sábado, 26 de agosto de 2023

La Argentina encabeza una iniciativa para desarrollar un satélite meteorológico regional
Fortalecerá la cooperación y la independencia tecnológica de los países latinoamericanos, que hoy utilizan los servicios de los Estados Unidos.
por Nora Bar



Según las estimaciones, en este momento hay unos 2500 satélites en órbita. De estos, apenas un puñado que se cuenta con los dedos de una mano son meteorológicos. Los dos únicos continentes que no cuentan con uno propio son América latina y África. Pero si progresa un proyecto que está en sus inicios, dentro de cinco a ocho años esto podría cambiar.

La idea surgió en ocasión de una reunión de servicios meteorológicos de la región realizada en 2018. El Servicio Meteorológico Nacional (SMN) y la Comisión Nacional de Actividades Espaciales (Conae) se pusieron a trabajar y en agosto de 2022 presentaron una hoja de ruta. Hace algunas semanas, ya se realizó el primer Taller sobre el desarrollo de un satélite geoestacionario regional, en el que participaron representantes de ambas entidades, el Instituto Nacional de Investigaciones Espaciales de Brasil (INPE); la Oficina Nacional de Administración Oceánica y Atmosférica de los Estados Unidos (NOAA) y la Oficina Regional para las Américas de la Organización Meteorológica Mundial OMM. Lentamente, la iniciativa va tomando vuelo.




“La Organización Meteorológica Mundial está dividida en regiones –cuenta Luciano Vidal, investigador del SMN–. En nuestro caso, hay una que nuclea todos los servicios meteorológicos de habla hispana. Cuando nos reunimos, discutimos prioridades en materia meteorológica, inversiones en infraestructura, necesidades de cada país. Y una de las que se estableció en 2018 fue la de contar con un satélite meteorológico que responda a las demandas de esta parte del continente. Hoy utilizamos uno que es propiedad de los Estados Unidos, operado por la NOAA y la NASA, pero las prioridades están puestas en fenómenos que tienen impacto directo en ese país, como huracanes, ciclones o tornados. Por ejemplo, hay una capacidad que se conoce como ‘escaneo de mesoescala’ (observar pequeñas regiones dentro de un continente, como una tormenta fuerte que ocurre en Mendoza o San Juan), que se puede configurar desde el satélite, pero si bien podemos pedirlo, solemos quedar en el puesto 25 de la lista de prioridades. De hecho, nos pasó el otro día, cuando lo necesitábamos por las tormentas que iban a estar afectando el AMBA y justo coincidió con fenómenos en la zona del Caribe, e incendios entre Canadá y Estados Unidos”.

Por requerimientos como éste o el de poder decidir qué tipo de instrumentos viajan a bordo del aparato, que surgió la idea de independizarse. Ya hacia 2015 se había especulado con la posibilidad de agregarle a los Arsat alguna capacidad tecnológica para hacer monitoreo meteorológico, pero solo ahora se comenzó a trabajar en firme.

¿Qué hace exactamente un satélite meteorológico? “Para poder monitorear lo que sucede en la atmósfera, nosotros utilizamos un conjunto de herramientas –explica Vidal–. Las más clásicas son el termómetro [mide temperatura], el pluviómetro [cantidad de agua caída], el anemómetro [velocidad del viento], que nos indican cuáles son las condiciones del tiempo a nivel del suelo. Para saber cómo está la atmósfera más arriba, utilizamos globos sonda con instrumentos. Y además, tenemos ‘sensores remotos’, que nos permiten hacer estimaciones indirectas. Por ejemplo, de la temperatura del aire, que es una propiedad del fluido. La puedo medir directamente con un termómetro, porque lo pongo en contacto con el fluido en sí, pero con los sensores remotos la estimo de manera indirecta. Eso es lo que hace un satélite”.


Uno de los parámetros que se observan desde el satélite es la cubierta de nubes.

Los hay de diferentes tipos. Una de sus características principales está dada por la órbita en la que circulan. Los geoestacionarios dan una vuelta a la Tierra en 24 horas; es decir, que se desplazan a la misma velocidad angular que la de la rotación del planeta por lo que, vistos desde la superficie, parecen estar detenidos siempre en el mismo lugar. “Con el satélite, una de las cosas que observamos son las nubes y de allí surge mucha otra información –destaca Vidal–. Estamos pensando en un satélite geoestacionario que ‘vea’ toda América Latina. Estaría a una altura de unos 36.000 kilómetros (similar a la de los Arsat). Este tipo de satélites, posicionados sobre el Ecuador, pueden observar todo un continente. Algunos, están dedicados a monitorear Europa y parte de África; otros, la India, Rusia, China o Japón. Se cuentan con los dedos de una mano. Dado que tienen una cobertura tan amplia, con cinco satélites se puede abarcar todo el globo”.

Uno de los puntos todavía por definir es el de los instrumentos que viajarán a bordo. “Toda misión satelital arranca con la definición de su aplicación estratégica, que es la que justificará la inversión –comenta Vidal–. Por ejemplo, en el caso de la misión SABIA-Mar [Satélite de Aplicaciones Basadas en la Información Ambiental del Mar, cuya puesta en órbita está prevista para 2025], lo que queremos es estudiar el color y las temperaturas de la superficie del océano, y la llamada ‘carga útil’ cumplirá con los requerimientos necesarios para hacer análisis y medir esas propiedades. En este proyecto en particular eso todavía no lo tenemos definido, es muy probable que alguno de los instrumentos sea similar a los que hay disponibles en el que ya estamos usando. Uno sirve para monitorear la nubosidad, medir la energía térmica que emiten las nubes, pero también estimar algunos parámetros del suelo e incluso de la temperatura superficial del mar, aunque no está optimizado para esa aplicación. Cuando se decide cuál es el objetivo estratégico, se desarrolla un instrumento para ese uso. También estamos pensando que deberíamos contemplar uno que detecte la actividad eléctrica de las tormentas, que pueda ver el resplandor de los relámpagos. Se trata de una información muy crítica para el seguimiento de los sistemas meteorológicos de muy rápido desarrollo”.


Ilustración artística del Arsat, también un satélite geoestacionario.


Contar “ojos propios” en el espacio arrojaría beneficios para nuestro propio servicio meteorológico y otros de la región. Entre otras cosas, permitiría disponer más rápidamente de información para la toma de decisiones. Como valor agregado, se piensa que permitiría mejorar los pronósticos, ya que se podrían utilizar los datos observados para optimizar los "modelos numéricos del tiempo", ecuaciones que permiten simular cómo se mueve la atmósfera. “Cuánto mejor determinadas estan las condiciones y mayor es la cantidad de observaciones de que se dispone, mejor performance tienen los pronósticos”, destaca Vidal.

De aquí en más, la idea es articular con las otras agencias espaciales de la región y ubicar este proyecto en el marco de la agencia espacial de Latinoamérica y el Caribe, cuya creación se firmó en septiembre de 2021 en la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac) para coordinar actividades de cooperación entre los Estados en el ámbito espacial. “Este proyecto podría ser el primero de la nueva agencia –se entusiasma Vidal–. Permitiría trabajar en dos áreas: por un lado, articular con los servicios meteorológicos de los otros países y por otro, con las agencias espaciales. Hay que definir las fuentes de financiamiento y acordar compromisos firmes con cada uno de los que participen”.

El proyecto tendría también un beneficio extra: la formación de recursos humanos, especialmente en países que carecen de ellos. “Estamos tratando de promover la colaboración regional, pero, por experiencia y trayectoria, y por contar con empresas como Invap y Arsat, lo estamos traccionando desde acá con la importante participación de Brasil”, concluye Vidal.



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