lunes, 15 de octubre de 2018

Ni Haddad ni Bolsonaro tienen lo necesario para evitar una crisis en Brasil
Por Monica de Bolle


Jair Bolsonaro, candidato de extrema derecha para las elecciones presidenciales de Brasil, en Río de Janeiro antes de votar en la primera vuelta, el 7 de octubre de 2018. Credito: Mauro Pimentel/Agence France-Presse — Getty Images

Los electores brasileños, motivados en buena medida por el enojo, el resentimiento y la idea de acabar con la clase política dominante, eligieron el domingo a dos candidatos presidenciales en los polos opuestos del espectro ideológico. Jair Bolsonaro, un agitador de extrema derecha y militar retirado partidario de la dictadura de Brasil, y el candidato de izquierda Fernando Haddad, del Partido de los Trabajadores (PT), el movimiento que está enredado en escándalos de corrupción, se medirán en una segunda vuelta electoral el próximo 28 de octubre.

El ganador enfrentará retos abrumadores desde el primer día. El principal de los desafíos será liderar a un país con una economía débil.

La economía brasileña todavía no logra recuperarse de la recesión que golpeó al país entre 2015 y 2016. El crecimiento se ha restablecido, pero no ha sido suficiente para crear empleos para los más de trece millones de trabajadores brasileños desempleados. A pesar de la reciente turbulencia en el mercado financiero global, la inflación brasileña sigue contenida, pero los salarios están estancados. Lo más importante es que Brasil tiene déficits elevados y fuera de control, además de una relación entre deuda y producto interno bruto (PIB) insostenible en el mediano plazo.

Sin reformas ambiciosas, la deuda podría alcanzar el 100 por ciento del PIB en los próximos dos años. Niveles tan elevados de deuda tienden a reducir la inversión y el crecimiento porque el sector privado comienza a temer que el gobierno no sea capaz de cumplir con sus obligaciones financieras. Por lo mismo, gane quien gane en la segunda vuelta tendrá el mismo problema: una mayor posibilidad de que se desate una crisis fiscal profunda, la misma crisis que el país trató de evitar con la destitución de Dilma Rousseff y su remplazo con el entonces vicepresidente Michel Temer.

Atender los problemas fiscales de Brasil requiere de un plan integral a corto plazo que incluya recortes al gasto público y aumentos en los impuestos, además de una reforma del sistema de pensiones. Se trata de una reforma que el gobierno de Temer había prometido, pero que hasta ahora no se ha realizado.

Es difícil sobrestimar las dificultades que enfrentará el próximo gobierno para implementar las medidas necesarias para solucionar los problemas fiscales de Brasil. Reducir el gasto público y aumentar los impuestos será difícil en una economía de por sí endeble, más si consideramos que los efectos a corto plazo podrían sacrificar el crecimiento. La reforma de pensiones, aunque urgente, es extremadamente impopular en cualquier circunstancia y todavía más en una situación en la que la población sufre por el alto desempleo y un crecimiento bajo. Pero, sin estas medidas, el país se encaminará hacia una crisis fiscal inevitable.

A pesar de estos desafíos tan evidentes, ni Bolsonaro ni Haddad han formulado planes económicos claros. En estas elecciones, las grandes inquietudes de los votantes han sido la corrupción y la violencia. Río de Janeiro, la ciudad que albergó los Juegos Olímpicos en 2016, tuvo un aumento de violencia tan grande que el gobierno federal ordenó la intervención militar para intentar contener la delincuencia. Por lo mismo, los candidatos solo han presentado estrategias para resolver la corrupción y restablecer el Estado de derecho, y no planes para solucionar los problemas económicos de Brasil.

Bolsonaro, abanderado del conservador Partido Social Liberal (PSL), ha respaldado la necesidad de una reforma de las pensiones, pero no ha ahondado en los detalles de su propuesta. En elecciones anteriores, los candidatos siempre habían presentado con minuciosidad sus planes económicos. Sin embargo, Bolsonaro ha delegado completamente esa responsabilidad a su asesor económico, Paulo Guedes, un doctor de la Universidad de Chicago conocido por su preferencia por políticas ultraliberales y promercado, y que nunca ha tenido un cargo público.


Fernando Haddad, candidato presidencial del Partido de los Trabajadores de Brasil, en una conferencia de prensa el 8 de octubre de 2018. Credito: Rodolfo Buhrer/Reuters

Por su parte, aunque Haddad no ha negado la necesidad de una reforma de las pensiones y ha dicho que no será un tema “tabú”, no ha presentado una alternativa. En su agenda económica no hay ninguna medida que aborde de manera específica el escenario ineludible de que, salvo que se reformen las pensiones, el gobierno se quedará sin recursos para proveer seguridad social y otros beneficios.

Sea Haddad o Bolsonaro, el próximo presidente se enfrentará a un Congreso muy fragmentado y hostil a medidas impopulares. Además, ninguno de los dos candidatos tiene mucha experiencia política, lo que hace improbable que puedan construir coaliciones estables en el polarizado parlamento brasileño.

A pesar de ello, el partido de Bolsonaro consiguió una victoria asombrosa: de las 513 curules disponibles en la Cámara de Diputados, 52 son del PSL, con lo que se convierte en la segunda bancada más importante del Congreso, solo por debajo del PT. Se trata de una victoria aplastante si se considera que en las elecciones generales de 2014, el PSL solo tenía un diputado. Los seguidores de Bolsonaro también parecen querer darle a su partido gubernaturas clave: los candidatos más votados para la alcaldía de São Paulo y Minas Gerais son los que declararon su apoyo a Bolsonaro.

Bolsonaro también ha prometido reducir la cantidad de miembros de su gabinete, una decisión que podría afectar sus posibilidades de crear coaliciones. En Brasil, las alianzas se construyen al repartir cargos en el gobierno. Si hay menos puestos que ofrecer a los posibles partidos aliados, hay menos incentivos para fomentar uniones.

El PT de Haddad tendrá 56 diputados en el Congreso y enfrentará la hostilidad de los gobernadores que apoyan a Bolsonaro. Esto no es menor: los gobernadores en Brasil tienen mucha influencia parlamentaria, por lo que pueden ayudar a moldear políticas o a obstaculizar agendas de reformas. Haddad también se enfrentaría al profundo sentimiento anti-PT que surgió en la primera ronda electoral. Y es que buena parte de los votos a favor de Bolsonaro provino de electores fuera de las bases del militar retirado que querían evitar que el partido del expresidente Luiz Inácio Lula da Silva regresara al poder.

Con los resultados de la primera vuelta, la moneda se aceleró y el mercado de valores se recuperó de manera considerable. Los inversionistas parecen estar convencidos de que Bolsonaro gobernará como un ultraliberal que favorecerá a los mercados y creen que implementará una reforma al sistema de pensiones y un plan para atender los problemas fiscales de Brasil, así como una reducción importante del intervencionismo estatal.

Sin embargo, la economía política y las implicaciones económicas de un gobierno de Haddad o Bolsonaro son más similares de lo que a los mercados les gustaría admitir.

En el pasado, Bolsonaro ha defendido una postura nacionalista que favorece la intervención estatal para impulsar el crecimiento, algo que no difiere mucho de las estrategias que el PT ha seguido en el pasado reciente. Bolsonaro también ha apoyado la idea de que los bancos del Estado den crédito a bajo costo y ha defendido las exenciones tributarias para impulsar la inversión en el sector manufacturero. La creencia de que su perspectiva económica ha cambiado de manera radical parece, en el mejor de los casos, exagerada. Es probable que Haddad, en cambio, al saber que tendría que gobernar con alianzas, se verá obligado a hacer de lado las ideas más radicales del PT y ser menos intervencionista de lo que le gustaría ser.

Sin importar lo que ocurra el 28 de octubre, los problemas de Brasil no habrán terminado. Los dos candidatos a la presidencia, de quienes dependerá el futuro del país, son, por desgracia, los que tienen menor probabilidad de restablecer el crecimiento y la sostenibilidad fiscal. La economía más grande de América Latina tiene muy poco que festejar.

Monica de Bolle es investigadora sénior del Peterson Institute for International Economics y directora de Estudios Latinoamericanos y Mercados Emergentes de la School of Advanced International Studies de la Universidad Johns Hopkins.



Fuente: nytimes.com

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