Lula da Silva: Quiero democracia, no impunidad
Por Luiz Inácio Lula da Silva
El expresidente Luiz Inácio Lula da Silva en una protesta convocada a su favor en São Bernardo do Campo el 7 de abril de 2018. Crédito: Leonardo Benassatto/Reuters
|
Hace dieciséis años, Brasil estaba en crisis; su futuro era incierto. Nuestro sueño de convertirnos en uno de los países más democráticos y prósperos del mundo parecía peligrar. La idea de que algún día nuestros ciudadanos pudieran disfrutar los estándares de vida holgados de nuestros pares en Europa o en otras democracias de Occidente parecía esfumarse. Menos de dos décadas después de que terminó la dictadura, algunas heridas de ese periodo seguían abiertas.
El Partido de los Trabajadores ofreció esperanza, una alternativa que podía cambiar esas tendencias. Me parece que, sobre todo, por esta razón triunfamos en las urnas en 2002. Me convertí en el primer líder sindical en ser elegido presidente de Brasil. Al principio, los mercados se inquietaron por este acontecimiento, pero el crecimiento económico los tranquilizó. En los años posteriores, los gobiernos del Partido de los Trabajadores que encabecé redujeron la pobreza a más de la mitad en tan solo ocho años. En mis dos periodos presidenciales, el salario mínimo aumentó el 50 por ciento. Nuestro programa Bolsa Família, el cual ayudaba a familias pobres al mismo tiempo que garantizaba educación de calidad para los niños, fue reconocido internacionalmente. Demostramos que combatir la pobreza era una buena política económica.
Después, este progreso fue interrumpido. No por medio de las urnas, a pesar de que Brasil tiene elecciones libres y justas, sino porque la expresidenta Dilma Rousseff fue víctima de un juicio político y la destituyeron del cargo por una acción que incluso sus oponentes admitieron que no era una ofensa que ameritara este tipo de procedimiento. Muy pronto, yo también terminé en la cárcel, después de un juicio sospechoso por cargos de corrupción y lavado de dinero.
El 4 de agosto de 2018, durante la convención nacional del Partido de los Trabajadores en São Paulo, una mujer sostiene un cartel a favor del expresidente Luiz Inácio Lula da Silva. CreditNelson Almeida/Agence France-Presse — Getty Images
|
Mi encarcelamiento es la fase más reciente de un golpe de Estado en cámara lenta diseñado para marginar de forma permanente las fuerzas progresistas de Brasil. Tiene como objetivo evitar que el Partido de los Trabajadores vuelva a ser elegido para ocupar la presidencia. Debido a que todas las encuestas muestran que ganaría con facilidad las elecciones de octubre, la extrema derecha de Brasil busca dejarme fuera de la contienda electoral. Mi condena y encarcelamiento se sustentan solamente en la declaración de un testigo cuya propia sentencia fue reducida a cambio de que testificara en mi contra. En otras palabras: el testigo tenía un beneficio personal en decir lo que las autoridades querían oír.
Las fuerzas de la derecha que han usurpado el poder en Brasil no han perdido el tiempo para implementar su agenda política. El gobierno profundamente impopular del presidente Michel Temer ha aprobado una enmienda constitucional que pone un límite de veinte años al gasto público y ha promulgado varios cambios a las leyes laborales que facilitarán la subcontratación, debilitarán los derechos de negociación de los trabajadores e incluso su derecho a un día laboral de ocho horas. El gobierno de Temer también ha intentado recortar las pensiones.
Los conservadores de Brasil se han esforzado mucho por socavar el progreso logrado por los gobiernos del Partido de los Trabajadores y están determinados a evitar que ocupemos la presidencia de nueva cuenta en el futuro cercano. Su aliado en esta maniobra es el juez Sérgio Moro y su equipo de procuradores, quienes han recurrido a grabar y filtrar conversaciones telefónicas privadas que tuve con mi familia y mi abogado, entre ellas una conversación que se grabó de forma ilegal. Crearon un espectáculo mediático cuando me arrestaron y me hicieron desfilar ante las cámaras acusado de ser la “mente maestra” detrás de un enorme esquema de corrupción. Rara vez se cuentan estos detalles vergonzosos en los principales medios informativos.
El juez Moro ha sido idolatrado por los medios de la derecha brasileña. Se ha vuelto intocable. Sin embargo, el verdadero problema no es Moro, sino los que lo han encumbrado a un estatus de intocable: las élites neoliberales de derecha que siempre se han opuesto a nuestra lucha por una mayor igualdad y justicia social en Brasil.
No creo que la mayoría de los brasileños apruebe esta agenda elitista. Por esta razón, aunque me encuentro en prisión, me postulo a la presidencia y, por el mismo motivo, las encuestas muestran que, si las elecciones se llevaran a cabo hoy, sería el ganador. Millones de brasileños comprenden que mi encarcelamiento no tiene nada que ver con la corrupción y entienden que estoy donde estoy solo por razones políticas.
No me preocupa mi situación. He estado preso antes, durante la dictadura militar de Brasil, nada más porque defendí los derechos de los trabajadores. Esa dictadura cayó. La gente que abusa de su poder en la actualidad también caerá.
No pido estar por encima de la ley, sino un juicio que debe ser justo e imparcial. Las fuerzas de la derecha me condenaron, me encarcelaron, ignoraron la evidencia abrumadora de mi inocencia y me negaron el habeas corpus solo para impedir que me postulara a la presidencia. Pido respeto por la democracia. Si me quieren derrotar de verdad, háganlo en las elecciones. De acuerdo con la Constitución brasileña, el poder viene de la gente, la responsable de elegir a sus representantes. Así que dejen que el pueblo brasileño decida. Tengo fe en que la justicia prevalecerá, pero el tiempo se le acaba a la democracia.
Jair Bolsonaro pone en riesgo la democracia en Brasil
Por Carol Pires
Jair Bolsonaro, candidato a la presidencia de Brasil, es recibido por sus seguidores en el aeropuerto Afonso Pena en Curitiba el 28 de marzo de 2018. Crédito: Heuler Andrey/Agence France-Presse — Getty Images
|
Lula, quien desde prisión lidera las encuestas, inspira en los votantes la nostalgia de un tiempo de bonanza económica y paz que ya no volverán, en buena medida porque la configuración de las fuerzas políticas y su reputación ya no son las mismas que antes. Pero la factibilidad de la plataforma de Lula empieza a ser menos relevante si se considera la probabilidad de que la candidatura del expresidente sea impugnada por el Tribunal Superior Electoral. En ese caso, según los estudios más recientes, quien quedaría en primer lugar en las intenciones de voto sería Bolsonaro, un defensor de la dictadura militar brasileña que se prolongó de 1964 a 1985 y quien ha justificado el uso de la tortura.
Los signos de la política han cambiado y nadie en Brasil lo ha entendido mejor que Bolsonaro. El aspirante de extrema derecha ha sabido usar el lenguaje de las redes sociales: en vez de debatir ideas, culpa a quien no está de acuerdo con él. Bolsonaro es como un meme que se hace viral porque difunde opiniones fáciles. Su discurso transita entre la rabia y los prejuicios. Pasó de ser un diputado anodino al líder de las encuestas porque un número significativo de brasileños —cansados de la violencia, el caos de la política pos-Odebrecht y el avance de la agenda progresista de la izquierda— apoya sus posturas conservadoras de ruptura y su mano dura.
Bolsonaro dio con una fórmula atractiva en un país atribulado: ofrecer soluciones simples para problemas complejos.
Entre Lula y Bolsonaro hay un espectro muy diverso de contendientes a la presidencia que van de la izquierda a la derecha, de figuras relativamente nuevas —como Guilherme Boulos, el líder del Movimiento de los Trabajadores Sin Techo— a políticos experimentados —como el exgobernador de São Paulo Geraldo Alckmin—. Ningún precandidato de la actual contienda es perfecto, pero comparten una característica vital: son respetuosos de la democracia. Todos salvo uno: el militar retirado, que representa nuestro ominoso pasado autoritario, tiene el 19 por ciento de la intención de voto. Parece que los brasileños nos sentimos tentados a retroceder.
Jair Bolsonaro es rodeado por militares que piden sacarse fotos con el candidato en un evento en São Paulo el 3 de mayo de 2018. Credito: Nelson Almeida/Agence France-Presse — Getty Images
|
Bolsonaro se presenta como el antipolítico, pero ha sido diputado por 27 años. Se presenta también como el único candidato honesto, pero, según investigaciones, ha contratado a familiares con recursos públicos y ha usado dinero de su partida parlamentaria para su campaña. Por una década formó parte del Partido Progresista, el partido con el mayor número de políticos bajo investigación por la operación Lava Jato. Dice ser la mejor opción para estabilizar el mercado, pero su historial es el de un estatista. Es un político de derecha pero en su momento celebró la elección de Hugo Chávez en Venezuela.
Ninguna de estas contradicciones parece molestar a sus seguidores, quienes lo apoyan por las mismas razones que sus opositores lo repudian. Como Donald Trump y otros populistas actuales, se alimenta acosando a sus adversarios.
En 1997, cuando el entonces senador izquierdista Eduardo Suplicy fue atacado por un perro, Bolsonaro propuso condecorar al perro. En 1999, durante el gobierno de Fernando Henrique Cardoso, dijo que la dictadura debería haber “fusilado por lo menos a 30.000” personas, “empezando por el presidente”. También Bolsonaro ha dicho que preferiría que un hijo se muriera en un accidente “a tener un hijo homosexual”. Frente a las cámaras de televisión, le espetó a una diputada que no la violaría porque era fea. La lista de ejemplos machistas y racistas es larga. Pero acaso su momento estelar fue cuando en la votación para destituir a Dilma Rousseff —exguerrillera torturada— le dedicó su voto al jefe del centro de tortura de la dictadura.
Jair Bolsonaro, ha sido apodado como "el mito" por su irreverencia, es muy popular entre el electorado menor de 34 años. Seguidores del candidato diseñaron algunas camisetas que lo retratan.CreditNacho Doce/Reuters
|
A pesar de sus declaraciones inquietantes, su ineficiencia en el Congreso, su falta de programa económico, Bolsonaro es popular porque es populista. Ante la sobrepoblación en las cárceles y el aumento de la violencia urbana, propone armar a la población para que mate a los criminales. Y quien no está de acuerdo debe ser un criminal también, insinúa. Su guerra de frases efectistas distorsionan cualquier intento de debatir. Su discurso incendiario ha permeado en sus seguidores, quienes han dicho que si no gana las elecciones se deberá a un fraude electoral. Lo que permite hacer un primer ejercicio de futurología: estas elecciones no van pacificar el país.
Quizás no gane la presidencia, pero que Bolsonaro haya cobrado tal protagonismo en la política brasileña significa un retroceso. En las elecciones es común decir que se votará por el candidato “menos peor”. Pero en esta contienda hay un riesgo adicional: no hay aspirantes perfectos, pero uno de los contendientes ha hecho una campaña con posturas decididamente antidemocráticas. Bolsonaro es un síntoma del descontento social que vive Brasil, no una solución. Si algo necesita Brasil ahora es consolidar su democracia.
Fuente: nytimes.com
No hay comentarios:
Publicar un comentario