Los críticos de Argentina se equivocan de nuevo ante la renacionalización del petróleo
The Guardian/Znet
| Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens |
La decisión del
gobierno argentino de renacionalizar la compañía de gas y petróleo YPF
ha sido recibida con aullidos de indignación, amenazas, pronósticos de
furia y ruina, y algunos groseros insultos en la prensa internacional.
No es nada nuevo.
Cuando el gobierno declaró el incumplimiento
del pago de su deuda a finales de 2001 y luego devaluó su moneda unas
pocas semanas después, solo hubo gritos de desesperanza en los medios.
La devaluación llevaría a una inflación fuera de control, el país
enfrentaría una crisis en su balanza de pagos por no poder pedir
prestado, la economía caería en una espiral descendente hacia una
recesión más profunda. Entonces, entre 2002 y 2011, el PIB real de
Argentina creció en cerca de un 90%, el crecimiento más rápido del
hemisferio. El empleo está ahora a niveles récord, y la pobreza y la
extrema pobreza se han reducido en dos tercios. Los gastos sociales,
ajustados a la inflación, se se han casi triplicado. Es probable que sea
el motivo por el cual Cristina Kirchner fue reelegida en octubre pasado
por una gran mayoría.
Por cierto, pocas veces se menciona esta
historia de éxito, sobre todo porque tuvo que ver con la reversión de
muchas de las políticas neoliberales fracasadas –que fueron respaldadas
por Washington y su Fondo Monetario Internacional– y que llevaron al
país a la ruina en su peor recesión de 1998-2002. Ahora el gobierno está
revirtiendo otra política neoliberal fracasada de los años noventa: la
privatización de su industria del petróleo y del gas, que para comenzar
jamás debería haber tenido lugar.
Existen buenos motivos para
esta decisión, y es muy probable que el gobierno tenga razón una vez
más. Repsol, la compañía petrolera española que actualmente posee un 57%
de YPF de Argentina, no ha producido lo suficiente para ajustarse al
rápido crecimiento de la economía argentina. Desde 2004 hasta 2011, la
producción de petróleo de Argentina ha disminuido realmente en casi un
20% y el gas en 13%, y YPF es responsable en gran parte de esta
situación. Las reservas probadas de petróleo y gas de la compañía
también han disminuido sustancialmente en los últimos años.
El
desfase de la producción no es solo un problema de satisfacción de las
necesidades de consumidores y empresas, también es un serio problema
macroeconómico. El déficit en la producción de petróleo y gas ha causado
un rápido aumento de las importaciones. En 2011 éstas se duplicaron en
comparación con el año anterior a 9.400 millones de dólares, anulando
así una gran parte del superávit comercial de Argentina. Una balanza
comercial favorable ha sido muy importante para Argentina desde su default
en 2001. Como el gobierno está excluido en gran parte de los préstamos
en los mercados financieros internacionales, tiene que tener cuidado de
tener suficientes divisas extranjeras para evitar una crisis en la
balanza de pagos. Es otro motivo por el cual ya no se puede permitir que
la producción y administración de la energía esté en el sector privado.
¿Por qué entonces la indignación contra la decisión argentina de
tomar –mediante una expropiación– el control de la empresa que durante
la mayor parte de su historia fue la compañía petrolera nacional? México
nacionalizó su petróleo en 1938 y, como muchos países de la OPEP ni
siquiera permite inversiones extranjeras en el petróleo. La mayoría de
los productores de petróleo y gas del mundo, de Arabia Saudí a Noruega,
tienen compañías de propiedad estatal. Las privatizaciones de petróleo y
gas en los años noventa fueron una aberración; el neoliberalismo fuera
de control. Incluso cuando Brasil privatizó 100.000 millones de dólares
de empresas estatales en los años noventa, el gobierno mantuvo el
control mayoritario de la corporación energética Petrobras.
Mientras
Latinoamérica ha logrado su “segunda independencia” durante la última
década y media, el control soberano de los recursos energéticos ha sido
una parte importante de la recuperación económica de la región. Bolivia
renacionalizó su industria de hidrocarburos en 2006, y aumentó los
ingresos de hidrocarburos de menos de un 10% a más de 20% del PIB (la
diferencia sería cerca de dos tercios de los actuales ingresos del
gobierno en EE.UU.). Ecuador, bajo Rafael Correa, aumentó
considerablemente su control sobre el petróleo y su parte de la
producción de compañías privadas.
Por lo tanto Argentina se está
poniendo al día con sus vecinos y el mundo, y revirtiendo errores
pasados en esta área. En cuanto a sus detractores, están en una posición
débil si quieren lanzar piedras. Las agencias de calificación
crediticia amenazan con bajar de categoría a Argentina, ¿alguien las
sigue tomando en serio después que dieron calificaciones AAA a chatarra
respaldada por hipotecas durante la burbuja inmobiliaria, y luego
pretendieron que el gobierno de EE.UU. podría ir a la bancarrota? Y en
cuanto a las amenazas de la Unión Europea y del gobierno derechista de
España, ¿qué han hecho bien recientemente, con Europa en medio de su
segunda recesión en tres años, a casi mitad de camino en una década
perdida, y con 24% de desempleo en España?
Es interesante que
Argentina haya tenido un éxito económico tan notable durante los últimos
nueve años mientras ha recibido muy poca inversión directa del
extranjero y la eluden los mercados financieros internacionales. Según
la mayor parte de la prensa de negocios, son dos sectores de extrema
importancia que cualquier gobierno tiene que complacer. Pero el gobierno
argentino ha tenido otras prioridades. Tal vez sea otro motivo por el
cual atacan tanto a Argentina.
Mark Weisbrot es
codirector del Center for Economic and Policy Research (CEPR), en
Washington, D.C. Obtuvo un doctorado en economía por la Universidad de
Michigan. Es coautor, junto con Dean Baker, del libro Social Security:
The Phony Crisis (University of Chicago Press, 2000), y ha escrito
numerosos informes de investigación sobre política económica. Es también
presidente de la organización Just Foreign Policy.
Fuente: Rebelion.org


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