sábado, 25 de marzo de 2017

"Nunca me imaginé que iba a combatir contra el Reino Unido en el medio del océano"
Por la cabeza del entonces capitán Horacio Mir González jamás se cruzó la idea de participar en la primera batalla aeronaval desde la Segunda Guerra Mundial, ni que iba a hundir barcos de la potencia naval británica, en la Guerra de las Malvinas.




Sin posibilidad de abastecimiento, volando al ras de las olas, los vidrios tapados por la sal, con escasos minutos para atacar y picar hacia el cielo, contando los segundos para llegar a la base antes de que se acabara el combustible y con bombas adaptadas que habían sido hechas para otros blancos, Mir González y sus compañeros realizaron heroicas misiones de combate a través de los casi 700 kilómetros que separan a las Malvinas del continente, y ocasionaron graves daños a los barcos ingleses.

El brigadier retirado Horacio Mir González, condecorado con la Medalla 'La Nación Argentina al Valor en Combate', era por entonces capitán y estaba asignado como jefe de escuadrilla en la VI Brigada aérea de Tandil, 300 kilómetros al sur de la ciudad de Buenos Aires. La Brigada contaba con 36 aviones de combate Mirage 5 Dagger, una versión israelí del avión francés, y era una fuerza muy profesional, recuerda Mir.

Los dos intensos meses de la Guerra de las Malvinas, que duró del 2 de abril al 14 de junio de 1982, fueron para los pilotos argentinos el desafío de sus vidas. Ya no se trataba de vigilar la cordillera de los Andes por una eventual escaramuza con Chile, donde la disputa por el Canal del Beagle casi termina en un enfrentamiento armado en 1978. Ahora era Guerra de verdad y en mayúsculas, no contra un enemigo parejo, sino contra la flota naval y aérea de Su Majestad, que atravesó todo el Atlántico a lo largo de 12.700 kilómetros para defender 150 años de ocupación. Era David contra Goliat.

El valor de los pilotos argentinos produjo como resultado los peores daños a la Armada británica en la posguerra: los barcos Sheffield, Coventry, Ardent, Antelope, Sir Galahan, Tristam, Atlantic Conveyor, hundidos, otros 15 averiados, sin hablar del portaaviones Invincible, del cual Gran Bretaña nunca reconoció sus daños.

Días antes del comienzo del conflicto, en el apacible ambiente rural y ganadero de Tandil, los pilotos de la Brigada no tenían idea de la prueba que les iba a poner el destino. "Nosotros ni siquiera estábamos enterados ni habíamos hecho ningún preparativo para el conflicto. Llegamos a la base y nos encontramos con la novedad de que se habían tomado las Malvinas", recuerda.

A partir del desembarco en las islas el 2 de abril, "hubo una excitación muy grande y se empezaron a recibir directivas. El 6 de abril recibimos la orden de desplegarnos al sur, a Comodoro Rivadavia, donde se organizó el comando de la Fuerza Aérea Sur, y a Río Grande, Tierra del Fuego, donde fui desginado como jefe de una escuadrilla de 12 aviones, la ubicación más austral de todas".

"Estábamos en una base de la Armada y todo estaba tan improvisado, que los pilotos no tenían dónde dormir: era lo que se llamaba 'cama caliente', porque había menos camas que gente. A lo largo de la guerra, empezaron a sobrar las camas".

"Uno de los tantos errores de la guerra fue que no hubo coordinación: la Fuerza Aérea manejó sus operaciones, la Armada manejó las suyas y el Ejército hizo lo mismo", recapacita Mir.

El brigadier (r) Horacio Mir González, quien fue jefe de cuadrilla en la VI Brigada aérea de Tandil y combatió en la Guerra de Malvinas, en su despacho en Buenos Aires © Sputnik/ Patricia Lee Wynne

"La responsabilidad primaria de la Fuerza Aérea Argentina no era el ataque a unidades navales", señala el expiloto, sino "el combate aire-aire, interceptar los aviones que entraran en territorio argentino, y ataques a unidades terrestres, pero no teníamos ningún adiestramiento ni armamento para atacar unidades navales. Esto es muy importante porque después vinieron los problemas en el conflicto" agrega.

El objetivo inicial de la escuadrilla era cubrir la frontera con Chile, por temor a que el vecino pudiera aprovechar la situación. "Mirábamos al Oeste pero nos preparábamos para el Este, por las dudas".

"Desde el 6 de abril nos ordenaron prepararnos para una guerra, aunque no la hubiera. Mi mujer no me perdona que, cuando me despedí ese día, ella lloraba y yo le decía que era imposible que llegáramos con los Mirages a las Malvinas, que eso era un problema naval. Hasta el día de hoy me dice que soy un mentiroso", recuerda.

"Durante 20 días estudiamos los manuales de las fragatas 42 inglesas de última generación y practicamos con las dos fragatas 42 argentinas, intentando burlar los radares. Todos los manuales de la OTAN decían que era imposible entrar a una fragata 42 sin una determinada cantidad aviones, que no teníamos.Vimos que la única manera era entrando rasante, a dos o tres metros sobre el mar, a 800 kilómetros por hora, para que la fragata no nos viera. Pero nosotros no teníamos instrumental para volar sobre el agua".

Esos días previos, los pilotos volaban a 35.000 pies de altura durante 45 minutos sin hablar para que no los detectaran, y descendían muy rápido al ver las primeras estribaciones rocosas de las Malvinas, pero no podían aterrizar en ellas porque los Mirage necesitan una pista de 2.400 metros, y volvían a la base calculando los minutos de combustible que les quedaba en el tanque.

Por eso, ante un problema, la orden que tenían era eyectarse, pero entre las Malvinas y el continente no había ningún barco que los rescatara. "Si caíamos al mar, en invierno y en el sur, a los pocos minutos nos moríamos", señala Mir.

La guerra de verdad empezó con el ataque inglés contra Puerto Argentino el Primero de Mayo. "Toda la Fuerza Aérea salió a defenderlo, y por eso desde entonces ese día se conmemora el bautismo de fuego de la Fuerza Aérea".

Estos fueron los únicos combates aire-aire, porque los pilotos argentinos recibieron "una sorpresa muy desagradable": descubrieron que los ingleses tenían un misil de última generación, el famoso Sidewinder, nombre de una serpiente venenosa del desierto de Estados Unidos, que Ronald Reagan le había facilitado a la primer ministro Margaret Thatcher.

"Este fue el arma que bajó el 90% de nuestros aviones. Para atacar un avión británico, nosotros teníamos que ponernos en la cola de ellos. En cambio los Sea Harrier podían disparar desde cualquier lugar, de arriba, abajo, adelante, atrás, y siempre daban en el blanco con ese misil de última generación", cuenta.

Al ver que no podían competir en una guerra aire-aire, los pilotos argentinos cambiaron de estrategia y readaptaron bombas hechas para otros propósitos con el fin de atacar los barcos británicos.

"En Malvinas siempre hay mal clima, llovizna, viento. Cuando volábamos rasante sobre el mar, se nos pegaba sal en el parabrisas y no veíamos nada. Como no podíamos reabastecernos en vuelo, teníamos que ir al objetivo, atacar y con el ojo izquierdo mirar el combustible que nos quedaba".
 
Así llegó el desembarco inglés en el Canal de San Carlos, batalla que se prolongó desde el 21 al 29 de mayo y que marcó la suerte del conflicto, complicando las cosas para los pilotos argentinos. En ese canal, que luego fue apodado ‘valle de las bombas', la Fuerza Aérea perdió el 60 o 70% de sus aviones.

Horacio muestra la foto de la cabina de su Dagger en el momento en que atacó a la fragata HMS Ardent, hundida el 22 de mayo. En la imagen se ve el barco británico en la mira a unos pocos metros, y se observan las bombas disparadas desde la fragata contra el Dagger.

Decisivo para el triunfo británico fueron los datos de inteligencia que les pasaban las fuerzas aéreas chilenas reportando los despegues de los vuelos argentinos, señala Mir. "Esto lo dijo un excomandante en jefe de la Fuerza Aérea chilena, el general Matthei". Con esta información, los Sea Harrier calculaban 45 minutos de navegación y esperaban, "era tiro al pichón", dice Mir.

A medida que avanzaba el conflicto, se perdían más aviones y pilotos, "salían cuatro y volvían tres", hasta llegar a la rendición del 14 de junio.

A pesar de no estar preparados para una batalla naval el balance es que "los pilotos argentinos la hicimos, con todos los errores que cometimos. Murieron 55 hombres de nuestra fuerza, de los cuales 43 eran pilotos. Todos éramos oficiales profesionales, como sucede en todas las fuerzas aéreas del mundo".

Mir, quien se retiró en 2003 con el grado de brigadier, el más alto de la Fuerza Aérea, recuerda que, al cumplirse 20 años de la guerra, participó de un simposio en el Reino Unido con excombatientes británicos. Ellos expresaron un enorme respeto por los pilotos de combate argentinos.

El brigadier (r) Horacio Mir González, quien fue jefe de cuadrilla en la VI Brigada aérea de Tandil y combatió en la Guerra de Malvinas, en su despacho en Buenos Aires © Sputnik/ Patricia Lee Wynne


"No podían creer que nosotros cargábamos casi todo el avión de combustible y solo algunas bombas, al revés de lo que se hace en un avión de combate. En lugar de 14 llevábamos dos o cuatro, porque si no, después no podíamos volver". 



Fuente:  mundo.sputniknews.com

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