Los mendocinos tenemos la desagradable costumbre de pensar “si vive al lado de mi casa no puede ser un genio”, “pero si lo conozco de toda la vida, no es un talentoso”, “si fue compañero mío de la escuela, ¡qué va a ser inteligente!”
Ideas como estas muestran nuestro lado oscuro, el miserable, y sólo cuando nuestros “vecinos” triunfan en el exterior, empezamos a cambiar la mirada y a concebir que sí, que es posible que ese flaquito de enfrente sea hoy el admirado Quino, Julio Le Parc o Carlos Alonso, o que la lindita de la cuadra se transforme en la celebrada Liliana Bodoc, Verónica Cangemi o Fabiana Bravo, por mencionar sólo un puñado de nombres.
En el caso de los científicos este recorrido es mucho más arduo porque no hay espectáculo que medie entre su “obra” y la gente, y porque no aspiran al aplauso sino a investigar, día tras día y año tras año, en sus laboratorios y gabinetes sin otra esperanza que demostrar una teoría que devenga en conocimiento.
Esa fue la historia del astrofísico Guido Ramón Enrique Gaviola (foto), un mendocino brillante quien, a pesar de ser uno de los científicos más importantes de la historia argentina, pocos conocen y recuerdan en nuestra provincia.
Enrique Gaviola nació en Rivadavia, Mendoza el 31 de agosto de 1900 y murió -olvidado- en nuestra ciudad el 7 de agosto de 1989. Fue el primer astrofísico argentino y un maestro de integridad. "Científico extraordinario, excepcional docente y un importante visionario político científico" son las calificaciones que intentan retratarlo en un manojo de biografías.
Sus trabajos sobre la aceleración de partículas, sobre emisión atómica estimulada –origen del actual láser-, la creación de un sistema especial para el recubrimiento de la superficie de los espejos de los grandes telescopios, el diseño del primer espectrógrafo estelar del mundo construido íntegramente con espejos, sus teorías respecto del tema de cascadas de los rayos cósmicos, la instalación en Argentina de la primera estación del Hemisferio Sur para el seguimiento de satélites espaciales y el diseño de la Bomba A, son apenas algunos de sus aportes a la ciencia.
Hoy, sólo dos objetos, una escuela, una plaza y un paseo llevan su nombre: el asteroide 2504 descubierto en Córdoba en 1967, el fluorómetro que él diseño; la escuela Nro. 3-406 de la calle Chile 1782 de Ciudad (desde agosto de 2008), la plazoleta del Instituto Balseiro y una de las instalaciones del Observatorio de Rayos Cósmicos Pierre Auger.
El discípulo de Einstein
Llegó al Instituto de Física de La Plata, institución cumbre de la época de esa disciplina en nuestro país, en 1917. Allí, lo tomó bajo su tutela Ricardo Gans, científico alemán especializado en magnetismo quien lo impulsó a estudiar en la Universidad de Göttingen, Alemania, adonde arribó en 1922, y luego en Berlín.
El diploma de Gaviola que lo acredita como astrofísico por la Universidad de Berlín.
Fue el primer peldaño de una carrera que lo llevó a estudiar con la élite que transitaba por altos niveles teóricos en procura de postulados que luego alumbraron la teoría de la relatividad y la mecánica cuántica, No por azar fue alumno de los científicos más encumbrados de la época -y del siglo-, como James Frank, Max Born, Max Plank, Max von Laue, Albert Einstein y Walter Nernst.
“Su trabajo de Proseminar fue dirigido por Von Laue y la mesa examinadora estuvo integrada por Lise Meitner, Albert Einstein y Peter Pringsheim. Su tesis de graduación, dirigida por Max von Laue y Walter Nernst, obtuvo la calificación de sobresaliente magna cum laude y en 1926 fue la ceremonia de graduación como Philosophiae Doctoris et Artium Liberalium Magistri, de la Friedrich Wilhelms Universität de Berlín”, precisa el investigador Omar Bernaola en su libro Enrique Gaviola y el Observatorio Astronómico de Córdoba, su impacto en el desarrollo de la ciencia argentina, de 2001.
Al terminar sus estudios y por sugerencia de Einstein, se postuló para una beca que le permitiría trabajar en Baltimore, Estados Unidos, junto al físico Robert W. Wood. “Resultó primero en el orden de mérito, pero la beca le fue denegada porque no estaba prevista su adjudicación a alguien que no fuese norteamericano o europeo. La situación provocó el enojo de Einstein, quien le reclamó por escrito al representante de la Rockefeller: fue el primer caso en ser otorgada a alguien proveniente del Hemisferio Sur”, relata Bernaola, discípulo de Gaviola.
La carta de Einstein en la que reclama la beca ganada por el mendocino.
Posteriormente desarrolló su actividad en Estados Unidos, primero en la John Hopkins y luego en Carnegie Institution. En esa universidad fue asistente en el Departamento de Magnetismo Terrestre y trabajó junto a Larry Hafstad y Merle Tuve en técnicas de vacío y alta tensión.
“En una época tan temprana para la tecnología de aceleradores de partículas, lograron obtener nada menos que cinco millones de voltios. El aparato que construyeron es considerado como el primer antecedente realmente importante de un acelerador de partículas y permitió abrir el campo experimental a la Física Nuclear”, apostilla su discípulo.
Una foto, en la que aparece junto a Merle Tuve el 11 de noviembre de 1928, trabajando en ese experimento, está expuesta en el museo de Ciencia y Tecnología de la Smithsonian Institution en Washington D.C.
Enrique Gaviola convivió con los grandes nombres de la física internacional, participó en la intrépida empresa de investigar senderos del conocimiento no transitados y trabajó denodadamente en los laboratorios que lo aceptaron.
“En 1928 Gaviola publicó una serie de estudios, entre los cuales destaca el que constituyó el primer trabajo experimental sobre emisión atómica estimulada, origen del actual láser, y otro que contribuyó al nacimiento de dos nuevas áreas científicas: la espectrometría fluorescente en bioquímica y el estudio de la hidrodinámica de las proteínas. El fluorómetro que diseñó y construyó para realizarlo hoy es conocido bajo su nombre”, detalla Bernaola.
En 1930 regresó a Argentina para trabajar en la Universidad de Buenos Aires, donde revolucionó los métodos de estudio y dio gran impulso a los trabajos experimentales.
La bomba A
Fue profesor en varias universidades, como la de Buenos Aires, donde dirigió la Cátedra de Físico-Química en la Facultad de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales entre 1930 y 1936. Dirigió el Observatorio Astronómico de Córdoba de 1940 a 1947 y de 1956 a 1957.
Debido a su iniciativa, durante el primer período se crearía la Asociación Física Argentina y durante el segundo el Instituto de Matemática Astronomía y Física. Bajo su dirección, el Observatorio de Córdoba se transformó en un centro científico de primer orden, con astrónomos y físicos que tenían una dedicación exclusiva a la investigación, un excelente taller de óptica, cursos académicos de calidad, entre otras actividades. Entre sus discípulos se cuentan Mario Bunge, Ernesto Sabato y José Balseiro.
Posteriormente desarrollaría diversas tareas, la última de ellas como docente en el Instituto de Física de Bariloche y en la Comisión Nacional de Energía Atómica. Tanto en la génesis de estas instituciones como en las de CONICET y SECYT, la acción de Gaviola resultó también fundamental.
“En la séptima reunión de la Asociación Física Argentina, realizada en La Plata en abril de 1946, Enrique Gaviola presentó un trabajo titulado Empleo de la energía atómica (nuclear) para fines industriales y militares. El análisis es notable, así como también lo es el hecho de que sea tan poco conocido en la Argentina: concluye con una descripción, sorprendentemente detallada para el momento en que es escrito, del posible diseño de una bomba atómica. ¡Nada más ni nada menos! Sobre todo que con los conocimientos de hoy se puede apreciar que el análisis, hecho a tientas, es correcto. Esta era una medida de la capacidad existente entonces en la Argentina en materia atómica”, escribe el investigador Sergio Cerón en su libro La Argentina potencia: una estrategia posible, de 2004.
Gaviola fue un visionario de teorías importantes, “un inspirado”, pero no tuvo las posibilidades materiales de llevar adelante sus teorías y muchas ellas quedaron en el plano teórico hasta que años después fueron demostradas y aplicadas. Era un hombre múltiple. Tenía una formación muy sólida y eso le permitió incursionar en la ciencia y en la tecnología. Se destacó no sólo como científico teórico sino en la ciencia aplicada de alto nivel.
En marzo de 1951, ante una selecta concurrencia de funcionarios y periodistas, Juan Domingo Perón hizo un anuncio que recorrería rápidamente todo el mundo: "El 16 de febrero de 1951, en la planta piloto de energía atómica en la isla Huemul, de San Carlos de Bariloche, se llevaron a cabo reacciones termonucleares bajo condiciones de control en escala técnica”, cita Sergio Cerón en su trabajo.
Gaviola junto al científico que puso a punto el lente del observatorio de Cordoba.
Y amplía: “El entonces presidente argentino informaba el desarrollo de un proceso original para producir energía atómica mediante una reacción de fusión nuclear, que no partía del uso del uranio, era no contaminante y barata. Parecía abrirse la puerta a la utopía de una fuente inagotable de energía que reemplazaría para siempre a los combustibles de origen fósil. La estructura de poder económico, político y militar del mundo, de confirmarse el anuncio, se vería sacudida en sus entrañas”.
Perón presentó a la concurrencia al profesor Ronald Richter, de 42 años, austríaco, nacionalizado argentino, director de los ensayos, quien confirmó las aseveraciones de Perón: "Yo controlo la explosión, la hago aumentar o disminuir a mi deseo. Cuando explota una bomba atómica sin control hay una destrucción espantosa. Yo he conseguido controlar la explosión para que la misma se produzca en forma lenta y gradual".
En otra respuesta afirmaba: "Usted se sorprendería mucho si supiera cuál es el material que se usa; pero como otros tienen supersecretos, nosotros también los tenemos. Tenemos que conservar los secretos de nuestros amigos para que ellos conserven los nuestros. No mantenemos el secreto por razones armamentistas, sino simplemente por razones económicas e industriales, puesto que además del espionaje para la guerra existe el espionaje económico, y la Argentina deberá proteger el secreto".
Este fue el comienzo de lo que pronto se llamaría el caso Richter porque cuando se hizo el anuncio las reacciones de fusión controladas no eran posibles. Entre el escepticismo primero y la ironía más tarde, el mendocino Enrique Gaviola ayudó a desenmascarar al científico austríaco.
“Richter contactó con Perón y fue contratado por su gobierno para producir una bomba atómica”, resume Torres. “Pero al pasar los años y no obtener resultados se nombró una comisión de científicos notables quienes comprobaron que no se habían realizado las cosas prometidas. Al parecer Richter no era un farsante total, sino que había prometido más de lo que podría hacer. En todo el mundo se decía que en la Isla Huemul, en el Lago Nahuel Huapi, se estaba construyendo una bomba atómica”, explica el epistemólogo Juan Manuel Torres.
El especialista relata que “después se descubrió el bluff, ya que no se había hecho lo que se esperaba de Richter y de su grupo a pesar de la construcción de instalaciones y del gasto de enormes sumas de dinero. Eso enturbió todo el plan de la energía atómica en Argentina. Gaviola fue uno de los científicos que puso al tanto al gobierno de que lo se estaba haciendo en la Isla Huemul no era correcto; él fue uno de los que denunciaron a Richter ya que se había sobreestimado lo que éste podía realmente concretar. Todo pasó luego al olvido”.
Sin embargo, a pesar de esto, “Gaviola logró interesar a las autoridades acerca del uso de la energía nuclear como fuente de energía y como herramienta básica en la investigación médica en un momento en que muy pocos sabían de energía nuclear y menos de la tecnología necesaria. Por eso, él es uno de los precursores de la CNEA. El llamó la atención sobre esto y en ese sentido, José Balseiro, uno de sus discípulos, terminó de convencer al país sobre la importancia de su desarrollo. Hoy Argentina cuenta con un grupo de científicos muy bien formados y es de los pocos países que tiene energía nuclear”, subraya Torres, profesor de la UTN y la UNCuyo.
El tío excéntrico
El astrofísico Guido Ramón Enrique Gaviola tiene descendientes en Mendoza. El apellido González Gaviola es familiar para los mendocinos tanto en el ámbito académico como en el político. Así, la investigadora Graciela González Gaviola de Díaz Araujo no oculta su alegría al contarnos, desde una perspectiva familiar e íntima, cómo era el científico.
El astrofísico hacia el final de su vida en una foto familiar.
“Era mi tío abuelo y tenía una familia con muchísimos hermanos, en Rivadavia. Su padre se llamaba Modesto Gaviola y era un hombre atípico para la época. A Enrique, al que le decíamos el tío Negro, lo apoyó para estudiar física en la Universidad de La Plata, y a una de las hijas para que estudiara abogacía; ella fue la primera abogada mendocina”, relata la especialista en dramaturgia argentina.
González Gaviola continúa: “En Alemania se casó con una mujer alemana y tuvo una hija, Miriam Gaviola de Aguiar, pero el matrimonio no funcionó. Cuando volvió a Argentina y estuvo en Córdoba, conoció a Helena Tartaiet, a quien nosotros le decíamos Helenita y se casó con ella. Era hermana de una físico amigo suyo, no tuvieron hijos y permanecieron juntos hasta el día de su muerte. El era un hombre alto, muy delgado, sumamente callado. Ella era una mujer exquisita”.
“Cuando dejó Córdoba se fueron a vivir cerca del Instituto Balseiro donde estuvieron muchísimos años. Volvieron a Mendoza cuatro años antes del fallecimiento de él, que ocurrió en 1989”, cuenta la sobrina nieta.
La investigadora señala que “mientras estuvo en el Balseiro plantó todos los días un árbol, por eso al paseo y a la plazoleta le han puesto su nombre. Lo recuerdo como un hombre excéntrico, cultísimo, que manejaba un auto viejo que se llamaba Baturé, que hacía dulce casero y que cuando se quedaba sin trabajo por las peleas que tenía con los políticos salía en camioneta a vender huevos por las casas”.
“Sobre su final estaba muy encorvado y se instalaba en un banco de la plaza España con un gorro con un pompón, a pensar, decía. Nunca perdió la lucidez. Era un agnóstico severo y una vez me lo encontré saliendo de jesuitas; cuando le pregunté qué hacía, me dijo: `Uno tiene que saber de todo´”, evoca la sobrina.
La docente destaca que “cuando murió lo único que tenía era un departamento en la ciudad y un terreno en Bariloche. Renunció a todos los cargos, a todos los honores. El único honor que aceptó fue el Doctorado Honoris Causa que le dio la UNCuyo en la época de Zuleta”.
“Sé que salvó a muchos científicos alemanes, no sé cómo lo hizo, tanto como para que dentro de la comunidad científica lo llamaran el Schindler de los científicos”, se emociona González Gaviola, quien donó los libros de la biblioteca de su tío abuelo a la UTN.
El perfecto antihéroe
“Gaviola es una de esas personas cuyo nombre deberían llevar calles importantes no sólo de Mendoza, sino de muchas ciudades argentinas. Fue una persona que ayudó al desarrollo de la ciencia nacional y la puso muy arriba en los años ´40 cuando prácticamente en América Latina no existía investigación científica de calidad y sobre todo innovación en ciencia. El tuvo la suerte y el mérito de estudiar en Alemania y doctorarse allí en un momento clave de la historia de la física, que estaba teniendo lugar justamente en Alemania”, destaca el investigador Juan Manuel Torres.
Para el doctor en Epistemología, “el haber tenido como profesores, el que hayan sido sus referentes Albert Einstein, Max Brod y Max Plank, tres de los más grandes científicos del siglo XX, es trascendente. El haber estudiado con ellos, el haber asistido a sus clases, cuando uno está en presencia de esa calidad de gente y de la gente que los rodeaba a ellos, uno queda marcado para siempre. Y Gaviola sumó a ese mérito, el haber logrado una tesis doctoral de excelencia en el momento de más excelencia de ese lugar”.
“Lo interesante es el contexto en que él enseña sus teorías. El vuelve a la Argentina en un momento en que acá muy pocos tenían conocimientos para entenderlo. El trajo su vasta información, sus conocimientos que eran revolucionarios y novísimos, en los años ´30”, argumenta.
Torres, profesor investigador en universidades de Francia, Estados Unidos, Francia y Portugal, reflexiona: “El haber vuelto a Argentina y haber impulsado los estudios de física y astrofísica que prácticamente no existían lo hacen un hombre excepcional. Gaviola llevó adelante institucionalmente la ciencia en nuestro país. El haber creado la Asociación de Física Argentina, el famoso Instituto de Matemáticas, Astronomía y Física, el haber dejado discípulos como José Balseiro -que impulsó a su vez la creación de instituciones como la CONEA (Comisión Nacional de Energía Atómica) y que puso a la Argentina en los años ´60 en posesión de centrales nucleares para la producción de energía- es un mérito de una dimensión enorme. Acá hay que mencionar también al almirante Castro Madero que fue el impulsor del uso de la energía nuclear en nuestro país y de la construcción de Atucha I, Atucha II y Embalse”.
Crónica de un olvido
Para Torres “se olvidan ciertos nombres por motivos políticos, como es el caso de Enrique Gaviola que entró en conflicto con las autoridades peronistas y luego tuvo problemas después de la Revolución Libertadora. Murió no digo en el olvido, pero el manoseo al que estuvo expuesto fue notable. Ese manoseo que siempre se da en la Argentina entre política y educación hace que las personas que se distinguen en ciencia terminen con problemas políticos”.
Uno de los muchos trabajos de Enrique Gaviola.
El docente señala que todo lo que está relacionado con la innovación tecnológica puede tener implicancias estratégicas. “De ahí que el Estado que en Argentina siempre estuvo muy influido por el Ejército –de esto dan cuentan las diferentes gobiernos militares que hemos padecido-, mantenga con las personas que están vinculadas a la innovación tecnológica, a la creación de instituciones que hacen al desarrollo de la astrofísica, de la energía nuclear o del seguimiento satelital, una relación compleja y tirante”.
“Siempre estaba en conflicto con las autoridades. Era un hombre que no se callaba, era un hombre muy recto. Gaviola era un persona muy frontal y su código ético lo llevaba a discutir con las autoridades, militares y civiles. Mario Bunge relata que Gaviola tenía una serie de preceptos respecto de la actitud y la ética que debe tener un buen investigador y él era el primero en cumplirlas, desde la honestidad intelectual hasta la integridad profesional”, relata Torres.
Por eso comienzaron a aparecer los problemas que lo fueron relegando. El epistemólogo relata que Gaviola “volvió a tener conflictos con las autoridades políticas después de la Revolución Libertadora. También con la universidad argentina porque era un hombre que quería la calidad por sobre todas las cosas en medio de una universidad que vivía inmersa en cuestiones políticas. Los años ´58 y ´59 estuvieron atravesados por varios conflictos, entre ellos el “laica y libre”. Toda esa lucha conspiraba contra la investigación de gran nivel. Si uno compara las universidades alemanas y estadounidenses que él conoció, remansos donde se investiga y se trabaja separado del mundo político y una universidad atravesada por la lucha política entre peronismo, antiperonismo, el conflicto “laica o libre”, y la intervención de los militares en el año ´66. Eso le debe haber parecido un infierno. Eran años muy turbulentos. Él se daba cuenta de que así no se podía y tuvo reflexiones muy críticas acerca del sistema universitario argentino. Ese tipo de conflictos fueron los que promovieron su paulatino paso al olvido”, opina.
Fuente: MDZ Online
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