Gran Bretaña, en busca de una identidad post hegemónica
Hubo una vez un
tiempo en que el sol nunca se ponía en el imperio británico. ¡Pero no
más! En 1945 Winston Churchil profirió la famosa frase:
No me convertí en el primer ministro del rey para presidir la liquidación del imperio británico. Pero, de hecho, eso fue exactamente lo que hizo. Churchill supo diferenciar entre la rimbombancia y el poder.
Desde
1945 Gran Bretaña siempre ha intentado, con dificultad considerable,
ajustarse al papel de una potencia hegemónica del pasado. Uno tiene que
apreciar lo difícil que es esto, tanto sicológica como políticamente.
Hoy parecería que los dilemas de esta estrategia política implosionaron
por fin, y que enfrenta opciones que son todas malas.
Gran
Bretaña emergió de la Segunda Guerra Mundial como uno de los Tres
Grandes –Estados Unidos, Unión Soviética y Gran Bretaña. Sin embargo,
era el más débil de los Tres Grandes. La estrategia que eligió fue
hacerse el socio menor de Estados Unidos –la nueva potencia hegemónica. A
esto se le llamaba, por lo menos en Gran Bretaña, la
relación especialque mantenía con Estados Unidos.
El
beneficio más grande que Gran Bretaña obtuvo de esta relación especial
fue la transferencia inmediata de tecnología nuclear, lo que permitió
que Gran Bretaña fuera, desde ese momento en adelante, una potencia
atómica. Estados Unidos no tuvo un gesto semejante, de ninguna manera,
con la Unión Soviética. Mucho menos con Francia. Estados Unidos buscaba
un monopolio nuclear global, compartido únicamente con su socio menor.
Por supuesto, como bien sabemos, este monopolio global fue desecho
primero por la Unión Soviética, luego por Francia y China, y después por
un buen número de otros Estados.
En la Europa occidental
continental los primeros pasos hacia la reconciliación franco-alemana
comenzaron como la Comunidad Europea del Carbón y el Acero. Ésta incluía
a seis naciones –Francia, Alemania, Italia y el trío Benelux de
Bélgica, Holanda y Luxemburgo. No incluía a Gran Bretaña. Estos primeros
pasos hacia la Unión Europea de hoy fueron alentados en ese entonces
por Estados Unidos, como un modo de hacer posible la incorporación de
las partes occidentales de Alemania en lo que habría de convertirse en
la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN).
No es
seguro que los dirigentes británicos apreciaran esta nueva estructura
continental europea. Gran Bretaña pareció reaccionar buscando asumir una
postura geopolítica independiente de Estados Unidos. Y unió fuerzas con
Francia e Israel para atacar al Egipto de Nasser. En ese entonces
Estados Unidos buscaba otra estrategia en Medio Oriente, y de inmediato
reprendió a Gran Bretaña y le insistió que retirara sus tropas. Esto fue
humillante para Gran Bretaña, pero también le recordó los límites de su
capacidad para ser independiente de Estados Unidos.
Sin embargo,
después de esto, Estados Unidos comenzó a alentar a Gran Bretaña a
unirse a las estructuras continentales. En parte, esto se debió a que
Estados Unidos comenzó a preocuparse al ver que estas estructuras
asumían una posición, inspirada por los franceses, relativamente
independiente. Desde el punto de vista estadunidense, Gran Bretaña
podría ayudar a evitar esto. Desde el punto de vista británico, entrar
ahí tenía una ventaja particular. El último vestigio remanente de su
antigua hegemonía era el importante y continuo papel de la City de Londres en las finanzas mundiales. Gran Bretaña necesitaba acceso a los mercados europeos para garantizar este papel.
Así
que Gran Bretaña entró en las estructuras para el gran disgusto de
Charles de Gaulle, que entendió con bastante claridad las motivaciones
estadunidenses al respecto. Para la década de los 70, fue la hegemonía
de Estados Unidos la que comenzó a ser cuestionada. Tanto Francia como
Alemania impulsaron aperturas diplomáticas con la Unión Soviética, que
habrían de culminar mucho después, en 2003, en la resistencia
franco-ruso-alemana, que logró que el Consejo de Seguridad no respaldara
la invasión militar estadunidense de Irak.
Al comenzar el caos
geopolítico, el gobierno británico se alió totalmente con Estados
Unidos. La completa subordinación de Tony Blair a la política
estadunidense comenzó a avergonzar aun a la opinión pública británica,
que empezó a valorar bastante menos una relación especial tan
unilateral. Más y más gente en Gran Bretaña buscó retirarse del vínculo
con Estados Unidos y de los vínculos europeos. La creciente fuerza del
Partido de la Independencia del Reino Unido (UKIP) es una expresión
importante de este cambio de sentimientos.
Gran Bretaña se ha
negado a entrar a la zona del euro. En el torbellino económico que se
volvió tan evidente después de 2008, el deseo de retirarse de la Unión
Europea creció constante en sí misma, sobre todo al interior del Partido
Conservador. Esto, por supuesto, alarmó a los grupos financieros de la City
de Londres, que correctamente vieron que una de las consecuencias
podría ser que Frankfurt eclipsara a Londres como centro financiero
europeo.
Gran Bretaña tiene otros problemas –la siempre creciente
fuerza del regionalismo (y hasta el prospecto de independencia) de
Gales, Escocia e Irlanda del Norte. Gran Bretaña se resiste, lo mejor
que puede, a quedar reducida a Inglaterra. Y lo está haciendo en un
momento en que Estados Unidos no parece estar significativamente
comprometido con algo siquiera semejante a una relación especial.
El
problema de Gran Bretaña hoy es que todas las opciones que enfrenta son
malas. Gran Bretaña desea insistir en que todavía es una potencia
militar importante. Pero el mismo gobierno que lo pregona es también el
que está reduciendo el gasto para sus fuerzas armadas, y el tamaño de
las mismas, como parte de su programa de austeridad.
El mayor
problema con Gran Bretaña hoy es que el resto del mundo ya no lo
considera un país importante como actor financiero o geopolítico. Ser
ignorado no es el destino más feliz para un poder hegemónico del pasado.
Traducción: Ramón Vera Herrera
Fuente: Rebelion.org
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