington, el ministro de Relaciones Exteriores. En
julio pasado Antonio Patriota coordinó la llegada del secretario de
Estado John Kerry a Brasilia quien finalmente hizo una visita relámpago
primero, a uno de los mejores aliados norteamericanos en Latinoamérica,
Colombia, para desplazarse después a Brasil. Lo interesante de esta
visita es que el secretario de Estado no se inmutó frente al escándalo
de espionaje cibernético denunciado por el ex técnico de la Agencia de
Seguridad Nacional (NSA), Edward Snowden sobre la existencia de los
bases de espionaje electrónico en Bogotá, Caracas, México City, Panamá
City y en Brasilia.
Según el diario brasileño O Globo, los
brasileños fueron los más espiados por la NSA y la CIA después de los
norteamericanos, llegando a más de 2,300 millones de mensajes y llamadas
interceptadas. Las protestas de Antonio Patriota por el “atentado
contra la soberanía del país” y las exigencias de la presidenta Dilma
Rousseff de “clarificar la extensión del programa de interceptación de
comunicaciones electrónicas y telefónicas de brasileños” fueron
simplemente ignoradas por John Kerry. El secretario de Estado
simplemente defendió el “espionaje preventivo” argumentando que “se
realiza dentro de las leyes” para “garantizar la seguridad de Estados
Unidos y la seguridad del mundo en general”.
En otras palabras,
esto significa que los Estados Unidos ya se consideran con suficiente
autoridad para imponer al mundo entero sus leyes sin consulta previa con
los habitantes si están de acuerdo o no y que actualmente se
autoproclama como el máximo responsable de la seguridad en el planeta
sin que nadie se lo pida. Lo trágico de la situación es que los de la
Unión Europea lo aceptaron como un mal necesario para preservar
supuestamente su seguridad sacrificando al mismo tiempo la democracia.
La mayoría de los países latinoamericanos, a excepción de los miembros
del ALBA y Argentina, también tomaron la misma actitud como si no pasara
nada cerrando los ojos a la pérdida de su soberanía o simplemente
aceptándola como un hecho consumado.
Los incondicionales de
Norteamérica, como México, Chile, Perú y Colombia quedaron satisfechos
con las “explicaciones” de John Kerry y, como dijo la canciller de
Colombia, María Ángela Holguín, “hemos tenido las explicaciones
necesarias para seguir trabajando en este sentido agregando que con
EE.UU. se mantiene la colaboración en seguridad y el comercio”. Ahora
los líderes de Brasil están declarando que Brasilia no va a
“radicalizar” su posición frente a Washington y suspender el encuentro
entre Barack Obama y Dilma Rousseff programado para el 23 de octubre
próximo en Washington. Las protestas en el congreso y el rechazo de
movimientos sociales a la visita de John Kerry no han sido tomadas en
cuenta por el gobierno de la ex guerrillera que decidió enrumbar su país
hacia los brazos de Norteamérica.
Así lo hizo México cuando en
1994 decidió firmar el Tratado de Libre Comercio con EE.UU. y Canadá (el
NAFTA) en 1994. En estos 20 años del TLC se ha caracterizado por la
destrucción de la industria y agricultura nacional, México no ha podido
crecer a ritmo para poder cubrir sus necesidades básicas. Hay más de dos
millones de campesinos desplazados por la agroindustria, 50 millones de
pobres y 35 multimillonarios cuya fortuna es de más de 165 mil millones
de dólares.
Ahora los iluminados globalizadores del Atlantic
Council, incluyendo Henry Kissinger, José María Aznar, el senador
estadounidense Christopher J. Dodd, Madeleine Albright, James Baker,
Colin Powell, Condoleezza Rice, Robert M. Gates y decenas de otros
“visionarios” norteamericanos y europeos, sin participación de ningún
latinoamericano, elaboraron un informe con el título “The trilateral
Bond: Mapping a New Era for Latin America, the Unites States and Europe”
(Unión Trilateral: Trazando Nueva Era para América Latina, Estados
Unidos y Europa).
Resulta que EE.UU. y la Unión Europea (UE)
sumidos en una terrible crisis recién se dieron cuenta que era vital
formar un “Eje” con América Latina y en especial con Brasil para
convertirlos en “socios de la comunidad trasatlántica” y así resolver
los problemas económicos que afectan a los países más desarrollados. Lo
que no dicen es que el problema reside en que Estados Unidos, según el
libro Jack Rasmus, “Obama Economy: Recovery for the Few”, la economía de
Norteamérica está creciendo anualmente entre 1 a 1.5 por ciento y
seguirá este ritmo en los próximos cinco años. Norteamérica sobrevive
debido a la inyección anual por la Reserva Federal de 85 mil millones de
dólares mensualmente. La Unión Europea está inclusive en una situación
peor.
Se calcula que actualmente EE.UU. y UE representan el 40
por ciento de la economía mundial pero siguiendo el ritmo actual del
desarrollo económico su participación bajaría a 24 por ciento para 2060
si no logran formar nuevos bloques y alianzas. América Latina, con un
índice de crecimiento en los últimos cinco años de 5.9 por ciento y con
abundantes recursos naturales y en especial los energéticos, podría ser
indispensable para la sobrevivencia del occidente. Por eso Estados
Unidos ya está aportando 18 por ciento del total de la inversión
extranjera a América Latina y Europa el 39 por ciento. Brasil es el
principal destinatario de la inversión europea y norteamericana.
Actualmente
hay un programa de Obama para Latinoamérica bajo el nombre “100,000
Strong in the Americas” para traer en los próximos 20 años 100,000
estudiantes universitarios latinoamericanos para convertirlos en una
nueva variante de “Chicago Boys” que había convertido a la mayoría de
los países del continente en los incondicionales seguidores
norteamericanos empeñando la soberanía nacional. Lo incongruente de este
programa consiste en que Estados Unidos está deportando a miles de
estudiantes indocumentados de origen latinoamericano anualmente y al
mismo tiempo quiere traer otros en vez de crear condiciones para los
primeros.
Tanto Estados Unidos como la Unión Europea utilizan
diferentes métodos para seducir a los gobernantes latinoamericanos.
Presionan a los mexicanos, arman a los colombianos, adulan a los
peruanos, chilenos y a los brasileños les están prometiendo la
posibilidad de ser aceptados como miembro permanente del Consejo de
Seguridad de las Naciones Unidas, una vieja aspiración de Brasil.
Hace
poco los brasileños estaban protestando a nivel nacional contra la
política interna de su gobierno y corrupción. Ahora les tocará
pronunciarse sobre la orientación de la política exterior de sus líderes
que no favorece al proceso de integración latinoamericano sino a sus
elites globalizadas. Como decía Miguel de Cervantes, “cada cual fabrica
su destino”.
Fuente: Rebelion.org
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