El referéndum de Crimea profundiza la tensión este-oeste
La Vanguardia
En su lectura más profunda, la crisis es consecuencia del pisoteo de la “Carta para una nueva Europa” firmada en París en noviembre de 1990.
La peor
crisis Este/Oeste desde el fin de la guerra fría se enreda por momentos.
El Imperio del Oeste ha promocionado un golpe de Estado en Kíev. El
Imperio del Este ha contestado ocupando militarmente Crimea.
Ambos juegan con el sentir popular y lo usan en su propio provecho. En
Kíev para colocar un gobierno que dé pasos rápidos hacia la disciplina
europea y la integración en la OTAN, aunque no sea muy representativo.
En Simferópol, la capital de Crimea, para justificar una invasión,
aunque se trate de tierra rusa. Ayer nuevos pasos acelerados en ambas
direcciones: el parlamento de Crimea celebrará en diez días un
referéndum para salir de Ucrania y unirse a Rusia.
Occidente baraja todo tipo de sanciones y mueve tropas y armadas en el
Báltico, Polonia, Egeo y Mar Negro. En broma, en broma, se avanza hacia
una versión cutre de la crisis de los misiles de 1962. Ahora la isla se
llama Crimea.
La decisión del parlamento local se tomó por 78
votos contra cero y 8 abstenciones. El referéndum, inicialmente previsto
para el 30 de marzo y con una pregunta para incrementar la autonomía,
se adelanta para el 16 con una pregunta sobre si se desea la unión con
Rusia. Aunque Putin dijo de forma categórica el martes que “Rusia no
considera” una anexión de Crimea, hacerlo será mucho más fácil de lo que
fue desgajar Kosovo de Serbia. Las violaciones de la “integridad
territorial” son últimamente algo bastante corriente. Lo único que
cambia es la coreografía.
Sergei, un marinero de Odesa, me
explica donde queda el sentir popular de los ucranianos en medio de este
insensato tira y afloja que obliga a la Madre Rusia, a la que se quiere
arrinconar en la línea del Dnieper, a empuñar el fusil. Sergei, unos 45
años, es marinero en tierra y vende souvenirs junto al monumento al
Duque de Richelieu, gobernador de esta ciudad a principios del XIX. Por
un lado detesta al nuevo gobierno de Kíev que ha sustituido al del
Presidente (legítimo y huído) Viktor Yanukovich, al que califica de
“podrido”. Por el otro lado, no le gusta la machada militar rusa en
Crimea. Después de más de veinte años Ucrania es un país independiente y
no se puede atropellar su soberanía.
“Eso no va a gustar ni
siquiera en amplios sectores de la Ucrania del Este y del Sur”, dice,
refiriéndose a la parte del país más favorable a Rusia. No tiene muchas
dudas acerca de que el movimiento Maidán fue una magnífica manipulación
del general sentir popular contra la podredumbre. Cree que los
francotiradores fueron la guinda que decidió el cambio de régimen. ¿Por
cuenta de quién?; “evidentemente, de los que han salido ganando con
ello”. Lo de Crimea es un esperpento: las tropas que hay allá son,
evidentemente, rusas por más que Moscú niegue la evidencia y hable de
espontáneos “grupos de autodefensa”.
Esta opinión, informada pese
al enorme sectarismo de los canales de televisión -los rusos al
servicio del Kremlin, los ucranianos en manos de magnates en sintonía
con Euroatlantida- sutil y matizada en sus acentos, es precisamente la
mayoritaria en el país, de acuerdo con las encuestas disponibles: no al
ingreso en la OTAN (por eso sus partidarios no quieren oír ni hablar de
un referéndum ucraniano sobre ese tema), sí a la independencia y
soberanía nacional de Ucrania y sí también a unas relaciones fluidas,
estrechas y fraternales con Rusia (no confundir con la persona o el
régimen de Putin), sin que ello quiera decir que nos dejamos invadir por
amor. Si esto es así, ¿cómo se ha llegado al actual desbarajuste? Se
trata del esquema general de la seguridad europea.
En noviembre
de 1990 los países de la CSCE (hoy OSCE), es decir la URSS y
Euroatlántida, firmaron en el Palacio del Elíseo, la “Carta de París
para una nueva Europa”. Aquel documento contenía el diseño de una
seguridad continental integrada, es decir el fin de la guerra fría. Su
preámbulo proclamaba que, “la era de la confrontación y división de
Europa ha concluido”. En el apartado, “relaciones amistosas entre
estados participantes” se afirmaba: “La seguridad es indivisible. La
seguridad de cada uno de los estados participantes está inseparablemente
vinculada con la seguridad de los demás”. En el apartado “Seguridad”,
se anunciaba, “un nuevo concepto de la seguridad europea” que dará una
“nueva calidad” a las relaciones entre los estados europeos. “La
situación en Europa”, se prometía, “abre nuevas posibilidades para la
acción común en el terreno de la seguridad militar. Desarrollaremos los
importantes logros alcanzados con el acuerdo CFE (desarme convencional
en Europa) y en las conversaciones sobre medidas para fortalecer la
confianza y la seguridad”. Se ponía incluso fecha a los compromisos;
“iniciar, no más tarde de 1992, nuevas conversaciones de desarme y
fortalecimiento de la confianza y la seguridad”. En lugar de eso se
abrió paso una seguridad a costa de la seguridad del otro. Hubo
ampliación, globalización y avance de la OTAN, allí donde Moscú se había
retirado. El ingreso en el bloque militar contra Rusia se ofreció como
antesala del ingreso en la Unión Europea. Muchos ex satélites y ex
víctimas de Moscú corrieron entusiasmados hacia ese alivio. Adoptando el
capitalismo, Rusia no ofrecía el rostro más benigno. Pero ese país y
sus intereses existen. Su diplomacia reclama desde 1992 el esquema de la
Conferencia de París y en lugar de ello le ofrecen escudos antimisiles
“contra Irán” en Rumania y Polonia, y cuando se queja le acusan de
“imperial”. Ahora le enfrentan a algo equiparable a si Estados Unidos
tuviera que convivir con un Canadá miembro de un bloque militar hostil.
Para
realizar esta genialidad se ha colocado en Kíev el primer gobierno con
ministros ultraderechistas y antisemitas (el partido Svoboda tiene seis
carteras y mucho de eso) desde 1945. Occidente tiene suerte de que el
régimen político de Rusia carezca de todo atractivo social y popular, y
se asiente exclusivamente sobre el nacionalismo. De lo contrario, el
barrido eslavo oriental sería imparable. Mientras tanto, maniobras en el
Báltico y en Polonia, un portaviones con acompañamiento de armada en el
Egeo, sanciones a la vista y pronto tensión en el Mar Negro.
Kíev califica de “farsa” la consulta
Crimea
no puede decidir por sí sola su salida de Ucrania, dijo ayer el
presidente de la Rada de Kiev, Aleksandr Turchinov, formal “jefe de
Estado interino” del nuevo régimen. “Según el artículo 73 de la
Constitución, solo un referéndum de toda Ucrania puede examinar la
cuestión de las fronteras y los cambios territoriales”, dijo Turchinov
en un breve mensaje televisado.”Esta decisión es ilegítima, es una
farsa”, concluyó. Crimea ha desconectado canales de televisión
ucranianos. Ucrania desconectó anteayer canales rusos. Ambas partes
practican una intensa guerra propagandística, omitiendo los informes que
no les convienen. El ambiente en las ciudades ucranianas es tranquilo.
Las manifestaciones de los últimos días apenas congregan a centenares de
personas. El rechazo y la indisposición hacia la violencia es
absolutamente mayoritario. La llamada a la movilización de reservistas
lanzada por Kíev ha sido completamente ignorada.
Fuente: Rebelion.org
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