LOS DOCUMENTOS SECRETOS DE LOS ESTADOS UNIDOS DURANTE LA GUERRA DE MALVINAS
“A Maggie no le va a alcanzar”
Una carta del presidente Reagan a su secretario de Estado Haig revela los movimientos en la guerra para no generar resistencias en América latina y mantener la supremacía de la alianza con Londres.
“A Maggie no le va a alcanzar”
Una carta del presidente Reagan a su secretario de Estado Haig revela los movimientos en la guerra para no generar resistencias en América latina y mantener la supremacía de la alianza con Londres.
Por Martín Granovsky
Ronald Reagan, Margaret Thatcher, Alexander Haig y Francis Pym. |
Una serie de documentos desclasificados pertenecientes a la
Presidencia, al Departamento de Estado y a la Agencia Central de
Inteligencia revelan los detalles de la observación y la participación
de los Estados Unidos durante la guerra de Malvinas. Una lectura de los
48 textos permitió a Página/12 descubrir para los lectores matices y
prioridades de Washington.
Carta de Ronald para Al
Entre los documentos
desclasificados por el Departamento de Estado figura una carta personal
enviada por el presidente de los Estados Unidos, Ronald Reagan, a su
secretario de Estado el general Alexander Haig. Mientras los Estados
Unidos exploraban la posibilidad de una retirada argentina tras el
desembarco del 2 de abril de 1982 y un régimen interino, queda clara la
preocupación de Washington por no herir a Margaret Thatcher y sus
posibilidades políticas. La primera ministra conservadora que había
asumido en 1979 (y que terminaría consolidada por la guerra y por su
victoria sobre la Argentina) aparece amistosamente por su diminutivo,
Maggie. Dice Reagan a Haig que “después de haber leído tu informe sobre
tus conversaciones en Londres queda clara la dificultad que entrañará
lograr un compromiso que le permita a Maggie seguir y al mismo tiempo
pase el test de ‘equidad’ con nuestros vecinos latinos”. En esas
condiciones “no hay mucho margen de maniobra en la posición británica y
no se puede ser optimista”. Reagan propuso a Haig insistir en una
presencia multinacional y lograr de Galtieri un compromiso de retiro de
fuerzas compatible con lo que se pedía al Reino Unido sobre una
distancia mínima de sus submarinos nucleares.
Con Galtieri
El embajador Harry Shlaudeman contó
en el despacho secreto 2640 que, a pedido de Galtieri, fue a ver al
dictador a medianoche del 29 de abril. Le dijo que no tenía
instrucciones para esa reunión pero que quería “evitar una confrontación
fatal”. Y añadió: “Le señalé que no había recibido una adecuada
respuesta a nuestras propuestas y que al día siguiente anunciaríamos
varias medidas contra la Argentina”. Estuvieron más de una hora
reunidos. Al final de la charla, Schlaudeman tomó la iniciativa de
sugerir a Galtieri que anunciara el retiro unilateral de las tropas de
las Malvinas como un primer paso hacia una solución pacífica y “como un
gesto de buena voluntad”. Dijo el embajador que Galtieri pareció tomar
la propuesta en serio e incluso la escribió, pero transmitió al
embajador que él era uno entre tres para tomar decisiones. Aludía a la
Junta Militar. Eso parece haber inclinado al embajador de los Estados
Unidos a formular la recomendación que sigue: “Sugiero de la manera más
firme que no anunciemos las medidas contempladas hasta que yo haya
tenido la posibilidad de continuar explorando otras posibilidades con
Galtieri mañana por la mañana. Creo que todavía hay una chance, aun
pequeña”. Schlaudeman escribió que insistió varias veces ante Galtieri
en que la Argentina no fuera la autora de la primera acción ofensiva.
Galtieri le dijo que había frenado tres veces el primer disparo en esos
días pero que no podría continuar haciéndolo, y dijo que “la Marina está
hambrienta de acción”. Aludió a que había utilizado capital político
para frenar el hecho del primer disparo.
EE.UU. no fue mediador
Un resumen inicial del
Departamento de Estado que se titula “Falkland Islands” comienza así: “A
pesar del contacto directo entre el presidente Reagan y el presidente
Galtieri, la Argentina ocupó las islas Falkland el 2 de abril”. Sostiene
que los Estados Unidos tienen un papel importante en resolución de la
crisis. “Uno de nuestros aliados más importantes, el Reino Unido juega
un rol vital en las relaciones Este/Oeste a través de su participación
en la Organización del Tratado del Atlántico Norte. Un involucramiento
del Reino Unido durante un período prolongado en una crisis del
Atlántico Sur distraería importantes recursos de defensa lejos de Europa
y de Hemisferio Norte. En el caso de la Argentina nuestras relaciones
fueron mejorando, lo cual contribuyó a la estabilidad en la región
enteramente considerada y con la promesa de una sociedad futura en temas
importantes. También queremos evitar daños en el sistema
interamericano”. Recuerda el texto que inmediatamente después, los
Estados Unidos deploraron el uso de la fuerza por parte de la Argentina y
pidieron el cumplimiento de la resolución 502 del Consejo de Seguridad,
que reclamaba el cese inmediato de hostilidades, el retiro de las
fuerzas argentinas y la negociación diplomática. “Al mismo tiempo que
deploraba la violencia, los Estados Unidos mantuvieron un tono
balanceado en el trato con la Argentina y con el Reino Unido, necesario
si queremos tener éxito en ayudarlos a resolver su disputa.” El informe
de situación refiere las visitas del secretario de Estado Haig a Londres
y Buenos Aires, aunque “nunca asumimos el rol formal de mediador entre
la Argentina y el Reino Unido”. Para el Departamento de Estado, existen
posibilidades de que el conflicto empeore. Y si eso sucede, el temor
expresado en el texto es que la Junta Militar “busque apoyo donde puede
encontrarlo”. Aunque “el régimen es anticomunista, podría volcarse hacia
la Unión Soviética en busca de ayuda militar, económica y política”. Un
desarrollo de ese tipo “tendría serias consecuencias para la Argentina y
para la seguridad estratégica del Hemisferio Occidental”. La última
denominación es la usual, y lo era más en tiempos de Guerra Fría, para
denominar al continente americano.
Una mirada civil
El cable confidencial 2450
comenta una conversación con “un político bien informado que
generalmente apoya al gobierno militar” y refleja, según la embajada de
los Estados Unidos, “el pensamiento de los sectores conservadores más
importantes que cooperaron con los militares desde 1976”. El personaje
en cuestión se mostró “oscuramente pesimista sobre el futuro” y lo
analizó en cinco puntos. El primero, que Galtieri caerá si no obtiene el
compromiso británico de reconocer la soberanía argentina sobre las
islas en un período de entre seis meses y un año. El segundo punto, que
con ese compromiso Galtieri podría sobrevivir, pero ni siquiera de
manera segura. Si “ganara”, su movida siguiente sería buscar una
elección popular para ser presidente por el voto en 1983. (En ese punto
el redactor del despacho pone paréntesis y dice, poniendo una
valoración, que en opinión de los diplomáticos norteamericanos una
aproximación de Galtieri a elecciones libres es muy remota.) Tercer
punto, desde la perspectiva de Galtieri sería mejor librar una guerra
perdida (“y nuestra fuente está segura de que la Argentina perderá”) que
rendirse y deponer el reclamo de soberanía. El cuarto punto es que “no
hay ningún político en el país que piense que la invasión de las islas
haya sido otra cosa que un error colosal” y que existe la percepción
extendida de que “el presidente y sus consejeros son incompetentes”. El
quinto punto parece una anticipación del escenario que siguió al
hundimiento del Belgrano, el 2 de mayo. Si se produce un enfrentamiento
grande y muchos argentinos resultan muertos (“hunden un barco y mueren
400”, dijo el político consultado) el pueblo tendrá una reacción
“incontrolable”. Y uno de los blancos será la embajada norteamericana.
Si Galtieri se ve obligado a dejar el poder, se abrirían dos caminos.
Uno, la dictadura encabezada por un militar nacionalista de extrema
derecha. Otro, la selección de un general para que conduzca una
transición a la democracia. El general podría ser José Rogelio
Villarreal, secretario general de la Presidencia en tiempos de la
presidencia de Videla, o el ex ministro de Trabajo Horacio Liendo, “de
buenas relaciones con políticos peronistas y con Frondizi”. En el caso
de Villarreal, las buenas relaciones se extendían a conservadores y
radicales, cosa que dirigentes radicales confirmaron a la embajada de
los Estados Unidos.
Dear Francis
Uno de los textos desclasificados es
una carta dirigida por el secretario de Estado Alexander Haig a su
colega británico, el primer secretario del Foreign Office británico
Francis Pym. Le dice que envía adjunto un texto de Nicanor Costa Méndez,
el canciller argentino, pero que no quiere ejercer influencia sobre Pym
porque a él mismo no lo convence el retroceso del argentino respecto de
acuerdos previos. Lo que sí queda asegurado en todos los casos, incluso
con negociaciones, una administración interina y el compromiso del
retiro, es el control británico. En cuanto al interinato, el compromiso
asumido por Costa Méndez es que los consejos locales seguirán siendo
soberanos. No habría problemas para la seguridad, porque los submarinos
británicos quedarían fuera de las 150 millas náuticas pero se trataría,
en tiempo, de solo cinco horas para llegar a las islas. Y dice una parte
del texto: “Francis, no está claro quién manda allí (en la Argentina).
Hay por lo menos 50 personas, incluyendo a comandantes de cuerpo, que
ejercen el derecho de veto, y en este punto no puedo hacer nada”. De
cualquiera manera, para Haig un acuerdo sería conveniente y lo contrario
supondría costos para todos. El secretario de Estado le pidió a su
colega que por favor lo llamara antes de tomar cualquier decisión
pública. La propuesta argentina recibida por los Estados Unidos proponía
que en siete días la dictadura retiraría la mitad de sus tropas hacia
el continente y el Reino Unido no pasaría una distancia de tres mil
millas náuticas para sus fuerzas navales. Las fuerzas quedarían
retiradas totalmente en 15 días. El Reino Unido se comprometería a
terminar el proceso de descolonización el 31 de diciembre de 1982,
aplicando el principio de integridad territorial argentina de acuerdo
con la resolución 2065 de las Naciones Unidas. Hasta esa fecha las islas
continuarían desmilitarizadas. Se mantendrían los derechos y garantías
de los isleños “sobre todo en lo que se refiere a la libertad de
expresión, de religión, de enseñanza y de movimiento, lo mismo que los
derechos de propiedad, las fuentes de trabajo, las costumbres, el estilo
de vida y los lazos tradicionales familiares, sociales y culturales con
sus países de origen”. El Estado argentino decía estar dispuesto a
pagar “un precio justo” por las propiedades de los individuos o las
empresas que no desearan continuar sus actividades en las islas. En el
período de transición hasta el 31 de diciembre de 1982, la
administración de las islas estaría compuesta por un gobernador
designado por el gobierno argentino, sería mantenida la administración
local excepto la policía, también se mantendrían los consejos
legislativo y ejecutivo y se ampliaría el número para integrar un número
igual de miembros designados por el gobierno argentino, preferiblemente
entre los argentinos ya residentes en las islas. La bandera argentina
continuaría flameando en las islas. El Estado promovería viajes,
transportes, comunicaciones y todo tipo de comercio entre el territorio
continental y las islas. Un grupo compuesto por un número igual de
representantes de la Argentina, de los Estados Unidos y del Reino Unido
verificará la implementación de las obligaciones que implica el acuerdo.
El garante sería el gobierno de los Estados Unidos.
La excitación de Galtieri y los problemas de Thatcher
El 14 de abril de 1982 el primer objetivo de los Estados Unidos seguía
siendo “encontrar una vía para permitirle a Galtieri una retirada con
honor”. Así lo expuso el secretario de Estado Alexander Haig. Para él,
el objetivo podría cumplirse si se complementaban una situación
provisoria en Malvinas luego del desembarco argentino, la tensión entre
los dos países por la soberanía y “la insistencia británica en la
autodeterminación en la negociación de un acuerdo final”. El problema,
para Haig, es que “excitó tanto al pueblo argentino que se dejó poco
margen de maniobra”. Entonces, retirarse podría ser visto popularmente
“como una ignominia” y Galtieri quedaría aún en peores condiciones con
Thatcher, cuya suerte Haig también medía. Los dos saltarían de sus
puestos. Galtieri por “la volatilidad” y Thatcher por la dificultad en
“vender un acuerdo al Parlamento”. En el caso británico incluso un
incidente bélico daría por tierra con el plan norteamericano. Cuando
expuso esta situación en la Casa Blanca, Haig ya había asistir a la
concentración en Plaza de Mayo convocada por Galtieri el 10 de abril.
Situación aérea y participación soviética
Un cable
secreto del 4 de abril, dos días después del desembarco, analizaba el
escenario aéreo que estaba plasmándose. Londres estaba pensando en una
ruta que uniera Tahití, la isla de Pascua y Chile para sus aviones.
Pronosticaba la posibilidad de un enfrentamiento militar la semana
siguiente porque Galtieri había declarado el 3 que un bloqueo británico a
las islas “significaría guerra”. En ese cuadro “aparentemente los
soviéticos están respaldando los reclamos argentinos, a pesar de que ese
apoyo es de bajo perfil”. La base es la exportación de granos
argentinos que salvaron a la Unión Soviética de la escasez de productos
del campo. Sin embargo, Moscú “no ofreció ayuda diplomática a Buenos
Aires”. ¿Qué podría hacer la Unión Soviética, entonces? Pasar a los
argentinos datos de la flota británica.
América latina (y un ojo en Londres)
Para la
Agencia Central de Inteligencia no cabían dudas de que los ministros de
Relaciones Exteriores de América latina aprobarían una resolución que
pediría a los Estados Unidos no ayudar más al Reino Unido. El análisis
indicaba que el gobierno argentino confiaba en que efectivamente los
votos cambiaran la posición norteamericana e hicieran que Washington
intercediera ante Londres. Al mismo tiempo, Thatcher conseguía despejar
dificultades, las encuestas sobre intención de voto daban una ventaja de
dos a uno a conservadores sobre laboristas. Un 85 aprobaba el manejo de
Thatcher en la crisis. Había logrado diezmar las capacidades aéreas
argentinas, que en una primera etapa produjeron daños serios a los
británicos. Las fuerzas británicas eliminaron un tercio de los aviones
de primera línea de la Marina y la Fuerza Aérea. La balanza se
inclinaría el día en que, ya sin peligro de ataque, los aviones Harrier
del Reino Unido pudieran dedicarse ya no a defender la flota, hasta
entonces su primer objetivo, sino de lleno a destruir posiciones
argentinas.
Observación aérea
La inteligencia norteamericana
no se basó solo en filtraciones o en su acceso a militares argentinos.
El reconocimiento aéreo le permitió trazar mapas detallados en los que
observaba el movimiento del equipamiento militar, en especial del aéreo,
que aparecía como la llave de las operaciones. El arqueo era detallado.
Por ejemplo, decía que ocho aviones Mirage III/IV estaban en la base de
Tandil a la vista, mientras que otros estaban en el área de
mantenimiento. La descripción detallaba la situación en Curuzú Cuatiá,
Reconquista, General Urquiza, Dr. Mariano Moreno, Buenos Aires, Mar del
Plata, Bahía Blanca, comandante Espora y Puerto Belgrano, en todos los
casos con indicación del nivel de nubosidad imperante. También eran
observados los barcos de la retaguardia. El Murature estaba atracado en
Buenos Aires en la Dársena Norte, lo mismo que lo que parecían cuatro
buques menores. “No se puede discernir si hay actividad militar o
logística en la base naval del Mar del Plata”, informaba la inteligencia
norteamericana.
Satélite sobre las islas
Las posiciones argentinas
en las Malvinas eran observadas por satélites y procesadas por el
Centro Nacional de Interpretación Fotográfica. El 28 de mayo de 1982 el
Centro informó que las que denominaba “fuerzas argentinas de ocupación
en las islas Falkland” habían logrado mejorar sus posiciones defensivas
“alrededor de Stanley”. El texto del informe es certero en partes y
conjetural en otros, y habla de que, por ejemplo, fue registrado “un
posible Skyhawk”, y “50 probables carpas para dos personas”. Las
certezas indicaban la construcción de “aproximadamente 16 posiciones al
sur de Stanley”.
La estrategia británica
El Reino Unido fue
objetivo de análisis de igual manera, o quizás con mayor profundidad,
que la Argentina. En todo momento la Agencia Central de Inteligencia
entregó al presidente Ronald Reagan material con posibles escenarios
políticos. Un ejemplo: “Londres busca una victoria rápida en las
Falklands y sus fuerzas probablemente se consoliden rápido. Los
británicos probablemente intenten un asalto directo contra las fuerzas
argentinas en Stanley aunque éstas sean sustancialmente superiores en
número. El gobierno parece preparado para aceptar la existencia de bajas
relativamente altas en compensación con que se vea un rápido triunfo
militar. La primera ministra Thatcher podría llamar a elecciones
anticipadas, aunque un revés serio podría dar como resultado su
reemplazo”. El ideal británico era una campaña de menos de dos semanas
que incluyera la consolidación en San Carlos y luego el movimiento hacia
la captura de Darwin/Goose Green, a menos de 32 kilómetros, donde hay
600 soldados y un aeropuerto. Recién luego irían a Stanley, 80
kilómetros al este. En Darwin/Goose Green probablemente a los argentinos
les costaría resistir el peso de los cinco o seis mil hombres puestos
allí a presionar por parte de los británicos. “Aunque los tres mil
soldados a bordo del Queen Elizabeth han sido caracterizados como una
fuerza de guarnición, podrían comprometerse con las fuerzas ya
desplegadas en el territorio” porque, además, los Guardias Escoceses y
los Guardias Galeses que viajan en el buque “están entre las mejores
unidades británicas”. Mientras tanto, el objetivo del Reino Unido sería
destruir el portaaviones argentino, la munición y los suministros y un
ataque masivo a Stanley. Sería importante la protección aérea que
pudieran dar los aviones Harrier para disminuir la cantidad de bajas
británicas en el avance hacia Stanley. Los argentinos, a su vez, podrían
lanzar un contraataque desde Stanley. Entretanto, desde el punto de
vista político, “puesto que los británicos observan las propuestas de
negociación como perjudiciales para sus intereses, una campaña corta y
exitosa recibiría apoyo amplio en el Reino Unido”. Entonces, ya “con el
respaldo de la opinión pública Thatcher y la mayoría del Partido
Conservador probablemente quieran continuar y acepten entonces bajas
relativamente más importantes, aunque solo si el resultado es una
victoria militar contundente”. Esa campaña militar redoblada se vería
facilitada por el apoyo de la alianza socialdemócrata-liberal y por la
división en el Partido Laborista, una brecha cada vez más abierta que
favorece a los conservadores. “Una campaña corta y exitosa,
especialmente con pocas bajas nuevas, podría catapultar a los tories a
la posición más fuerte desde comienzos de la década de 1960”, dice el
texto de inteligencia. “En ese caso se incrementan las chances de que
haya una elecciones a fines de la primavera”, o sea, ya que es el
Hemisferio Norte, antes de que comience el verano el 21 de junio. La
guerra terminó con la victoria británica una semana antes, el 14 de ese
mes. No hizo falta más de una estación. En todo momento, según el
análisis de la CIA, las pérdidas están asociadas, en su efecto sobre la
popularidad de la primera ministra, al éxito militar. Si el éxito
acompaña, las bajas pueden justificarse políticamente. El fantasma es
que no haya éxitos y aparezca la peor situación para Thatcher: la
erosión de su popularidad y, después, la aceptación de un cese de fuego y
de la mediación de Naciones Unidas. El análisis de la CIA se planteaba
incluso qué pasaría ante esa posibilidad. “Si Thatcher cae, sería
reemplazada por un tory ubicado con menos claridad a favor de políticas
militares duras”. Los dimes y diretes señalaban en esa posición a Pym,
el primer secretario del Foreign Office. De todos modos, para la CIA era
improbable que hubiera una elección general inmediata.
Qué debían hacer los EE.UU.
La directiva número 34
del Consejo Nacional de Seguridad de la Casa Blanca con fecha 14 de mayo
de 1982 recuerda cuál es la política que guía a los Estados Unidos en
lo que denomina “la crisis del Atlántico Sur”. Por un lado, la claridad
para hacer explícita la posición norteamericana de apoyar al Reino Unido
y “la determinación de no aceptar el uso ilegal de la fuerza para
resolver disputas”. Por otro lado, la suspensión de todas las
exportaciones de suministros militares a la Argentina, lo cual incluye
municiones y provisiones ya en curso y el análisis, para su prohibición
de las licencias en trámite. También el retiro de la capacidad argentina
de ser elegida para recibir otras provisiones en el futuro. Más allá
del mercado de armas, la Argentina quedaría fuera de las operaciones del
Eximbank, el banco de exportaciones e importaciones que había castigado
originalmente las operaciones financieras durante el gobierno de James
Carter (1977-1981) aunque luego el gobierno de Ronald Reagan fue
relajando los castigos. Otra forma de escarmiento fue el retiro de las
garantías para créditos de commodities y otra más la colocación de
trabas cuando se requiriese la aceptación por parte de los Estados
Unidos para ventas argentinas a terceros países.
El pulso de los latinoamericanos
El análisis del
Departamento de Estado era que el sentimiento latinoamericano hacia la
Argentina se solidificó luego del anuncio del apoyo de los Estados
Unidos al Reino Unido, el 30 de abril, y el hundimiento del Crucero
General Belgrano el 2 de mayo. Eso sí: “El conflicto anglo-argentino
dividió a los países de habla hispana de los caribeños anglófonos, puso
en peligro el sistema interamericano, le dio a Cuba la posibilidad de
restaurar sus relaciones con la Argentina y recibir la solidaridad
latinoamericana, encendió sentimientos nacionalistas en el hemisferio y
revivió el antinorteamericanismo latente”. Lo último sucedió sobre todo
en Venezuela, Nicaragua y Perú. Un análisis país por país seguía a esta
visión genérica de la inteligencia del Departamento de Estado. En
Brasil, autoridades “dijeron en privado que estaban en desacuerdo y
preocupados con el nivel y la amplitud del apoyo norteamericano el Reino
Unido” y confiaron que extraoficialmente habían dado su acuerdo para la
compra de material bélico. En público los brasileños habían pedido el
cumplimiento de la resolución 502, de retiro de tropas de las islas y,
según citaba el análisis, la preocupación era que las medidas
comerciales, financieras y de suministros de armas contra la Argentina
pudieran repetirse para otros países. El caso de la dictadura chilena de
Augusto Pinochet era distinto. Aunque la situación próxima a una guerra
en 1978 no está citada en el análisis diplomático, en cambio sí está
reflejado el pensamiento del gobierno sobre las relaciones con la
Argentina en general. En privado, en conversaciones privadas mantenidas
en Washington y en Santiago de Chile, los funcionarios chilenos se
quejaron de su “frustración por años de interminables conversaciones
sobre el Canal de Beagle con la Argentina”, país al que observaban como
“intransigente”. También expresaron a diplomáticos norteamericanos su
simpatía por el Reino Unido porque lo contrario sería una victoria,
preocupante para el futuro chileno, por parte de la Argentina. Los
colombianos apoyan el reclamo argentino de soberanía pero no el recurso
el uso de la fuerza. Los costarricenses advirtieron a los
norteamericanos que con su posición enfrentarían “una tormenta de
protestas en América latina”. El gobierno de Rodrigo Carazo incluso
pidió retirar la sede de la Organización de los Estados Americanos de
Washington. Cuba reaccionó rápido y el vicepresidente Carlos Rafael
Rodríguez dijo en una entrevista al diario francés Le Monde que su país
estaba listo para ayudar a la Argentina, incluso militarmente. La Habana
condenó al Reino Unido, apoyó a la Argentina y convocó a la solidaridad
latinoamericana. El líder de la derecha guatemalteca, Mario Sandoval,
envió un telegrama al presidente Reagan quejándose de “la política
increíblemente estúpida” de los Estados Unidos. La junta militar de
Guatemala elogió las “buenas intenciones” del secretario de Estado
Alexander Haig pero dijo que el país apoyaría completamente a la
Argentina y hasta estaba pensando en mandar un contingente militar. El
gobierno mexicano criticó tanto al Reino Unido como a la Argentina pero
dijo que apoyaba la soberanía argentina sobre las islas. La conclusión
de la diplomacia norteamericana es que incluso las actitudes que en un
principio fueron ambiguas se tornarían más claras en el peor sentido
para los Estados Unidos. Después del hundimiento del Belgrano y del
apoyo norteamericano al Reino Unido de manera abierta, el sentimiento
generalizado sería cada vez más “antiimperialista”. En tanto, Venezuela
dijo que estudiaría cualquier tipo de pedido por parte de la Argentina,
hasta militar.
Después del Belgrano
Un despacho de la embajada de
los Estados Unidos en la Argentina da cuenta de los efectos del
hundimiento del Belgrano entre los sectores militares gobernantes. La
preocupación del embajador Harry Schlaudeman es redoblar esfuerzos
contra la idea de que fueron los Estados Unidos los que proveyeron la
inteligencia satelital necesaria para localizar el crucero y hundirlo.
Dice el texto que lo llamó el jefe del Estado Mayor del Ejército, el
entonces general Antonio Vaquero, para decirle que los argentinos
“tienen pruebas” de que así fue. También refiere que “Télam, la agencia
de noticias del gobierno, puso en su servicio una nota según la cual un
informante no identificado del Pentágono dijo que los Estados Unidos
tienen como mínimo un satélite espía en el Atlántico Sur y que gran
parte de la información obtenida es transmitida al Reino Unido”. El
embajador también se quejaba por la confusión a su juicio reinante en la
Argentina entre fotografías de satélites meteorológicos y los que se
utilizan para obtener información militar. Escribía Schlaudeman: “La
prensa aquí también destaca declaraciones del secretario (de Defensa,
Caspar) Weinberger sobre que los Estados Unidos darían al Reino Unido
todo tipo de apoyo, inclusive logístico, material e informativo”. Se
lamenta de que esa declaración es utilizada como confirmación del
presunto envío de información antes del hundimiento del Belgrano.
Fuente: pagina12.com.ar
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