jueves, 13 de julio de 2017

Brujería: el rostro del miedo
Durante siglos se persiguió a las “brujas”. El historiador catalán Pau Castell investiga los juicios que padecieron, y busca el rastro de aquellas mujeres acusadas de adorar al demonio y matar con la mirada.

por Facundo García 


Lejos de ser un mero mito, hasta bien entrado el siglo XX se siguieron suscitando cazas de brujas de manera más o menos habitual.


Rugalla, Pentinada, Conilona, Cebriana: sus nombres persisten en el frágil papel de los archivos medievales. Leídos así, en seguidilla, suenan a conjuro. La verdad es que poco más ha quedado de las miles de mujeres que fueron hostigadas por ser “brujas”. Y una de las obsesiones de Pau Castell es saber quiénes eran. Se desvela descifrando testimonios, fojas judiciales, sentencias de muerte. Desde una oficina en la Universidad de Barcelona, el especialista en historia de la brujería conversó con Los Andes y compartió los detalles que ha podido revelar después de acceder a documentos casi desconocidos.

-Los juicios por brujería tuvieron un auge entre los siglos XV y XVII ¿Cuál era el perfil de las acusadas?

-Hay una gran variedad. Casadas, solteras, con hijos, viudas. Sin embargo se ve que en el contexto de la caza de brujas, donde cualquiera podía ser señalada, se perseguía a aquellas mujeres frágiles a nivel social, es decir que carecían de una red de solidaridades familiares o vecinales que pudieran hacer frente a las acusaciones y rumores. Hay que tener en cuenta que estas acusaciones venían desde el medio popular. La mayoría de los testimonios en contra provenían de los vecinos. No imaginemos que había una de caza de brujas únicamente “desde arriba”.

-¿De qué se las culpaba?

-Causar la muerte de niños, la pérdida de las cosechas, la enfermedad del ganado…

-Pero, ¿realmente había una actividad que pueda clasificarse como “brujería”?

-Por un lado están las prácticas mágicas o medicinales, que existían ya en la prehistoria. Otra cosa es el crimen de brujería, que fue una construcción intelectual elaborada en ciertos círculos eclesiásticos a finales de la Edad Media, y que luego pasó al ámbito judicial. Este crimen construido, que es el de la brujería diabólica, se inspira en una serie de elementos. Uno son esas prácticas que eran perseguidas desde hacía siglos: uso de hierbas, invocaciones, etc. Ahora bien: intentar hacer una relación entre lo que estas mujeres confesaban bajo la tortura y las prácticas reales es sumamente arriesgado.

“…Cuenta el vecino que cuando discutió con la Conilona, ella le dijo que ´lo haría llorar a lágrima viva´. Y así, al cabo de pocos días, murió el padre del testigo (…)” (Juicio de 1489 contra Beatriz de Conilo d'Erinyà, alias “Conilona”).

Sexualidad desenfrenada, vuelo en escoba, hechizos con patas de araña. El “estereotipo brujesco” se asentó a fines de la Edad Media y pervive en el burbujeante caldo de la cultura popular. La figura incluye un pacto con el diablo, la abjuración de la fe cristiana, el uso del malecium o capacidad de hacer daño por medios ocultos y el rapto de niños durante la noche. Sin olvidar los aquelarres, naturalmente.

-¿Existieron los “cazadores de brujas”?

-Por supuesto. Los encontramos por lo menos desde el siglo XV. No se los llama “cazadores” sino “conocedores” o “descubridores” de brujas: gente con la supuesta capacidad de identificar a las adoradoras del demonio. Tengamos en cuenta que, a nivel físico, una bruja no tenía ningún signo externo. Había que torturarla para que confesase. Entonces era muy útil contar con estos individuos a los que se atribuía una habilidad para detectar que tal vecina era culpable porque “le veía una marca en los ojos” o porque “le percibía un demonio en el hombro”. En Aragón y Cataluña he documentado un número importante de estos “profesionales”.

Los cazabrujas incluso iban de gira, de pueblo en pueblo. “Esas salidas acostumbraban a coincidir con epidemias o desastres climáticos. Si se analizan las cifras, suele haber un repunte de las acusaciones de brujería en estos momentos”, señala Castell. Con un poco de voluntad se puede imaginar, a través de los vapores del tiempo, lo que debe haber ocurrido en aquellas circunstancias. Por la plaza de una aldea alterada por la sequía o la peste aparecía -en medio de la confusión- uno de estos personajes, con la promesa de combatir la plaga de brujas que estaba trayendo la desgracia.

-Estos detectores de brujas, ¿eran independientes de la Iglesia?

-Sí, y de hecho muchos eran extranjeros. Se habla de algunos moros, o de franceses. Era una profesión influyente, porque estos “expertos” acabaron llevando a la horca a cientos de personas… ¡solo a partir de su testimonio! En ocasiones, además, estos descubridores de brujas eran niños de menos de diez años. En los textos se les llama ‘El brujote’ o ‘la brujita’. Llevaban a una niña identificada como ‘brujita’, la ponían frente a unas mujeres y le decían “a ver niña, ¿estas son o no son?”. Y vete a saber lo que veía la niña. Eso sí: si te señalaba era un problema. Significaba una prueba de peso, y tenías que hacer frente a un tribunal que encima estaba predispuesto a encontrarte culpable.

En ese entorno –y a contrapelo de la imagen que ha difundido el cine angloparlante- la Inquisición podía resultar un juez más benévolo que los tribunales locales. Mientras que en Cataluña hay cientos de brujas y brujos ejecutados por la justicia ordinaria entre 1471 y 1680, las sentencias a muerte dictadas por el tribunal inquisitorial de Barcelona no llegan a diez, y todas son anteriores a 1552.

Un día fuimos a la montaña de Serra Spina (…) donde he estado doce o trece veces. Había gente que bailaba al son de una flauta. Y estaba el diablo, que era un hombre negro, tan grande como un buey. Había pan, carne salada y queso, porque los que llegaban no traían” (declaración de un vecino de Mont-rós, 1577).

Comenzaba el juicio. La acumulación de los testimonios en contra, más las confesiones arrancadas mediante el tormento allanaban el camino de la condena. Para quienes eran declaradas culpables, la pena era la horca. Castell comenta que no se utilizaban horcas modernas, esas en las que el reo cae de golpe. “No, estas eran horcas medievales, donde te ataban la soga al cuello y te iban levantando hasta que te ahogabas”.

-¿Qué se hacía con los cadáveres?

-El cuerpo se quemaba, porque estas mujeres no eran simples asesinas o ponzoñeras. Eran algo más. Supuestamente habían jurado homenaje al diablo. Por lo tanto, había que quemar su cuerpo, eliminarlo. Es más, entre vecinos enemistados, una de las amenazas corrientes era ´ya lanzaremos tus cenizas por las montañas´.


Historia de un hallazgo

Pau Castell es doctor en Historia y miembro del Institut de Recerca en Cultures Medievals de la Universitat de Barcelona. “Empecé sin certezas –recapitula él-. Por suerte, los archivos catalanes están justo después del Archivo Vaticano en calidad y cantidad de documentos medievales. Entonces me topé con unos juicios por brujería, y vi que no se habían trabajado. Digamos que el tema me encontró a mí. De rebote, una de las conclusiones de mi tesis doctoral fue que Cataluña había sido uno de los primeros focos europeos de persecución. En 1424 ya teníamos leyes sobre el crimen de brujería”.

Hoy se sabe que el Pirineo se cuenta entre los centros donde se inició el fenómeno histórico denominado “caza de brujas”. Las razones detrás de esta alucinación colectiva que veía guiños del Diablo en cada villorrio todavía están por descubrirse. Lo que está claro es en Cataluña las cifras de condenas a muerte son astronómicas. “Es más, la Inquisición expresó su impotencia, porque aquí cada señor de cada pequeño valle quería acusar a una bruja y matarla”, subraya el investigador.

Varios textos de Castell pueden descargarse de la web. El autor también participa de un curso online gratuito que el año pasado tuvo más de treinta mil inscriptos y que combina las clases en video con foros de discusión. La iniciativa, auspiciada por la Universidad de Barcelona, se dicta por la plataforma educativa Coursera bajo el título “Magic in the Middle Ages”.





¿El fin?

En el siglo XVII los tribunales dejaron de aceptar acusaciones por brujería. Los juristas empezaron a considerar que era una superstición. “Al acabar los juicios, se cerró el ciclo, porque hasta ese momento a más juicios se sucedían más acusaciones, y la cadena continuaba”.

¿Había terminado la creencia en las brujas? De ningún modo. Todavía en el siglo XIX hay casos de linchamientos a mujeres con reputación de hechiceras; y la idea de que existe gente capaz de causar la enfermedad y la desgracia se prolonga hasta la actualidad. Cuando Castell salió a caminar los pueblos de su zona para verificar si había quedado en la memoria colectiva algo de aquellas persecuciones, encontró que los actuales habitantes de la Cataluña rural recordaban en primera persona haber visto u oído “asuntos de brujas”.

“Yo esperaba oír leyendas y resulta que di con experiencias que datan de las primeras décadas del siglo XX. Anécdotas del tipo ‘aquella mujer que vivía en esa casa, todo el mundo decía que era bruja, y un día vino y tocó a una cabeza de ganado y a las pocas horas la vaca estaba muerta’. Es el relato del siglo XV o XVI, pero en el siglo XX; con la salvedad de que ya no hay una autoridad judicial que se lo tome en serio”, explica el especialista.

En la localidad de Mont-rós, por ejemplo, se identificaba como bruja a una de las últimas moradoras de la casa perteneciente a los Rugall, que había fallecido solo unas décadas atrás y era descendiente de otra “Rugalla”, juzgada quinientos años antes por brujería (…¿o era la misma?).

Ya en los años cuarenta, en Espuy –localidad situada en Vall fosca, que significa literalmente Valle oscuro- un hombre fue a denunciar a otro por brujo ante la policía. “Este hombre decía que el otro le echaba un maleficio y la mataba las vacas. Los agentes no le dieron mayor importancia y para mí fue un indicador muy contundente. La dinámica es la misma pero ahora ya no hay una autoridad que responda”, cuenta Pau.

Más allá de la caza de brujas, Castell enumera lógicas que se mantienen. “En el instante en que se expande esta creencia de que los males que nos llegan son culpa de un grupo de personas que atenta contra el bien común, se arma una especie de locura que cataliza tensiones sociales, familiares, vecinales, de género, etc.”, advierte. 


“Somos las nietas de las brujas”

“Somos las nietas de las brujas que no pudiste quemar”, se lee a veces en las marchas de #Ni una menos. ¿Es factible trazar una continuidad entre las persecuciones por brujería y la actual lucha por los derechos de las mujeres? “Desde el punto de vista histórico no, en el sentido de que pintar a las acusadas de brujería como enfrentadas al orden establecido, como protofeministas, no es sostenible. Eso no significa que no sea un recurso válido para encarar la lucha en el presente”, apunta Castell.

-De todas maneras, la brujería era un crimen eminentemente “femenino”.

-Hablamos de más de un 90% de acusadas mujeres. ¿Por qué? Es complejo, pero hay un elemento que para mí arroja cierto sentido, y es el miedo.

Miedo desde el punto de vista de los hombres. Es interesante tratar de entender esta relación entre el miedo y la violencia. Muchos hombres violentos sienten en el fondo mucho temor y una gran inseguridad. En las fuentes medievales y modernas esto es evidente. Podríamos preguntarnos, en segunda instancia, miedo a qué ¿al saber femenino? ¿A que se rompa un cierto equilibrio de algo que hasta entonces parecía funcionar? Hay que seguir pensándolo, pero entiendo que muchas respuestas sobre lo que hoy vemos a diario podrían ir en esa dirección. 



Fuente: Los Andes

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