domingo, 1 de agosto de 2010

Migración

Argentinos, con terror a ser expulsados de EEUU

Son al menos 3.000 los que viven en Arizona, donde se implementa una ley durísima contra la inmigración. Hoy sufren la xenofobia.

domingo, 01 de agosto de 2010

Argentinos, con terror a ser expulsados de EEUU
Los latinoamericanos se manifestaron en vano contra la ley de inmigración. (Archivo)


“Son veinte dólares”, alcanzó a decir Marta antes de que la garganta se le cerrara y no pudiera contener el sollozo. Cuando se repuso dijo que mejor no, que ya no estaba en venta la cunita verde pastel que había sacado al jardín de su casa en Mesa, un suburbio de Phoenix, Arizona.

“¡Así tenga que cargarla en mi espalda toda la vida, me la llevo. La cunita de Miriam, no!”, dice secándose las lágrimas con la manga de la remera como cuando era chica en Rosario. Miriam es su hija de 9 años. La mamá está vendiendo todo lo que puede para irse a probar suerte a Texas. La que iba a comprar la cuna es una vecina mexicana. Ella se queda hasta que nazca su nuevo bebé en dos meses. Después, también va a tener que vender todo lo que pueda y partir.

Marta, esta argentina que se oculta, no quiere dar su apellido ni que le saquen fotos, es indocumentada y desde hace dos años, como al resto de los latinoamericanos sin papeles, es perseguida por las fuerzas policiales del sheriff Joe Arpaio y otros comisarios de Arizona que están envalentonados por la ley antiinmigrante SB1070 que les otorga poder para detener a cualquier sospechoso de ser un inmigrante que no logró regularizar su situación legal y expulsarlo.

“Mi hija nació acá, en Arizona. Creía que ésta era mi casa. Pero no, ahora es de estos racistas como el Arpaio. Me voy con Miriam y la cunita que es lo único que voy a conservar de este lugar”, dice Marta mientras se sube a la camioneta Bronco con la que va a manejar hasta Austin.

El jueves, una jueza detuvo parcialmente la aplicación de la controvertida ley. Pero la parte gruesa de la medida, que permite la expulsión inmediata de los trabajadores del campo sin permiso especial o la obligación de los empleadores de no contratar a personas que no tengan residencia permanente, está vigente.

Todo esto provocó duras manifestaciones en el centro de la vieja ciudad de los cowboys, así como el éxodo de miles de latinoamericanos que viven aquí desde hace al menos una década. Entre ellos, unos 3.000 argentinos que habían escapado de la crisis económica argentina de principios de 2000, cuando aún regía el waiver que permitía viajar a Estados Unidos sin visa. La mayoría de ellos llegaron a otros estados y luego se mudaron a Arizona para aprovechar las oportunidades que daba allí el boom inmobiliario.

Cuando golpeó la crisis financiera de fines de 2008, todo comenzó a derrumbarse. Se paró la construcción, los bancos cayeron en bancarrota, los inversionistas huyeron y los trabajadores quedaron en la calle. La inseguridad económica provocó miedo y xenofobia. Los antiguos residentes anglos le echan la culpa a los que supuestamente vienen a quitarles trabajo. Tres mil argentinos quedaron atrapados en esta ratonera.

El paisaje es magnífico. El Shea Boulevard serpentea por entre medio de colinas cubiertas de enormes cactus con sus pencas apuntando a cualquier lado. Las montañas del fondo tienen esas formas cubistas tan particulares. Ésta fue tierra de los indios navajos, de enormes mandas de vacas con largos cuernos y vaqueros lanzando tiros al aire.

Ahora, es la puerta para la Fountain Hills, una pequeña ciudad de condominios entre campos de golf y lagunas. Allí vive desde hace 20 años Claudio Lazzatti, que se fue desde Barracas para armar una empresa de limpieza y otra de construcciones. Es tan inmigrante argentino como los otros, pero tiene una visión totalmente diferente.

“Es como si te entraran a la parte de atrás de tu casa y te tomaran el terreno, se armaran una villa y encima te exigieran que les dieras trabajo. Así es como sienten acá respecto a los inmigrantes que cruzan la frontera sin papeles. Si vos cumplís con la ley, acá no tenés ningún problema”, dice mientras camina por un parque que tiene un chorro que lanza agua a treinta metros, en un lugar que era un desierto.

“Mirá, yo busco gente, pongo un aviso diciendo que tengo trabajo en la construcción o la jardinería y no me llama nadie. O sobra el trabajo o no están dispuestos a trabajar, como dicen, por un sueldo módico. Y desde que estoy acá, hace 20 años, vi sólo una vez a un argentino. ¿No quieren trabajar?”

La respuesta, tal vez, la tiene Ignacio, que llegó hace diez años para juntar dinero y terminar de pagar una deuda que le había quedado en Mendoza. Empezó trabajando en una compañía de electricidad. Logró tener a su cargo una cuadrilla con ayudantes. Se especializaba en la construcción de mansiones. “Nunca me pidieron ningún papel. Veían que yo era responsable y que hacía bien mi trabajo y listo”, cuenta mientras toma un ice-coffee que alivie los 43 grados de calor en un Starbucks del barrio de Tempe.

Cuando terminó el boom inmobiliario, la compañía cerró. Ya había entrado en vigencia la ley. “Me pasó lo que no me había pasado nunca. Lugar donde iba, lugar donde me pedían la residencia”. Comenzó a armarse una pequeña empresita de arreglos en general. Pero cada vez lo llaman menos.

“Antes tenía dos o tres pedidos por día. Ahora, tengo dos o tres por semana”. Hace seis años conoció a su mujer, Trini, una mexicana que está embarazada de seis meses. “Cuando nazca el bebé tendremos que decidir. Pero a Argentina no vuelvo. Tengo 39 años. Si no me dan trabajo acá, te imaginás allá. Ya soy viejo. Me la tengo que jugar hasta el final”, dice amargado.

Por la carretera 60 se llega al Superstition Freeway. Allí viven Juan y su esposa Gloria. Ellos ya sufrieron el golpe más duro. Su hijo argentino, nacido en Santa Fe, cumplió sus 20 años en la cárcel por ser un indocumentado. Hace dos meses tuvo una discusión con su novia, un vecino molesto lo denunció, la policía se lo llevó por no tener residencia oficial y lo entregó a Migraciones. Desde entonces, está en la cárcel de Florence esperando la deportación.

“Dicen que en cualquier momento lo mandan para Los Angeles y de ahí a Buenos Aires”, cuenta Juan.

Gloria está muy afectada. Ni siquiera lo pueden visitar. Si uno no es un residente legal de Arizona no puede entrar al lugar. Dice que el chico los llama y les asegura que está bien, pero ella está preocupada.

“Esto es culpa de esta ley y de este señor Arpaio que nos quiere ver a todos muertos. Hace dos semanas nos pararon cuando veníamos de una fiesta en la iglesia evangélica a la que pertenecemos. Fue todo muy feo. Mi otra hija de 10 años se asustó y les empezó a gritar “no se lleven a mi papá”, cuenta Juan en la cocina de su casa.

Por otro lado, él es un privilegiado porque sigue conservando su trabajo en una empresa de paneles solares. Pero Gloria quiere dejar todo y regresar a Chino, California, que fue el primer lugar donde vivieron. “Acá tengo miedo de andar en la calle. Es por mi hija. Tengo terror de que me la saquen como a mi otro hijo”. CC

Fuente: Los Andes Online

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