martes, 4 de octubre de 2011

Crónicas desde el Mekong (II)
Camboya: cicatrices del pasado y muchas dudas sobre el futuro

Gara/Rebelión


Camboya se encuentra en una especie de encrucijada, donde las heridas del pasado no han cicatrizado y las incógnitas sobre el proyecto actual pueden condicionar también el futuro. Casi todos coinciden en señalar que la situación actual es mejor que la que vivió el país en el pasado reciente, pero una mirada más detenida nos muestra que un escenario no tan bueno como algunos pretenden.

El sistema político camboyano está dominado por la corrupción y al mismo tiempo logra dejar fuera del mismo a buena parte de los opositores al mismo. El actual primer ministro, Hun Sen, protagonizó en 1997 un golpe de estado, que posteriormente logró asentar a través de un pacto político con el partido de la monarquía, y que a día de hoy sigue sustentando el sistema político.

Los sectores educativo o sanitario cuentan con graves deficiencias, motivados por la actitud de un sistema que ha preferido invertir en otros frentes, principalmente los bolsillos de la clase dirigente. Como señalaba un periodista local, hay muchas dudas sobre los orígenes de la riqueza de buena parte de esos personajes.

La corrupción sigue planeando por diferentes aspectos de la vida institucional y cotidiana del estado camboyano. Los lobbys y grupos de presión de las altas esferas del país, dirigidos a lograr beneficios atípicos de la situación y de las relaciones a gran escala, conviven con la corrupción a pie de calle, donde es frecuente ver a policías parando a conductores de motocicletas para multarles bajo cualquier motivo, y sin extender el recibo correspondiente, lo que les permite ganar un dinero extra.

La cómoda mayoría que mantiene en Partido Popular de Camboya (PCC) de Hun Sen (con 90 de 123 escaños en las elecciones de 2008) le permite mantenerse el poder y seguir extendiendo e incrementando su presencia por todo el país, donde se pueden ver la reciente construcción de importantes sedes que en ocasiones contrastan por su tamaño con las pequeñas viviendas de la zona. Algunos de sus dirigentes fueron en el pasado miembros de los khemeres rojos, que fueron abandonando el movimiento con el paso de los años y que posteriormente contarían con el apoyo vietnamita. Con el paso del tiempo han ido abandonando su original ideología y se sitúan en un "socialismo sui generis" actualmente.

Últimamente se han desatado algunas pugnas dentro del partido y el propio Nun Sen estaría utilizando la excusa de la lucha contra la corrupción para quitarse de en medio a posibles rivales y fortalecer su red de apoyos. Algunos señalan que el dirigente camboyano tendría puestas muchas esperanzas ?en el futuro político? de uno de sus hijos.

Otras luchas internas han acabado también con el partido monárquico, el Funcipec (un acrónimo francés de Frente Unido Nacional para una Camboya Independiente, Neutra, Pacífica y Cooperante), que se ha quedado con tan sólo 3 escaños y ha perdido su posición de socio el gobierno. El otro partido importante del país, el Partido Sam Raisy (el nombre de su dirigente), se declara liberal y mantiene 26 escaños. Los cambios también han llegado al espacio económico de Camboya. La liberalización ha abierto la puerta a que los inversores se asomen en el país asiático, tanto de Asia como occidentales. Los cambios acelerados se pueden percibir con toda su crudeza en la propia capital Phnom Pehh, donde los rascacielos financiados por Corea del Sur suponen un contraste con la estética urbana de la ciudad, y donde el precio del suelo y la vivienda se han disparado en los últimos años. Todo ello ha generado expulsiones de personas de unas zonas y una clara especulación urbanística.

Ese crecimiento económico ha traído consigo un acelerado consumismo (Internet, televisores, teléfonos móviles, ordenadores, conexiones wi-fi) y la aparición de supermercados con aire acondicionado, restaurantes de lujo y tiendas de diseño, ha venido acompañada también de un aumento del número de coches (se ha triplicado), así como la presencia de decenas de bancos que ya cuentan con cajeros automáticos en cualquier esquina de la capital. Algunos alaban esta nueva situación como un síntoma de que Camboya se empieza a equiparar a otros países en auge de la región, sin embargo omiten interesadamente que más de un tercio de la población sobrevive bajo el umbral de la pobreza (con 75 centavos de dólar al día), y que el país, en palabras de Son, un estudiante universitario de la capital, no tiene clase media, y si la tiene es insignificante. Aquí, hay unos pocos que cada día son más ricos, y el resto, la mayoría de la población son cada día más pobres.

El desarrollo de sectores industriales en torno a grandes plantaciones para obtener goma de caucho, aceite de palma o pulpa de papel es otra apuesta firme del país, que está trayendo consigo la deforestación acelerada de importantes zonas y cuyos efectos negativos para el medio ambiente se unen al de la polución y la construcción de grandes presas en el Mekong. También se quiere impulsar el sector textil, pero aún pean las dudas sobre su competitividad en el mercado globalizado y ante el empuje de los productos chinos.

Pero dos sectores copan buena parte del protagonismo económico de la actual Camboya: el turismo y la ayuda extranjera. En el primer caso es evidente que su desarrollo en los últimos años ha contribuido al cambio generado, sobre todo en la capital y en la joya de la corona del país, los templos de Angkor, donde decenas de miles de turistas (chinos, japoneses, coreanos, vietnamitas, tailandeses, y occidentales) dejan importantes ingresos. Pero al mismo tiempo esa realidad ha traído consecuencias más negativas. Así, en la capital no es difícil recibir ofertas de marihuana u opio en las esquinas de las zonas de afluencia de turistas, u observar estampas de occidentales con chicas jóvenes, muestra de una prostitución en auge y probablemente la cortina que esconde importantes casos de pedofilia. Junto a ello, aquí también han aparecido como setas los clubes y los casinos, componentes de esa imagen oscura de algunas zonas de la región.

La ayuda exterior ha desempeñado un papel importante en el cambio citado, aunque en los últimos tiempos se observan algunas transformaciones estructurales importantes. Así, esa avalancha monetaria ha ido acompañada de importantes casos de corrupción y la aparición de cientos de ONGs en el país. Recientemente el gobierno ha decidido poner en marcha una nueva ley que algunos interpretan como un intento por dificultar el quehacer de esos organismos. Esa legislación otorgaría al gobierno poderes para disolver ONGs con pretextos muy vagos, y pone condiciones y procedimientos costosos para que los grupos más pequeños no puedan operar.

Algunos han señalado también la otra cara de las ONGs, sobre todo de algunas occidentales, ya que Camboya, sobre todo su capital, les permite mantener una especie de estancia dorada en el país, dejando de lado los motivos que motivan su presencia en el país.

Probablemente esta posición del gobierno, intentando acallar a voces internas discrepantes, obedezca también a la seguridad que le confiere la ayuda que China ha venido dando al país en los últimos años. El peso de la misma ha desequilibrado la balanza a favor de Beijing, y eso hace también que el gobierno no dependa tanto de la ayuda de otros actores internacionales, a los que puede desairar en ocasiones, aunque China también reciba su pago (el ejemplo del apoyo camboyano a las grandes presas, a pesar de ser negativo para el futuro del país).

Otro serio problema, herencia de las intervenciones militares del pasado, que deberá afrontar el país son las minas anti-persona y los bombas sin explotar. Por las calles de Camboya se puede observar cada día la presencia de gente que ha sido víctima de esos artefactos, afectando sobre todo a los más jóvenes que ayudan a su familia en los campos, aunque podemos encontrar afectados en todas las escalas de edades.

Entre 1979 y 1991 más de un millón de minas se colocaron en Camboya por parte de los diferentes contendientes de las guerras, las dificultades para identificar dónde se ubicaron hace que su desactivación sea lenta y muy escasa, a pesar de los esfuerzos que algunos organismos locales, con apoyos extranjeros llevan realizando desde hace años. Las áreas del norte del país, en torno a algunos templos de Angkor (donde se encuentra también el museo de las víctimas de las minas), en la frontera con Tailandia, son las zonas más afectadas, y a día de hoy todavía son numerosos los carteles que anuncian la probable presencia de las minas, y muchas zonas alejadas de los caminos principales siguen siendo inseguros.

A todo ello se suman además la más de medio millón de toneladas de bombas lanzadas por EEUU durante la guerra de Vietnam sobre suelo camboyano. Todavía existen muchas de ellas sin explotar, sobre todo en las regiones más agrícolas y rurales, donde su población se ve afectada con asiduidad de los efectos mortales de esos explosivos. Se da la triste paradoja además, que en ocasiones ambas realidades conviven en los mismos distritos o regiones de algunas zonas de Camboya.

La realidad camboyana recoge diversas interpretaciones. Algunos, como el periodista y escritor Joel Brinkley, señalan que los motivos para que el pueblo camboyano no luche contra los que le explotan, al tiempo que acepta su pobreza y explotación como algo natural de su vida, se debería a una especie de realidad cultural.

Sin embargo, frente a esas tesis que muestran a una población sin ambiciones, sin sueños, y que lo único que desean es que se les deje tranquilos, otros recuerdan que en la historia de Camboya, las rebeliones han sido frecuentes (y no solamente la de los Khemeres Rojos), y en la actualidad se suceden las luchas de campesinos para hacer frente a unos elevados e injustos impuestos sobre sus tierras, u oponerse a las expulsiones forzadas en terrenos donde el PPC pretende luego que reine la especulación; o contra la corrupción, y sin olvidar tampoco el quehacer diario de sindicalistas, fuerzas opositoras y defensores de los Derechos Humanos, que mantienen una pelea por una sociedad más justa, aún a costa de poner en riesgo sus propias vidas. Todavía hoy, en Camboya, para la mayor parte de la población su vida diaria se basa en la supervivencia, aunque algunos siguen avanzando para que la situación pueda transformarse en el futuro.

TXENTE REKONDO.- Gabinete Vasco de Análisis Internacional (GAIN)

La sombra del Khemer rojo

Uno de los aspectos más controvertidos de la actual Camboya gira en torno al período de los Khemers rojos y las consecuencias que el mismo tuvo para el país. La mayor parte de la generación de los supervivientes prefiere pasar hoja, evitando de esa manera que esos recuerdos vuelvan a aflorar, aunque también los hay que siguen firmes demandando un juicio a los autores de aquel genocidio. Son buena parte de las nuevas generaciones las que estarían impulsando esa medida judicial, que no ha contado con el apoyo internacional y que además tiene el rechazo del actual gobierno.

El fracaso y la deriva del régimen de los khemeres rojos obedecieron a diferentes factores. Por un lado la imposibilidad de lograr los objetivos agrícolas (se quiso avanzar demasiado rápido), sin capacidad para alimentar a los trabajadores, y todo ello agravado por las condiciones de la guerra; por otra parte las diferencias internas, junto a la paranoia de supuestos ?complots? contra los dirigentes trajo consigo una purga a escala masiva, que afectó a importantes cuadros del moviendo; por último, la guerra de Vietnam y el conflicto generado también influyeron, junto a las disputas fronterizas y ataques contra el gobierno de Hanoi, lo que motivará la intervención vietnamita y el derrocamiento del régimen camboyano. La guerra contra los enemigos sustituyó, como prioridad a los objetivos del movimiento, lo que también empujará hacia su degeneración.

Son muchos los intereses que prefieren mantener oculto el devenir de aquellas décadas. Si se llegara a producir un juicio internacional como sugieren algunos deberían salir a la luz la posición que mantuvieron los gobiernos de Tailandia, China o EEUU, apoyando al depuesto Pol Pot para frenar el auge vietnamita en la región. Ayuda militar y económica, asesoramiento e incluso apoyo público, como la de EEUU en una asamblea de Naciones Unidas, propició que los khemeres rojos mantuvieran una guerrilla contra el gobierno camboyano apoyado por Vietnam, tras el derrocamiento del régimen de Pol Pot.

El apoyo citado permitió mantener en la frontera tailandesa a parte de sus seguidores durante años, pero la desintegración y las deserciones continuaron, debilitando al movimiento que quedaba, dándose la paradoja que el propio Pol Pot murió en arresto domiciliario en la selva, acusado por sus propios compañeros de la muerte de otro dirigente khemer, Son Sen.

Por su parte, el gobierno camboyano (algunos de sus miembros tienen un pasado en este movimiento) coincide con algunos actores internacionales en ese rechazo a un juicio contra los Khemeres rojos (y no tan solo contra los pocos ancianos dirigentes que puedan seguir con vida). Los argumentos del gobierno se basan en que de multiplicarse los juicios, se podría tambalear la estabilidad social y empujar al país a una nueva guerra civil.

En Phnom Pehh se puede visitar el Museo del Genocidio de Tuol Sleng, que en su día fue una escuela y que el régimen de Pol Pot convirtió en un centro de reclusión y tortura. Las celdas, los utensilios que utilizaron, las miles de fotografías de detenidos y de los propios khemeres rojos se suceden en las alas de los diferentes edificios que componen el complejo. A sus puertas suelen encontrarse dos de los siete supervivientes, que firman sus libros y se fotografían con todo aquel que se acerca para intentar conocer un poco más de aquel siniestro episodios de la historia camboyana. 

Fuente: Rebelion.org

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