jueves, 18 de octubre de 2018

Detectando civilizaciones alienígenas moderadamente avanzadas mediante tecnomarcadores
por Daniel Marín



Una forma de detectar civilizaciones extraterrestres es a partir de sus construcciones o los efectos que hayan podido dejar en sus planetas o sistemas estelares de origen. Lamentablemente, con la tecnología actual solo podemos detectar aquellas civilizaciones increíblemente avanzadas capaces de construir megaestructuras tales como esferas de Dyson o similares. Desgraciadamente, a día de hoy no somos capaces de detectar una civilización similar a la nuestra. ¿Pero qué hay de aquellas civilizaciones que están más avanzadas que nosotros solo un poquito? ¿Podemos detectarlas?


Un exocinturón de Clarke en pleno tránsito (IAC/Héctor Socas).

Pues en principio, podemos. Siempre y cuando quieran hacernos las cosas más fáciles y decidan construir una serie de artilugios que las hagan visibles. Es decir, tecnomarcadores adecuados. Actualmente el tecnomarcador más prometedor son los exocinturones de Clarke. O lo que es lo mismo, el conjunto de los satélites geoestacionarios que una civilización avanzada tiene alrededor de su planeta. Este tecnomarcador fue propuesto a principios de año por Héctor Socas Navarro. Por si algún despistado no lo conoce, Héctor, además de ser investigador del IAC (Instituto Astrofísico de Canarias), también dirige el magnífico podcast de divulgación Coffee Break: Señal y Ruido. La idea de Héctor es que los satélites situados en órbita geoestacionaria —también conocida como órbita de Clarke, de ahí lo de «exocinturones de Clarke»— podrían ser visibles mediante el método del tránsito.

Eso sí, para que los exocinturones de Clarke sean detectables con nuestra tecnología tienen que ser mucho más densos que el nuestro. O sea, tendrían que tener muchos más satélites o estructuras de gran tamaño (¿paneles solares gigantes?). Héctor ha calculado que al ritmo actual de lanzamiento de satélites en el año 2200 nuestro propio cinturón de satélites sería visible con la tecnología de que disponemos ahora mismo. Por supuesto, no está nada claro que la órbita geoestacionaria se siga llenando de satélites a este ritmo. O es posible que antes de llegar a esa densidad decidamos limpiarla. Pero lo interesante es que estamos hablando de un tecnomarcador mucho más plausible y realista que una esfera de Dyson.


Ritmo de aumento en la densidad del exocinturón (Héctor Socas).

Un exocinturón de Clarke podría ser confundido con la presencia de exolunas, aunque con la resolución suficiente esta hipótesis es fácil de refutar porque los extremos del exocinturón —los más densos vistos desde la Tierra y, por lo tanto, los más fácilmente visibles— aparecerían como dos exolunas iguales situadas a la misma distancia de su planeta, una configuración prácticamente imposible. Por contra, la confusión con anillos naturales es más difícil de resolver. Los exocinturones están situados por definición en la órbita geoestacionaria, cuya distancia varía en el caso de cada planeta en función de la masa y el periodo de rotación (el factor principal es este último). Sería mucha casualidad encontrar un anillo natural situado justo en la órbita de Clarke de un exoplaneta, aunque, por otro lado, medir la rotación del planeta es muy complicado y, dependiendo del caso, imposible.


Cómo se vería un exocinturón en un tránsito (Héctor Socas).

También hay que tener en cuenta que, con los datos actuales en la mano, los exoanillos en mundos que se hallan cerca de sus estrellas parecen ser muy poco frecuentes (al menos los de gran tamaño y opacidad). De hecho, no hemos descubierto ninguno. Otra opción complementaria sería buscar concentraciones de satélites en órbitas polares de tipo Mólniya (con una inclinación de 60º – 70º y un periodo de 12 horas para la Tierra). En determinadas circunstancias, como podrían ser planetas con un campo gravitatorio muy intenso o regiones ecuatoriales poco habitables, las órbitas Mólniya pueden ser más adecuadas que la órbita geoestacionaria. Estos ‘enjambres Mólniya’ quizá serían visibles encima y debajo del exoplaneta (suponiendo una inclinación del eje de rotación no demasiado grande), pero no me consta que nadie haya estudiado esta opción (Héctor, ahí tienes trabajo extra por si te aburres).

Como suele ocurrir cuando hablamos de tecnomarcadores y tránsitos, las estrellas enanas rojas son las mejores candidatas para detectar exocinturones, pero el inconveniente es que la mayoría de planetas situados en la zona habitable de este tipo de estrellas debería presentar rotación síncrona por acoplamiento de marea. En este caso no es factible lanzar un satélite a una órbita geoestacionaria (aunque pueden haber satélites localizados en órbitas inestables que hagan uso de su sistema de propulsión para situarse sobre la zona adecuada de la superficie). Por otro lado, una civilización que viva en un mundo con acoplamiento de marea podría emplear los puntos de Lagrange para situar sus satélites, así que en vez de exocinturones también habría que buscar ‘enjambres de Lagrange’, como los ha denominado Héctor. La detección de estos enjambres en los puntos L1, L2 y L3 de Lagrange por el método del tránsito sería complicada, pero los situados en los puntos L4 y L5 destacarían más. Los enjambres de Lagrange son atractivos como tecnomarcadores porque nuestros métodos de detección actuales favorecen el descubrimiento de planetas situados cerca de sus estrellas.

Cabe la posibilidad de que una civilización que viva en un mundo con acoplamiento de marea decida usar los puntos de Lagrange para situar espejos que iluminen su hemisferio nocturno o, al revés, grandes parasoles para bajar las temperaturas del punto subsolar del hemisferio iluminado. Este tecnomarcador, propuesto hace unos años por Eric Korpela, es menos realista que los cinturones de Clarke, pero también estamos hablando de una tecnología mucho más modesta en comparación con otras megaestructuras y, sobre todo, fácilmente detectable por el método del tránsito.



Fuente: danielmarin.naukas.com

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