domingo, 19 de enero de 2014

¿Por qué Gran Bretaña demoniza a búlgaros y rumanos?
Se ha hecho creer a la opinión pública que Gran Bretaña está al borde de una marea humana. Pero las proyecciones parecen exageradas.
 



¿Se acuerda alguien en Gran Bretaña de los días de gloria en los que el nombre "Bulgaria" se usaba para motivar en lugar de para asustar al público de Reino Unido? En mayo de 1999, en medio de la guerra de Kosovo, el primer ministro, Tony Blair, pronunció un discurso en Sofía en el que hizo un llamamiento a una política exterior activa basada en valores. Lo adornó con referencias a la indignación moral de su predecesor William Gladstone por los "horrores búlgaros" de 1876. No pasó mucho tiempo antes de que Bulgaria y Rumanía, que apoyaron la campaña de Kosovo, comenzaran las negociaciones para unirse a la Unión Europea.

Ahora, sólo quince años después, esta particular manifestación de la "Cool Britannia " –como firme defensora de la ampliación de la UE– parece una reliquia extraña. Muchos en el Gobierno de Gran Bretaña, en los medios de comunicación y en la opinión pública están muy ocupados metiendo de nuevo a Bulgaria, y a su vecino rumano, en una caja marcada con las palabras "estereotipo" y "prejuicio".

Tanto los conservadores en el Gobierno como los laboristas en la oposición desaprueban la decisión de 2004 de permitir que polacos y otros europeos del Este entren libremente en el mercado de trabajo de Reino Unido. Estos partidos están ahora unidos en su determinación para poner todas las dificultades que puedan a las hordas de rumanos y búlgaros que se espera que pongan sus pies en Albión. Las encuestas de YouGov muestran que el 42 % de los británicos creen que es "de suma importancia" que el actual primer ministro, David Cameron, limite la migración desde el resto de la Unión Europea. Seguramente, existe una relación con el hecho de que aproximadamente el mismo porcentaje quiere a Reino Unido fuera de Europa.

Europa y el turismo social

El Gobierno británico está sometiendo a toda prisa al Parlamento a nuevas restricciones draconianas para retirar la ayuda económica durante un periodo de tres meses a aquellos europeos que llegan a Reino Unido sin un trabajo y que nunca han pagado impuestos derivados de un empleo en este país. Esta medida se trata de poco más que de un populismo barato que pretende complacer a la opinión generalizada –amplificada por muchos medios de comunicación– de que las actuales normas de la UE sobre la libre circulación de personas son una vía fácil para lograr prestaciones sociales.

En realidad, la legislación vigente de la Unión no permite que los ciudadanos de los Estados miembros accedan a la asistencia social en el país al que hayan emigrado en sus primeros tres meses de residencia. En su lugar, son sus propios países de origen los que pagan. Para recibir prestaciones de desempleo los recién llegados tienen primero que contribuir con el sistema del Estado en el que se establecen. Por otra parte, solo los residentes a largo plazo tienen derecho a las prestaciones. Para ser considerado dentro de esta categoría, a su llegada –tras el periodo inicial de tres meses– tienen que demostrar que son autosuficientes, con un empleo o por cuenta propia. Estas son las reglas, tanto en Gran Bretaña como en toda la Unión.

En esencia, en lugar de exprimir al sistema, los inmigrantes de la UE pagan contribuciones fiscales y de seguridad social durante todo el proceso. La idea de que, gracias a la pérfida Bruselas, los rumanos y búlgaros pobres pretenden aprovecharse del Estado de bienestar británico es absurda.

¿A qué viene tanto alboroto?

Se ha hecho creer a la opinión pública que Gran Bretaña está al borde de una marea humana. Pero las proyecciones de grupos como Migrationwatch que prevén la llegada de 50.000 rumanos y búlgaros al año parecen exageradas. Es el sur de Europa afectado por la crisis, no los Balcanes, el que actualmente envía gente a Reino Unido. Además, quienes querían salir de Bulgaria y Rumania para lograr una vida mejor en el extranjero ya lo han hecho. Seamos realistas: los ciudadanos de ambos países han tenido acceso a Gran Bretaña desde 2007. Podían ganarse la vida tanto por cuenta propia como obteniendo un permiso de trabajo. Doce meses consecutivos con este tipo de licencia conducen a un acceso ilimitado al mercado de trabajo. 2014, simplemente, presenciará la abolición de los permisos de trabajo. Cabe preguntarse cuántos albañiles y recogedores de la fresa adicionales van a viajar a Reino Unido. Y además, las sociedades búlgara y rumana están envejeciendo rápidamente también, así que la población de potenciales inmigrantes es cada vez más limitada.

Entonces, ¿cuál es realmente el problema? Búlgaros y rumanos –y los europeos del Este en general– han sido representados, constantemente, por la prensa sensacionalista como multitudes indigentes que hunden el país con la intención de vivir de los contribuyentes británicos. Los políticos de los partidos mayoritarios han hecho muy poco para hacer frente a esos estereotipos y, en el caso de los tories, en realidad han avivado el fuego con su retórica combativa. A decir verdad, existen pruebas abrumadoras de que los inmigrantes de los nuevos Estados miembro de la UE hacen una contribución neta a la economía británica. The Economist calcula que éstos pagan un 35% más al presupuesto nacional de lo que reciben en servicios y prestaciones. El británico medio está más que feliz de que le remodele su casa un manitas lituano o de poder coquetear con el camarero eslovaco que le sirve un capuchino.

¿Por qué entonces se han convertido los nuevos europeos en el coco favorito de Gran Bretaña? La respuesta tiene dos partes. La primera es que son un "blanco fácil", de bajo coste. Elegir a inmigrantes europeos blancos para convertirles en un problema público, o incluso en una amenaza, no conlleva acusaciones de racismo, ni el oprobio público que las acompaña. El lenguaje que se utiliza en relación a los búlgaros y los rumanos no se toleraría si fuera dirigido a otras comunidades de, por ejemplo, el sur de Asia. La campaña negativa tiene en su raíz el malestar que existe entre una mayoría de la población de Reino Unido en materia de inmigración. Mientras que es un derecho sagrado para cualquier británico establecerse, como expatriado más queinmigrante, en cualquier lugar de Europa o del mundo, los extranjeros no son bienvenidos en la isla –a menos que resulten ser oligarcas rusos o jeques del Golfo–. Sin embargo, una característica notable británica es el amplio consenso en la política y la sociedad respecto a que el racismo y la exclusión, aunque se practiquen, no son aceptables. Esperemos que los búlgaros y rumanos figuren entre los beneficiarios de estas contradicciones.

La segunda parte de la respuesta es que los europeos del Este son demonizados y convertidos en chivos expiatorios por culpa de la relación, complicada y llena de angustia, que Gran Bretaña mantiene con la Unión Europea. David Cameron está siendo presionado por los euroescépticos de su propio partido y del rival Partido de la Independencia del Reino Unido (UKIP, en sus siglas en inglés) que abogan por una rápida salida de la UE. Cameron considera el endurecimiento de los controles de inmigración como una batalla que vale la pena luchar en Bruselas. Incluso si la pierde, podrá llevar con orgullo el halo de ser un inflexible defensor del interés nacional, tanto en las elecciones europeas de mayo 2014 como en las parlamentarias de mayo de 2015.

El momento de reflexionar
La ironía es que la libre circulación de personas está en el corazón mismo del mercado único, que ha sido y es celebrado como la más importante contribución de Gran Bretaña a la integración europea. En cierto modo, Cameron y su ministra del Interior, Theresa May, que sugirió ideas para poner un tope a los inmigrantes de la UE, lo que prometen ahora es revertir el legado de Margaret Thatcher. Pero el mercado único, además de ser parte de la Unión, es esencial para la prosperidad de Gran Bretaña. Un informe de la Confederación de la Industria Británica (CBI), publicado en octubre de 2013 –Nuestro Futuro Global: la visión empresarial de una UE reformada– es sólo el último ejemplo.

Los principios y la práctica están aquí interrelacionados. La libre circulación de bienes, servicios y capital no puede desvincularse de la libre circulación de las personas si se quiere que el mercado funcione como un entorno en el que prima la igualdad de condiciones. Limitarse a escoger solo lo que conviene incumple la legislación de la UE y tiene un efecto de distorsión.

El argumento tiene también que ver con los propios principios y valores fundamentales de Gran Bretaña. Se debería recordar al país –y que él mismo recordara— que el imperio de la ley y la justicia son fundamentales para su propia definición como nación. Aunque las dificultades económicas y de austeridad han destruido prácticamente el espíritu de apertura liberal tan querido por Blair (y Gladstone), la esencia de lo británico va mucho más allá de la xenofobia y la introspección. Es hora de que la clase política del país vuelva a conectar con algunos de los mejores aspectos de la rica tradición de Gran Bretaña.

Fuente: http://www.esglobal.org/  y MDZ Online

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