miércoles, 11 de abril de 2018

Un guardia que se hizo “amigo” del fantasma Luisito quiere volver a la Mansión Stoppel
El ícono patrimonial encierra incontables historias paranormales. Alejandro, ex custodio, recuerda sus vivencias y quiere volver al lugar.
Por Ignacio de la Rosa 


Marcelo Rolland / Los Andes


Alejandro Zeballos tiene 30 años, vive en Maipú (en la zona de la triple frontera entre ese departamento, Godoy Cruz y Luján) y trabaja como guardia de seguridad de la firma Patriot. Entre noviembre del año pasado y enero de este año trabajó como guardia asignado por la empresa en la Mansión Stoppel; y fueron 3 meses en los que prácticamente entabló una relación con Luisito, “el que siempre está” (sobre todo cuando debía cumplir los turnos de noche).

Luisito es el nombre con que se conoce a un supuesto fantasma que habita la histórica vivienda ubicada en Emilio Civit 348 (Ciudad), edificio que reabrió a fines del mes pasado como Museo Carlos Alonso. Sobre esta misteriosa figura abundan las historias paranormales, todas reconstruidas por guardias y trabajadores que pasaron por el lugar mientras estuvo cerrado al público (casi 41 años). Y quienes coinciden -palabras más, palabras menos- en sus travesuras preferidas a la hora de decir presente, aunque sin mostrarse: silbidos, pasos en el parquet del primer piso, puertas y ventanas que se abrían y se cerraban, luces que se encendían y se apagaban y hasta una predilección por salpicar con agua a quienes se encontraban apostados en la puerta del lugar.

“Jamás creí en fantasmas, ni siquiera de chico. Pero eso fue hasta que llegué a la mansión y conocí a Luisito. Fueron 3 meses en los que, cada noche, se hacía sentir de alguna forma. Ante mí, él se expresó de varias formas. Una noche me tiró agua desde arriba, otras sentí que caminaba en el piso de arriba y hasta una vez el ascensor se cerró y subió solo (no había nadie más en la casa). Yo no lo vi nunca, pero cada vez que subía la escalera sentía que se me encrespaba la piel, era como si me acariciaran la espalda”, resumió Alejandro a Los Andes.

Sin embargo -y pese a sus experiencias-, Zeballos quiere volver a custodiar la Mansión Stoppel. Y ya se lo ha pedido a sus superiores de la empresa de seguridad, y a las autoridades de la Dirección de Patrimonio.




“Es un lugar lindo para cuidar, para estar. Yo ya conozco los rincones del lugar, todos los movimientos y horarios. Podría decir que hasta me hice amigo de Luisito y ya no tengo miedo”, acotó con una sonrisa. “Yo le dije que solamente iba a cumplir mi trabajo, a completar mi turno y que no me hiciera daño. Y entendí que él sólo quería hacer las travesuras que hace cualquier niño. Ojalá pueda volver a trabajar allá”, resumió.

Cercano

El 1 de noviembre del año pasado, Alejandro Ceballos tuvo su primer día de trabajo en la Mansión Stoppel. Por aquel entonces la casa estaba cerrada al público y, si bien ya habían completado el grueso del trabajo de restauración, aún quedaban algunos detalles para terminar las obras.

Pero la presencia de guardias de seguridad era fundamental, más teniendo en cuenta que comenzaba la etapa final de los trabajos. Y que hacía ya varios años el inmueble había sido ocupado por algunas personas.

“Yo no sabía nada del lugar, ni siquiera sabía a dónde iba. Me pusieron allá. El primer día hice el turno de día y no pasó nada. Me enseñaron los movimientos, las instalaciones y todo. El segundo día también me tocó de mañana, aunque ya sentí algo raro: en un momento estaba solo y sentí que silbaban desde la planta alta”, resumió Alejandro.

Su tercer día de trabajo fue clave. “Fue mi primera noche en el lugar. Yo estaba abajo y sentía como un zapateo en el parquet, en una de las salas de arriba. Me quedé sentado afuera -entre el portón de reja y la entrada a la casa-, de espaldas a la puerta. Y sentí de nuevo 3 golpecitos de zapatos, otra vez de arriba y esta vez más rápidos. Eran las 4 de la mañana”, recordó el joven. Y aclaró que la mayoría de las veces en que vivió esos episodios el reloj marcaba el lapso entre las 3 y las 4 am.

Su cuarto día fue la segunda noche consecutiva en el lugar. Otra vez ubicó su silla en el patio delantero de la casa y allí se acomodo, de espalda a la ventana de la pared izquierda. “A eso de las 3 cerré un ratito los ojos para relajarme y sentí como me caía un chorrito de agua que me mojó de la cabeza hasta los pies. Si tuviese que describirlo, fue como si me hubiesen tirado un chorrito de agua con una jeringa. Me levanté y busqué algún desagüe, una manguerita de aire acondicionado. Pero no había nada cerca. Pensé que podía ser caca de una paloma, pero era transparente y era agua”, reconstruyó.





Dos horas más tarde, y cuando Alejandro ya se había acomodado nuevamente contra la baranda de las rejas de entrada, volvió a sentir agua caer sobre su cuerpo. “¡Me mojó dos veces en la misma noche!”, reforzó.

Ya con una mezcla de susto y preocupación por lo que le había ocurrido en dos oportunidades en una misma noche, Alejandro comenzó a hablar solo y en voz alta (“como si estuviese loco”, acotó) para que quien sea o lo que sea que estuviese jugándole esas bromas pusiese fin. 

“Tiempo después la gente de Cultura me contó la leyenda de Luisito, me dijeron que era un niño que había muerto en el lugar. Y ahí entendí por qué todas las cosas que hacía eran travesuras: porque era un niño. A mí siempre me dijeron que había que tenerle más miedo a los vivos que a los muertos. Pero yo ya había visto todas las cosas que hacía”, sintetizó.

La segunda semana de trabajo en la casa incluyó un concierto de puertas y ventanas que se abrían y cerraban a los golpes en el primer piso. Sin la necesidad de ráfagas de viento, y sin otra presencia en la casa que la de Alejandro (o al menos eso era lo que parecía). “Cuando pasó eso, yo subí las escaleras y mientras tanto iba hablando en voz alta, casi a los gritos y solo. Le decía que no quería hacer nada malo, sólo trabajar. Y mientras tanto, cerraba las puertas y ventanas con pasadores. Dejé todas cerradas, pero a la mañana cuando me vino a relevar un compañero encontramos una puerta y una ventana abiertas. Fue en el primer piso, en la misma sala donde se sentían los pasos sobre el parquet. Y esa noche yo no había escuchado nada”, recordó.

Durante los casi 90 días en que Alejandro Zeballos se desempeñó en la Mansión Stoppel, fueron incontables las historias. “De día sólo se sentían silbidos. El tema era de noche. En un momento ya me había animado a dejar la silla adentro de la casa (a la altura de la puerta). Y varias noches vi como se prendían -o me prendían- y apagaban las luces. Yo le seguía hablando en voz alta. Una noche bajó la térmica 3 veces. Y cada vez que la bajaba, yo iba y la volvía a subir. Pero apenas me sentaba, la volvía a bajar. Una de las veces la luz no prendió, fui a ver la térmica y no estaba baja”, agregó con esa cara que evidencia claramente que se trata de esos episodios de “creer o reventar”.

Otra noche -ya habiendo perdido la cuenta- se encontró con la puerta del fondo de la mansión y la ventana del baño abiertas. 

“Pero yo no fui el único que sintió esas cosas. En una oportunidad estaban unos pintores y carpinteros trabajando, y uno de ellos silbaba una canción. En un momento escuchó como -desde arriba- la completaban, también silbando. Los dos se fueron corriendo. Otra vez una de las chicas encargadas de la limpieza encontró en una puerta de vidrio de atrás las manitos de un nene marcadas. ¡Estaba cerrada al público en esa época la mansión!”, contó.



Fuente: Los Andes

1 comentario:

  1. Llamen a GAIAP!

    https://www.facebook.com/GaiapParanormal/

    Seguro pueden averiguar algo si van!

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