Las mujeres del Mercury 13 y los peligros de reinventar la historia
por Daniel Marín
En 1958 una recién nacida NASA comenzó a buscar candidatos a astronauta para el proyecto Mercury. El Sputnik soviético había cogido a los Estados Unidos por sorpresa un año antes, pero ese fiasco no se volvería a repetir. La administración Eisenhower creó la NASA con el objetivo específico de poner el primer hombre en el espacio y recuperar así el prestigio de EEUU. Y sí, la palabra ‘hombre’ no es aquí sinónimo de ‘ser humano’, sino que, efectivamente, uno de los requisitos para entrar en el selecto grupo de los candidatos a astronauta era ser de sexo masculino. Cierto es que este criterio no aparecía recogido en las directrices de la NASA. No hacía falta. Todo el mundo lo daba por sentado. Solo los pilotos varones podían acumular el mínimo de 1.500 horas de vuelo en aviones militares de altas prestaciones que pedía la NASA.
Jerrie Cobb frente una cápsula Mercury en un reportaje de la revista LIFE (Wikipedia). |
La primera mujer estadounidense en el espacio, Sally Ride, no volaría hasta 1983, más de dos décadas después de crearse la NASA y el programa Mercury (Valentina Tereshkova fue la primera mujer en órbita en 1963). Pero Ride no fue la primera mujer de EEUU que intentó llegar al espacio. Entre 1959 y 1962 existió un grupo de mujeres conocido de forma informal como «Mercury 13» que probaron los límites de la sociedad de la época en cuanto a igualdad de derechos se refiere. Lamentablemente, nunca tuvieron ninguna oportunidad real de alcanzar la órbita.
La historia de las mujeres del Mercury 13 está íntimamente ligada a la de dos personas que, por supuesto, eran hombres: Donald Flickinger y Randolph Lovelace. Flickinger era médico y general de la fuerza aérea (USAF) con una carrera de película (durante la Segunda Guerra Mundial llegó a saltar en paracaídas sobre el Himalaya para ayudar a un grupo de pilotos). Había sido un pionero en el incipiente campo de la medicina espacial y fue uno de los responsables de la selección los astronautas del Mercury. Por su parte, Randolph Lovelace también había trabajado como médico a cargo del Mercury y junto con su tío, había fundado el Instituto Lovelace de Albuquerque, una institución privada centrada en estudios médicos relacionados con la aviación. Lovelace también había tenido una vida movidita. En la Segunda Guerra Mundial llegó a saltar en paracaídas desde casi trece kilómetros de altura. Quedó inconsciente al abrirse el paracaídas y sufrió congelaciones en ambas manos al caerse los guantes a gran altura.
William Randolph Lovelace II (1907–1965) (NASA). |
Flickinger y Lovelace estaban interesados en saber si las mujeres podrían superar las mismas pruebas físicas a las que habían sido sometidos los astronautas del Mercury. Les movía la simple curiosidad científica y el interés estratégico y militar del país. Los dos habían llevado a cabo estudios médicos en mujeres pilotos y querían averiguar si existía algún límite fisiológico que impedía a las mujeres alcanzar el espacio. Se rumoreaba que la Unión Soviética iba a poner una mujer en el espacio y, aunque la Casa Blanca no parecía estar preocupada por el asunto, querían que el país fuese capaz de responder a este desafío lo más rápidamente posible. Al fin y al cabo, marginar a la mitad de la población no parece una buena idea si tu objetivo es ganar a los soviéticos a toda costa.
Flickinger fue el representante de la USAF en el Comité Asesor de Ciencias de la Vida de Lovelace, encargado de establecer los estrictos –y a veces surrealistas— criterios médicos de selección del proyecto Mercury y fue además el encargado del estudio de medicina espacial en el ARDC (Air Research and Development Command) de la USAF. Como resultado de su interés por el comportamiento del organismo femenino en microgravedad creó el programa WISE (Women in Space Earnest), también conocido como WISS (Women In Space Soonest), aunque él lo llamaba simplemente «Programa de las Chicas Astronautas». WISE, como la mayor parte de programas militares de la época, era secreto y estaba dirigido por el ARDC, pero primero había que encontrar candidatas adecuadas. En septiembre de 1959 Flickinger se topó con la primera, la piloto Geraldyn M. ‘Jerrie’ Cobb, que terminaría por convertirse en la espina dorsal del programa Mercury 13. Cobb trabajaba para la empresa Aero Design y era una piloto con una experiencia de miles de horas de vuelo, aunque ninguna en aviones a reacción. Flickinger quería que Cobb fuese la primera mujer en entrenarse en el programa WISE, pero a finales de 1959 la USAF se enteró de las intenciones de Flickinger y canceló el programa de manera fulminante, probablemente temerosa de que el asunto llegase a la opinión pública.
Jerrie Cobb.
|
Al mismo tiempo la piloto Betty Skelton acaparó a las portadas, literalmente, como candidata a astronauta para el proyecto Mercury. Skelton saltó a la fama en febrero de 1960 gracias a un artículo de la revista Look en la que aparecía vistiendo un traje de presión al lado de la cápsula Mercury. Skelton también se pasó por algunas pruebas similares a las que habían pasado los astronautas varones y se fotografió con ellos en numerosas ocasiones. El entrenamiento de Skelton había surgido como una iniciativa de la revista Look. La NASA pensó que era una buena idea como campaña de relaciones públicas para promocionar el proyecto Mercury, pero en cualquier caso lo cierto es que Betty Skelton se convirtió en la primera mujer que de forma oficial realizó un entrenamiento parcial como astronauta para la NASA. No obstante se trató de un proyecto puntual resultado de una propuesta privada. Paradójicamente, Skelton ni siquiera llegaría a formar parte de las Mercury 13.
Betty Skelton en la portada de Look.
|
Mientras tanto Cobb superó todas las pruebas de la primera fase y a continuación logró usar las instalaciones MASTIF de la NASA. Bajo el nombre de MASTIF (Multiple Axis Space Test Inertia Facility) se escondía una réplica de la cápsula Mercury que podía girar con total libertad en todos los ejes para poner a prueba la capacidad de orientación y el equilibrio de los astronautas. Las aptitudes de Cobb a los mandos de MASTIF, un auténtico potro de torturas, sorprendieron al personal de la NASA, pero en cualquier caso se trataba de un experimento extraoficial. En agosto de 1960 Lovelace hizo público los resultados de las pruebas de la primera fase de Cobb y declaró que «es posible que las mujeres estén mejor preparadas que los hombres para ir al espacio». En plena histeria asociada con la Guerra Fría y la conquista del espacio las declaraciones de Lovelace atrajeron la atención de muchos medios. Cobb se hizo famosa de la noche a la mañana y apareció en periódicos y programas de televisión como la «primera astronauta americana», a pesar de que obviamente no formaba parte de ningún programa de la NASA. Llegó a protagonizar un reportaje fotográfico en la revista Life —por aquella época el summum de ser famoso— parecido al de Skelton en el que aparecía junto a cápsulas y otros equipos del proyecto Mercury. A raíz de su recién adquirida fama, en mayo de 1961 el administrador de la NASA James Webb decidió contratarla como asesora, un puesto que no tenía nada que ver con su situación de astronauta potencial.
La Fundación Lovelace no tenía dinero para sufragar un programa de esta magnitud, así que apeló a la conocida piloto Jacqueline Cochran y a su marido millonario, Floyd Odlum. La pareja aceptó financiar la aventura de Lovelace y en 1961 se invitó formalmente a 24 mujeres a participar en las pruebas, incluidas varias de las propuestas por Cobb. De todas ellas 19 se sometieron a las pruebas de la Fase I, pero solo 12 aprobaron. Este grupo, junto con Cobb, serían las conocidas como Mercury 13, aunque recordemos que no existía ninguna vinculación formal entre el programa privado de Lovelace y el proyecto Mercury de la NASA. Las trece mujeres serían Jerrie Cobb, Mary Wallace Funk, Myrtle Cagle, Sarah Gorelick, Jane Hart, Jean Hixson, Rhea Woltman, Gene Nora Stumbough, Irene Leverton Jerri Truhill Bernice Steadman y las gemelas Jan Dietrich y Marion Dietrich.
Cobb durante una de las pruebas MASTIF. |
Jerrie Cobb era sin dudas la más famosa y la portavoz informal del grupo, aunque nunca llegaron a coincidir todas al mismo tiempo. Jane Hart, con 41 años, era la mayor y, además de una experimentada piloto, era madre de nueve hijos. Funk, con solo 23 años, era la más joven. Entre ellas se llamaban FLATS (Fellow Lady Astronaut Trainees), un término acuñado por Cobb. Cobb fue la primera en superar las pruebas de la fase tres, pero, de forma inesperada, en septiembre de 1961 la Armada decidió retirar el permiso para llevar a cabo las pruebas con sus aviones a reacción en Pensacola (Florida) en la Escuela Naval de Medicina de la Aviación. En aquel momento no lo sabían, pero el rechazo frontal de los militares supuso la cancelación de facto del programa. Lovelace apeló una vez más a la fama de Jackie Cochran para que presionase en Washington con el fin de permitir la continuación del programa. No lo consiguió, pero sí que varios altos cargos de la armada se dirigieran a la NASA para saber si estaban interesados en continuar con el programa. La agencia respondió negativamente. Sin ningún apoyo externo, la armada no cambió de opinión y mantuvo el veto al entrenamiento de mujeres.
Pero si los militares o la NASA creían que las Mercury 13 se iban a rendir, se equivocaban. Aprovechando su fama, Cobb inició una gira por Washington que la llevó a reunirse con políticos y personas influyentes de todo tipo. Como resultado se creó un comité en el Congreso para analizar su caso. La audiencia pública se celebró en julio de 1961 y duró dos días. Del grupo del Mercury 13 declararon Cobb y Hart, pero también asistieron otros personajes famosos como Cochran y, especialmente, los astronautas Scott Carpenter y John Glenn, además de George Low, un alto directivo de la NASA. Los astronautas se mostraron en contra de incorporar mujeres al programa espacial, al igual que, de forma sorprendente, Cochran. Y ese fue el punto final del programa Mercury 13. El resultado del comité no sorprendió a nadie. De hecho, lo sorprendente fue que el asunto llegase tan lejos a pesar de las objeciones de los militares y la NASA. Cada una de las pilotos siguió con sus vidas, ajenas a la NASA, hasta que en 1999 la astronauta Eileen Collins invitó a diez de ellas para que fueran testigos de su segundo lanzamiento, la primera misión del transbordador espacial con una comandante. Coincidiendo con el lanzamiento la NASA les hizo un pequeño, pero más que merecido homenaje.
La reciente aparición del documental Mercury 13 de Netflix ha vuelto a poner sobre la mesa la olvidada historia de estas pioneras. El documental es de una factura impecable y es muy recomendable. Cuenta con la participación de varias de las FLATS y narra una historia de injusticia y discriminación con la que es imposible no sentir empatía, pero contiene varios errores y omisiones bastante graves. Tras ver el documental uno tiene la impresión de que las Mercury 13 estuvieron a punto de volar al espacio y que solo una cancelación de última hora lo evitó. Y no es verdad. Como hemos explicado, el programa Mercury 13 era una iniciativa privada ajena a la NASA y al Pentágono que nunca tuvo un apoyo formal del gobierno. Las trece mujeres nunca fueron candidatas a astronauta ni recibieron el entrenamiento necesario para ello (porque les fue negado, sí, pero el caso es que no lo recibieron). El documental transmite la idea de que el programa fue cancelado porque Glenn, Carpenter y otros —que se presentan como los malos de la película— eran unos machistas que echaron por tierra los esfuerzos de Lovelace.
Y sí, es cierto que Glenn y Carpenter, como la mayor parte de pilotos militares de la época, eran machistas, pero en realidad el programa nunca salió adelante porque era la sociedad en su conjunto la que era machista, no solo unos pocos individuos. Las mujeres del Mercury 13 no tuvieron ninguna posibilidad de viajar al espacio. Ni siquiera tras el vuelo sorpresa de Valentina Tereshkova en 1963 la NASA mostró un interés serio por reclutar mujeres para el programa espacial —aunque hubo ciertos movimientos muy tímidos—. La falta de plazas en misiones espaciales después del Apolo hizo que la agencia no se plantease seleccionar mujeres hasta bien entrados los años 70. Las primeras astronautas de la NASA serían reclutadas en 1978 como parte de la octava selección de la agencia. Todas volarían en el transbordador espacial.
El póster de Mercury 13 de Netflix (Netflix). |
Hubiese sido interesante que, además de las supervivientes del Mercury 13, los creadores del documental hubiesen entrevistado a Tereshkova. No en vano fue la primera mujer en el espacio y algo tiene que decir sobre el tema. En definitiva, el documental nos muestra unas mujeres tremendamente capaces y valientes que decidieron enfrentarse a las barreras sociales de su época. Su historia es lo bastante interesante como para que no sea necesario exagerar los hechos.
Fuente: danielmarin.naukas.com
No hay comentarios:
Publicar un comentario