¿La Casa de Saud camino del olvido?
Asia Times Online
Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens |
La defunción del
príncipe heredero del trono saudí, el Sultan bin Abdul-Aziz al-Saud, el
fin de semana destaca, sobre todo, la naturaleza decrépita y
"dinosáurica" de la dirigencia saudí. De 85 años, Sultan había asumido
su primer papel oficial en 1947 y sirvió como ministro de defensa
durante casi medio siglo.
Su sucesor más probable, el príncipe Nayef
bin Abdul-Aziz al-Saud (que tiene 78 años), ha servido como ministro del
interior del reino desde 1970. Esto destaca el tema de la sucesión –y
la estabilidad a largo plazo de Arabia Saudí– ya que el propio rey
Abdullah tiene 87 años y, según se informa, mala salud.
La
política dinástica geriátrica de Arabia Saudí no sería tan importante si
no fuera por el fenómeno de la Primavera Árabe que ha liberado
potencias dinámicas políticas y sociales que están remodelando hasta
hacerla irreconocible la arquitectura política de la región.
La
muerte extraordinariamente violenta del gobernante de Libia durante
mucho tiempo, el coronel Muamar Gadafi, a manos de una turba armada
aullante y delirante, subraya –in extremis– la ferocidad tras la busca
de cambio y renovación en toda la región.
Hasta ahora se ha
asumido ampliamente que Arabia Saudí –debido a su vasta riqueza basada
en el petróleo y su profundo conservadurismo innato– escapará a la
agitación de la Primavera Árabe. Para la mayoría de los observadores la
pregunta clave no es si Arabia Saudí podrá resistir la Primavera Árabe,
sino en qué medida esta última cambiará el reino.
Esta
observación vale en la medida en que la Casa de Saud no escapará a las
repercusiones a largo plazo de la Primavera Árabe, ya que es probable
que los ciudadanos saudíes clamen cuando corresponda por más derechos
políticos y sociales.
Pero a la luz de los impresionantes cambios
que han afectado a la región desde diciembre de 2010 –que aparentemente
surgieron de improviso– no se puede excluir ninguna posibilidad. Los
febles y moribundos gobernantes saudíes en la actualidad deben de ser un
grupo aterrado porque saben mejor que nadie que el sistema carece de la
flexibilidad, imaginación y los recursos de poder blando necesarios
para encarar efectivamente un movimiento popular de protesta
generalizado y repentino.
En líneas generales, hay tres factores
que hablan contra la emergencia en Arabia Saudí de un movimiento de
protesta masivo al estilo egipcio, por lo menos por el momento. Sobre
todo, hay una falta de oposición verosímil y organizada contra los saud.
Aunque existen muchas tendencias e individuos que expresan cualquier
cosa entre críticas suaves y estridentes, no existe ningún gran grupo
organizado que pueda dar forma y dirección a esas voces disidentes.
Una
excepción en gestación podría ser el Movimiento por Reforma Islámica en
Arabia (MIRA), basado en Londres, dirigido por el veterano disidente
Saad al-Faqih. MIRA transmite semanalmente mensajes e instrucciones
hacia el reino, pero la organización enfrenta obstáculos por falta de
fondos y un intento concertado de los aliados extranjeros de los saud
por mantener a raya a Faqih.
En segundo lugar, incluso según
estándares de Medio Oriente la cultura política del reino es inmadura,
lo que se evidencia por la ausencia total de partidos políticos y
sindicatos, o en realidad cualquier forma de organización política o
social independiente de los sauds y del Estado rentista bajo su firme
control.
Además hay una carencia de experiencia adecuada en la
organización de movimientos de protesta y manifestaciones. Es posible
que la provincia oriental, dominada por los chiíes, constituya una
excepción. En ella los agravios acumulados durante decenios se
manifiestan en protestas callejeras y choques con las fuerzas de
seguridad.
Tercero: existe un verdadero temor por parte de la
clase media común –particularmente en las grandes ciudades de Riad,
Jeddah, Meca y Medina– de que la agitación política y la revuelta contra
la Casa de Saud desencadenen fuerzas centrífugas apenas ocultas que
puedan despedazar el reino siguiendo líneas regionales, religiosas y
sectarias.
En parte, existe un profundo temor de un
empoderamiento político chií, que para las clases medias suníes equivale
a que Irán obtenga un punto de apoyo en la Península Arábiga.
Pero
incluso si las masas arábigas no salen de inmediato a las calles a
demandar derechos políticos y sociales básicos a la par con los de la
gran mayoría de los habitantes de Medio Oriente, las tendencias a largo
plazo no prometen nada bueno para la Casa de Saud.
La
transformación del mapa político del Norte de África y de Medio Oriente,
y específicamente el desarrollo de sistemas políticos más transparentes
y responsables, no solo debilita la posición estratégica de Arabia
Saudí en la región, sino que también amenaza con exponer a los
ciudadanos del reino a todo tipo de ideas y aspiraciones subversivas.
En
próximos años los disidentes saudíes se multiplicarán y es probable que
la oposición en todas sus formas crezca exponencialmente hasta el punto
de ahogar el poco entusiasta discurso reformista oficial promovido por
el rey Abdullah.
A fin de evitar o neutralizar esos desafíos
potencialmente existenciales, los saud deben iniciar un genuino proceso
de reforma con efecto inmediato. Reformas genuinas serían la
introducción del sufragio universal y el inicio del proceso de
desconectar al Estado de la familia real y del atávico establishment
clerical wahabí.
Si la Casa de Saud quiere una oportunidad de
sobrevivir en la primera mitad del Siglo XXI, tiene que actuar
rápidamente y otorgar a los ciudadanos saudíes los mismos derechos que
los que tiene virtualmente cada país importante de Medio Oriente. Aunque
nadie espera que Arabia Saudí se convierta de un día al otro en una
democracia madura, el proceso que culmine en un gobierno relativamente
transparente y responsable, aparte de mayores derechos sociales y
culturales, debe comenzar ahora.
Pero las perspectivas no parecen
buenas para los al-Saud. Como lo presenta vívidamente su cara
geriátrica y moribunda, todo el régimen saudí está agobiado por la
inercia, el déficit de liderazgo, la corrupción, para no hablar del
impacto profundamente polarizador y tóxico del reaccionario
establishment wahabí, que produce simultáneamente conservadurismo y
extremismo.
Mientras otras regiones de Medio Oriente y del Norte
de África adoptan la democracia y se ponen gradualmente al día con el
mundo desarrollado en términos de inclusión social y política, así como
la libertad e innovación cultural, el reino de Arabia Saudí parece más y
más una peligrosa aberración.
Como reflejo de su decrépita y moribunda dirigencia, toda la Casa de Saud se encamina hacia el olvido.
Mahan Abedin es un analista egipcio de política de Medio Oriente.
Fuente: Rebelion.org
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