Obama: la guerra y el desarme moral de Estados Unidos
Una de las lecciones que los halcones norteamericanos aprendieron luego de la derrota sufrida en Vietnam es que el control del frente interno -es decir, la orientación de la opinión pública en la retaguardia- puede llegar a ser tan determinante como la fuerza del aparato militar que se despliegue en el teatro bélico. De ahí que desde entonces la industria cultural estadounidense se haya dedicado -salvo honrosas y marginales excepciones- a “re-educar” a la población para que conciba a las guerras de rapiña que conduce el imperio como heroicas cruzadas destinadas a perseguir a monstruosos terroristas, instituir el primado de los valores fundamentales de la así llamada “civilización” occidental (democracia, derechos humanos, justicia y, por supuesto, libertad de mercado) y garantizar la seguridad nacional norteamericana ante tan execrables enemigos. Uno de los componentes de ese verdadero desarme moral –el reverso dialéctico del rearme militar- ha sido el adormecimiento de la conciencia pública. Esto se expresa, por ejemplo, en la intensa propaganda encaminada a naturalizar la tortura, presentada como el único recurso eficaz a la hora de preservar la vida y la propiedad de centenares de miles de honestos norteamericanos de los criminales designios de los terroristas. Son innumerables las series de televisión, películas, programas radiales y medios gráficos que se encargan de inocular, con perversa meticulosidad, este veneno en la población estadounidense. Desgraciadamente, la cada vez más conservatizada academia norteamericana no se queda atrás en tan indignos propósitos.
Claro está que este masivo y persistente lavado de cerebros no se
limita tan solo a legitimar la tortura. Su ambición es mucho mayor: se
trata de “formatear” la conciencia pública a los efectos de otorgar
credibilidad al relato épico según el cual Dios le ha confiado a la
nación norteamericana la realización de un virtuoso “Destino Manifiesto”
de alcance universal. Ante él, cualquier disenso orilla peligrosamente
en la traición o la apostasía. La conquista de ese mundo feliz no es una
empresa fácil: exige sacrificios y la aceptación de dolorosas
realidades, como la tortura y los “daños colaterales” inevitables en
toda guerra. Pero recientemente el énfasis de la campaña propagandística
se ha venido concentrando sobre la eticidad y legalidad de los
asesinatos selectivos perpetrados contra los enemigos del sistema, cuyos
nombres constan en una tétrica nómina aprobada por la Casa Blanca.
Instrumento fundamental de este plan criminal son los aviones no
tripulados: los drones.
La eficacia de ese proceso de
insensibilización moral ha sido notable. Tal como lo observa Nick Turse,
uno de los más reconocidos especialistas en cuestiones militares de los
Estados Unidos, este es el único país en el cual una mayoría de la
población (56 %) está abiertamente a favor de enviar drones a cualquier
lugar del planeta con tal de capturar o aniquilar terroristas. Una de
las últimas encuestas levantadas por la Pew Research en Marzo de
este año señala que 68 por ciento de los votantes o simpatizantes
republicanos está de acuerdo con esa práctica criminal, mientras que
comparten este punto de vista el 58 por ciento de los demócratas y el 50
por ciento de los independientes. En ningún otro país del mundo se
registran sentimientos de este tipo. La medición internacional relevada
por Pew Research demuestra que en Francia el 63 por ciento reprueba la
utilización de drones; 59 por ciento en Alemania y, ya fuera de Europa,
el 73 por ciento en México; 81 por en Turquía, 89 por ciento en Egipto
al paso que en Pakistán, donde la actividad criminal de los drones es
cosa de todos los días, un previsible 97 por ciento de los encuestados
condena el empleo de ese mortal instrumento. [1]
No obstante, pese a esta generalizada repulsa fuera de Estados Unidos
las operaciones terroristas a cargo de aviones no tripulados crecieron
exponencialmente durante el mandato del inverosímil Premio Nobel de la
Paz Barack Obama. Esta opción presidencial es tan fuerte que en la
actualidad la Fuerza Aérea de Estados Unidos está entrenando un número
mucho mayor de pilotos de drones que de los convencionales, los que
tripulan bombarderos y aviones caza. Todo un signo de la virulencia de
la actual de la contraofensiva imperialista, que desmiente en los
hechos, y con las pilas de víctimas que crecen sin cesar, los discursos
humanistas de Obama y la moralina de sus aparatos nacionales e
internacionales de manipulación de conciencias. Los medios del sistema
presentan al presidente como un hombre de bien cuando, como lo afirma el
brechtianamente imprescindible Noam Chomsky, se trata de otro asesino
serial más de los varios que han ocupado la Casa Blanca en las últimas
décadas. Un solo dato es suficiente para inculparlo: según un informe
del Bureau of Investigative Journalism por cada “terrorista”
eliminado mediante ataques de drones (dejando de lado un análisis de lo
que el gobierno estadounidense entiende por “terrorista”) mueren 49
civiles inocentes. Nada de esto es ventilado por la prensa hegemónica
dentro de Estados Unidos y sus secuaces de ultramar.
La
inesperada decisión del gobierno colombiano de ingresar a la OTAN, o al
menos de sellar varios acuerdos de cooperación con esa organización
terrorista internacional, sólo puede entenderse al interior de los
cambios operados en la doctrina y la estrategia militar de los Estados
Unidos. Turse señala que las operaciones militares que ese país está
llevando a cabo en estos momentos en Oriente Medio, Asia, África y
América Latina tienen seis componentes distintivos, los cuales fueron
diseñados para disimular o al menos encubrir la magnitud del esfuerzo
bélico en que incurre Washington y, de paso, deslindar sus
responsabilidades por la comisión de innumerables crímenes de guerra que
podrían llevar a sus responsables ante la Corte Penal Internacional. [2]
Estos seis elementos son los siguientes: (a) robustecimiento de las
fuerzas de operaciones especiales, como los Seals, que fueron quienes
dieron muerte a alguien que, dicen, era Osama bin Laden; (b) la ya
mencionada expansión de las operaciones de los drones, para realizar
asesinatos selectivos de “terroristas” o personajes molestos para
Estados Unidos; (c) intensificación del espionaje, algo que ha saltado
escandalosamente a la luz pública en los últimos días; (d) elección y
promoción de “socios civiles” que favorezcan los proyectos imperiales,
lo que se realiza bajo el disfraz del “empoderamiento” de la sociedad
civil –ONGs, la NED y la USAID canalizando millones de dólares para
financiar a grupos para que se opongan a Evo Morales, Rafael Correa y
Nicolás Maduro- y entrenamiento de líderes sociales y políticos, como
Henrique Capriles, por ejemplo; (e) ciberguerras y, finalmente, (f)
reclutamiento de fuerzas de combate en proxies, es decir, países cuyos
gobiernos ejecutan las iniciativas que la Casa Blanca no quiere asumir
abierta y públicamente.
De estas seis facetas de las guerras de
última generación la que ha pasado más desapercibida ha sido la última:
el entrenamiento y empleo de fuerzas militares de los proxies,
movilizados para atacar targets enemigos de los Estados Unidos
pero que Washington no estima conveniente u oportuno hacerlo de modo
directo, involucrando sus propias fuerzas. Si los primeros cinco
componentes gozaron de mucha visibilidad, no ocurrió lo mismo con el
último, cuya idea directriz es descargar cada vez más el “trabajo sucio”
del sostenimiento militar del imperio en los proxies regionales. De
este modo se preserva a la Casa Blanca de las condenas y críticas que
suscitaría una intervención militar directa en las “zonas calientes” del
sistema internacional a la vez que logra que los muertos los pongan sus
aliados, lo que reduce los costos domésticos –por ejemplo, ante la
opinión pública norteamericana- de las aventuras militares del imperio.
Por ejemplo, en Siria, apelando a los mercenarios enviados por las
teocracias del golfo para cumplir las tareas que tendrían que hacer las
tropas imperiales.
No es demasiado difícil imaginar cual es
el plan de operaciones que Washington tiene preparado para América
Latina y el Caribe, y cuál será el papel que en la ejecución del mismo
se le asigne a un país, Colombia, cuyo gobierno redobla sin pausa su
apuesta por la carta militar –ahora con la colaboración no sólo del
Pentágono sino también de la OTAN- y cuya clase dirigente tiene como una
de sus supremas aspiraciones convertir a su país en “la Israel de
América Latina.”
Notas:
[1] http://www.pewresearch.org/fact-tank/2013/05/24/obama-and-drone-strikes-support-but-questions-at-home-opposition-abroad/ [2] Ver “Tomgram: Nick Turse, Tomorrow's Blowback Today?” en http://www.tomdispatch.com/blog/175580/tomgram%3A_nick_turse,_tomorrow's_blowback_today/
Fuente: Rebelion.org
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