domingo, 1 de septiembre de 2013

Tunuyán: construyen casas con chala de ajo

Es una "eco aldea" en la que las familias optan por la bioconstrucción; es decir, con materiales que les da la naturaleza. Las levantan en dos meses con solo 1.500 pesos.

Gisela Manoni - gmanoni@losandes.com.ar

Tunuyán: construyen casas con chala de ajo
Modelo. Una de las viviendas hechas con chala de ajo, botellas de vidrio y parabrisas. (Marcelo Rolland / Los Andes)

"No es una moda. No es esnobismo. Estamos buscando vivir en espacios más naturales, construidos con elementos menos agresivos. Sí querés, menos tóxicos", dice Azucena Pereyra mientras invita a ingresar a la estructura circular -con paredes de adobe llenas de diseños artísticos y botellas como ventanas- que funciona como su consultorio de nutrición y que parece la casa de un hobbit, los personajes de "El señor de los anillos".

Más de diez años de investigación, y de explorar entre andamios y cucharas los distintos barros y materiales que hallaban en la zona, les llevó a Azucena y a su compañero Jorge Degen dar con el método que, "por el momento" -ellos prefieren seguir indagando-, eligen para edificar sus viviendas. En la opción pesa que es termodinámico, sismorresistente y se adecua a las condiciones ambientales que les impone este rincón de Tunuyán que eligieron como terruño.

Se trata de una quincha "adaptada". La palabra ?quincha' proviene del quechua y significa pared, muro, cerco, corral.

Este sistema constructivo fue utilizado también por los primeros inmigrantes franceses y españoles que habitaron en la región. Consiste en armar un esqueleto (estructura y cimientos) de troncos y maderas entrelazadas y luego rellenarlo con barro.

La confección de ese barro les llevó bastante tiempo. Sabían por Gernot Minke (arquitecto alemán, doctor en ingeniería y referente mundial en bioconstrucción) que en el relleno está la clave de la termosidad y que se debe dejar espacio en el medio.

"Amigos de Buenos Aires o Santa Fe le agregan al barro la paja del trigo. Aquí probamos con la chala de ajo que tiran en los galpones y resultó algo muy interesante", expone la mujer.

Con estos materiales de bajo impacto ambiental la pareja edificó parte de su casa, el consultorio, un almacén para los productos orgánicos y ahora se proponen levantar un salón de usos múltiples para la ?eco aldea' que están armando en la propiedad, junto a otras familias.

Cada detalle arquitectónico en las casas de la comunidad está pensado en función del ambiente. Techos "vivos", cubiertos de chépica o cortaderas, que aseguran el aislamiento térmico. Botellas o parabrisas de autos reciclados para permitir la entrada de luz y capturar el calor del sol.

Diseños con un marcado desnivel hacia el sur, armándole una especie de terraplén al gélido viento que de allí proviene. Tapiales de adobe elástico y flexible para "moverse" con los sismos. Paredes estructuradas con la madera que sobra del armado de bines. Terminaciones en arcilla.

Como todos, Gustavo Giordano -uno de los vecinos- le sumó al diseño su toque personal. Un vistoso alero, con un pórtico hecho de ramas de árboles y bancos también en troncos que dan la bienvenida e invitan a los visitantes al cálido hogar.

"Levantamos esta construcción en dos meses y con 1.500 pesos hace dos años", señala Azucena.

"La vivienda y la comida son derechos inalienables, no se puede jugar ni negociar con ellos. Parece que la única manera legal de acceder a una casa digna y económica es por el IPV. El proceso de edificar la propia independiza, dignifica y empodera a la familia", agrega esta nutricionista, que se reconoce fanática absoluta de Gaudí.

Un estilo de vida

La opción por la bioconstrucción es parte de una particular visión del mundo que comparten estos valletanos, la mayoría con estudios universitarios, y que involucra una manera de actuar frente a la salud, la educación y la alimentación.

Esta aldea tiene una huerta orgánica común en la que todos colaboran con 'horas-trabajo', una piscina y hasta un pequeño sauna natural cerca de un arroyito.

Los Degen-Pereyra (con tres hijos) podrían haber optado por vivir en El Bolsón o en las sierras cordobesas, como muchos de sus amigos, pero dicen que eligieron Tunuyán por el agua. Cerca de la propiedad donde se está armando esta comunidad tienen su finca familiar.

Cuando llegaron al lugar sólo existía la casa de material del encargado. "Lo primero que levantamos fue una cabaña de troncos, sin tener ningún tipo de conocimiento", recuerdan. Después, empezaron a explorar en la construcción natural a través de las experiencias de amigos y con el asesoramiento personal y en talleres de su amigo Jorge Belanko, un referente nacional del tema.

"El cemento no tiene nada que ver con lo que yo busco para mi vida. El 6% del CO2 producido por la humanidad en el planeta es por el uso de cemento en la construcción", dice Azucena, que se crió en el microcentro mendocino.

El proceso también tiene una fuerte implicancia social. Las familias se ayudan entre sí, no hay maestros mayores de obra, todos son operarios. "Los dueños de la casa ponen el asado -si pueden- y todos pasamos el fin de semana armando la vivienda", indica.

En su construcción también contó con la colaboración de jóvenes de otros países, que se alojan por temporadas allí como voluntarios de huertas orgánicas. Un grupo de israelíes y franceses, por ejemplo, pusieron un plus de arte a las paredes del almacén de productos. "Estas figuras y diseños representan los cuatro elementos", apuntó la mujer. 

Una feria para comer más sano

Historias semejantes de esfuerzo y de opción por lo ecológico reúne la bioferia que todos los sábados por la mañana se instala en el parquecito del barrio Cano, en la Ciudad de Mendoza. Allí, los ya clientes habituales encuentran desde fruta y verdura de temporada hasta panificados, lácteos y legumbres que se producen de manera orgánica y cuidada en todo el país.

Sucede que las doce familias que integran la feria desde sus comienzos han formado una red que se abastece con el intercambio con productores de todo el país. Así logran intercambiar los alimentos y productos elaborados para tener un stock tan variado como saludable. Incluso se suman también a la propuesta algunos artesanos y quienes reciclan ropas usadas con nuevos diseños para lograr seductoras "pilchitas vivificadas".

La mitad de las familias son del Valle de Uco, pero las hay también de otros rincones de la provincia. Empezaron con mucho esfuerzo hace siete años, cuando -recuerdan- trasladaban la mercadería en autos desvencijados y apenas si les alcanzaba para el combustible. Hoy, el 70 por ciento de los ingresos de estos hogares se cubre con la bioferia.

"Esto demuestra que apostar por lo natural puede ser un emprendimiento viable y rentable", asegura la nutricionista Azucena Pereyra, que desde hace tiempo incursiona en deshidratados para elaborar comida rápida y ecológica de autor.

Ahora, además han armado un banco solidario administrado por ellos para financiar ciertos proyectos, y mantienen un sistema de auto control, donde inspeccionan las técnicas utilizadas por sus pares para asegurar la calidad de los productos de la feria.
 
Fuente: Los Andes Online

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