Los 'biopiratas' pescan gratis el ADN del océano
Científicos españoles exigen un marco legal para acabar con una práctica que genera unos 2.000 millones de euros anuales. Las oficinas de patentes de todo el mundo ya han admitido el registro de más de 4.900 genes marinos
Mientras los piratas de las costas de Somalia acaparan los titulares, otros bandidos del mar surcan las aguas internacionales fuera de los focos. Son empresas y organizaciones científicas con un ánimo de lucro mucho mayor que el de los señores de la guerra africanos. Su objetivo no son los cruceros turísticos, ni los buques de carga, ni los atuneros, sino los genes de organismos marinos que se convierten en propiedad del primero que describe su función. Ya hay al menos 4.900 patentes de estas secuencias de ADN. El interés por hacerse con este tesoro oculto bajo el océano es tal que el número de especies marinas con genes patentados crece un 12% cada año, a un ritmo diez veces superior que la descripción de especies desconocidas. Los biopiratas no quieren descubrir la biodiversidad del planeta, quieren patentar sus genes. Y no hay ningún mecanismo de control que ponga coto al pillaje.
La voz de alarma la han dado dos investigadores españoles del CSIC en el último número de la revista PNAS. Sus datos, obtenidos gracias a un rastreo exhaustivo de la base de secuencias genéticas GenBank, coordinada por el Instituto Nacional de Salud de EEUU, demuestran que el saqueo de los océanos va más allá de la sobrepesca de tiburones y alcanza las cadenas de ADN que flotan en el agua.
Según uno de los autores del estudio, Carlos Duarte, del Instituto Mediterráneo de Estudios Avanzados (Imedea), estas 4.900 patentes de genes generaron en 2007 unos ingresos de 2.000 millones de euros para sus dueños. Y registrar un gen y su función en una oficina de patentes cuesta unos 1.500 euros. No es necesario mencionar ni el lugar de procedencia del gen ni el ser vivo al que pertenece. Para los investigadores, esto es "una puerta abierta a los piratas".
El trabajo de los españoles es una llamada a los políticos para que revisen de manera urgente los objetivos de las áreas marinas protegidas, para incluir también "la protección de los recursos genéticos marinos y enfrentarse a problemas emergentes como la biopiratería y el reparto de los beneficios", según explican ellos mismos.
Calamares más blandos
Su apelación tiene "un punto egoísta", como admite el propio Duarte. Los investigadores zarparán en diciembre para emprender una de las mayores aventuras científicas de lo que va de siglo, la expedición Malaspina 2010, coordinada por el CSIC. Durante nueve meses circunnavegarán el planeta y esperan recoger más de 60 millones de genes. Muchos serán perfectamente inútiles, pero otros valdrán millones de euros, como ya ocurre.
Los autores ponen ejemplos. Un gen procedente de una bacteria marina codifica una proteína que se utiliza para fabricar biocombustible a partir de maíz. Sus dueños obtienen 150 millones de dólares al año en concepto de propiedad industrial. La industria alimentaria también se ha subido al tren y emplea genes de bacterias marinas para producir leche sin lactosa. O para digerir las escamas del pescado que se enlatará en conservas o hacer que los calamares sean más blandos. Y todos estos genes, hoy, son del primero que los pille. En el mar o en la base de datos GenBank.
Robos de genes
Los investigadores que secuencien un gen deben enviarlo a este archivo de ADN. Sólo si conocen su función pueden patentarlo. A finales de la década de 1990, el Instituto Francés de Investigación Marina (Ifremer), según recuerda Duarte, publicó la descripción del gen de una arqueobacteria de un volcán submarino que codificaba una polimerasa, una proteína muy utilizada en los laboratorios de genética de todo el mundo. El Ifremer no la registró, pero un investigador de EEUU la vio en GenBank y la patentó. Ahora el centro francés tiene que pagar para usarla.
Ni la Ley del Mar ni la Convención para la Diversidad Biológica dicen nada sobre este atraco al patrimonio mundial en los océanos. "En aguas internacionales la gente hace lo que le da la gana, porque la legislación lo permite", resume Jesús María Arrieta, también del Imedea y principal autor del estudio. "Hemos pescado hasta acabar con las existencias de todo lo que se mueve y haremos lo mismo con cualquier otra cosa que dé beneficios económicos, como los genes marinos", añade.
El primer paso hacia una regulación podría llegar en la próxima Cumbre de Biodiversidad de Naciones Unidas, que tendrá lugar en Nagoya (Japón) del 18 al 29 de octubre. Dos bloques de países se verán allí las caras. Por un lado, los industrializados, liderados por EEUU y la UE, que "quieren dejar las cosas como están: el primero que llega se lo lleva", según Arrieta. En el otro bando, los países en vías de desarrollo, que no tienen tecnología para competir y creen que los secretos de los organismos marinos deberían ser de todos.
Jueces antipatentes
Arrieta y Duarte, junto a la tercera autora del estudio, Sophie Arnaud-Haond, del Ifremer, abogan por una vía intermedia: que los recursos genéticos del océano se administren como los recursos minerales del fondo marino, a través de un organismo de Naciones Unidas que obligue a los explotadores a compartir los beneficios con la comunidad internacional.
La situación es insostenible. La propia expedición Malaspina 2010 se ha encontrado con países, sobre todo de Latinoamérica, que no se fían de las intenciones de los científicos españoles y han puesto trabas a que recojan muestras de agua en sus costas. Además, el modelo actual de premiar al primero que llegue ha estallado con los genes humanos. Las oficinas de patentes de todo el mundo han registrado más de cinco millones de secuencias de ADN. La mayor parte pertenece a las personas, a sus patógenos o a animales de laboratorio. En marzo de este año, un juez de EEUU tumbó la patente sobre dos genes humanos, relacionados con el cáncer de mama y de ovarios, que estaba en manos de la empresa biotecnológica Myriad Genetics. Según la sentencia, la patente era un freno a la investigación de estos tumores. Ahora, la Justicia de EEUU tiene mucho trabajo por delante. Las empresas estadounidenses se han hecho con los derechos del 20% del genoma humano. Y en breve harán lo mismo con el ADN de los océanos.
Cifras
Fuente: Rebelion.org
Mientras los piratas de las costas de Somalia acaparan los titulares, otros bandidos del mar surcan las aguas internacionales fuera de los focos. Son empresas y organizaciones científicas con un ánimo de lucro mucho mayor que el de los señores de la guerra africanos. Su objetivo no son los cruceros turísticos, ni los buques de carga, ni los atuneros, sino los genes de organismos marinos que se convierten en propiedad del primero que describe su función. Ya hay al menos 4.900 patentes de estas secuencias de ADN. El interés por hacerse con este tesoro oculto bajo el océano es tal que el número de especies marinas con genes patentados crece un 12% cada año, a un ritmo diez veces superior que la descripción de especies desconocidas. Los biopiratas no quieren descubrir la biodiversidad del planeta, quieren patentar sus genes. Y no hay ningún mecanismo de control que ponga coto al pillaje.
La voz de alarma la han dado dos investigadores españoles del CSIC en el último número de la revista PNAS. Sus datos, obtenidos gracias a un rastreo exhaustivo de la base de secuencias genéticas GenBank, coordinada por el Instituto Nacional de Salud de EEUU, demuestran que el saqueo de los océanos va más allá de la sobrepesca de tiburones y alcanza las cadenas de ADN que flotan en el agua.
Según uno de los autores del estudio, Carlos Duarte, del Instituto Mediterráneo de Estudios Avanzados (Imedea), estas 4.900 patentes de genes generaron en 2007 unos ingresos de 2.000 millones de euros para sus dueños. Y registrar un gen y su función en una oficina de patentes cuesta unos 1.500 euros. No es necesario mencionar ni el lugar de procedencia del gen ni el ser vivo al que pertenece. Para los investigadores, esto es "una puerta abierta a los piratas".
El trabajo de los españoles es una llamada a los políticos para que revisen de manera urgente los objetivos de las áreas marinas protegidas, para incluir también "la protección de los recursos genéticos marinos y enfrentarse a problemas emergentes como la biopiratería y el reparto de los beneficios", según explican ellos mismos.
Calamares más blandos
Su apelación tiene "un punto egoísta", como admite el propio Duarte. Los investigadores zarparán en diciembre para emprender una de las mayores aventuras científicas de lo que va de siglo, la expedición Malaspina 2010, coordinada por el CSIC. Durante nueve meses circunnavegarán el planeta y esperan recoger más de 60 millones de genes. Muchos serán perfectamente inútiles, pero otros valdrán millones de euros, como ya ocurre.
Los autores ponen ejemplos. Un gen procedente de una bacteria marina codifica una proteína que se utiliza para fabricar biocombustible a partir de maíz. Sus dueños obtienen 150 millones de dólares al año en concepto de propiedad industrial. La industria alimentaria también se ha subido al tren y emplea genes de bacterias marinas para producir leche sin lactosa. O para digerir las escamas del pescado que se enlatará en conservas o hacer que los calamares sean más blandos. Y todos estos genes, hoy, son del primero que los pille. En el mar o en la base de datos GenBank.
Robos de genes
Los investigadores que secuencien un gen deben enviarlo a este archivo de ADN. Sólo si conocen su función pueden patentarlo. A finales de la década de 1990, el Instituto Francés de Investigación Marina (Ifremer), según recuerda Duarte, publicó la descripción del gen de una arqueobacteria de un volcán submarino que codificaba una polimerasa, una proteína muy utilizada en los laboratorios de genética de todo el mundo. El Ifremer no la registró, pero un investigador de EEUU la vio en GenBank y la patentó. Ahora el centro francés tiene que pagar para usarla.
Ni la Ley del Mar ni la Convención para la Diversidad Biológica dicen nada sobre este atraco al patrimonio mundial en los océanos. "En aguas internacionales la gente hace lo que le da la gana, porque la legislación lo permite", resume Jesús María Arrieta, también del Imedea y principal autor del estudio. "Hemos pescado hasta acabar con las existencias de todo lo que se mueve y haremos lo mismo con cualquier otra cosa que dé beneficios económicos, como los genes marinos", añade.
El primer paso hacia una regulación podría llegar en la próxima Cumbre de Biodiversidad de Naciones Unidas, que tendrá lugar en Nagoya (Japón) del 18 al 29 de octubre. Dos bloques de países se verán allí las caras. Por un lado, los industrializados, liderados por EEUU y la UE, que "quieren dejar las cosas como están: el primero que llega se lo lleva", según Arrieta. En el otro bando, los países en vías de desarrollo, que no tienen tecnología para competir y creen que los secretos de los organismos marinos deberían ser de todos.
Jueces antipatentes
Arrieta y Duarte, junto a la tercera autora del estudio, Sophie Arnaud-Haond, del Ifremer, abogan por una vía intermedia: que los recursos genéticos del océano se administren como los recursos minerales del fondo marino, a través de un organismo de Naciones Unidas que obligue a los explotadores a compartir los beneficios con la comunidad internacional.
La situación es insostenible. La propia expedición Malaspina 2010 se ha encontrado con países, sobre todo de Latinoamérica, que no se fían de las intenciones de los científicos españoles y han puesto trabas a que recojan muestras de agua en sus costas. Además, el modelo actual de premiar al primero que llegue ha estallado con los genes humanos. Las oficinas de patentes de todo el mundo han registrado más de cinco millones de secuencias de ADN. La mayor parte pertenece a las personas, a sus patógenos o a animales de laboratorio. En marzo de este año, un juez de EEUU tumbó la patente sobre dos genes humanos, relacionados con el cáncer de mama y de ovarios, que estaba en manos de la empresa biotecnológica Myriad Genetics. Según la sentencia, la patente era un freno a la investigación de estos tumores. Ahora, la Justicia de EEUU tiene mucho trabajo por delante. Las empresas estadounidenses se han hecho con los derechos del 20% del genoma humano. Y en breve harán lo mismo con el ADN de los océanos.
Cifras
- 65% del mar, sin ley
- Las aguas internacionales, al margen de la jurisdicción de los países, suponen el 65%de la superficie oceánica.
- 0,7% aguas protegidas
- Las áreas marinas protegidas apenas ocupan un 0,7% de los mares del planeta.
- 55% ‘farmagenes'
- El 55% de los genes marinos patentados tiene una aplicación farmacológica.
Fuente: Rebelion.org
No hay comentarios:
Publicar un comentario