domingo, 1 de diciembre de 2013

El barrio de casas de piedra sustentables

Los primeros en construir una vivienda de este tipo elaboraron un reglamento estricto para los futuros moradores de la zona, que respeta el entorno y un estilo de vida natural. Ya son 17 los vecinos que se instalaron en este sitio a 30 km de la ciudad.

por Sandra Conte

El barrio de casas de piedra sustentables
(Marcelo Rolland / Los Andes)
Cuando se avanza por el camino ascendente hacia La Crucesita, desde la ruta 82, las casas de piedra se fusionan con el entorno, precisamente porque fueron construidas con materiales de la zona. Y una vez que se cruza el umbral, en muchos casos de puertas antiguas y recicladas, el paisaje se cuela en las habitaciones por los enormes ventanales. En ese sitio, que habitaron los huarpes y luego fue una estancia jesuita, se han levantado 17 viviendas dentro de un emprendimiento que tiene como premisa el respeto del ambiente.

Los primeros en construir una casa en el sitio, hace 18 años, fueron Sergio de la Torre y Martha López. Él recibió 10 hectáreas de herencia de su madre, María Magdalena Pérez Guilhou, quien a su vez las había heredado de su padre, Dardo Pérez. El hombre había comprado en 1928 un extenso terreno de 10 mil hectáreas junto con tres amigos, quienes ampliaron una antigua edificación que había en el casco de la estancia y lo convirtieron en hotel (que funcionó hasta los años '40).

En ese sitio, cargado para Sergio de recuerdos de la infancia, decidieron levantar una casa. Como en un viaje a Italia les habían gustado las de piedra de los pueblos y en La Crucesita abunda este material, pensaron en hacer paredes de cemento, con arena y rocas del lugar. De la Torre comenta que les costó encontrar profesionales que quisieran trabajar con estos materiales porque sólo se utilizaba una base de piedras y luego ladrillos, mientras ellos querían que toda la construcción fuera con rocas enteras, sin cortar.

Para terminar la casa de dos niveles utilizaron también materiales reciclados, como puertas, maderas y hasta cerámicas (que se alternan con el cemento alisado para los pisos). Martha recuerda que pasaron muchos veranos ahí, cuando sus tres hijos eran pequeños, y que entonces no tenían paneles solares para obtener electricidad, por lo que se acostaban al caer el sol y se levantaban cuando la luz llenaba la habitación desde las ventanas (y un importante tragaluz que se encuentra sobre la cama principal).

Un caserío sustentable


Sergio de la Torre fraccionó las 10 hectáreas y creó unos 50 lotes de 2 mil metros. Pero además, idearon un reglamento interno que deben respetar los compradores y firmar conformidad cuando escrituran el terreno. Esto ha permitido que quienes edifican en el lugar compartan una misma búsqueda de un sitio relativamente cerca de la ciudad, pero en medio de la naturaleza y fusionado con ella.

Además de que cada lote debe tener 2 mil metros, una de las reglas es que se tiene que dejar 60% de la flora nativa y los forestales que se planten, requerir poca agua. También es obligatorio utilizar riego por goteo y contar con un depósito, que varios utilizan para refrescarse en el verano. Es que las propiedades son abastecidas por el líquido que proviene de diversas surgentes en la zona.

De hecho, a fines del siglo XIX se construyó un acueducto de cerámica, del que aún se conservan vestigios, con el que se transportaba el líquido hasta Chacras de Coria. Y también era envasada en damajuanas, bajo el nombre La Araucana, y comercializada ya que se consideraba que el agua mineral tenía propiedades terapéuticas.

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En la zona no hay electricidad, por lo que los electrodomésticos, la calefacción y el agua caliente se alimentan de estos paneles. (Marcelo Rolland / Los Andes)

Otra de las normas es que, como al lugar no llegan servicios, se deben colocar paneles solares para poder contar con energía. Debido a que tampoco hay cloacas y con los pozos sépticos se corre el riesgo de contaminar las napas, se permite la instalación de tubos percoladores -perforados- por los que los líquidos se filtran al suelo y lo enriquecen.

Estos requisitos, a los que se suma que las casas deben estar construidas con piedras de la zona y se prohíben los ladrillos, han provocado que muchos que averiguan decidan optar por otro sitio. Pero Martha López destaca que así se ha ido formando una comunidad de personas que aman el lugar, respetan el medioambiente y entienden que hay que mantener un equilibrio con el entorno.

Una elección de vida


En el emprendimiento, ubicado a 1.700 metros sobre el nivel del mar, ya se han levantado 17 casas -algunas todavía están en construcción- y hay quienes han elegido el lugar como residencia permanente. Sergio Córdoba y Alicia son de ellos. "Al principio todos nos decían que estábamos locos", contó él. Es que la localidad está a 30 kilómetros de la ciudad, pero los 6 que hay que recorrer desde la ruta 82 exigen una camioneta o hacer el camino a muy baja velocidad.

Sin embargo, asegura que allí encontraron la calidad de vida que estaban buscando: el ruido más frecuente es el de los perros y pueden apreciar el amanecer y el atardecer -desde el nivel superior el panorama se extiende hacia el verde del pedemonte alimentado por las surgentes, el Parque Industrial y la ciudad de Luján. "Vivimos en altura y en el campo", destacó Sergio y añadió que, desde que se mudaron hace dos años, bajó de peso porque vive mejor.

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Las casas están construidas con piedras enteras del lugar, sin cortar. (Marcelo Rolland / Los Andes)

Gracias a los paneles solares que instalaron, tienen energía eléctrica para la heladera, el lavarropas, el microondas y el resto de los electrodomésticos. También utilizan energía solar para calentar el agua para bañarse y para la losa radiante del piso inferior (la casa tiene dos niveles). Es más, tuvieron que colocar una media sombra para reducir la irradiación porque el agua hervía. En tanto, para el invierno, cuentan con una caldera a gas, que les permite conservar el calor cuando el sol no asoma durante varios días.

Dentro del mismo fraccionamiento se encuentra la eco hostería Jelu, que también utiliza energía solar y fue construida con muchos elementos reciclados. Su propuesta incluye no sólo la posibilidad de alojarse en un sitio diferente, sino de conocer cómo se hace un uso sustentable de los recursos.

Sitio de huarpes y jesuitas

Interesados por descubrir más de ese sitio que tanto significaba para ellos, Sergio de la Torre y Martha López pidieron a María Verónica Godoy que escribiera un libro sobre el lugar. Así surgió "La Crucesita. Entre Huarpes y Jesuitas", un texto que se puede consultar en http://www.lacrucecitamendoza.com/home.html.

La publicación cuenta con un prólogo del mismo Sergio de la Torre y luego avanza en una presentación del lugar: su ubicación, flora y fauna y, sobre todo, su rica historia. En La Crucesita se han encontrado rastros que permiten sostener que en la zona hubo pobladores hace más de 10 mil años atrás. Luego, fue uno de los asentamientos de los huarpes y adquirió particular relevancia como refugio cuando lograban escaparse de los españoles que los apresaban para llevarlos a Chile.

Más cerca en el tiempo, se establecieron en el lugar los jesuitas. Entonces recibía el nombre de La Estanzuela y su extensión era mucho mayor que la actual La Crucesita (incluía Blanco Encalada, Vistalba, Chacras de Coria, La Puntilla, Ciudad de Luján y parte de Godoy Cruz). Allí, los sacerdotes plantaron nogales, hicieron construir corrales de pircas -todavía se conserva el cierre de piedra de uno de 24 hectáreas- y criaban mulas y caballos.

En el predio donde estaba la estancia y hoy hay un puesto, se conserva un árbol que se estima debe tener unos 400 años de antigüedad, ya que en el interior de su ancho tronco -dividido naturalmente en dos- se observa una escalera, por lo que se estima que debía servir como mangrullo o puesto de avistaje.
 
Fuente: Los Andes Online

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