domingo, 3 de junio de 2012

La herida autoinfligida

Un análisis sobre cómo los argentinos fuimos objeto de una operación de la inteligencia británica y cómo no supimos o no quisimos darnos cuenta. 


Ahora que las aguas están más tranquilas, con relación al spot publicitario que promocionaba a nuestros atletas para las Olimpíadas 2012, me gustaría hacer algunas reflexiones, siempre pensando en que los argentinos guardamos alguna capacidad de aprender de nuestros errores.

La primera es que creo que los ingleses no son mejores sólo por mérito propio, nosotros tenemos mucho que ver con eso porque no terminamos de aprender, dado que fueron ellos los que hicieron que vayamos a la guerra en 1982 y, entre otras cosas más –según creo–, son los que subliminaron e indirectamente originaron la idea de este spot publicitario para las próximas Olimpíadas en Inglaterra 2012.

Para adelantarse, introdujeron algo que, en principio, pudo haber caído bien al nacionalismo romántico e irracional, pero seguro va a servir para predisponer a la comunidad internacional contra Argentina. Es sabido que el mundo entero se niega a mezclar el deporte y los Juegos Olímpicos con cualquier otro interés.

Después de esta primera mala impresión que me causó, me enteré que la empresa de publicidad que lo realizó era una compañía inglesa, Young and Rubicam. Quise saber más y, cuanto más supe, mayor fue mi sorpresa. Me enteré que la empresa había hecho la pieza publicitaria para venderla a quien quisiera adquirirla –los publicistas muy de vez en cuando hacen esas cosas–, posiblemente alguna marca de indumentaria deportiva o, tal vez, la de una de cerveza.

Luego surgieron los detalles más específicos, como que el atleta argentino que prestó su cuerpo para la grabación de las escenas desconocía el fin último que el video iba a tener; el detalle de las pisadas sobre el monumento a los caídos en la Primera Guerra Mundial, tan caro al sentimiento británico, y la respuesta casi inmediata –a partir del mismo video en crudo, con un editado diferente– de los habitantes de las islas.

La forma en que el spot llegó a manos del Gobierno nacional y los detalles sobre el proceso de toma de decisiones que culminó con la publicidad en las pantallas de los televisores argentinos son ya un misterio que creo no podré develar.

Entre la ingenuidad y la astucia
 
Si las cosas ocurrieron por una suerte de sucesión de hechos fortuitos es, al menos, llamativo y algo insólito. Si las cosas fueron obra de una mente brillante, a juzgar por lo que vino después, es insoportablemente doloroso. Sorprendería la ingenuidad en el primer caso o sorprendería la astucia en el otro. Cuando alguien se impone por imperio de la fuerza hay que aceptarlo, pero cuando somos nosotros mismos los que compramos de buena fe para autoinfligirnos, no podemos echarle la culpa a nadie.

La segunda reflexión está relacionada a lo que hacemos con nosotros mismos. Tal vez –y digo “tal vez” sin convicción–, los que hicieron el spot perseguían la finalidad de profundizar nuestras diferencias. El resultado se hace evidente cuando asistimos al desfile de voces, de todos los colores políticos, que se trepan al spot para golpear hacia adentro, mientras observamos asombrados el envío de un submarino nuclear británico a Malvinas, anunciado como la “departure” de un crucero de línea de alta gama. ¿Alguien sabe dónde están los submarinos nucleares ingleses, norteamericanos, chinos o rusos? Nadie, ese es un secreto guardado bajo siete llaves porque, justamente, los submarinos son para eso. Sin embargo, nosotros sabemos el destino de un submarino nuclear británico. ¿No es asombroso?
 
La tercera reflexión es que los ingleses siempre fueron muy buenos en esto que hacen, el problema es que parece que nosotros nunca aprendemos; siempre nos gana –porque es más pesado– el rencor hacia adentro. ¿Saben por qué los ingleses peleaban codo a codo con los españoles en la Península, mientras en América les sublevaban las colonias? Porque sabían que había dos Españas. Ellos siempre han sabido sacar el mayor provecho de las contradicciones de sus adversarios.

¿Saben por qué pienso que ellos hicieron el spot? Porque saben que hay dos Argentinas y la prueba es que nadie, absolutamente nadie, en Argentina sospecha de una maniobra británica –y si sospecha, se lo guarda–, porque es mucho más importante el rencor hacia adentro; ni siquiera queremos pensar en ello porque imaginarse algo así sería un espanto capaz de unirnos y eso, para los argentinos, es el peor de los espantos. Los enemigos, los verdaderos enemigos, están dentro del país, este es nuestro sentimiento y es nuestro mayor problema, y los ingleses lo saben.

Me cuesta decir esto porque no quiero sumarme al coro de la “cofradía del santo reproche” –como lo llamaría Sabina– y hacerles el juego a los británicos. El entendimiento de que podemos ser parte de la maniobra estratégica de los otros, creyendo que hacemos lo correcto, puede convertir el “arte” de la estrategia en una “ciencia”, por eso es preciso medir la crítica, lo que está en juego no es algo de entrecasa, es un interés nacional.

Grandes estrategas
 
Sólo los creadores, los verdaderos creadores, de este “ingenio estratégico de colección” se estarán sonriendo y relamiendo por el éxito obtenido. Sólo ellos conocen el “efecto” que querían lograr y la lectura de las opiniones de muchos de mis compatriotas me hace pensar en que es muy probable que lo hayan logrado.

Los ingleses saben de estrategia, que tiene mucho que ver con la comunicación pero, fundamentalmente, con la astucia; saben que debe haber un código de entendimiento entre los contendientes para lograr los objetivos que se plantean. El otro debe entender el mensaje e interpretarlo como necesitamos que lo interprete. En esto, los británicos fueron siempre muy hábiles.

La historia nos da ejemplos en los que los contendientes en conflicto desarrollaron un diálogo de sordos. La Gran Muralla China, que fue hecha para contener a los bárbaros, no fue todo lo eficaz que los chinos creyeron y es que los bárbaros no comprendían que la Gran Muralla servía para que ellos no pasaran y se cansaron de trasvasarla de un lado hacia otro.

El ejemplo criollo es la Zanja de Alsina, que se hizo para evitar que el malón invadiera las poblaciones incipientes de la pampa húmeda. No tuvo el resultado esperado porque los indios no entendían que servía para eso y, a pesar del empeño de Alsina y de los ingentes denuedos de sus constructores, la pasaban de continuo.

La última reflexión que quería compartir es que la recuperación de un territorio es un gran problema; no es posible simplificarlo al hecho de hacerle entender al otro, o a los otros, que a uno le asiste la verdad o la justicia. Se trata de que los otros entiendan que hay una decisión superior, una convicción de recuperar el control soberano del territorio irredento que, en este caso, no es sólo Malvinas, es el Atlántico Sur y sus recursos naturales. Los ingleses también lo saben.

Yo sé que esto no es fácil de digerir en la Argentina actual, en la que la cuestión de la “soberanía nacional” se ha convertido, apenas, en una cuestión publicitaria, no mucho más importante que las próximas Olimpíadas. ¿Habrá sido este el mensaje estratégico de los autores del spot?

Emilio Magnaghi. Abogado, analista en defensa nacional y empresario.

Fuente: diariouno.com.ar

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