sábado, 16 de diciembre de 2017

Arthur C. Clarke, el hombre que vio el futuro
Se cumplen cien años del nacimiento del autor de "2001: Odisea del espacio", un escritor que predijo muchas de las tecnologías actuales.
por Martín Felipe Castagnet


Arthur C. Clarke. El escritor británico nació el 16 de diciembre de 1917 en Minehead, Reino Unido. Murió el 19 de marzo de 2008 en Sri Lanka.


Hasta hace pocos meses, una máquina creada por el hombre e impulsada por treinta kilos de plutonio daba vueltas en torno a Saturno. La sonda Cassini pesaba tres toneladas y tardó siete años en llegar, pero la información obtenida viajaba de vuelta a la Tierra en tan solo una hora y media. Fue el sueño de muchos, pero especialmente del autor británico Arthur C. Clarke, fascinado como pocos con el gigante gaseoso y la conquista espacial.

En su libro 2001: Odisea del espacio, un astronauta parte en busca del famoso monolito de la evolución en Jápeto, uno de los satélites de Saturno, mientras que en Odisea 2010 la vida florece en la vecina luna Europa; en Regreso a Titán, el protagonista proviene de esa luna monumental, más grande que Mercurio. Cuando en 2007 una sonda de la nave Cassini descendió en una de esas lunas, Clarke grabó un mensaje para la NASA desde su casa en Sri Lanka. Faltaba menos de un año para su muerte, y fue un broche de oro para una vida dedicada al futuro y la exploración del universo conocido.


Escena de "2001: Odisea del espacio", la película que rodó Stanley Kubrick. Clarke escribió el guión como un proyecto paralelo a la novela.

El propio mensaje de Clarke era prueba de sus anticipaciones: la comunicación vía satélite y de manera instantánea, sin necesidad de saber en qué lugar del planeta se encuentra el otro, o la posibilidad de trabajar desde cualquier país sin moverse de sitio. “Tratar de predecir el futuro es un oficio peligroso y decepcionante”, dijo en 1964, pero fue metódico y desde temprano publicó sus predicciones, a pesar del inevitable miedo al ridículo que es parte esencial de ese género.

Muchas se sostuvieron, como la computadora personal, las cirugías a distancia, el homebanking y la conexión permanente. En ese momento, sin dudas que varias predicciones debieron haber parecido inverosímiles, pero para eso está la tercera y más famosa de las llamadas Leyes de Clarke, que estableció en 1973: “Cualquier tecnología lo suficientemente avanzada es indistinguible de la magia”.

En otros casos, sus predicciones ya no tienen que ver con la futurología sino con la coincidencia: en la primera página de Cita con Rama, el mundo cambia desde que un bólido cruza el cielo y destruye una ciudad exactamente un 11 de septiembre a las nueve de la mañana. Clarke hubiera minimizado ese fruto del azar, pero el lector es incapaz de contener la sorpresa: como un paranoico al revés, encuentra al futuro en todas partes.

Este 16 de diciembre se cumplirá el centenario de su nacimiento. Arthur Charles Clarke, caballero de la orden del imperio británico, creció en una época en la que no existían los astronautas. Aun así, sus primeros textos fueron sobre aeronáutica y la conquista del espacio.

Durante la Segunda Guerra Mundial, sirvió en la Real Fuerza Aérea como especialista en radares, herramienta vital para decidir el triunfo de Inglaterra durante los terribles bombardeos alemanes. Terminada la guerra, se convirtió en el principal divulgador de instalar satélites artificiales en una órbita a treinta y cinco mil metros de altura, siguiendo la dirección de la rotación de la Tierra, hoy zona central de la mayoría de las comunicaciones globales.

La mejor forma de predecir el futuro es inventándolo, y Clarke puso su grano de arena. La otra forma es imaginándolo y contagiando esa curiosidad, y eso también es lo que hizo en sus muchos libros de ficción y de divulgación espacial. Su novela más famosa, 2001: Odisea del espacio, nació como un proyecto paralelo a la película que escribió junto a Stanley Kubrick. Para entonces, Clarke ya residía en Sri Lanka, presumiblemente para poder vivir su homosexualidad sin sufrir la persecución de su país natal.

Tanto la novela como la película salieron tan solo un año antes del alunizaje. ¿Qué habrá sentido cuando Neil Armstrong pisó finalmente nuestra Luna? Clarke formó parte de la transmisión en vivo. Quizá pensó en la segunda de las leyes que llevan su nombre: “La única manera de descubrir los límites de lo posible es aventurarse un poco más allá, hacia lo imposible”.


Foto de los anillos de Saturno tomada por la sonda Cassini. Era el planeta fetiche de Clarke.

¿Se puede considerar a Clarke un profeta? Para empezar, deberíamos preguntarnos qué entendemos por futuro. Sin duda, muchas de sus predicciones para los siguientes cincuenta años se hicieron realidad, pero ese lapso de tiempo es un margen imperceptible dentro de los parámetros del universo.

Clarke planteó el verdadero posible futuro de la humanidad en la novela El fin de la infancia, donde ofrece un posible avance del ser humano a partir del encuentro con un ser superior venido de otro mundo, por otra parte curiosamente parecido a un demonio. La pregunta que atraviesa el relato es sencilla: ¿cuánto puede llegar a cambiar la humanidad sin dejar de ser humana?

Al igual que el resto de los seres vivos, nuestra especie continúa evolucionando; algunos especialistas incluso sugieren que lo está haciendo más deprisa. Lo que conocemos puede llegar a ser nada más que la infancia de la humanidad, y nuestra madurez, algo tan desconocido como profundamente perturbador.

A Clarke lo preocupaba que el hombre no continuara avanzando hacia las estrellas; trataba de estimular las preguntas de largo plazo y el compromiso con la investigación espacial. ¿Hasta qué edad será posible vivir? ¿Cuán lejos podremos llegar?

La primera de las tres leyes de Clarke amplía los límites de nuestros sueños: “Cuando un científico eminente pero anciano afirma que algo es posible, es casi seguro que tiene razón. Cuando afirma que algo es imposible, muy probablemente está equivocado”. Claro que él jamás hubiera consentido en dar por segura ninguna imposibilidad: su imaginación como escritor siempre iba un paso más allá de su labor como científico.

Hoy, Clarke es polvo de estrellas una vez más, pero desde los confines de nuestro sistema solar siguen llegando noticias de nuestros mecánicos embajadores. Las fotos de la sonda Cassini son extraordinarias: en el borde de los anillos de Saturno, por ejemplo, se descubrieron estructuras verticales de dos kilómetros y medio de alto, torres de sombra sobre una superficie blanca y rugosa, como de vinilo. A las 18 lunas conocidas se les sumaron otras 54, y es muy posible que el océano debajo de la superficie congelada de Encelado albergue vida bacteriana. Arthur C. Clarke se sentiría reconfortado. El futuro aún no llegó, pero todavía está a tiempo.



Fuente: Clarin.com

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