lunes, 30 de abril de 2018

Historias de cultos y religiones extremas, la última obsesión de la cultura pop 
El documental Wild Wild Country, sobre el perfil desconocido de Osho, se conviritó en un pequeño fenómeno con miles de espectadores; lo siguen otros que también cautivan al público. 
por Tamara Tenenbaum 


Wild Wild Country cuenta la historia del gurú Rajneesh (Osho) y sus seguidores, que fundaron su propia ciudad en Oregon Crédito: Netflix


Wild Wild Country es el documental del momento en Netflix: por improbable que parezca, miles de personas alrededor del mundo quedaron magnetizadas frente a la pantalla siguiendo la historia del gurú Rajneesh -luego conocido como Osho- y sus seguidores, que llegaron a fundar su propia ciudad en un pueblito de Oregon (además de intoxicar a cientos de personas, intentar asesinar a altos funcionarios y manejar cantidades millonarias de dinero, entre otros delitos). Pero el éxito del documental de los hermanos Chapman y Maclain Way, más que una excepción, es la punta de lanza de un curioso fenómeno que el algoritmo de Netflix ya había descubierto: las historias de cultos, sectas y religiones extremas nos fascinan. 

Documentales como One of Us (sobre una comunidad judía ortodoxa particularmente estricta) y Going Clear: Scientology and the Prison of Belief (sobre la cienciología, conocida por miembros prominentes como Tom Cruise y John Travolta) ya habían tenido sus picos de gloria en el servicio de streaming en los últimos meses; si los viste, probablemente el algoritmo también te recomiende Holy Hell (el recorrido de ilusión y desencanto de un cineasta con un culto californiano) e incluso Deprogrammed, sobre un hombre que, con métodos algo cuestionables, se dedicó a "desprogramar" a chicos jóvenes captados por supuestos cultos a pedido de sus padres. En esta nota, algunas hipótesis sobre qué es lo que seduce tanto a ciudadanos mayormente seculares del siglo XXI de este tipo particular de relatos.

Tan cerca y tan lejos 

Un aspecto que tienen en común todos los documentales de este tipo que se pusieron de moda es que, aunque estas comunidades tengan relaciones diversas con países lejanos, transcurren mayormente en democracias liberales occidentales: los chicos de One of Us no viven en Mea She'arim, el barrio ortodoxo de Jerusalén, sino en el medio de Brooklyn. Rajneeshpuram, la ciudad que fundaron los seguidores de Osho, no quedaba en la India sino en Oregon; y más aún en el caso de la cienciología, una religión plenamente occidental, y de los diversos cultos que florecieron particularmente en la costa oeste de los Estados Unidos en la década del 70, que se ven en las otras películas.

No es que solo haya cultos en este tipo de lugares, pero quizás algo de lo que nos interpela como espectadores es la sensación de que estos mundos paralelos, hipercomplejos y organizados, están literalmente a la vuelta de la esquina. La idea de que estos universos increíbles pueden estar "entre nosotros" y de que jamás nos enteremos (lo que, por supuesto, no es ningún accidente, sino que es una búsqueda intencional y necesaria por parte de sus líderes para la supervivencia de estos movimientos) es al mismo tiempo aterradora y atractiva.

Por otra parte, no se trata solamente de lugares como los nuestros, sino de gente como nosotros: aunque en las distintas películas se puede ver cómo se relacionan este tipo de comunidades con cuestiones de género y de clase (la cienciología no trata igual a Tom Cruise que a los mortales comunes, por ejemplo, y el peor de todos los casos en One of Us es el que protagoniza una mujer), lo que es evidente en todos es que la pertenencia a estas organizaciones no tiene que ver ni con ser poco educado, ni poco inteligente, ni débil, ni pobre. Profesionales de clase media, jóvenes universitarios, hombres y mujeres de familia, con poco o mucho dinero: no hay ningún patrón en la gente que vemos en los documentales, salvo el hecho de que muchos de ellos son personas graciosas, inteligentes, simpáticas o sencillamente gente con la que podemos identificarnos. Podrían ser nuestros amigos; incluso, podríamos ser nosotros.

El aura del pasado 

Se ha dicho muchas veces que vivimos en tiempos nostálgicos, y en ese sentido, estas historias nos tocan por partida triple: por una parte, muchas de ellas están situadas en décadas pasadas, particularmente en los 70, con sus hippies hermosos de coronas de flores y discursos utópicos. Por otra, los discursos de estas comunidades apuntan justamente a la nostalgia: en el corazón de sus doctrinas hay una crítica a la modernidad, al consumismo y a las sociedades contemporáneas y un llamado al regreso a la naturaleza, a sociedades más simples y en algún sentido más "organizadas", comunidades en las que cada uno conoce su "lugar". Y en tercer lugar, estos relatos apelan a la nostalgia de tiempos menos cínicos, menos descreídos, en los que (al menos así nos parece desde el punto de vista del siglo XXI) las personas estaban mucho más dispuestas a creer en algo (o en alguien), a comprometerse con una creencia hasta el enamoramiento más absoluto. En definitiva, hablamos de un tipo de estado mental que, en algún lugar secreto (o no tanto) del inconsciente, puede producir desde curiosidad hasta lisa y llana envidia.

La ansiedad de ser libres 

Finalmente, y conectado con esta nostalgia de "un mundo más sencillo", los discursos e historias sobre comunidades sectarias nos vinculan también con la ansiedad de la incertidumbre de nuestras vidas contemporáneas. El filósofo surcoreano Byung-Chul Han se hizo célebre en los últimos años hablando de la carga insoportable que representa la libertad (primero inventamos a Dios para soportarla; ahora que tenemos Dios lo reemplazamos por el capitalismo, escribe), pero en parte este mensaje que tanto prende entre los lectores actuales ya había sido dicho por filósofos como Jean-Paul Sartre y Friedrich Nietzsche: elegir tu propio destino es una responsabilidad dura, y más duro aún es convivir con la contradicción inherente a las sociedades capitalistas que te determinan económica y políticamente de forma silenciosa al tiempo que te dicen que "todo es posible".

En Holy Hell, uno de los excompañeros del culto al que pertenecía el director de la película explica que la sensación de abandonar la voluntad y "rendirse" ante otro es una especie de droga poderosa; otra chica, en la misma película, habla de la sensación de angustia y soledad que le dio volver a la "jungla de Los Ángeles" una vez que el líder se fue de la ciudad.

La mayoría de los televidentes no va a unirse a ningún culto a lo largo de su vida, pero la magia de estos documentales, cuando están bien hechos (Wild Wild Country es un caso magistral) es que nos ayudan a entender en un sentido muy real y empático las motivaciones detrás de quienes lo hacen.

Las narraciones más maniqueas quizá nos dan una sensación de tranquilidad: la intuición de que, aunque en nuestro mundo haya muchos problemas, del otro lado solo hay locura y estamos en el lugar correcto. Las formas de contar más interesantes, en cambio, nos conectan con la ansiedad que produce un mundo cada vez más múltiple, caótico e incierto, esa incertidumbre que la mayor parte del tiempo sepultamos para sobrevivir.



Fuente: La Nación

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