La cautelosa oligarquía del país destituye a un
secretario populista del partido que considera peligroso para la
estabilidad del sistema
Los jinetes en la tormenta de China
Asia Times Online
Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens |
No
hay mucha gente fuera de China que esté familiarizada con la nebulosa
Chongqing, en los tramos superiores del Río Yangtzé, en el corazón de la
provincia Sichuan. Bueno, es la mayor megalópolis del mundo: 31
millones, y suma y sigue. Hay más gente en Chongqing que en todo Irak o
Malasia.
Y entonces,
repentinamente, Chongqing se convirtió literalmente en el motivo de
charla global, como una distópica nueva Roma, gracias a un monumental
escándalo político durante el Congreso Nacional Popular el 15 de marzo:
la caída de Bo Xilai, miembro del Politburó y secretario del partido en
Chongqing.
Bo, astuto y
conocedor de los medios, era una especie de estrella pop en China como
máximo promotor del denominado Modelo Chongqing: un impulso de vuelta al
pasado, en parte de inspiración maoísta, promotor de un mayor control
estatal de la economía, mejores servicios sociales, duras medidas contra
la mafia local y un esfuerzo para promover la redistribución de la
riqueza, aliviando así la desigualdad social.
Aunque
Bo era un “principito” –hijo de uno de los ocho inmortales de la
generación revolucionaria de Mao Zedong– su ascenso al poder y la fama
comenzó desde la base de la híper-compleja jerarquía del partido.
Bo
pasó de Ministro de Comercio a jefe del partido en Chongqing en 2007.
Su Santo Grial fue entrar al Comité Permanente del Politburó de 25
miembros, la gente que dirige realmente China como una oligarquía muy
selecta.
El arma
preferida de Bo era bastante sofisticada: su campaña política neo
maoísta de purificación (en este caso, librarse de la mafia local)
–inspirada por la Revolución Cultural
de Mao de 1966-1976– fue asesorada por una serie de intelectuales
locales. No es sorprendente que haya llegado a ser muy popular. Porque
decenas de millones de chinos se resienten ante la arrogancia de los
nuevos ricos –algunos de los cuales hicieron rapidísimas y sospechosas,
fortunas– una campaña contra la corrupción mezclada con una lucha por la
igualdad social no podía ser errónea.
Pero
ante los ojos de la dirigencia colectiva de Pekín sí lo era. Y luego
vino la caída, impulsada por la deserción y subsiguiente arresto del
máximo lugarteniente de Bo, Wang Lijun, quien había buscado refugio
precisamente en el Consulado de EE.UU. en Chengdu, la no menos frenética
capital de la provincia Sichuan.
¿Es un tanque o un Ferrari?
Ansiosos
de descifrar lo que estaba sucediendo desde Sichuan a los corredores
del poder en Pekín, los medios occidentales se alimentaron del inmenso pool conspirativo, que va de lo estúpido a lo más estúpido incluyendo toda la gama de estupideces.
Algunos blogs chinos
como Sina Weibo y QQ Weibo, y el boletín noticioso del buscador Baidu,
pueden haber especulado sobre “anormalidades” en Pekín en la noche del
19 de marzo. Pero si se sabe cómo hacerlo, se pueden abrir Google,
YouTube y Facebook en China. La idea de que si hubiera tanques en las
calles de Pekín no se podrían descubrir o fotografiar es simplemente
ridícula.
Las pistas de
lo que sucede realmente en los enrarecidos círculos internos de la
política china hay que encontrarlas usualmente en los medios oficiales.
Significativamente, en un artículo anónimo que se propagó como un virus,
el Global Times se refirió
al “Incidente de Chongking” sin siquiera nombrar a Bo, y llamó al pueblo
chino a confiar en la dirigencia del partido.
Lo que provoca la inevitable pregunta: ¿cuál es ahora mismo la línea del partido?
Una
lectura de las hojas del té nos dice que la caída de Bo sucedió solo un
día después que el primer ministro Wen Jiabao anunciara oficialmente
que China necesita profundas reformas políticas.
Es
un eufemismo, para no decir más. Ahora China no solo está en medio de
una transición política por primera vez en una década; también está en
medio de una transición transcendental que ocurre una vez en una
generación, de un exitoso modelo económico formado por inversiones
masivas a la realidad emergente de una sociedad de consumo.
No
es ninguna casualidad que el partido sea más cauteloso que nunca en su
lento “cruzar el río tanteando las piedras” al estilo de Deng Xiaoping. Y
ahí llega el carismático Bo –una especie de astuto Clinton chino– para
sacar a la luz todas las indecisiones de la cúpula. La dirigencia
colectiva simplemente no pudo manejarlo.
Es consenso o caos
Durante
milenios, China estuvo bajo el hechizo del Mandato Celestial. Si el
emperador perdía el mandato divino, tenía que partir. En este sentido,
Mao fue el Último Emperador. El Pequeño Timonel Deng Xiaoping –uno de
los gigantes del Siglo XX, el hombre que permitió que China entrara a la
posmodernidad– odiaba las manifestaciones imperiales. Sus sucesores,
Jiang Zemin y Hu Jintao, fueron aún más retraídos.
El
Partido Comunista insiste absolutamente en describirse como una
dirigencia meritocrática colectiva estrictamente confucionista, que
administra el país por consenso. El “consenso” es sobre todo el de los
25 miembros del Politburó y los que toman las últimas decisiones y las
implementan son los 7 miembros del Comité Permanente.
Cualquier
crítica en China que cuestione la legitimidad política del partido se
aplasta implacablemente. Pero en muchos casos el Partido permite a la
gente que exprese sus temores sociales y económicos con relativa
libertad. Esto será cada vez más el caso, mientras la nueva clase media
urbana cuestiona clamorosamente los innumerables casos de corrupción del
partido.
Ningún
terremoto político impedirá que Xin Jinìng, el actual vicepresidente
chino, sea nombrado secretario general del Partido en otoño de este año,
y luego presidente en marzo de 2013. Como personalidad, es lo contrario
de Bo, una especie de “cauteloso progresista” –en un contexto chino–
pragmático, y enemigo de la “charla inútil”. Su consigna personal: “Sé
orgulloso, no te duermas en los laureles”.
Xi
fue seleccionado no solo por los poderosos nueve miembros del Comité
Permanente, sino también por una amplia mayoría en una votación interna.
Ha demostrado su temple dirigiendo gobiernos a diversos niveles, de
aldea y condado a ciudad y provincia.
Estuvo
a cargo de tres regiones chinas muy dinámicas, Fujian, Zhejiang, y la
portentosa Shanghai. Sería el equivalente de los primeros ministros de
Gran Bretaña, Francia y Alemania sucesivamente.
Xi,
significativamente, escribió un reciente artículo enterrando el enfoque
de Bo, condenando a los dirigentes que “satisfacen a la multitud” o
“buscan fama y fortuna” y exhortando a adoptar políticas de consenso
“decididas según la sabiduría colectiva y un procedimiento estricto”. En
otras palabras, es nuestro modo (de dirigencia colectiva), o la
carretera (que en un contexto chino significa luan, caos).
Cuando los modelos chocan
Dentro
de China, el mayor competidor con el modelo Chongqing es el modelo
Guangdong. Guangdong es una Meca provincial en el sur de China, cerca de
Hong Kong, y practica un frenético neoliberalismo pro mercado.
La
economía de Bo privilegia la competencia entre empresas estatales (por
ejemplo, no se permitieron anuncios comerciales en la televisión local).
Pero eso, según la oligarquía de Pekín, debilita la base misma del
milagro chino: un Estado algo disminuido que tiende a no interferir en
los negocios.
El modelo
Guangdong enfatiza el crecimiento económico vertiginoso combinado con
un espacio suficiente para las reformas políticas más significativas por
medio de una mayor transparencia del gobierno. No fue casualidad que se
haya reemplazado a Bo en Chongqing por Zhang Dejiang, un viceprimer
ministro que estaba a cargo de la política industrial y fue,
significativamente, exsecretario del Partido de Guangdong.
Traducción:
para la dirigencia del Partido, el neoliberalismo chino es el camino a
seguir; triunfa incluso en la lucha contra la corrupción y en el
esfuerzo para aliviar la desigualdad social. ¿Por qué? Porque el
dinamismo del mercado –retocado con algunas reformas– debe regir;
después de todo es el instrumento que ha permitido que China crezca a
una velocidad semejante.
El
drama oculto del billón de yuanes es que el neoliberalismo occidental
se está imponiendo en China contra la voluntad de mucha gente. La
prueba: si hubiera elecciones libres al estilo occidental en Chongqing,
Bo vencería por una gran mayoría.
China
también ha visto el interés superficial de Hong Kong por esas “reformas
políticas” concretamente, como las describe Wen Jiabao: “una elección
“controlada”, no exactamente democrática, para el muy delicado puesto de
ejecutivo jefe de Hong Kong.
Bajo
los “dos sistemas, un país” de Deng, todo lo político que ocurre en
Hong Kong ofrece una idea de cómo se mueve China hacia un sistema más
democrático.
Los
votantes en Hong Kong fueron solo los 1.200 miembros de elite del Comité
de Elección de Hong Kong, una colección de acaudalados magnates, altos
funcionarios públicos y políticos.
Los
dos máximos candidatos tenían el sello de aprobación de Pekín. El
tercero, Albert Ho –presidente del Partido Democrático de Hong Kong–
sabía que era inelegible. Por lo menos pudo salirse con la suya
diciendo: “Si realmente tengo que decidir [entre los otros dos], es como
si me pusieran una pistola en la cabeza. Y yo diría ‘disparen’”.
Finalmente,
esos electores especiales eligieron a Leung Chun-ying, conocido
localmente como CY Leung, por 689 votos contra 285 de Henry Tang (Ho
solo obtuvo 76).
En
Hong Kong, como en China, la corrupción forma parte de la escena. CY
Leung está siendo investigado por un caso de conflicto de intereses que
involucra un proyecto de construcción (como cabe esperar en Hong Kong,
CY es un urbanizador inmobiliario).
Pero
a diferencia de China, los manifestantes hicieron mucho ruido frente al
Centro de Convenciones de Hong Kong, exigiendo elecciones directas y
agitando pancartas que decían: “Si no hay revuelta, no hay cambio”.
Se
puede imaginar el malestar de Pekín. Incluso si Pekín no decide de modo
imperial quién dirige Hong Kong, la línea del Partido es que el
dirigente escogido debe ser “aceptable” para el pueblo de Hong Kong.
Sería instructivo realizar un sondeo exhaustivo para examinar si el
“pueblo de Hong Kong” cree que CY Leung defenderá sus intereses.
Ahora
imaginemos la posibilidad de que millones de personas de la nueva clase
media urbana de China decidieran repentinamente: “Si no hay revuelta,
no hay cambio”. Para impedir que esto suceda, la oligarquía de Pekín no
puede arriesgar que el populista Bo sirva de ejemplo; estaba amenazando
no solo la estabilidad en la cima, sino esa estabilidad cuidadosamente
hilada tal como la perciben los 1.300 millones de chinos de la base.
Por
lo tanto la cohesión, el consenso y la estabilidad, tenían que ser el
mensaje unificado, ya que las fragilidades de China salen cada vez más a
la luz: cómo sacar a decenas de millones de chinos más de un callejón
sin salida agrario, cómo conseguir atención sanitaria decente para esas
decenas de millones, cómo luchar contra los múltiples casos de
corrupción del Partido.
No cabe duda de que la China
modernizada, inspirada por Deng, ha lanzado un masivo desafío
estratégico, ideológico y político a un Occidente todavía asombrado y
confuso.
China alberga
una inmensa y sofisticada civilización antigua. Es el paraje natural de
un océano de humanidad y se ha modernizado solo durante tres décadas (lo
que representa un minuto según estándares chinos). El episodio de Bo
fue únicamente un detalle menor. Solo tendremos una imagen clara de
dónde estará China en 2020 después del próximo otoño o en la primavera
de 2013. Pero que no quepa duda: la estabilidad, como nos enseña el
budismo, es una ilusión. Ahora los dirigentes chinos son los jinetes en
la tormenta.
Pepe Escobar es corresponsal itinerante de Asia Times. Su último libro es Obama Does Globalistan (Nimble Books, 2009).
Fuente: Rebelion.org
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