martes, 24 de febrero de 2015

El neurólogo colombiano que podría cambiar cómo se trata el alzhéimer en el mundo
Francisco Lopera dirige un ensayo clínico en Medellín que busca prevenir la demencia que afecta a más de 35 millones de personas en el mundo.
 Por Gary Stix

El doctor Francisco Lopera, en su laboratorio. Fotografía de Juan Arredondo.


Trascurría el año 1989 y el neurólogo Francisco Lopera tenía que decidir si se quedaba en Bélgica tras finalizar sus estudios de posgrado o si regresaba a Colombia, su país natal. Tras meditarlo, decidió no quedarse en Europa; se dio cuenta que podría lograr más en su carrera científica si regresaba a Colombia.

Un factor que pesó en su decisión fue un encuentro unos años antes con unas familias que sufrían una forma hereditaria del alzhéimer. Esas familias provienen de una región de Antioquia no muy lejos de Medellín, donde Lopera vivió durante su adolescencia. Lopera tenía ganas de volver para realizar más investigaciones e intentar entender mejor la demencia que estas familias sufrían.

Hoy en día, Lopera encabeza un ensayo clínico que incluye a estas familias—y que ha atraído un gran interés internacional. En colaboración con la compañia Genentech y el Banner Alzheimer’s Institute, en Phoenix, Arizona, Lopera y sus colaboradores en la Universidad de Antioquia están proveyendo un fármaco a portadores de un gen que, solo por el hecho de tenerlo, les asegura que van a empezar a presentar pérdida de la memoria y otras capacidades cognitivas antes de cumplir los 50 años.

El ensayo clínico investiga si un tratamiento para la enfermedad puede ser eficaz si el paciente recibe la droga para el alzhéimer 10 ó 20 años antes de que aparezcan los síntomas. Se cree que hay que empezar con las terapias tan temprano debido a que cuando un paciente ya empieza a perder la memoria, ya ha perdido tantas neuronas que ningún tratamiento sería capaz de frenar la neurodegeneración.

Los participantes en el ensayo clínico reciben la droga crenezumab—una inyección de un anticuerpo para eliminar la proteína (en realidad el péptido) beta-amiloide del cerebro . Dicha proteína está vinculada con el desarrollo de la enfermedad.

En el ensayo también participan familiares que no son portadores del gen y que no tienen riesgo de desarrollar la enfermedad, razón por la cual no recibirán el medicamento experimental sino placebo.

La comunidad de científicos que investigan el alzhéimer está esperando con mucho anhelo los resultados de este ensayo. Administrar una droga años antes de enfermarse marca una manera innovadora de hacer ensayos clínicos. Los resultados podrían llevar hacia adelante los conocimientos en torno a esta devastadora enfermedad y dar un paso importante hacia una terapia definitiva.

Scientific American entrevistó a Lopera el mes pasado en su oficina, en la Universidad de Antioquia, en Medellín.

Este es un extracto editado de dicha entrevista:

Usted es el descubridor de la población más grande en el mundo que sufre de alzhéimer hereditario con inicio precoz. ¿Cuándo encontró al primer paciente?

En 1984, cuando hacía mi residencia en neurología clínica. Entonces me tocó ingresar a un paciente de 47 años que venía de Belmira, un pueblo de Antioquia. La familia lo trajo porque perdía la memoria y había perdido capacidades mentales en un grado tal que ya no podía trabajar en el campo y requería de un cuidador. Lo hospitalizamos. Lo estudiamos y la conclusión nuestra, en conjunto con mis profesores de neurología, era que tenía una demencia tipo alzhéimer de inicio precoz hereditaria.

Nosotros nos desplazamos al pueblo donde el vivía para entrevistar a sus familiares de más edad y reconstruir las historias de otros miembros de su familia. De esa manera pudimos confirmar que se trataba de una forma familiar de demencia tipo alzhéimer genético.

Pero no sabíamos que mutación ni en el gen implicado, nada de eso. Tres años más tarde se publicó en una revista colombiana un reporte de esa familia. Eso fue lo que vio Ken Kosik [un conocido investigador de alzhéimer norteamericano] y que fue el motivo para que él nos contactara y así empezamos a trabajar juntos con el objetivo de estudiar a esas familias.

¿Los miembros de las familias ya sabían entre ellos que existía una enfermedad hereditaria?

Ellos se dieron cuenta que esos problemas habían existido durante varias generaciones. Ellos decían: “Nosotros sufrimos de la bobera de los Piedrahita (apellido)”.

Y luego, ¿ustedes encontraron otras familias?

Rápidamente encontramos otros casos similares con la misma historia en Yarumal en Angostura, en San José de la Montaña. Ya teníamos cuatro o cinco familias.

Después, ¿cómo procedieron?

En la década de los noventa, Ken Kosik se viene a Medellín y el nos propone que busquemos las mutaciones en el cromosoma 21 donde está el gen de la proteína precursora de amiloide (PPA—una proteína que cuando es cortada por una enzima incorrecta produce la basura beta-amiloide).

¿Y qué paso?

Entonces le dimos unas muestras de ADN para que buscara las mutaciones en PPA. Pero negativo, todo normal. En 1994, llegamos a la conclusión de que había que buscarlo en el cromosoma 14 porque en el cromosoma 21 no había nada. Entonces Ken propuso que hiciéramos una colaboración con Alison Goate (una genetista conocida de Washington University). Estábamos ya a punto de descubrir en la colaboración con ella el gen [presenilina-1] cuando fue reportado por otro grupo. Pero unos meses después de reportar el gen de la presenilina-1, nosotros reportamos con Alison Goate la mutación (la mutación paisa de las familias en Antioquia) y otras mutaciones de la presenilina-1 de otras familias de otros países.

¿Y luego?

En el 2010 hubo un convenio con Banner para hacer un registro. Claro que nosotros ya teníamos un registro desde hace 30 años. Pero estaba muy desactualizado. Cuando Banner nos propone que hagamos un registro, la idea era que podríamos terminar haciendo un ensayo clínico.

Hubo reuniones con investigadores internacionales para evaluar opciones. En el transcurso de esas discusiones apareció la idea de que podríamos hacer una alianza con Genentech.

¿Qué se intenta lograr con el ensayo clínico?

Dos cosas fundamentales. Primero, se va a evaluar la eficacia y la seguridad del medicamento crenezumab en personas con alto riesgo de desarrollar la enfermedad, pero aún sanas. La otra, se va a poner a prueba la hipótesis amiloidea.

¿Qué es la hipótesis amiloidea?

La hipótesis plantea la idea de que la enfermedad de Alzhéimer se inicia con los depósitos de beta-amiloide en el cerebro que generan una cascada de eventos neuropatológicos que llevan a la neurodegeneración, a la muerte neuronal y a la demencia.

Esta es la idea general. En este momento, la hipótesis amiloidea esta en la cuerda floja porque la mayoría de los (fármacos) antiamiloideos han fracasado. La idea nuestra con API (Alzheimer’s Prevention Initiative) es que han fracasado porque se han utilizado demasiado tarde y si se usan a tiempo, antes de que aparezca la demencia, es posible que no fracasen.

De tal manera que este ensayo permitirá confirmar o negar esa afirmación. Puede ser que los antiamiloideos han fracasado porque la hipótesis amiloidea está equivocada o porque es demasiado tarde. Nosotros estamos apostando a la idea de que los antiamilodeos están fracasando porque se administran demasiado tarde.

[Las personas que son portadores de la mutación paisa son ideales para un ensayo clínico de prevención porque los investigadores pueden predecir con exactitud cuando se van a enfermar. Así se puede calcular cuantos años antes se tiene que recetar un medicamento para intentar de prevenir el alzhéimer.]

¿Este ensayo clínico ha sido un desafío para ustedes?

Sí, total. Primero porque nosotros llevamos 30 años estudiando a estas familias. Hemos hecho muchas publicaciones y este problema no se conocía en el mundo hasta que se publicó un artículo en el New York Times. También Scientific American publicó un artículo en aquel entonces. A partir de allí se conoció el problema.

La planeación del ensayo tomo cuatro años, pues fue muy difícil. Hoy incluso nos asombramos que lo pudimos hacer, que pudimos empezar por lo menos.

Nosotros estamos muy contentos con Banner porque ellos creyeron en nosotros. Normalmente nadie cree que se puede hacer este tipo de proyecto tan ambicioso con gente de América Latina. O sea los latinoamericanos no tenemos una reputación de poder realizar un proyecto así. Pero ellos creyeron en nosotros y ha sido muy afortunado, porque hemos mostrado que podemos trabajar con ellos y de manera seria y este proyecto se ha logrado empezar gracias a esa confianza.

¿Cuáles son sus esperanzas futuras?

Primero, que logremos terminarlo de la manera que debe de ser, de la manera más científica en el año 2020. Eso es lo primero, hacerlo bien. Segundo, soy optimista de que podamos encontrar un resultado, un resultado en el sentido de que se retrase el inicio o se prevengan los síntomas.

Yo diría que lo más importante es hacerlo bien porque así, si el resultado no fuese positivo, el hacerlo bien obligaría al replanteamiento para encontrar otras opciones terapéuticas.

Pero si este estudio muestra pistas de mejoría, pistas alentadoras y optimistas, pues nosotros tendremos que diseñar probablemente otro estudio para los menores de 30 años que son portadores del gen que los llevará a desarrollar la enfermedad.

Nosotros sabemos que la amiloidosis empieza a los 28 años en estas familias y un estudio de prevención primaria (antes del inicio de la patología) tendría que empezar antes. Entonces estoy pensando en esa población de niños y jóvenes que son portadores y que a lo mejor vamos a necesitar un proyecto de prevención primaria.

¿Cómo han reaccionado los participantes de este proyecto?

Están muy entusiasmados. Cuando ellos deciden participar están convencidos que lo hacen por todo el trayecto del proyecto. Incluso, muchos miembros de las familias nos llaman para preguntar por qué no los hemos vinculado todavía, porque ellos quieren participar. Hay un entusiasmo muy alto porque por primera vez les estamos ofreciendo una esperanza.

Hay muy buena relación entre ellos y el equipo. Es como una familia, porque como tenemos que verlos tan frecuentemente, se establece casi una relación familiar con ellos.

¿Me puede dar un ejemplo?

Hemos aprendido mucho de ellos. Por ejemplo, hay un miembro de las familias que en una reunión me dijo: “Dr. Lopera, usted sabe lo bueno que tiene la enfermedad de Alzhéimer?.” Yo le dije: “bueno, pues hasta ahora todo lo que yo he visto de la enfermedad es malo. Pero, bueno, ¿tú has visto algo bueno de la enfermedad?

Y el dijo: “Claro, la enfermedad tiene una cosa buena y una cosa mala. Y apuesto a que Ud. no sabe que es lo bueno”. Y yo le dije: “no, yo no sé cuál es la buena. Enséñamela”.

Y me dijo: “La enfermedad de Alzhéimer tiene una cosa mala: es incurable. ¿Y qué es lo bueno? Lo bueno es que no es contagioso”.

Entonces, ¿usted está contento que no se quedó en Bélgica?

Salí de aquí en 1987 hasta 1989. Había encontrado ya las primeras familias. Allá, en Bélgica, hice entrenamiento en neuropsicología, neurología del comportamiento.. Pero yo me di cuenta que con las familias que tenía acá podría hacer mucho mas acá que afuera.

Pero cuando me devolví, también era una época muy difícil porque estaba toda la violencia. Nosotros en la década de los ochenta íbamos a hablar con la gente en sus pueblos y hubo una época a finales de los 90 y principios de los años 2000 cuando ya no pudimos ir y tuvimos que traerlos acá. Eso fue un poco más complicado, más costoso, más difícil.

Tengo entendido que usted como joven se interesaba en otro tipo de carrera científica. ¿Es cierto eso?

Cuando tenía 15 años quería estudiar astronomía porque me interesaban los platillos voladores. Quería saber mucho de los platillos voladores en esa época. Y leí un artículo que decía que los platillos voladores no existían sino en la mente de la gente. Entonces me pareció mejor estudiar la mente. 


Fuente: scientificamerican.com

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