Como se convirtieron EE.UU. y Pakistán en la familia nuclear disfuncional de las relaciones internacionales
La alianza del infierno
TomDispatch
Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens |
EE.UU. y Pakistán
son actualmente un ejemplo clásico de una familia nuclear disfuncional
(con énfasis en “nuclear”). Mientras los dos gobiernos y sus pueblos se
hacen más sospechosos y rencorosos mutuamente cada mes que pasa,
Washington e Islamabad siguen bloqueados en un embarazoso abrazo
posterior al 11-S que, en esta situación, ninguno de los dos puede
romper.
Washington mantiene a flote a Pakistán, con su
economía en colapso y sus infladas fuerzas armadas, pero éste también
depende de manera agobiante de sus dádivas y de préstamos del Fondo
Monetario Internacional aprobados por EE.UU. Mientras tanto, los drones
de la CIA atacan unilateralmente sus áreas tribales fronterizas.
Islamabad devuelve el favor. Tiene a Washington como rehén respecto a su
guerra afgana de la cual el Pentágono no podrá salir de manera ordenada
sin su ayuda. Al bloquear las rutas de suministro hacia Afganistán a
EE.UU. y la OTAN (después de un ataque estadounidense a través de la
frontera que mató a 24 soldados paquistaníes) desde noviembre de 2011
hasta julio pasado, Islamabad logró aumentar el coste de la guerra
mientras subrayaba su indispensabilidad al gobierno de Obama.
En
el corazón de esta acerba relación, sin embargo, está el arsenal de 110
bombas nucleares de Pakistán que, si el país se desintegrara, podría
caer en manos de militantes islamistas, posiblemente del interior de su
propio establishment de la seguridad. Como Barack Obama
comunicó en secreto a sus asistentes, esta sigue siendo su peor
pesadilla de política exterior, a pesar de la decisión del ejército de
EE.UU. de entrenar a una unidad de comandos para recuperar las bombas
nucleares de Pakistán, en caso que los extremistas se apoderaran de
algunas de ellas o de materiales para producir ellos mismos una “bomba
sucia”.
Dos públicos, opiniones divergentes
El
alto comando militar de Pakistán teme los planes de contingencia del
Pentágono de apoderarse de sus bombas nucleares. Después del ataque
clandestino de los SEAL estadounidenses que asesinaron a Osama bin Laden
en Abbottabad en mayo de 2011, cargó elementos de su arsenal nuclear en
camiones, que circularon por el país para frustrar cualquier posible
intento de hacerse con sus posesiones más valiosas. Cuando el senador
John Kerry llegó a Islamabad para calmar los nervios después del
asesinato de bin Laden, altos funcionarios paquistaníes insistieron en
una promesa escrita de EE.UU. de no atacar sorpresivamente su arsenal
nuclear. Él rechazó la demanda.
Desde entonces la
desconfianza mutua entre los dos aliados nominales –una relación
encapsulada por algunos en el término “AmPak”– solo se ha intensificado.
El mes pasado, por ejemplo, Pakistán se convirtió en el único país
musulmán que llamó oficialmente al gobierno de Obama a que prohibiera el
videoclip antiislámico de 14 minutos La inocencia de los musulmanes, que presenta al Profeta Muhammad como mujeriego, un fraude religioso y pedófilo.
Mientras
ofrecía una recompensa de 100.000 dólares por el asesinato de Nakoula
Basseley Nakoula, el productor cristiano egipcio-estadounidense de la
película, el ministro de Ferrocarriles de Pakistán Ghulam Ahmad Bilour
llamó a al Qaida y a los talibanes paquistaníes a “unirse a esta noble
acción”. El primer ministro Raja Ashraf distanció a su gobierno de la
incitación al asesinato de Bilour, una ofensa criminal según la ley
paquistaní, pero no lo echó de su gabinete. El Departamento de Estado de
EE.UU. condenó enérgicamente la acción de Bilour.
Pakistán
también se destacó como el único Estado musulmán cuyo gobierno declaró
un día festivo público: “Día del amor al Profeta Muhammad”, para alentar
a su pueblo a manifestarse contra la película ofensiva. La estrategia
de la embajada de EE.UU. de desarmar la crítica con anuncios en la
televisión y en periódicos mostrando al presidente Obama y a la
secretaria de Estado Hillary Clinton condenando “el contenido y el
mensaje” del filme no desalentaron a los manifestantes. De hecho, las
protestas en las principales ciudades paquistaníes se volvieron tan
violentas que murieron 23 manifestantes, la mayor cantidad en todo el
mundo.
Aprovechando la posición del gobierno, las
organizaciones yihadistas prohibidas hicieron una desafiante
demostración de la continuación de su existencia. En Lahore, capital de
Punjab, la mayor provincia del país, los activistas del prohibido
Lashkar-e Taiba (Ejército de los Puros), cuyo líder Hafiz Saeed es
objeto de una recompensa de 10 millones de dólares de Washington,
movilizó a los manifestantes hacia el consulado estadounidense cuyo
perímetro defensivo se había violado anteriormente en la misma semana.
En Islamabad, los activistas de Sipah-e-Sahaba (Soldados de los
Compañeros del Profeta), una facción suní ilegal, chocaron durante horas
con la policía durante una marcha hacia el enclave diplomático
fuertemente protegido.
Estas organizaciones ilegales
siguen operando impunemente en un entorno que se ha vuelto rabiosamente
antiestadounidense. Un estudio de junio de 2012 del Pew Research Center
(PRC), basado en Washington, estableció que un 74% de los paquistaníes
consideran que EE.UU. es un enemigo. Al contrario, solo un 12% cree que
la ayuda de EE.UU. colabora para solucionar los problemas del país. Un
89% describe como “mala” la situación económica de su nación.
La
opiniñon del público estadounidense sobre Pakistán también es poco
prometedora. Unos sondeos realizados en febrero por Gallup y Fox News
indicaron que el 81% de los estadounidenses tiene una opinión
desfavorable de ese país; solo un 15% piensa lo contrario, la cifra más
baja del período posterior al 11-S (y solo los restantes Estados del
“eje del mal”, Irán y Corea del Norte, obtienen peores resultados).
Opiniones conflictivas sobre la Guerra contra el Terror
La
mayoría de los estadounidenses considera que Pakistán es un aliado
especialmente poco fiable en la guerra contra el terror de Washington.
El que haya otorgado refugio a bin Laden durante 10 años antes de su
muerte violenta en 2011 reforzó esa percepción. Se considera ampliamente
que el sucesor de bin Laden, Ayman Zawahiri, se oculta en Pakistán. Lo
mismo se aplica a Mullah Muhammad Omar y otros dirigentes de los
talibanes afganos.
Parece increíble que todos esos
enemigos de Washington puedan seguir funcionando en el país sin
conocimiento de su poderosa dirección de la Inteligencia Inter-Servicios
(ISI) que supuestamente tiene cerca de 100.000 empleados e informantes.
Incluso si los oficiales en servicio del ISI no están coludidos con los
talibanes afganos, es obvio que numerosos oficiales retirados del ISI
sí lo están.
La justificación de esto, dicen en privado
los altos funcionarios paquistaníes, es que los talibanes afganos y sus
aliados, la Red Haqqani, no atacan objetivos en Pakistán y no plantean
ninguna amenaza para el Estado. En la práctica, esas entidades
políticas-militares están apoyadas por Islamabad como futuros sustitutos
en el Afganistán postestadounidense. Su tarea es asegurar un gobierno
pro Islamabad en Kabul, inmune a las ofertas de ayuda económica a gran
escala de India, la superpotencia regional. En resumidas cuentas todo se
reduce a que Washington e Islamabad persiguen objetivos conflictivos en
el Afganistán devastado por la guerra y también en Pakistán.
La
posición multifacética del gobierno paquistaní hacia Washington cuenta
con amplio apoyo público. La hostilidad popular hacia EE.UU. proviene de
varios factores interrelacionados. Sobre todo, la mayoría de los
paquistaníes ven la guerra contra el terror desde una perspectiva
radicalmente diferente a la de los estadounidenses. Ya que sus
primordiales objetivos han sido los países predominantemente musulmanes
de Afganistán e Irak, la consideran equivalente a una cruzada
estadounidense contra el Islam.
Mientras los expertos y
políticos estadounidenses citan invariablemente los 24.000 millones de
dólares de ayuda económica y militar que Washington ha dado a Islamabad
en el período posterior al 11-S, los paquistaníes subrayan el alto
precio que han pagado por participar en la guerra dirigida por EE.UU.
“Ningún país y ningún pueblo han sufrido más en la épica lucha contra el
terrorismo que Pakistán”, dijo el presidente Asif Ali Zardari en la
Asamblea General de las Naciones Unidas el mes pasado.
Su
gobierno argumenta que, como resultado de su participación en la guerra
contra el terror, Pakistán ha sufrido una pérdida de 68.000 millones de
dólares durante la última década. Esta estadística, ampliamente
diseminada en el interior del país, incluye un cálculo de pérdidas
debidas a una disminución de las inversiones extranjeras y efectos
adversos en el comercio, el turismo y los negocios. Islamabad atribuye
todo esto a la inseguridad causada por los actos terroristas de los
yihadistas locales como reacción por su participación en la guerra de
Washington. Además hubo unos 4.000 militares muertos en operaciones
posteriores al 11-S contra grupos terroristas y sus militantes
nacionales, significativamente más que todos los soldados aliados
muertos en Afganistán. También han muerto o sufrido heridas unos 35.000
civiles por ese motivo.
Los drones avivan la cólera popular
En
un discurso en septiembre en la Asia Society de Nueva York, la ministra
de Exteriores paquistaní Hinna Rabbani Khar tuvo que dar una
explicación por el reciente sentimiento antiestadounidense de su país.
Respondió con una sola palabra: “drones”. En un momento dado los drones
de la CIA, zumbando como avispas y armados de misiles Hellfire, vuelan
en círculos las veinticuatro horas del día sobre un área en la zona
tribal de Pakistán y sus cámaras de alta resolución registran todo
movimiento en tierra. Eso produce un terror permanente en la gente del
lugar, ya que no puede adivinar cuándo y dónde dispararán los misiles.
Un
estudio realizado en junio por Pew Research Center muestra que el 97%
de los paquistaníes familiarizados con los ataques de drones reaccionan
con una posición negativa. “Los que están familiarizados con la campaña
de drones también creen en su abrumadora mayoría (94%) que los ataques
matan a mucha gente inocente”, señala el informe. “Casi tres cuartos
(74%) dicen que no son necesarios para defender a Pakistán de las
organizaciones extremistas”. (En marcado contraste, un sondeo en febrero
de Washington Post-ABC News estableció que un 83% de los estadounidenses –y 73% de los demócratas liberales– apoyan los ataques con drones de Obama).
Una
reciente “marcha” antidrones de una caravana de coches de 15 kilómetros
desde Islamabad a la frontera de la agencia tribal de Waziristán del
Sur fue dirigida por Imran Khan, jefe del partido político Movimiento
por la Justicia. Con participación de manifestantes de EE.UU. y Gran
Bretaña, fue un dramático recuerdo de la profundidad del sentimiento
popular contra los drones. Al abstenerse de entrar por la fuerza en
Waziristán del Sur desafiando una prohibición oficial, Khan se mantuvo
dentro de la ley. Al hacerlo, realzó su ya impresionante tasa de
aprobación del 70% y mejoró las posibilidades de su partido
–comprometido a terminar con la participación de Islamabad en la guerra
contra el terror de Washington– de progresar en la próxima elección
parlamentaria.
A diferencia de Yemen, donde el gobierno ha
autorizado al gobierno de Obama a realizar ataques con drones, los
dirigentes paquistaníes, que aceptaron implícitamente tales ataques
antes de la brutal violación de la soberanía de su país por el Pentágono
en el asesinato de bin Laden, ya no lo hacen. “El uso de ataques
unilaterales en territorio de Pakistán es ilegal”, dijo la ministra de
Exteriores Khar. Su gobierno, explicó, necesita ganar respaldo popular
para su campaña para aplastar a grupos militantes armados y los drones
lo imposibilitan. “Mientras los drones vuelan sobre el territorio de
Pakistán, se convierte en una guerra estadounidense y toda la lógica de
que sea nuestra lucha, en nuestro propio interés, se abandona
automáticamente y de nuevo es una guerra que nos imponen”.
Detrás
del uso de un drone, helicóptero, o caza para atacar un objetivo en un
país extranjero hay una versión actualizada de la doctrina de la
“persecución implacable”, que ignora el concepto básico de la soberanía
nacional. Los dirigentes paquistaníes temen que si no protestan por el
incesante uso de drones por parte de Washington para “asesinatos
selectivos” de individuos residentes en Pakistán seleccionados por la
Casa Blanca, su archirrival India haga lo mismo. Atacará los campos de
Pakistán donde supuestamente entrenan a terroristas para desestabilizar
Cachemira. Es una de las actuales pesadillas de los altos generales de
Pakistán.
El enigma nuclear
Ya que
India sería el objetivo preferido de cualesquiera extremistas con armas
nucleares, el gobierno indio teme la posibilidad de que las bombas
nucleares de Pakistán caigan en tales manos mucho más que el presidente
Obama. La alarma de Delhi y Washington está muy justificada,
particularmente porque el arsenal de Pakistán crece más rápido que
cualquier otro del mundo y las últimas versiones de artefactos nucleares
que está produciendo son más pequeños y por lo tanto más fáciles de
robar.
Durante los últimos cinco años los extremistas
paquistaníes han perpetrado una serie de ataques a instalaciones
militares importantes, incluidas instalaciones nucleares. En noviembre
de 2007, por ejemplo, atacaron la base aérea Sargodha donde están
estacionados aviones jet F-16 con capacidad nuclear. Al mes siguiente un
atacante suicida atacó una base de la Fuerza Aérea paquistaní en Kamra,
a 60 kilómetros al noroeste de Islamabad, en la que se cree que hay
armas nucleares. En agosto de 2008 un grupo de atacantes suicidas hizo
volar las puertas de un complejo de armamento en el acantonamiento Wah
que contiene una planta de ensamblaje de ojivas nucleares, causando 63
muertos. Otro asalto a Kamra tuvo lugar en octubre de 2009 y otro más en
agosto pasado, esta vez por ocho atacantes suicidas de los talibanes
paquistaníes.
En vista de la dependencia de Pakistán del
continuo suministro de armamento avanzado hecho en EE.UU. –esencial para
resistir cualquier ataque de India en una guerra convencional– su
gobierno ha tenido que tranquilizar continuamente a Washington diciendo
que la seguridad de su arsenal nuclear está garantizada. Sus dirigentes
han asegurado repetidamente a sus homólogos estadounidenses que los
contenedores de combustible nuclear y los detonadores para activar las
armas están almacenados por separado y custodiados por una guardia
segura. Esto no ha logrado calmar las ansiedades de sucesivos
presidentes de EE.UU. Lo que desconcierta a EE.UU. es que, a pesar de
contribuir con cientos de millones de dólares a los programas para que
Pakistán asegure sus armas nucleares, no sepa cuántas de esas armas hay
en los almacenes.
Esto no va a cambiar. Los planificadores
militares de Islamabad conjeturan correctamente que Delhi y Washington
querrían convertir a Pakistán en una potencia no nuclear. Actualmente
ven su arsenal nuclear como el único elemento efectivo de disuación que
tienen frente a una agresión india como la que, desde su punto de vista,
sufrieron en 1965. “Desarrollamos todas estas bombas nucleares para
usarlas contra India”, dijo un alto oficial militar paquistaní anónimo
citado recientemente en el londinense Sunday Times Magazine. “Ahora resulta que son muy útiles para afrontar a EE.UU.”
En
conclusión, el alto mando militar de Pakistán ha llegado a ver su
arsenal nuclear como un elemento disuasorio efectivo no solo contra su
adversario tradicional, India, sino también contra su aliado nominal,
Washington. Si un modo de pensar semejante se concretiza en la doctrina
militar del país en los años después de la retirada del Pentágono de
Afganistán, es posible que Pakistán acabe viéndose eliminado por
Washington de su lista de aliados de fuera de la OTAN, terminando la
familia nuclear disfuncional de la política internacional. Es difícil
predecir lo que eso significaría en términos globales.
Dilip Hiro, colaborador regular de TomDispatch, es autor de 33 libros. El más reciente es Apocalyptic Realm: Jihadists in South Asia (Yale University Press, New Haven and London).
Fuente: Rebelion.org
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