Se
ha hecho creer a la opinión pública que Gran Bretaña está al borde de
una marea humana. Pero las proyecciones parecen exageradas.
¿Se
acuerda alguien en Gran Bretaña de los días de gloria en los que el
nombre "Bulgaria" se usaba para motivar en lugar de para asustar al
público de Reino Unido? En mayo de 1999, en medio de la guerra de
Kosovo, el primer ministro, Tony Blair, pronunció un discurso en Sofía
en el que hizo un llamamiento a una política exterior activa basada en
valores. Lo adornó con referencias a la indignación moral de su
predecesor William Gladstone por los "horrores búlgaros" de 1876. No
pasó mucho tiempo antes de que Bulgaria y Rumanía, que apoyaron la
campaña de Kosovo, comenzaran las negociaciones para unirse a la Unión
Europea.
Ahora, sólo quince años después, esta particular manifestación de la
"Cool Britannia " –como firme defensora de la ampliación de la UE–
parece una reliquia extraña. Muchos en el Gobierno de Gran Bretaña, en
los medios de comunicación y en la opinión pública están muy ocupados
metiendo de nuevo a Bulgaria, y a su vecino rumano, en una caja marcada
con las palabras "estereotipo" y "prejuicio".
Tanto los conservadores en el Gobierno como los laboristas en la
oposición desaprueban la decisión de 2004 de permitir que polacos y
otros europeos del Este entren libremente en el mercado de trabajo de
Reino Unido. Estos partidos están ahora unidos en su determinación para
poner todas las dificultades que puedan a las hordas de rumanos y
búlgaros que se espera que pongan sus pies en Albión. Las encuestas de
YouGov muestran que el 42 % de los británicos creen que es "de suma
importancia" que el actual primer ministro, David Cameron, limite la
migración desde el resto de la Unión Europea. Seguramente, existe una
relación con el hecho de que aproximadamente el mismo porcentaje quiere a
Reino Unido fuera de Europa.
Europa y el turismo social
El Gobierno británico está sometiendo a toda prisa al Parlamento a nuevas restricciones draconianas para
retirar la ayuda económica durante un periodo de tres meses a aquellos
europeos que llegan a Reino Unido sin un trabajo y que nunca han pagado
impuestos derivados de un empleo en este país. Esta medida se trata de
poco más que de un populismo barato que pretende complacer a la opinión
generalizada –amplificada por muchos medios de comunicación– de que las
actuales normas de la UE sobre la libre circulación de personas son una
vía fácil para lograr prestaciones sociales.
En realidad, la legislación vigente de la Unión no permite que los ciudadanos de los Estados miembros accedan a la asistencia social en el país al que hayan emigrado en sus primeros tres meses de residencia. En su lugar, son sus propios países de origen los que pagan. Para recibir prestaciones de desempleo los recién llegados tienen primero que contribuir con el sistema del Estado en el que se establecen. Por otra parte, solo los residentes a largo plazo tienen derecho a las prestaciones. Para ser considerado dentro de esta categoría, a su llegada –tras el periodo inicial de tres meses– tienen que demostrar que son autosuficientes, con un empleo o por cuenta propia. Estas son las reglas, tanto en Gran Bretaña como en toda la Unión.
En realidad, la legislación vigente de la Unión no permite que los ciudadanos de los Estados miembros accedan a la asistencia social en el país al que hayan emigrado en sus primeros tres meses de residencia. En su lugar, son sus propios países de origen los que pagan. Para recibir prestaciones de desempleo los recién llegados tienen primero que contribuir con el sistema del Estado en el que se establecen. Por otra parte, solo los residentes a largo plazo tienen derecho a las prestaciones. Para ser considerado dentro de esta categoría, a su llegada –tras el periodo inicial de tres meses– tienen que demostrar que son autosuficientes, con un empleo o por cuenta propia. Estas son las reglas, tanto en Gran Bretaña como en toda la Unión.
En esencia, en lugar de exprimir al sistema, los inmigrantes
de la UE pagan contribuciones fiscales y de seguridad social durante
todo el proceso. La idea de que, gracias a la pérfida Bruselas, los
rumanos y búlgaros pobres pretenden aprovecharse del Estado de bienestar
británico es absurda.
¿A qué viene tanto alboroto?
¿A qué viene tanto alboroto?
Se ha hecho creer a la opinión pública que Gran Bretaña está al borde
de una marea humana. Pero las proyecciones de grupos como
Migrationwatch que prevén la llegada de 50.000 rumanos y búlgaros al año
parecen exageradas. Es el sur de Europa afectado por la crisis, no los
Balcanes, el que actualmente envía gente a Reino Unido. Además, quienes
querían salir de Bulgaria y Rumania para lograr una vida mejor en el
extranjero ya lo han hecho. Seamos realistas: los ciudadanos de ambos
países han tenido acceso a Gran Bretaña desde 2007. Podían ganarse la
vida tanto por cuenta propia como obteniendo un permiso de trabajo. Doce
meses consecutivos con este tipo de licencia conducen a un acceso
ilimitado al mercado de trabajo. 2014, simplemente, presenciará la
abolición de los permisos de trabajo. Cabe preguntarse cuántos albañiles
y recogedores de la fresa adicionales van a viajar a Reino Unido. Y
además, las sociedades búlgara y rumana están envejeciendo rápidamente
también, así que la población de potenciales inmigrantes es cada vez más
limitada.
Entonces, ¿cuál es realmente el problema? Búlgaros y rumanos –y los
europeos del Este en general– han sido representados, constantemente,
por la prensa sensacionalista como multitudes indigentes que hunden el
país con la intención de vivir de los contribuyentes británicos. Los
políticos de los partidos mayoritarios han hecho muy poco para hacer
frente a esos estereotipos y, en el caso de los tories, en
realidad han avivado el fuego con su retórica combativa. A decir verdad,
existen pruebas abrumadoras de que los inmigrantes de los nuevos
Estados miembro de la UE hacen una contribución neta a la economía
británica. The Economist calcula que éstos pagan un 35% más al
presupuesto nacional de lo que reciben en servicios y prestaciones. El
británico medio está más que feliz de que le remodele su casa un manitas
lituano o de poder coquetear con el camarero eslovaco que le sirve un
capuchino.
¿Por qué entonces se han convertido los nuevos europeos en el coco favorito de Gran Bretaña? La respuesta tiene dos partes. La primera es que son un "blanco fácil", de bajo coste. Elegir a inmigrantes europeos blancos para convertirles en un problema público, o incluso en una amenaza, no conlleva acusaciones de racismo, ni el oprobio público que las acompaña. El lenguaje que se utiliza en relación a los búlgaros y los rumanos no se toleraría si fuera dirigido a otras comunidades de, por ejemplo, el sur de Asia. La campaña negativa tiene en su raíz el malestar que existe entre una mayoría de la población de Reino Unido en materia de inmigración. Mientras que es un derecho sagrado para cualquier británico establecerse, como expatriado más queinmigrante, en cualquier lugar de Europa o del mundo, los extranjeros no son bienvenidos en la isla –a menos que resulten ser oligarcas rusos o jeques del Golfo–. Sin embargo, una característica notable británica es el amplio consenso en la política y la sociedad respecto a que el racismo y la exclusión, aunque se practiquen, no son aceptables. Esperemos que los búlgaros y rumanos figuren entre los beneficiarios de estas contradicciones.
¿Por qué entonces se han convertido los nuevos europeos en el coco favorito de Gran Bretaña? La respuesta tiene dos partes. La primera es que son un "blanco fácil", de bajo coste. Elegir a inmigrantes europeos blancos para convertirles en un problema público, o incluso en una amenaza, no conlleva acusaciones de racismo, ni el oprobio público que las acompaña. El lenguaje que se utiliza en relación a los búlgaros y los rumanos no se toleraría si fuera dirigido a otras comunidades de, por ejemplo, el sur de Asia. La campaña negativa tiene en su raíz el malestar que existe entre una mayoría de la población de Reino Unido en materia de inmigración. Mientras que es un derecho sagrado para cualquier británico establecerse, como expatriado más queinmigrante, en cualquier lugar de Europa o del mundo, los extranjeros no son bienvenidos en la isla –a menos que resulten ser oligarcas rusos o jeques del Golfo–. Sin embargo, una característica notable británica es el amplio consenso en la política y la sociedad respecto a que el racismo y la exclusión, aunque se practiquen, no son aceptables. Esperemos que los búlgaros y rumanos figuren entre los beneficiarios de estas contradicciones.
La segunda parte de la respuesta es que los europeos del Este son
demonizados y convertidos en chivos expiatorios por culpa de la
relación, complicada y llena de angustia, que Gran Bretaña mantiene con
la Unión Europea. David Cameron está siendo presionado por los
euroescépticos de su propio partido y del rival Partido de la
Independencia del Reino Unido (UKIP, en sus siglas en inglés) que abogan
por una rápida salida de la UE. Cameron considera el endurecimiento de
los controles de inmigración como una batalla que vale la pena luchar en
Bruselas. Incluso si la pierde, podrá llevar con orgullo el halo de ser
un inflexible defensor del interés nacional, tanto en las elecciones
europeas de mayo 2014 como en las parlamentarias de mayo de 2015.
El momento de reflexionar
La ironía es que la libre circulación de personas está en el corazón mismo del mercado único, que ha sido y es celebrado como la más importante contribución de Gran Bretaña a la integración europea. En cierto modo, Cameron y su ministra del Interior, Theresa May, que sugirió ideas para poner un tope a los inmigrantes de la UE, lo que prometen ahora es revertir el legado de Margaret Thatcher. Pero el mercado único, además de ser parte de la Unión, es esencial para la prosperidad de Gran Bretaña. Un informe de la Confederación de la Industria Británica (CBI), publicado en octubre de 2013 –Nuestro Futuro Global: la visión empresarial de una UE reformada– es sólo el último ejemplo.
El momento de reflexionar
La ironía es que la libre circulación de personas está en el corazón mismo del mercado único, que ha sido y es celebrado como la más importante contribución de Gran Bretaña a la integración europea. En cierto modo, Cameron y su ministra del Interior, Theresa May, que sugirió ideas para poner un tope a los inmigrantes de la UE, lo que prometen ahora es revertir el legado de Margaret Thatcher. Pero el mercado único, además de ser parte de la Unión, es esencial para la prosperidad de Gran Bretaña. Un informe de la Confederación de la Industria Británica (CBI), publicado en octubre de 2013 –Nuestro Futuro Global: la visión empresarial de una UE reformada– es sólo el último ejemplo.
Los principios y la práctica están aquí
interrelacionados. La libre circulación de bienes, servicios y capital
no puede desvincularse de la libre circulación de las personas si se
quiere que el mercado funcione como un entorno en el que prima la
igualdad de condiciones. Limitarse a escoger solo lo que conviene
incumple la legislación de la UE y tiene un efecto de distorsión.
El argumento tiene también que ver con los propios
principios y valores fundamentales de Gran Bretaña. Se debería recordar
al país –y que él mismo recordara— que el imperio de la ley y la
justicia son fundamentales para su propia definición como nación. Aunque
las dificultades económicas y de austeridad han destruido prácticamente
el espíritu de apertura liberal tan querido por Blair (y Gladstone), la
esencia de lo británico va mucho más allá de la xenofobia y la
introspección. Es hora de que la clase política del país vuelva a
conectar con algunos de los mejores aspectos de la rica tradición de
Gran Bretaña.
Fuente: http://www.esglobal.org/ y MDZ Online
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