Finalmente publican el archivo colonial secreto británico
Desvelado: El imperio orwelliano de Gran Bretaña
| Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens |
Después de su muerte, la aterradora visión de George Orwell en 1984 de un futuro en el cual el pasado podría ser borrado y reescrito a voluntad por una burocracia anónima fue rápidamente utilizada por EE.UU. y Gran Bretaña para sus fines en la propaganda de la Guerra Fría. La novela fue interpretada como confirmación de una visión del mundo que dividía el globo según una oposición casi ontológica entre un ‘mundo libre’ que se aferraba a la vida, a la libertad, y a la busca de la felicidad, y un ‘ellos’ que no solo eran violentos y crueles (¿después de todo no habíamos recurrido ‘nosotros’ a la violencia masiva, desde el bombardeo incendiario de Dresde a Hiroshima y Nagasaki?), sino que además habían ofendido a las mismas leyes de la verdad empírica y la santidad del registro histórico. Pero sin menospreciar de ninguna manera los crímenes del imperio soviético o del régimen del Partido Comunista en China, en realidad el cálculo de violencia y horror en el mundo de posguerra nunca fue tan limpia y claramente dividido, especialmente una vez que las poblaciones excluidas del álgebra de ‘nosotros’ y ‘ellos’ de la Guerra Fría, es decir, las poblaciones del ‘Tercer Mundo’, por las que se libró una parte tan importante de la sangrienta Guerra Fría. La próxima revelación de un masivo lote de unos 8.800 archivos secretos –que un respetado historiador británico calificó de “el archivo ‘perdido’ del Imperio Británico” (BBC News, 17 de abril de 2012)– puede requerir el replanteamiento de toda la narrativa de la Guerra Fría. Porque mientras los guerreros de la Guerra Fría en Occidente denunciaban justamente al estalinismo y a otros regímenes por reescribir cínica e insidiosamente el pasado –borrando no solo individuos, sino estructuras institucionales completas de criminalidad, y por cierto la suerte de poblaciones enteras– esos archivos sugieren que el Estado británico en descolonización también fue culpable de manipulación del registro histórico y de ocultar grandes crímenes contra la humanidad, aunque en una escala que todavía tiene que ser evaluada y completamente comprendida.
El secreto archivo colonial está formado por miles de
documentos que detallan las actividades militares y policiales de las
administraciones coloniales británicas en 37 territorios, desde Malaya,
Kenia, Chipre, y Adén –escenas de guerras de alto perfil del fin del
período colonial– a puntos álgidos coloniales menos conocidos y
frecuentemente pasados por alto, como las Islas Chagos, Guyana,
Botsuana, y Lesoto. Mientras la perspectiva de la liberación nacional
surgía en cada territorio, el oficialismo británico realizó un programa
generalizado de despojo de los archivos coloniales, sustrayendo
documentos incriminatorios que mencionaban actos de asesinato, tortura y
abusos en gran escala de los derechos humanos, y los ‘repatrió’ a Gran
Bretaña. Casos significativos de crímenes detallados en esos archivos
que han aparecido hasta ahora incluyen el asesinato y tortura de
insurgentes Mau Mau en Kenia en los años cincuenta, la supuesta
operación de un centro secreto de tortura en Adén en los años sesenta, y
la expulsión forzada de los isleños de Chagos a fin de allanar el
camino a la masiva base estadounidense en Diego Garcia (Guardian, 18 de abril de 2012). Hay indicios de que también se removieron
documentos que podrían embarazar a aliados británicos, especialmente
EE.UU.
Sin embargo, según el derecho británico esos documentos
deberían haberse puesto a disposición del público una vez ‘repatriados’;
en su lugar se ocultaron y se negó su existencia. El archivo secreto
solo salió a la luz en 2011 como resultado de un caso judicial iniciado
por cinco kenianos entrados en años, quienes demandaron al gobierno
británico y afirmaron que habían sido torturados durante la Emergencia
Mau Mau, un levantamiento dirigido por el pueblo Kikuyu contra el
régimen británico que duró desde 1952 hasta 1960, y que llevó a la
muerte a entre 25.000 y 300.000 personas (Guardian, 21 de
julio de 2011). Los historiadores que trabajaban para los demandantes
comenzaron a desvelar evidencia de un tesoro secreto de documentos que
habían sido deliberadamente ‘desaparecidos’ por el Foreign Office
[Ministerio de Exteriores], y que registran no solo atrocidades en
Kenia, sino toda una serie de acciones criminales del Estado en todo el
mundo en proceso de descolonización. Según el profesor David Anderson de
la Universidad Oxford: “El gobierno británico mintió al respecto”, y
señala que “esta saga fue una conspiración colonial y un lío
burocrático” (BBC News, 17 de abril de 2012). Avergonzado por
las revelaciones ante el tribunal, el gobierno británico ha prometido
la revelación total y que los documentos se publicarán progresivamente
en lotes a partir de este mes hasta finales de 2013. Es un archivo
masivo, y evidentemente no se pueden sacar conclusiones por el momento.
Necesitará el escrutinio de activistas, profesionales de los derechos
humanos, académicos y grupos de la sociedad civil de todo el mundo para
comenzar a dar sentido al material y para comenzar a comprender su
importancia no solo para el registro histórico, sino también para
circunstancias políticas actuales.
Sin embargo, incluso en esta
fase preliminar, la revelación de este archivo secreto ofrece una visión
importante de cómo el gobierno británico trató cínicamente y de manera
bastante deliberada de reconstruir los antecedentes de la posguerra a
fin de manipular las percepciones más amplias del papel global de
Occidente en ese período. Aunque a veces se realizó apresuradamente, la
selección del archivo colonial se calculó y se planeó con una
intención sistemática. Los archivos que podían dejarse atrás después de
la independencia se clasificaron como “legados”, mientras que los que se
consideraron demasiado delicados para caer en manos de gobiernos
posteriores a la independencia se clarificaron como “vigilados”, y solo
podían manejarlos los funcionarios coloniales que fueran “súbditos
británicos de ascendencia europea”. (BBC News , 17 de abril de 2012).
No
obstante, las fuentes históricas no solo se reescribieron de una manera
bastante deliberada, sino que además el propio proceso de censura se
ocultó cuidadosamente de un modo verdaderamente orwelliano. Como señala
el periódico The Guardian:
Se adoptaron medidas esmeradas para impedir que los gobiernos posteriores a la independencia supieran que los archivos vigilados habían existido. Una instrucción dice: “Los archivos legados no deben contener ninguna referencia al material vigilado. Por cierto, la existencia misma de las series vigiladas, aunque puede presumirse, nunca debe revelarse”. [Por ello, cuando] había que extraer un solo archivo vigilado de un grupo de archivos legados, un “archivo gemelo” –o ficticio– debía ser creado para insertarlo en su lugar. Si esto no fuera factible, los documentos debían eliminarse en su totalidad. (Guardian, 21 de julio de 2011)
En
vista de la complicada y lenta naturaleza del proceso de revisar los
archivos, parece que en su apuro los funcionarios recurrieron
crecientemente a la destrucción total de secciones del archivo colonial.
Un memorando de abril de 1961 aconseja: “Para obviar un estudio
demasiado laborioso de archivos ‘muertos’, se enfatiza su destrucción,
una gran cantidad de papel en la oficina de registro y archivos
confidenciales del Ministerio de Defensa podría quemarse sin pérdida” (BBC News, 17 de abril de 2012). El escondite secreto de 8.800 archivos es por
lo tanto con gran probabilidad el residuo reducido de un archivo
‘fantasma’ mucho mayor que incluía archivos destruidos no solo para
ocultar evidencia de acciones criminales sino también para esconder el
programa de ocultación en sí. Aunque indicios iniciales sugieren que esa
destrucción de archivos fue realizada en una escala masiva, es posible
que su dimensión total jamás se conozca.
El legado intelectual de
la Guerra Fría fue la oposición rigurosamente melodramática del ‘mundo
libre’ y del ‘imperio del mal’ ensayada tan memorablemente por el
presidente Ronald Reagan. Sin embargo, una consecuencia no reconocida de
la concentración abrumadora en los crímenes del régimen soviético fue
la extirpación de la conciencia popular del continuo rol histórico del
colonialismo británico en el período de posguerra, y su continuidad con
la emergente hegemonía estadounidense. La defensa agresiva de un
edificio de finales del período colonial basado en Medio Oriente, en el
Este de África y el Lejano Oriente –regiones que todavía se cuentan en
los campos de batalla centrales de la ‘guerra contra el terror’ de
EE.UU.– fue entonces un serio embarazo para el vocabulario occidental de
la Guerra Fría de ‘libertad’ y ‘democracia’. Pero ahora resulta que la
capacidad de Occidente de ganar la batalla de la propaganda no fue
simplemente un asunto de la victoria de los mejores argumentos, sino que
dependió de la manipulación burocrática del pasado y de la liquidación
sistemática de amplias partes de las fuentes históricas.
El
propio Orwell estaba en realidad mucho menos convencido de las estrictas
oposiciones de la Guerra Fría de lo que estuvieron dispuestos a
conceder sus subsiguientes promotores. Como expolicía colonial en
Birmania, escribió en su novela Los días de Birmania de 1934
sobre la insidiosa represión del pensamiento independiente entre los
administradores coloniales europeos. Y aunque rutinariamente se
interpreta como un claro texto de la Guerra Fría, su más famosa novela, 1984,
involucra una visión geopolítica más compleja que la que se le acredita
usualmente. Como Orwell explicó en una carta a Roger Senhouse de fecha
26 de diciembre de 1948, en lugar de concentrarse exclusivamente en la
crítica del totalitarismo, la novela también quería “discutir las
implicaciones de dividir el mundo en ‘Zonas de influencia’”, una
perspectiva que había sido provocada por las noticias de la colaboración
entre Roosevelt, Churchill y Stalin en la organización del mundo de
posguerra (1). En la mente de Orwell, la supresión de la acción política
autónoma de los emergentes bloques de poder geopolítico de Este y Oeste
estaba íntimamente ligada a la supresión de la libertad de pensamiento
individual y la destrucción de una fuente histórica que funcionaba según
normas compartidas de inclusividad, exactitud, y fidelidad a datos
verificables. Podríamos especular con buena razón, por lo tanto, que
Orwell no solo hubiera celebrado la revelación del archivo imperial
secreto, sino que su existencia no le habría sorprendido.
Nota:
1.
George Orwell, In Front of your Nose: Collected Essays, Journalism, and
Letters 1946-1950 , editado por Sonia Orwell y Ian Angus, Boston:
Nonpareil (2000), 460.
Graham MacPhee es profesor
asociado de inglés en la Universidad West Chester. Es autor de Postwar
British Literature and Postcolonial Studies (Edinburgh University Press,
2011) y coeditor de Empire and After: Englishness in Postcolonial
Perspective (Berghahn, 2007).
Fuente: Rebelion.org


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