El drone que cayó del cielo
Tom Dispatch
Lo que nos dice un avión robot averiado sobre el imperio estadounidense en 2012 y el futuro. (Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens)
Introducción del editor de Tom Dispatch
Son las 10 de la noche. ¿Sabéis dónde está nuestro drone?
¡Oh! ¡Qué confusión! Los militares estadounidenses insisten ahora en que estaban profundamente confundidos cuando afirmaron que un supersecreto drone avanzado RQ-170 Sentinel (conocido como “la bestia de Kandahar”) que cayó en manos iraníes el 4 de diciembre – evidentemente mientras buscaba presuntas instalaciones nucleares– se perdió mientras patrullaba la frontera afgana. Los militares, dijo un portavoz, “no entendieron bien lo que estaba ocurriendo porque se trataba de una misión de la CIA”.
Sea lo que se sea, la historia del drone perdido llegó a los titulares de tal manera que concedió a todos sus 15 warholianos minutos de fama. Dick Cheney apareció para insistir en que el presidente Obama deberí haber enviado aviones de la Fuerza Aérea a Irán para volar en pedazos el Sentinel aterrizado. (¿Qué importa que se provoquen hostilidades o aumentos astronómicos en los precios del petróleo?) El presidente Obama solicitó formalmente la devolución del avión, pero de alguna manera no parecía muy esperanzado de que los iraníes lo harían. (Como precedente recuerde a Gary Powers y el derribo de su avión espía U-2 sobre Rusia en 1960.) El secretario de Defensa Leon Panetta dijo que nunca detendríamos nuestra vigilancia de Irán con drones basados en Afganistán. El presidente afgano Hamid Karzai pidió que mantuvieran a su país fuera de cualquier “relación adversa entre Irán y EE.UU”.
(¡Ninguna probabilidad!) Los iraníes, que exhibieron el avión, insistieron orgullosamente que lo habían “hackeado”, que habían “engañado” a sus controles de navegación y que lo habían hecho descender en un aterrizaje relativamente suave.
Considerando todo, fue un pequeño circo robótico. Uno verdadero, de tres pistas. Mientras tanto los drones tampoco lo estaban pasando bien en otros sitios, aunque nadie les prestaba mucha atención. La medio oculta historia de los drones de la semana no estaba en el lado iraní de la frontera afgana, sino del lado paquistaní. Allí, en las zonas tribales fronterizas de ese país, la CIA ha estado realizando durante años una creciente campaña aérea de drones, cientos de ataques, a menudo varios por semana, contra presuntos militantes de al Qaida y los talibanes. Sin embargo, después de un “incidente” en el cual ataques aéreos estadounidenses mataron a 24 soldados paquistaníes en dos puestos fronterizos, los paquistaníes cerraron la frontera a los suministros estadounidenses para la guerra afgana (aumentando significativamente el coste de ese conflicto), expulsaron a EE.UU. de la base aérea Shamsi, la principal instalación de drones de la CIA en el país, y amenazaron con derribar a cualquier drone estadounidense que sebrevolara su territorio. Al hacerlo, parece que han obligado al gobierno de Obama a terminar su campaña aérea encubierta de drones. Hasta el momento, no ha habido ataques de drones desde hace casi un mes.
Cuando todavía era director de la CIA, Leon Panetta calificó la campaña de drones de la Agencia de “único juego en la ciudad”. Ahora está “en espera” (“Hay preocupación de que otro ataque [por los drones] llevará las relaciones estadounidenses-paquistaníes a superar el punto de no retorno”, dijo un funcionario a The Long War Journal. “No sabemos hasta dónde podemos empujarlos [a los paquistaníes], cuánto más están dispuestos a tolerar”.) Después de esos cientos de ataques y numerosas víctimas civiles, que han ayudado a volver a la opinión pública paquistaní contra EE.UU. –según un sondeo reciente, un impresionante 97% de los paquistaníes se opone a los ataques– es un cambio sorprendente, pero temporario y poco notado.
En otras palabras, hemos llegado muy lejos, desde el momento de 2001 en el que el secretario adjunto de Estado, Richard Armitage, supuestamente irrumpió en la oficina del director de inteligencia de Pakistán y le dijo que se aliara con Washington en la lucha contra al Qaida o se arriesgaba a que lo bombardeasen hasta llevarle “de vuelta a la Edad de Piedra”. Mientras EE.UU. se va de Iraq con el rabo entre las piernas, el revés en Pakistán (como en Irán) debe considerarse una medida de cuán poco la masiva ventaja de alta tecnología militar, drones y otros, de Washington, ha podido alterar la cambiante ecuación del poder en el planeta.
En el más reciente artículo de su nueva serie sobre la cara cambiante del imperio, el editor asociado de TomDispatch, Nick Turse, explora por qué, a pesar de las afirmaciones de sus propugnadores, la última arma maravilloa de EE.UU. nunca representará un cambio radical en el juego. Tom
El drone que cayó del cielo
Lo que un avión robot averiado nos dice sobre el imperio estadounidense en 2012 y en el futuro
Nick Turse
El
drone había estado en el aire durante unas cinco horas antes de que el
control de la misión notara que algo andaba mal. La temperatura del
aceite en el turbocompresor del avión, notaron, había llegado al nivel
“preventivo”. Una hora después iba peor, y seguía subiendo con el paso
de los minutos. Mientras el personal revisaba desesperado su lista de
control de “sobrecalentamiento del motor”, tratando de descubrir el
problema, la temperatura del aceite del motor también comenzó a subir
rápidamente.
A esta altura, tenía ante sí una emergencia en vuelo
hecha y derecha. “Todavía tenemos control del motor, pero la falla del
mismo es inminente”, anunció el piloto por la radio. Casi dos horas
después de las primeras señales de problemas, el motor se detuvo.
Volando a 217 metros por minuto, el drone rompió una cerca antes de
desplomarse.
El país de los drones perdidos
En
estos días parece que los cielos están llenos de drones que caen. La
caída más publicitada llegó a los titulares cuando Irán anunció que sus
militares habían tomado posesión de una avanzada nave espía a control
remoto, supuestamente un RQ-170 Sentinel.
Abundan las preguntas
sobre cómo llegaron los iraníes a capturar uno de los equipos más
sofisticados de los militares de EE.UU. Irán afirmó primero que sus
fuerzas habían derribado el drone después de que éste “violó brevemente”
el espacio aéreo oriental del país cerca de la frontera afgana. Más
tarde, la República Islámica insistió en que el vehículo aéreo sin
tripulación había penetrado 241 kilómetros antes de ser abatido por un
sofisticado ataque cibernético. Y hace solo algunos días, un ingeniero
iraní presentó una explicación más detallada, pero aún no corroborada,
de cómo un ataque de hackeo secuestró el avión.
Por su
parte, EE.UU. afirmó inicialmente que sus fuerzas armadas habían perdido
el drone mientras estaba en misión en Afganistán occidental. Más
adelante, funcionarios no identificados admitieron que de hecho la CIA
había estado realizando una operación clandestina de espionaje sobre
Irán.
La caída del drone del principio de este artículo tuvo
lugar en Afganistán –en Kandahar, para ser preciso– en mayo de este año.
No se informó en aquel entonces y tuvo que ver no con un impecable
RQ-170 Sentinel con alas de murciélago, sino con el más antiguo
y macizo, aunque más famoso, MQ-1 Predator, una máquina cazadora/asesina
–más bien un caballo de tiro– de la guerra afgana y de la campaña de
asesinatos de la CIA, por medio de drones, en las áreas tribales
fronterizas de Pakistán.
Un documento que detalla una
investigación de esa caída del Predator por la Fuerza Aérea de EE.UU.,
examinado por TomDispatch, arroja luz sobre el ciclo de vida y los
defectos de los drones –todo lo que puede ir mal en operaciones aéreas
sin tripulación– así como el tenebroso sistema de bases y unidades
esparcidas por todo el globo que mantienen constantemente en el aire
esos drones mientras EE.UU. depende cada vez más de la guerra por
control remoto.
Ese informe e impresionantes nuevas estadísticas
obtenidas de los militares ayudan a comprender mejor los defectos poco
examinados de la tecnología de los drones. También recuerdan que los
periodistas no van más allá del sobrecogimiento cuando se trata de
guerra de alta tecnología y de las últimas armas milagrosas de EE.UU.
–su curiosa incapacidad de examinar las agudas limitaciones el hombre y
la máquina que pueden hacer que incluso la tecnología militar más
avanzada se desplome a tierra.
Juego de números
Según
estadísticas proporcionadas a TomDispatch por la Fuerza Aérea, los
Predators han volado la mayor parte de las horas en las guerras de
drones de EE.UU. Hasta el 1 de octubre, los MQ-1 habían pasado más de 1
millón de horas en el aire, 965.000 de ellas en “combate”, desde que
fueron introducidos al servicio militar. El más nuevo, más fuertemente
armado, MQ-9 Reaper, en comparación, ha volado 215.000 horas, 180.000 de
ellas en combate. (La Fuerza Aérea se niega a revelar información sobre
la carga de trabajo del R-170 Sentinel.) Y estas cifras siguen
aumentando. Solo este año, los Predator han registrado 228.000 horas de
vuelo en comparación con 190.000 en 2010.
Un análisis de datos
oficiales de la Fuerza Aérea realizado por TomDispatch indica que sus
drones se estrellaron de manera espectacular no menos de 13 veces en
2011, incluida esa caída del 5 de mayo en Kandahar.
Cerca de la
mitad de esos incidentes, cuyo resultado fue en todos los casos la
pérdida de un avión o el daño a la propiedad de 2 millones de dólares o
más, ocurrió en Afganistán o en la pequeña nación africana de Yibuti,
que sirve de base a los drones involucrados en las guerras secretas de
EE.UU. en Somalia y Yemen. Todos, menos dos, de esos incidentes tuvieron
que ver con el modelo MQ-1, y cuatro de ellos tuvieron lugar en mayo.
En
2010, hubo siete grandes percances de drones, todos, menos uno,
relacionados con Predators; en 2009, fueron 11. En otras palabras, ha
habido 31 pérdidas de drones en tres años, y al parecer ninguno fue
derribado. Todos cayeron hacia el planeta por su propio problema
mecánico o gracias a error humano.
Otras caídas publicitadas de
drones no están incluidas en la estadística de accidentes importantes de
la Fuerza Aérea en este año, como un helicóptero a control remoto de la
Armada que cayó en Libia en junio y un vehículo aéreo sin tripulación
cuya cámara fue supuestamente recuperada por insurgentes afganos después
de una caída en agosto, así como la pérdida el 4 de diciembre del
RQ-180 en Irán y una caída aún más reciente de un MQ-9 en las
Seychelles.
Esfuerzo de grupo
EE.UU. realiza
actualmente su guerra de drones desde 60 o más bases repartidas por todo
el globo. Varían desde sitios en el sudoeste de EE.UU. con filas de
tráileres desde los cuales los pilotos de drones “pilotan” esos aviones
utilizando ordenadores, a otros mucho más cercanos al campo de batalla
donde otros pilotos –sentados frente a un equipo semejante, que incluye
múltiples monitores de ordenador, teclados, un joystick, un throttle, un rollerball,
un ratón, y varios interruptores– lanzan y hacen aterrizar a los
drones. En otras bases, los candidatos a pilotos de drones son
entrenados en simuladores y los propios aviones se prueban antes de
enviarlos a distantes campos de batalla.
El accidente del
Predator del 5 de mayo a casi media milla de una pista de aterrizaje del
Aeropuerto de Kandahar recuerda hasta qué punto las operaciones de
drones se han hecho confusas, con múltiples unidades y bases que tienen
un rol en una sola misión.
Ese drone Predator, por ejemplo,
dependía del Tercer Escuadrón de Operaciones Especiales, que opera desde
la Base Cannon de la Fuerza Aérea en Nuevo México, y forma parte
últimamente del Comando de Operaciones Especiales de la Fuerza Aérea en
Hurlburt Field, Florida. Cuando se estrelló, estaba conducido por un
piloto dentro del país del 62 Escuadrón Expedicionario en el Aeropuerto
Kandahar, cuya unidad supervisora, el 18 Escuadrón de Reconocimiento,
tiene su sede en la Base Creech de la Fuerza Aérea en Nevada, zona cero
de las operaciones de drones de los militares. El operador que manejaba
los sensores en el drone, por otra parte, era miembro de la Guardia
Nacional Aérea de Texas basado en Ellington Field en Texas.
El
tramo final de esa misión destinada al fracaso –de apoyo a las fuerzas
de elite de operaciones especiales– debía ser realizado por un piloto
que había estado operando Predators durante 10 meses y había pilotado
drones alrededor de 51 horas durante los 90 días anteriores. Con menos
de 400 horas de experiencia en total, era considerado “inexperto” según
los estándares de la Fuerza Aérea y, durante su entrenamiento en el
despegue y la recuperación de drones, había fallado en dos sesiones de
simulador y un ejercicio de vuelo. Sin embargo, había sobresalido en lo
académico, habís pasado sus evaluaciones, y se le consideraba un piloto
cualificado de MQ-1, aprobado para vuelos sin supervisión.
Su
operador de sensores había sido cualificado por la Fuerza Aérea durante
la mejor parte de dos años, con calificaciones promedio o sobre el
promedio en evaluaciones de rendimiento. Después de haber “volado” un
total de 677 horas –casi 50 en los 90 días antes del accidente– se le
consideraba “experimentado”.
El hecho de que el dúo haya estado
controlando un drone de operaciones especiales destaca la cada vez más
fuerte y simbiótica relación entre las dos formas recientemente
crecientes de guerra de EE.UU.: incursiones de pequeños equipos de
fuerzas de elite y ataques de robots a control remoto.
Vida y muerte de drones estadounidenses
Durante
la investigación posterior al accidente, se determinó que el personal
en tierra en Afganistán había estado utilizando regularmente un método
no autorizado de drenaje del líquido de refrigeración del motor, aunque
no quedó claro si eso contribuyó al accidente. Los documentos de la
investigación indican además que el motor del drone tenía 851 horas de
vuelo y por lo tanto se acercaba al fin. (La vida operativa del motor de
un drone Predator se supone de unas 1.080 horas).
Después del
accidente, el motor se envió a la instalación de pruebas de California,
donde los técnicos de General Atomics, fabricante del Predator, realizó
una investigación forense. Se descubrió que un sobrecalentamiento
significativo había combado y deformado la maquinaria.
Finalmente,
la Fuerza Aérea dictaminó que un mal funcionamiento del sistema de
enfriamiento había llevado a la falla del motor. Un investigador del
accidente también concluyó que el piloto no había realizado los
procedimientos apropiados después de la falla del motor, llevando a que
la nave se estrellara poco antes de la pista de aterrizaje, dañando
ligeramente la cerca del perímetro de la Base Aérea de Kandahar, y
destruyendo el drone.
La conclusión clara a la que llegaron los
investigadores en este accidente contrasta fuertemente con la falta de
claridad sobre lo que ocurrió con el drone avanzado que ahora está en
manos iraníes. Si este último se estrelló gracias a mal funcionamiento,
fue derribado, descendido por un ciber-ataque o si terminó en el suelo
por alguna otra razón completamente diferente, su pérdida y la del drone
de operaciones especiales recuerdan hasta qué punto los militares de
EE.UU. han llegado a depender de aviones robot de alta tecnología cuyos
grandes accidentes exceden ahora los de aviones de ala fija mucho más
costosos. (En 2011 hubo 10 grandes incidentes aéreos con semejantes
aviones de la Fuerza Aérea).
Guerra de robots en 2012 y en el futuro
El
que no se haya logrado la victoria en Iraq y Afganistán, en comparación
con un éxito aparente en la guerra libia –librada significativamente
mediante poder aéreo incluyendo drones– ha convencido a muchos en las
fuerzas armadas de que no abandonen las guerras en el extranjero, sino
también su enfoque. Las ocupaciones a largo plazo con la participación
de miles de soldados y el uso de tácticas de contrainsurgencia serán
permutadas por drones y operaciones de fuerzas especiales.
Los
aviones pilotados por control remoto han sido pregonados regularmente,
en la prensa y por los militares, como armas milagrosas, de la misma
manera que, no hace tanto tiempo, se promovían las tácticas de
contrainsurgencia como un elixir del fracaso militar. Como anteriormente
el avión, el tanque y las armas nucleares, el drone se ha pregonado
como un elemento decisivo, destinado a cambiar la esencia misma de la
guerra.
En cambio, como los otros, ha demostrado cada vez más que
no es un arma determinante, con vulnerabilidades ordinarias. Su
tecnología es falible y sus esfuerzos a menudo han sido
contraproducentes en los últimos años. Por ejemplo, la incapacidad de
los pilotos que contemplan los monitores de los ordenadores al otro lado
del planeta para discriminar entre combatientes armados y civiles
inocentes ha resultado un problema continuo en las operaciones de drones
militares, mientras que se considera que el programa de asesinato de
juez-jurado-verdugo de la CIA entra en conflicto con el derecho
internacional y, en el caso de Pakistán, enajena a toda la población. El
drone cada vez se parece menos a un arma victoriosa que una máquina de
generar oposición y enemigos.
Además, a medida que aumentan año
tras año las horas de vuelo, las vulnerabilidades de las misiones a
control remoto salen regularmente a la luz. Han incluido el hackeo
de información vídeo de drones, un virulento virus informático que
afecta a la flota sin tripulación de la Fuerza Aérea, porcentajes
elevados de pilotos de drones que sufren de “alto estrés operacional”,
un aumento de la cantidad de accidentes, y la posibilidad de secuestros
iraníes de drones.
Aunque errores humanos y mecánicos son
inherentes en la operación de todo tipo de maquinaria, pocos
comentaristas han concentrado una atención significativa sobre todo el
espectro de fallas y limitaciones de los drones. Durante más de una
década, los aviones a control remoto han sido el sostén principal de las
operaciones militares de EE.UU. y el ritmo de operaciones de drones
sigue aumentando todos los años, pero relativamente poco ha sido escrito
sobre los defectos de los drones o los límites y peligros de las
operaciones de drones.
Es posible que la Fuerza Aérea esté
comenzando a preocuparse por cuándo habrá un cambio al respecto. Después
de años de conducir regularmente a periodistas por las operaciones de
drones en la Base Creech de la Fuerza Aérea para recibir un torrente de
publicidad brillante, incluso impresionante, sobre las glorias de los
drones y los pilotos de drones, este año, sin explicación alguna, se
cerró el acceso de la prensa al programa, y se ocultó en la sombra la
guerra robótica.
Las recientes pérdidas del robot Sentinel del
Pentágono en Irán, del Reaper en las Seychelles, y del Predator en
Kandahar, sin embargo, abren una ventana en la cual un futuro en el cual
los cielos del globo estén repletos de drones puede ser mucho menos
maravilloso de lo que se ha hecho creer a los estadounidenses. Es
posible que EE.UU. se esté basando en una flota de robots con alas de
barro.
Nick Turse es historiador, ensayista, periodista de investigación, editor asociado de Tomdispatch.com y actualmente es también profesor en el Instituto Radcliffe de la Universidad de Harvard. Su libro más reciente es: The Case for Withdrawal from Afghanistan (Verso Books). Tambien es autor de The Complex: How the Military Invades Our Everyday Lives. Puede seguirlo em Twitter @NickTurse, en Tumblr, y en Facebook. Su sitio en la web es NickTurse.com.
Fuente: Rebelion.org


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