sábado, 14 de diciembre de 2013

Obama-Castro: hacia un nuevo tablero de juego

El apretón de manos entre los presidentes de EEUU y Cuba, en el sepelio de Mandela, generó curiosidad de los analistas sobre una posible mutación geopolítica en la región.

Por Marcelo Cantelmi - De la Agencia CC, especial para Los Andes

Obama-Castro: hacia un nuevo tablero de juego
El apretón de manos, fuera de protocolo pero de alto impacto. (Archivo)

Las resonancias simbólicas del saludo de Barack Obama a Raúl Castro fueron múltiples, pero sólo la menor de ellas debería relacionarse con el debate magro que se disparó sobre si el episodio fue o no premeditado. Lo que distingue a ese gesto, e incluso lo desborda, son las condiciones globales nuevas que le dan un especial significado y lo alejan de la anécdota.

En cierta perspectiva, el apretón de manos de estos adversarios en el sepelio de Nelson Mandela en Johannesburgo, retumba en el mismo espacio que el llamado telefónico en Nueva York de Obama al presidente iraní Hassan Rohani, paso que lubricó las negociaciones cruciales entre esos dos países y la ONU.

Las consecuencias inmediatas fueron, como ahora con el caso cubano, similares en la superficie: preocupación y furia de los halcones de ambas veredas; expectativas realistas entre los moderados, y curiosidad de los analistas sobre el calado de la mutación geopolítica que vive el mundo a partir de la crisis económica de 2008 que ha hecho variable todo lo que antes parecía inmutable.

El saludo en Sudáfrica no fue por cierto el primer gesto reciente entre estos contendientes de la Guerra Fría. En noviembre en Miami, sede del exilio anticastrista, el presidente norteamericano planteó la necesidad de actualizar las políticas de Washington hacia la isla con enfoques más creativos. Y deslizó un sobrio elogio hacia los cambios aperturistas muy graduales que experimenta Cuba.

Lo que sobrevoló ambos episodios, el saludo y aquel discurso, es la urgencia para desbaratar el anacrónico embargo que EEUU mantiene desde hace medio siglo sobre la economía cubana y que hizo crónico el fallido de convertir en una cuestión de política doméstica norteamericana las relaciones con la isla comunista.

Ese legado de la puja Este-Oeste con la desaparecida Unión Soviética, es un escollo para un menú de negocios en los que el aspecto financiero no es el menor y que explica el giro moderado de la diáspora anticastrista.

En esa órbita, el proyecto ya muy avanzado de un area de desarrollo especial económica de 475 km2 en el puerto de Mariel para inversiones internacionales liberado del esquema de organización que rige en el resto de la isla, es un símil moderno del experimento de Shenzhen con el cual China hace más de tres décadas hizo su primera experiencia de apertura económica.

Pero el bloqueo norteamericano conlleva otro aspecto central y muy político. Su vigencia es el principal lastre para el avance de la reestructuración y reforma obligada por el efecto interno de la crisis, que busca ampliar el menor de los Castro.

Ese panorama se refleja de modo didáctico en el espejo iraní. El país persa también soporta un asfixiante bloqueo que se acordó ahora aliviar a cambio de un congelamiento y apertura del controvertido programa nuclear de la teocracia de Teherán.

La factibilidad de ese pacto vino antes aún de las negociaciones definitivas. Se verificó cuando una mayoría electoral iraní removió a un liderazgo ultranacionalista y cegato y eligió a Rohani como respuesta a una crisis económica angustiante que cancelaba toda posibilidad de futuro.
En la mayor de las Antillas no hay elecciones que renueven el gobierno.

Pero ha sido el propio presidente cubano quien ha venido desnudando implacable la profundidad de los problemas que asuelan al país. Y que aquella crisis global no hizo más que agigantar debido al aumento del precio de los alimentos que la isla no genera y debe importar y por la caída de mercados internacionales como los del níquel que produce el país caribeño. "O rectificamos o ya no tendremos oportunidad para esquivar el abismo y caer", había advertido ya en un discurso en diciembre de 2010.

Para seguir el juego de comparaciones es lo que Rohani pretende con su acercamiento a Occidente: obtener inversiones genuinas que recuperen su aparato productivo, el empleo y reduzcan la inflación y el gasto público. En esas dos fronteras el gran problema es cómo romper el aislamiento.

El desafío para ese objetivo son las tensiones internas que estos cambios producen. Rohani es asediado por las críticas de los fundamentalistas, la última y más grave de ellas lanzada por el comandante de la Guardia Revolucionaria el general Mohamamd Jafari, quien denunció que el presidente "cayó bajo la influencia occidental".

En Cuba no es más sencillo. Allí coexiste una corriente pragmática de halcones reconvertidos, como insinúa el actual presidente, con otros sectores inflexibles al cambio. Raúl Castro tiene como contra balance al vicepresidente José Ramón Machado Ventura quien raramente menciona la palabra reforma.

El equilibrio se ha podido mantener hasta ahora por la ayuda de cien mil barriles diarios de petróleo que la Venezuela chavista le brinda a la isla para alinear parte de sus cuentas internas. Pero el experimento bolivariano esta en un tobogán debido a su propia encerrona económica, de modo que la apuesta a la continuidad de esa ayuda esta inevitablemente atada a una gran incógnita.

Cuando la URSS colapsó en 1991, la economía cubana dependiente de Moscú, se contrajo 35%. Una pesadilla demasiado cercana para ser olvidada o arriesgarse a repetirla. De ahí que los gestos siempre son mutuos.

El pragmático canciller iraní de Rohani, Mohammad Javad Zarif, doctorado en relaciones internacionales en EEUU, intentó sintetizar el momento con una frase dirigida a su frente interno pero que puede abarcar con una dosis de esperanza toda esta enorme mutación: “la política exterior -sostuvo en la Universidad de Teherán- no debería ser un campo de batalla, sino un espacio de unidad”.  
 
Fuente: Los Andes Online

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