jueves, 20 de abril de 2017

Los riesgos de volver al pasado
Sin industria no hay desarrollo
Con esta nota, el Dipló inaugura una discusión acerca del lugar de la industria en el desarrollo argentino. ¿Cuánto de industria y cuánto de agro necesita nuestro país? ¿Es posible reconvertir sectores industriales, como pretende el gobierno, sin generar desempleo? ¿Qué rol debería desempeñar el Estado? Diego Coatz, economista jefe de la UIA, comienza la serie.

Por Diego Coatz*


Albeiro Lopera/Reuters


¿Cuál debería ser el rol de la industria en un proyecto de desarrollo? Se suele recurrir al dato de la caída de la participación de la industria en el PIB como argumento para defender un modelo basado en el sector servicios (turismo, servicios profesionales, etc.) y/o de recursos naturales.

Incluso en caso de que esta caída sea real, ¿resulta fundamento suficiente para determinar que el sector estratégico a fomentar en el futuro es sólo el de servicios? La respuesta es no.

En primer lugar, la disminución del peso de la industria sobre el producto no necesariamente refleja un proceso de desindustrialización ni, mucho menos, sugiere la conveniencia de un cambio en la estructura productiva. Que la industria haya perdido peso relativo no significa que la producción industrial haya caído. Si la industria de un país crece al 5% mientras que el PIB lo hace al 7% significa una pérdida de participación en el valor agregado total, pero ¿deberíamos afirmar que existe un proceso de desindustrialización?

Otra razón es que desde los años 70 muchas grandes empresas, sobre todo industriales, optaron por desintegrar algunas fases de sus procesos productivos (desde la liquidación de sueldos hasta la investigación, el diseño industrial y el desarrollo de productos), lo que se conoce como outsourcing. El resultado es un espejismo estadístico: la mayoría de las etapas que se deslocalizan figurarán en el área de servicios, pero dependen intrínsecamente de la demanda de las empresas industriales.

Pero además los resultados difieren si se considera otro indicador, como el producto industrial per cápita. Como muestra el gráfico 1, en el período 1970-2015 el producto industrial per cápita de los países desarrollados no se retrajo sino que aumentó: 18% en Alemania, 41% en Estados Unidos, 57% en Francia y 24% en el Reino Unido. Este crecimiento es aun mayor en países asiáticos como China, donde aumentó un impresionante 1.235%, y Corea del Sur, con un incremento de 1.230%.

En cambio Argentina, lejos de seguir esa tendencia industrializadora de los países más avanzados, experimentó en el mismo período una caída del PIB per cápita industrial de 43%, a lo que hay que sumar una elevada volatilidad. La caída de la producción fue tan grande que el desempeño de la industria argentina fue de los peores de un panel de 45 economías que explican el 90% del PIB industrial mundial.

Por otra parte, discutir el rol de la industria hoy implica no sólo analizar su contribución directa al PIB, sino también entender cuáles son sus aportes y limitaciones en cuestiones como el empleo, la formalidad, los ingresos, la productividad, la generación de divisas o la innovación tecnológica. La industria es el corazón del empleo. En Argentina, uno de cada cinco puestos de trabajo en el sector privado formal está explicado por la industria, que es no sólo el sector que crea más trabajo de manera directa sino el que más lo multiplica, ya que por cada puesto directo se generan 2,5 indirectos. Del mismo modo, la industria tiende a generar empleos de calidad y bien pagos (un trabajador industrial gana en promedio 35% más que el promedio) y resulta clave para reducir las brechas regionales.

La industria argentina en el siglo XXI

Para comprender la industria argentina actual es necesario revisar su evolución. La recuperación experimentada desde el estallido de la crisis del 2001 fue importante: aunque no fue suficiente para alcanzar los niveles de producción previos a la dictadura militar, sí permitió mejorar la performance industrial de los 90 en algunos aspectos clave.

El desempeño, sin embargo, no fue homogéneo.

La primera etapa fue la más virtuosa. La crisis de la convertibilidad había generado estragos en la economía. Entre 1998 y 2002 el PIB había caído 18,4% y el PIB industrial 27%. Desaparecieron 10 mil empresas industriales y se destruyeron 300.000 empleos industriales. El desempleo y la informalidad laboral tocaron máximos históricos. En este contexto, nada indicaba que entre 2002 y 2007 se consolidaría una recuperación de la economía y del sector industrial.

Pero así ocurrió. Cinco años después del estallido de la crisis, en 2007, todas las variables mencionadas habían superado los valores de 1998, el mejor momento de la convertibilidad: los asalariados industriales, por ejemplo, superaron en 250.000 la cantidad máxima de los 90. El salario real industrial formal aumentó 15%. Y se crearon más de 17.000 empresas (7.500 firmas adicionales en términos netos). Junto con el empleo, la productividad industrial también mejoró, algo que no se observaba desde la década del 60. Esto fue resultado de una combinación de políticas macro y micro que, en un contexto internacional favorable, de alta demanda externa y buenos términos de intercambio, dieron una relativa estabilidad a la economía e impulsaron la demanda interna.

En la segunda etapa, la que va de 2007 al 2011, comenzaron a observarse las tensiones propias del desarrollo: la aceleración inflacionaria y la creciente demanda de divisas eran reflejos del acelerado proceso de crecimiento empujado por la demanda. La producción industrial se había expandido, pero no se habían materializado cambios estructurales significativos. A su vez, en un marco de reducción del desempleo, se potenciaron las pujas distributivas: la inflación y las tensiones políticas, incluyendo la disputa entre el gobierno y el sector agropecuario, fueron el emergente de esta situación.

En 2008 la crisis internacional golpeó la economía a través de una reducción de las exportaciones y la baja de los precios internacionales. Sin embargo, el gobierno adoptó un conjunto de políticas activas (inversión pública, políticas sociales, financiamiento, políticas comerciales, entre otras) que permitieron poner rápidamente a la economía y la industria en movimiento.

A pesar de los vaivenes, en el período 2007-2011 la industria creció a una tasa del 3,5% anual, el empleo asalariado industrial aumentó a una tasa del 1,2% anual, sumando 84 mil puestos de trabajo, y el empleo asalariado industrial formal lo hizo al 2,4%, mientras que el salario real industrial formal se incrementó 4% anual. La principal diferencia es que, en contraste con la etapa anterior, en la que todas las ramas industriales se mostraron dinámicas, en estos años hubo sectores que crecieron menos o incluso se estancaron, como el maderero (excepto muebles), la refinación de petróleo y algunos segmentos de la metalmecánica.

Los problemas más relevantes comenzaron en la tercera etapa, iniciada en 2011 y caracterizada por la salida de divisas, la dolarización de cartera (fuga de capitales), mayores tensiones distributivas, un aumento de la inflación y la apreciación acelerada del tipo de cambio. En cuanto a la industria, comenzaron a manifestarse restricciones estructurales: del déficit energético a los problemas de infraestructura, de las dificultades de las pymes industriales para exportar a una matriz productiva que no mostraba grandes cambios y demandaba cada vez más importaciones (sobre todo en electrónica, automotriz y bienes de capital).

Este contexto hacía necesaria una estrategia de “sintonía fina” en materia industrial mientras se corrigieran algunos elementos de la macro. Sin embargo, entre noviembre de 2011 y mayo de 2012 se cometieron una serie de errores de política económica que desdibujaron el trazo grueso del devenir económico del país, condicionando así los cuatro años posteriores. Se destaca especialmente el control de cambios, con la consiguiente brecha, generada en buena medida por una política monetaria y cambiaria que fomentó la fuga de capitales y la pérdida de reservas. El desacierto se hace más notable si se tiene en cuenta que el contexto internacional todavía se mantenía favorable.

El PIB prácticamente no creció entre 2011 y 2015. La producción industrial cayó 1,6% al año (10% en términos per cápita) y el resto de los indicadores del sector, como la cantidad de puestos de trabajo, la productividad y la cantidad de empresas, también retrocedieron.

¿Qué modelo de desarrollo?

En 2016, con el cambio de gobierno, viejos debates que parecían saldados resurgieron, con un sector industrial doblemente afectado. De un lado, los desequilibrios heredados, como el cepo y la falta de divisas. De otro, las políticas actuales que profundizan la recesión, como las elevadas tasas de interés que impactan en los costos de financiamiento, el aumento en los costos energéticos, la apertura comercial y el achique del mercado interno.

Todo esto pone en cuestión, una vez más, el rol de la industria en el desarrollo. La experiencia internacional divide posiciones. Algunos sostienen que nuestro país debe crecer sólo potenciando los recursos naturales (agroindustria, minería y energía, principalmente), y a partir de allí generar empleo en los servicios. El caso paradigmático es el australiano. En cambio, desde otra mirada se plantea industrializar el país sustituyendo importaciones e intentando exportar con mayor valor agregado. El horizonte sería Corea del Sur o Taiwán.

Lejos de pensar esos enfoques como excluyentes, se pueden considerar complementarios. Por un lado, basar nuestra economía sólo en la explotación de recursos naturales no sólo no es sustentable sino que tampoco es suficiente. Aunque efectivamente existen países desarrollados especializados en materias primas, como Australia, Noruega y Nueva Zelanda, nuestra base de recursos naturales no alcanza para una población que se acerca a los 45 millones de personas. Pero incluso considerados per cápita nuestros recursos naturales son insuficientes: el Banco Mundial midió la dotación per cápita y calculó que Argentina está en el puesto 30 en el ranking mundial, por debajo de Chile y Brasil y muy lejos de Australia, Noruega y Nueva Zelanda, que ocupan los primeros puestos.

En otras palabras, Argentina es un país demasiado poblado y no cuenta con los recursos naturales suficientes para hacer descansar en ellos su modelo de desarrollo. Pero sí podemos (y debemos) aprovecharlos, adoptando algunas de las estrategias de los países que han logrado generar capacidades tecnológicas a partir de ramas intensivas en productos primarios. Australia, por ejemplo, es un jugador de peso mundial en el software para la minería y Noruega es una potencia innovadora en la extracción off-shore del petróleo (con un sector metalmecánico en la frontera internacional) y en actividades conexas como los buques petroleros.

En el otro extremo, resulta poco factible que Argentina emule la experiencia de países como Corea del Sur, donde la industria fue casi el único sector protagonista en el proceso de acumulación. Ocurre que los factores que permitieron esa dinámica no son replicables: una situación geopolítica muy favorable que le garantizó el apoyo de Estados Unidos, la existencia de un régimen político fuertemente represivo que disciplinó al conjunto de los actores sociales, y reglas de comercio internacional más flexibles que las actuales. Por otra parte, la industria en sí misma no alcanza si se limita a ensamblar manufacturas de media y alta tecnología para su exportación a través del ensamblaje sin articulación tecnológica y sobre la base de bajos salarios, como es el caso de las maquilas de Filipinas, México o Tailandia.

Entonces, ¿hacia dónde ir? Argentina debería buscar su especificidad entre las experiencias de Corea del Sur o Taiwán y las de Australia, Noruega o Nueva Zelanda. Esto significa una estructura productiva en la cual tanto los recursos naturales como la industria y los servicios intensivos en conocimiento sean palancas del desarrollo –y se eslabonen entre sí– funcionando como motores de actividades que involucren innovación (Canadá y Dinamarca son casos virtuosos). Por ejemplo, construir capacidades tecnológicas y proveedores en sectores no típicamente industriales (biotecnología, shale gas, minería) ayudaría a apuntalar el desarrollo de largo plazo.

Porque no sólo importa crecer sino crecer de manera tal que el proceso sea perdurable en el sistema socio-económico. Las demandas de hoy son más exigentes que las del pasado e incluyen crecimiento pero también sostenibilidad e inclusión social. La industria es clave por su efecto multiplicador y la calidad del empleo que genera, por la tecnología, el desarrollo regional y la posibilidad de generar (o ahorrar) divisas.

En un mundo cuya disputa más clara es por la agregación de valor, la mejor estrategia es avanzar hacia un modelo industrial basado en la innovación. Esto requiere de una activa interacción entre los distintos actores de la sociedad y de políticas dirigidas a mejorar la competitividad: más y mejor crédito con líneas directas para el sector productivo, una reforma tributaria para incentivar el desarrollo regional y de las pymes y una política industrial con énfasis en el desarrollo tecnológico. También profundizar los programas de compre nacional como los que se implementan en Estados Unidos, Corea del Sur, Alemania, India e Israel.

La industrialización no es el capricho de un gobierno ni fruto del azar. El debate pasa por cómo acelerar los tiempos de la industrialización en sentido amplio (campo + energía + industria + servicios). Desindustrializarnos, por el contrario, es atentar contra nuestro futuro, algo que ya quedó demostrado a lo largo de nuestra historia y que no deberíamos repetir.


Gráfico 1

PBI per cápita industrial, 1970-2015 (1970 = 100), países seleccionados




Fuente: elaboración propia en base a estadísticas de Cuentas Nacionales de las Naciones Unidas. Para 2015 los datos fueron tomados de Trading Economics en base a institutos de estadística nacionales. Los datos de Argentina de 2004-2015 fueron tomados de la serie revisada en 2016 de Cuentas Nacionales del INDEC.


Gráfico 2

Gastos en I+D como porcentaje del PIB




Fuente: elaboración propia en base a OCDE, Banco Mundial y RICyT. *El dato corresponde al año 2013, último dato disponible.



* Director Ejecutivo y Economista Jefe de la Unión Industrial Argentina, Vicepresidente SIDbaires, Docente UBA-UCES. TW @diegocoatz 



Fuente: El Dipló

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