Argentina, entre China y EE.UU.
por Felipe de la Balze. Economista y negociador internacional
La competencia entre China y los Estados Unidos será el tema central de la próxima década. La inestabilidad geopolítica está creciendo en el mundo. El sistema económico y de seguridad internacional creado por los Estados Unidos, después de la Segunda Guerra Mundial se está fracturando.
La anexión de Crimea por Rusia, la salida de Gran Bretaña de la Unión Europea, las recurrentes tensiones entre China y sus vecinos por la delimitación de fronteras marítimas en los mares del este y sur de China y ahora la elección de Donald Trump son síntomas de las mudanzas que están ocurriendo.
La causa fundamental es el fortalecimiento de potencias emergentes y la declinación relativa de los Estados Unidos. La participación económica de Occidente en el producto bruto mundial declino del 73% en 1980 al 47% en la actualidad y sigue cayendo.
Durante las últimas décadas, el proceso económico de globalización liderado por los Estados Unidos consolidó la fortuna y el poder de los países desarrollados, pero simultáneamente abrió la puerta a un grupo de países en desarrollo que aprovecharon la oportunidad que les brindo el comercio y la inversión internacional para desarrollar sus capacidades productivas. El fortalecimiento económico robusteció sus estados nacionales, creo nuevas capacidades económicas y militares y amplificó el poder relativo de las nuevas potencias emergentes.
El mundo unipolar de la posguerra fría (1990-2010), en el cual los Estados Unidos gozaban de una primacía indiscutida, se está transformando en un mundo multipolar donde varios centros regionales de poder compiten y colaboran en un escenario político, económico y militar fluido y en mutación.
Los Estados Unidos siguen siendo el país más poderoso con ventajas incontestables tanto en el campo militar como en el tecnológico y el corporativo, pero han dejado de ser la potencia hegemónica global.
China se perfila claramente como el gran competidor. El tamaño de su población (casi 1400 millones), su veloz progreso económico y participación creciente en el comercio y la inversión mundial y su cohesión interna (cultural, étnica y política) la catapultan al centro del escenario. Su poderío militar se ha fortalecido durante los últimos años.
Rusia es una gran potencia por su inmensa geografía y sus capacidades militares. Tiene la capacidad para asegurar su propia defensa y reconstruir una esfera de influencia en sus fronteras. Pero no tiene el poderío económico ni el potencial demográfico para competir con los EEUU y con China a nivel global.
La cohesión interna también cuenta: la Unión Europea, poderosa económicamente está demasiado fragmentada política y culturalmente. Su capacidad militar es limitada y su seguridad depende del paraguas nuclear norteamericano. La salida de Gran Bretaña, el surgimiento de movimientos políticos anti europeos y las tensiones internas generadas por las presiones migratorias son claros indicios de sus limitaciones.
La competencia entre los Estados Unidos y China se desarrollará en diversos planos. Competirán por quien fija las reglas del juego del comercio y del sistema monetario internacional, por el control de las organizaciones internacionales y por las normas de acceso y control del Internet.
Los mares de la región Asia y el Pacifico, por donde transita más del 60% del comercio mundial, serán una zona caliente de competencia diplomática y militar. Finalmente, como China no es auto suficiente en energía, minerales y alimentos la disputa por el acceso a dichas materias primas será un tema candente en América del Sur, en Medio Oriente y en África.
La Historia nos enseña que el surgimiento de nuevas potencias genera tensiones y guerras. Es posible que por un tiempo un “balance y equilibrio de poderes” entre las grandes potencias mantenga la paz y la prosperidad mundial.
Durante el llamado “Concierto de Europa”, que duró desde la caída de Napoleón en 1815 hasta la Primera Guerra Mundial, las seis mayores potencias (Gran Bretaña, Francia, Prusia/Alemania, Rusia, el Imperio Austro Húngaro y el Imperio Otomano) mantuvieron un balance de poder precario, pero relativamente estable. Hubo guerras, pero no fueron generalizadas y la economía mundial prosperó.
Ciertas condiciones aseguraron dicha convivencia: las potencias respetaban la legitimidad interna del sistema político de las demás potencias (aunque no les gustara), las alianzas eran flexibles y mutantes, los conflictos militares fueron contenidos dentro de ciertos límites geográficos y todas las grandes potencias participaban de un sistema capitalista/mercantilista en expansión que, en alguna medida, las beneficiaba.
La competencia geopolítica entre los Estados Unidos y China impactará fuertemente nuestra política externa e interna. Compromisos políticos y militares (como la base espacial china en Neuquén) nos pueden involucrar en conflictos bélicos. Los intereses de las grandes potencias en pugna en temas comerciales y de inversión pueden generar divisiones empresarias y políticas y desestabilizar nuestro sistema de gobierno.
Ante el surgimiento de un nuevo orden mundial, la dirigencia argentina necesita definir su rumbo. ¡Mejor que tengamos un Plan!
Fuente: Clarin.com
por Felipe de la Balze. Economista y negociador internacional
La competencia entre China y los Estados Unidos será el tema central de la próxima década. La inestabilidad geopolítica está creciendo en el mundo. El sistema económico y de seguridad internacional creado por los Estados Unidos, después de la Segunda Guerra Mundial se está fracturando.
La anexión de Crimea por Rusia, la salida de Gran Bretaña de la Unión Europea, las recurrentes tensiones entre China y sus vecinos por la delimitación de fronteras marítimas en los mares del este y sur de China y ahora la elección de Donald Trump son síntomas de las mudanzas que están ocurriendo.
La causa fundamental es el fortalecimiento de potencias emergentes y la declinación relativa de los Estados Unidos. La participación económica de Occidente en el producto bruto mundial declino del 73% en 1980 al 47% en la actualidad y sigue cayendo.
Durante las últimas décadas, el proceso económico de globalización liderado por los Estados Unidos consolidó la fortuna y el poder de los países desarrollados, pero simultáneamente abrió la puerta a un grupo de países en desarrollo que aprovecharon la oportunidad que les brindo el comercio y la inversión internacional para desarrollar sus capacidades productivas. El fortalecimiento económico robusteció sus estados nacionales, creo nuevas capacidades económicas y militares y amplificó el poder relativo de las nuevas potencias emergentes.
El mundo unipolar de la posguerra fría (1990-2010), en el cual los Estados Unidos gozaban de una primacía indiscutida, se está transformando en un mundo multipolar donde varios centros regionales de poder compiten y colaboran en un escenario político, económico y militar fluido y en mutación.
Los Estados Unidos siguen siendo el país más poderoso con ventajas incontestables tanto en el campo militar como en el tecnológico y el corporativo, pero han dejado de ser la potencia hegemónica global.
China se perfila claramente como el gran competidor. El tamaño de su población (casi 1400 millones), su veloz progreso económico y participación creciente en el comercio y la inversión mundial y su cohesión interna (cultural, étnica y política) la catapultan al centro del escenario. Su poderío militar se ha fortalecido durante los últimos años.
Rusia es una gran potencia por su inmensa geografía y sus capacidades militares. Tiene la capacidad para asegurar su propia defensa y reconstruir una esfera de influencia en sus fronteras. Pero no tiene el poderío económico ni el potencial demográfico para competir con los EEUU y con China a nivel global.
La cohesión interna también cuenta: la Unión Europea, poderosa económicamente está demasiado fragmentada política y culturalmente. Su capacidad militar es limitada y su seguridad depende del paraguas nuclear norteamericano. La salida de Gran Bretaña, el surgimiento de movimientos políticos anti europeos y las tensiones internas generadas por las presiones migratorias son claros indicios de sus limitaciones.
La competencia entre los Estados Unidos y China se desarrollará en diversos planos. Competirán por quien fija las reglas del juego del comercio y del sistema monetario internacional, por el control de las organizaciones internacionales y por las normas de acceso y control del Internet.
Los mares de la región Asia y el Pacifico, por donde transita más del 60% del comercio mundial, serán una zona caliente de competencia diplomática y militar. Finalmente, como China no es auto suficiente en energía, minerales y alimentos la disputa por el acceso a dichas materias primas será un tema candente en América del Sur, en Medio Oriente y en África.
La Historia nos enseña que el surgimiento de nuevas potencias genera tensiones y guerras. Es posible que por un tiempo un “balance y equilibrio de poderes” entre las grandes potencias mantenga la paz y la prosperidad mundial.
Durante el llamado “Concierto de Europa”, que duró desde la caída de Napoleón en 1815 hasta la Primera Guerra Mundial, las seis mayores potencias (Gran Bretaña, Francia, Prusia/Alemania, Rusia, el Imperio Austro Húngaro y el Imperio Otomano) mantuvieron un balance de poder precario, pero relativamente estable. Hubo guerras, pero no fueron generalizadas y la economía mundial prosperó.
Ciertas condiciones aseguraron dicha convivencia: las potencias respetaban la legitimidad interna del sistema político de las demás potencias (aunque no les gustara), las alianzas eran flexibles y mutantes, los conflictos militares fueron contenidos dentro de ciertos límites geográficos y todas las grandes potencias participaban de un sistema capitalista/mercantilista en expansión que, en alguna medida, las beneficiaba.
La competencia geopolítica entre los Estados Unidos y China impactará fuertemente nuestra política externa e interna. Compromisos políticos y militares (como la base espacial china en Neuquén) nos pueden involucrar en conflictos bélicos. Los intereses de las grandes potencias en pugna en temas comerciales y de inversión pueden generar divisiones empresarias y políticas y desestabilizar nuestro sistema de gobierno.
Ante el surgimiento de un nuevo orden mundial, la dirigencia argentina necesita definir su rumbo. ¡Mejor que tengamos un Plan!
Fuente: Clarin.com
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