El despliegue militar norteamericano y el lenguaje bélico norcoreano hacen temer un conflicto que es improbable
Por qué EEUU y Corea del Norte no están condenados a la guerra
eldiario.es
La superioridad tecnológica de EEUU es abrumadora, pero Pyongyang sería capaz de infligir un daño inaceptable a Seúl. Desde 1950, Washington ha contemplado en varias ocasiones el uso de armas nucleares contra Corea del Norte.
El vuelo de los dos bombarderos B-2 con los
que Washington pretendió intimidar a Corea del Norte no salió barato.
Cada hora en el aire sale 135.000 dólares, con lo que la factura
total pudo ascender a 5,5 millones.
Es sólo una estimación. Lo que no cabe duda es que la Administración de
Obama no iba a reparar en gastos. Si parecía que se trataba de algo
parecido a matar moscas a cañonazos, que así fuera.
¿Hasta dónde
puede llegar EEUU en la estrategia de la tensión con su viejo enemigo
del Lejano Oriente? ¿Puede utilizar su impresionante ventaja militar
para disuadir a la dinastía que gobierna ese país de cualquier acción
ofensiva? ¿Ha contemplado alguna vez la opción de un ataque preventivo
que acabe con el régimen de los Kim? ¿Es consciente del coste que
tendría en vidas humanas a ambos lados de la frontera?
Históricamente, EEUU no ha contado con muchas opciones de responder con
medidas disuasorias a los avances de Corea del Norte en su programa
nuclear y de desarrollo de misiles. En una economía tan aislada o como
mucho sólo dependiente de China, nada de lo que haga Washington,
incluidas sanciones, ha podido forzar la voluntad de los dirigentes de
Pyongyang.
En la época de Bill Clinton, EEUU apuesta por las
negociaciones diplomáticas y las promesas de colaboración económica. No
funcionó si lo que se buscaba era poner fin a una enemistad iniciada en
los años 50. Lo cierto es que en 1994 Corea del Norte acepta paralizar
su programa de producción de plutonio. Las dudas sobre si Kim Jong Il
cumplirá su parte del trato persisten.
En los años de rearme
norteamericano de la Administración de George Bush, se produce una
paradoja. El lenguaje de las autoridades es un ruido que poco tiene que
ver con la realidad. Los republicanos están convencidos de que la
estrategia negociadora de Clinton es un error. Colin Powell pretende
continuar con la opción diplomática, pero es desautorizado por Bush. "No
negociamos con el mal. Lo derrotamos", dice el vicepresidente, Dick
Cheney en una de esas frases que son rápidamente filtradas a los medios
de comunicación. En enero de 2002, George Bush incluye a Corea del Norte
en el llamado "eje del mal".
Todo esa retórica belicista muere a
las puertas de la Casa Blanca. La prioridad es Irak. Después, con las
Fuerzas Armadas empantanadas en Irak y Afganistán, cualquier otra opción
militar es pura fantasía.
El programa nuclear norcoreano
En octubre de 2002, EEUU anuncia que Pyongyang le ha comunicado
oficialmente la reanudación de su programa secreto de armas nucleares.
Corea del Norte lo niega pero a fin de año acusa a EEUU de no cumplir el
acuerdo de 1994 y expulsa a los inspectores de la Agencia Internacional
de Energía Atómica.
En octubre de 2006, Corea del Norte anuncia
que ha realizado su primera prueba nuclear, lo que es recibido con
cierto escepticismo por los expertos occidentales. En mayo de 2009, se
produce la segunda prueba, de mucha mayor potencia, y el 11 de febrero
de este año, la tercera. Obama decide que tiene que hacer algo.
No hay pruebas de que los científicos norcoreanos hayan podido
miniaturizar sus cabezas nucleares para poder colocarlas en un misil
balístico. Ese es un hecho importante que no siempre aparece en las
informaciones sobre la capacidad militar de Kim Jong Un. Obviamente,
tampoco en las declaraciones triunfalistas de su Gobierno.
Una
vez que Corea del Norte está en condiciones de explotar una cabeza
nuclear (cómo hacerlo es un asunto muy diferente), la posibilidad de una
escalada militar que llegue hasta el final es al menos teóricamente
posible. ¿Sería capaz EEUU de amenazar con emplear el arma definitiva
que nunca se ha utilizado desde 1945?
Lo cierto es que ese último
recurso ha aparecido en los planes militares del Pentágono desde hace
mucho tiempo. En agosto de 1950, sólo siete semanas después de que las
tropas norcoreanas invadan Corea del Sur, se asignan armas nucleares
al teatro de operaciones, según documentos desclasificados en 2010. En
noviembre, cuando el Ejército chino entra en combate en territorio
norcoreano y su contraofensiva provoca una retirada general de los
norteamericanos, Truman vuelve a considerar su uso, como también ocurre
en abril de 1951 poco antes de lo que se cree que puede ser otro avance
masivo de los chinos. Meses después, bombarderos norteamericanos
sobrevuelan Pyongyang y lanzan proyectiles inertes en la prueba de un
hipotético ataque nuclear.
El general Douglas MacArthur dijo
después que tenía un plan con el que lanzar entre 30 y 50 bombas
atómicas en la zona fronteriza entre Corea del Norte y China para
bloquear de forma fulminante las infiltraciones de las fuerzas de Pekín.
Es poco probable que Truman hubiera permitido tal paso, pero no se
puede negar que el uso de armas nucleares nunca se descartó por
completo.
Nixon pide todas las opciones
En 1969, con
Richard Nixon en la Casa Blanca, los norcoreanos derriban un avión de
reconocimiento estadounidense sobre el Mar de Japón. Nixon reclama
al Pentágono un plan militar de represalias que incluya todas las
opciones, desde ataques selectivos a instalaciones militares con
armamento convencional hasta el uso de armas nucleares. Esta última
parte del plan, con el nombre en clave Freedom Drop, incluye la opción
'mínima' de ataques nucleares limitados, con un cálculo de víctimas
sorprendentemente bajo, hasta una guerra nuclear de destrucción total de
las fuerzas del enemigo.
Los militares informan que la primera
opción supone el uso de bombas de 0,2 a 10 kilotones. La segunda, bombas
de 10 a 70 kilotones. La bomba de Hiroshima tenía entre 12 y 18
kilotones.
Al igual que ha ocurrido con otras administraciones,
el Pentágono advierte a Nixon y Kissinger que todo lo que no sea un
ataque masivo contra la infraestructura militar del enemigo se arriesga a
provocar una conflagración general en toda la península. Colocar el
precio en un nivel tan alto contribuye a disuadir a los políticos.
Además, la reacción de la URSS y China es impredecible.
En 1975,
ante una nueva amenaza norcoreana, Gerald Ford confirma de forma oficial
por primera vez que EEUU cuenta con armas nucleares desplegadas en
Corea del Sur. "No creo que sea inteligente poner a prueba la reacción
de EEUU", dice. Con Jimmy Carter en la presidencia, Washington
anuncia que ha retirado ya todo ese armamento, aunque Pyongyang no lo
cree.
Eso ya no es tan importante. Los B-2 (capaces de
transportar y lanzar bombas nucleares) volaron hace unos días sin
escalas directamente desde su base de Missouri hasta Corea del Sur para
lanzar proyectiles inertes de 900 kilos sobre una zona de tiro en una
isla surcoreana. En una coincidencia que no es tal, el vuelo se produjo
en el aniversario del hundimiento del buque surcoreano Cheonan en 2010.
Seúl acusa a Pyongyang de ese ataque en el que murieron 46 marinos.
Por si era necesario enviar otro mensaje, ya ha llegado a Seúl una escuadrilla de F-22,
bombarderos invisibles al radar, para participar en unas maniobras
conjuntas de EEUU y Corea del Sur que no acabarán hasta finales de
abril. Los F-22, nunca usados en combate, pueden escoltar a los B-2,
además de atacar por sorpresa objetivos en el norte. En unos minutos
podrían atravesar la frontera.
Juegos de guerra
En unos ‘juegos de guerra’ organizados en 2005,
la revista The Atlantic invitó a varios exaltos cargos del Pentágono y
del Departamento de Estado a que asumieran el papel de los dirigentes
del país ante la hipótesis de una inminente guerra con Corea del Norte.
El teniente general Thomas McInerney de la Fuerza Aérea, que asumió la
función de secretario de Defensa, era el halcón, el hombre que pensaba
que la opción de la victoria era no sólo viable, sino evidente.
Ante la incógnita de qué hacer con Seúl, situada a 50 kilómetros de la
frontera, en una posición claramente vulnerable a los ataques de la
artillería norcoreana, Jessica Mathews, que hacía de directora de
Inteligencia, planteó sus dudas sobre el daño que sufriría la ciudad
antes de que la Fuerza Aérea pudiera eliminar las posiciones que iban a
castigar a la capital: “Creo que no podemos proteger Seúl, al menos en
las primeras 24 horas de guerra, o quizá las primeras 48 horas”.
McInerney no estaba de acuerdo.
McInerney: “Hay una diferencia entre proteger Seúl y (limitar) el daño que Seúl recibirá”.
Mathews: “Hay 100.000 norteamericanos en Seúl, por no mencionar a diez millones de surcoreanos”.
McInerney: “Mucha gente morirá, Jessica. Pero al final venceremos”.
Mathews: “Creo que deberíamos tener cuidado. Tenemos que proteger Seúl.
Si su hija viviera en Seúl, no creo que pensara que los militares de
EEUU pueden protegerla las primeras 24 horas”.
McInerney: No, no
lo creo. Creo que tenemos la capacidad, sea en un ataque preventivo o
como respuesta, de minimizar las bajas en Seúl”.
Mathews: “¿Minimizar hasta qué nivel? ¿100.000? ¿200.000?
McInerney: Creo que 100.000 o menos.
Es un precio espantosamente alto, incluso si tienes garantizada la victoria.
¿Estamos ahora en la preparación de una guerra tras el despliegue de
los B-2, F-22 y B-52? Resulta difícil de creer que el mismo Obama que
anunció que ponía fin a una década de guerra con el cierre de las
operaciones militares de Irak y de Afganistán, en 2014, vaya a embarcar a
su país en lo que muchas veces se ha descrito como la guerra que podría
llegar a ser la más sangrienta desde 1945.
También es cierto que
muchas guerras han comenzado sin que ninguno de los principales
contrincantes estuviera buscándola desde el principio.
La razón de que no estamos al borde de una carnicería es de hecho más política que militar.
¿Dónde está el botín de la guerra?
Raramente se lanza a los soldados a una conflagración cuando se goza de
todas las ventajas políticas y económicas. El riesgo sería máximo. El
beneficio, muy poco superior a la situación actual.
La
estrategia de EEUU en Asia es eminentemente defensiva. Su gran reto es
contener el creciente poder de China. No va a tener mejores relaciones
con Japón, Corea del Sur, Indonesia y Filipinas. Todo aquello que se
salga del guión ocurrido en los últimos 40 años, desde la guerra de
Vietnam, sólo puede suponer un perjuicio a sus intereses. A diferencia
de Oriente Medio, donde los neoconservadores pretendían que un cambio de
régimen en Irak tendría un impacto dramático en la región en favor de
EEUU e Israel (lo que al final no se produjo), en Asia Washington no
necesita que pase nada para sentir que sus intereses están resguardados a
la espera de saber qué forma adquirirá su rivalidad con China en las
próximas décadas.
Pekín tampoco quiere bajo ningún concepto un
conflicto que provocaría una riada de refugiados sobre su frontera
oriental, la desestabilización de su política de máximo crecimiento
económico, y ser testigo del despliegue de las fuerzas navales
norteamericanas a pocas millas de sus costas.
En 1997, un equipo de expertos de la CIA llegó a la conclusión de que al régimen norcoreano sólo le quedaban cinco años antes de sufrir un colapso.
Pyongyang ha demostrado ser mucho más resistente que esas predicciones.
Lo que desde fuera parece el símbolo de su anacronismo o atraso, para
el Gobierno es la fuente de su legitimidad, la única cohesión que lo
mantiene en pie: repetir una y otra vez el discurso de la guerra de
1950, el cierre de filas ante el enemigo exterior, el llamamiento a la
defensa de la única Corea auténtica.
Eso exige poner a prueba a
cada nuevo presidente que llega al poder en Seúl, como está ocurriendo
ahora, alimentar a un Ejército que absorbe probablemente casi la mitad
de su presupuesto, e invertir toda su propaganda en una estrategia de la
tensión que es su razón de ser en un país empobrecido. Y desde 2003 lo
ocurrido en Irak le confirma en la idea de que si posee armas nucleares,
ningún país se atreverá a invadirlo. Y esa es la prioridad de todos los
dirigentes de Corea del Norte desde 1953.
Para EEUU, acabar
con esa fortaleza es una empresa tan delirante por el precio que
supondría como absurda por los escasos beneficios. ¿Quién apuesta todo
su dinero para quedarse al final con el mismo capital que tenía al
principio?
Fuente: Rebelion.org
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