Hallan en la basura pruebas de una masacre cometida por “marines” en Irak
Por Michael S. Schmidt
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La matanza de Haditha. Son 400 páginas que confirman el asesinato de 24 civiles. Fueron encontradas por un periodista en Bagdad. |
Uno por uno, los infantes de marina se sentaron, juraron decir
la verdad y dieron entrevistas secretas sobre uno de los episodios más
horribles de los años que EE.UU. pasó en Irak: la masacre de civiles
iraquíes de la ciudad de Haditha, cometida en 2005 por un grupo de
“marines”.
Las 400 páginas de interrogatorios, antes celosamente guardadas como secretos de guerra, supuestamente debían haber sido destruidas
conforme las últimas tropas estadounidenses se alistaban para salir de
Irak. En cambio, fueron descubiertas junto a otros documentos
confidenciales, como mapas militares de las rutas de helicópteros, por
un periodista de The New York Times en un depósito de chatarra de las afueras de Bagdad. Un empleado las estaba quemando como combustible para cocinar su cena.
Los documentos –muchos rotulados como secretos– son parte de una investigación interna de las fuerzas armadas y confirman gran parte de lo ocurrido en Haditha, una ciudad del río Éufrates donde los “marines” mataron a 24
iraquíes, incluidos un hombre de 76 años en silla de ruedas, mujeres y
niños, algunos de los cuales recién empezaban a caminar. Haditha fue un
momento definitorio de la guerra, ya que contribuyó a profundizar la
perdurable desconfianza iraquí hacia EE.UU. y la indignación ante el
hecho de que ni un solo “marine” fuese procesado.
Esa es una de las principales razones por las que las tropas de combate de los EE.UU. se retiran este fin de semana.
Pero
los relatos son igualmente sorprendentes por lo que revelan acerca de
las enormes tensiones que sufrían los soldados destinados aquí, sus
frustraciones y los choques a menudo dolorosos con una población a la que no entendían. El informe documenta el carácter deshumanizante de la guerra, en la
que los “marines” llegaron a ver a veinte civiles muertos no como algo “notable” sino de rutina.
Este
era el clima en 2005, cuando los infantes de marina de la Compañía K
del 3er Batallón, 1er Regimiento de Infantería de Marina de Camp
Pendleton, California, llegaron a la provincia de Anbar, donde está
ubicada Haditha.
La provincia se había convertido en un baluarte
de los sunnitas privados de sus derechos y de los combatientes
extranjeros que querían expulsar a EE.UU. de Irak. De las 4.483 muertes
estadounidenses ocurridas en Irak, 1.335 se produjeron en Anbar.
En
2004, cuatro contratistas de Blackwater fueron muertos a balazos y
arrastrados por las calles de Fallujah. Luego sus cuerpos fueron
quemados y colgados de un puente. Días después, las fuerzas
norteamericanas entraron a Fallujah, y se desató el caos en la provincia
de Anbar. Todo esto preparó el terreno para lo que pasó en Haditha el
19 de noviembre de 2005.
Esa mañana, un convoy militar de cuatro
vehículos se dirigía a un puesto de avanzada de Haditha cuando uno de
ellos se vio alcanzado por una bomba colocada al borde de la carretera.
Varios “marines” fueron a atender a los heridos, uno de los cuales más
tarde murió, mientras otros buscaban a los insurgentes que podrían haber
instalado el dispositivo. En pocas horas, 24 iraquíes –incluido un
hombre ciego de 76 años y niños de entre 3 y 15 años- fueron asesinados, muchos dentro de su casa.
Cuando
llegaron los primeros informes donde se decía que habían muerto más de
veinte civiles en Haditha, los “marines” que los recibieron manifestaron
que no les sorprendía el alto número de muertes civiles. El
oficial principal K.R. Norwood, que recibió informes desde el campo de
batalla el día de los hechos de Haditha, declaró que veinte civiles
muertos no era una cifra inusual. “No era llamativo, teniendo en cuenta la zona no diría que era llamativo, señor”, dijo.
Johnson,
el comandante de las fuerzas estadounidenses en Anbar, dijo no haberse
sentido impulsado a volver sobre los hechos porque eran parte de un patrón constante de muertes civiles. “Pasaba todo el tiempo, en todo el país”.
Los documentos descubiertos por The New York Times
siguen siendo confidenciales. Fueron cargados en remolques militares y
trasladados al depósito de chatarra por un contratista iraquí que
trataba de vender los desechos de las bases estadounidenses, dijo el
empleado del depósito. “¿Qué podemos hacer con ellas?” preguntó el
empleado. “Estas cosas no tienen ningún valor para nosotros, pero
entendemos que son importantes y es mejor quemarlas para proteger a los
estadounidenses. Si se van, debe ser porque su trabajo aquí ya está
cumplido”.
Fuente: clarin.com



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