Tierra plana, posverdad y sus peligros inherentes
El Licenciado en Astronomía y Director del Planetario de la UNLP, Diego Bagú, reflexiona sobre los peligros de las teorías que aseguran que la Tierra es plana. "Esgrimen modelos terrestres inundados por las incongruencias, colapsando sus teorías ante la realidad misma"
En el mes de mayo de 2016, una nota de mi autoría publicada en el matutino El Eco de Tandil hacía referencia al privilegio que tiene nuestra generación en cuanto a los avances que estamos vivenciando en materia de investigación y conocimiento espacial. Los primeros dos párrafos de aquel escrito, eran los siguientes:
"Considerada por muchos como la más antigua y a su vez, la más moderna de las ciencias, la astronomía nos ha cautivado a lo largo de los milenios. Algunos en demasía, otros no tanto, todos en algún momento hemos sido atrapados por el cielo. Desde aquellos primeros Australopithecus que elevaron su mirada en la sabana africana cuestionándose quizás acerca de esas miles y “misteriosas” luces titilantes, hasta nuestros días, nunca hemos aplacado tales interrogantes. Simplemente no hemos podido -ni deseado- hacerlo.
Lo llevamos en nuestros genes. Salvo los dos elementos químicos más simples, el hidrógeno y el helio, el resto de los ingredientes se han formado a partir de las estrellas. El hierro en la sangre o el fósforo del ADN, cada uno de los átomos de nuestro cuerpo son producto del propio universo. Parafraseando al ya mítico Carl Sagan, “somos, literalmente, hijos de las estrellas”.
Hace más de 2000 años, con el admirable Eratóstenes (y no con Colón en 1492) supimos de un mundo esférico y no plano como creíamos hasta entonces. Más aquí en el tiempo, Copérnico nos anotició que dejábamos de ser el “centro del mundo” paraofrecércelo al mismo Sol. A medida que fuimos capaces de avanzar en este derrotero celestial, la frontera del conocimiento se fue expandiendo, y con ella, nuestra percepción acerca de quiénes somos y en dónde estamos, fue cambiando significativamente. Poco a poco hemos ido tomando conciencia de nuestra insignificancia cósmica".
Como se aprecia, en la segunda parte hacemos referencia explícita a la manera en que fue evolucionando la concepción sobre la forma de nuestro planeta a lo largo de los siglos. Con absoluta y sincera incredulidad, confieso que no salgo del asombro y estupor al observar, y con cierta preocupación, el estar inmersos a nivel mundial en una especie de era de la posverdad.
En tal sentido, la existencia de personas expresando sin vergüenza alguna que la verdadera forma de la Tierra es un plano, o peor aún, que la vacunación en nuestros niños no merece la importancia que sí le impone la medicina, son claros ejemplos de la magnitud de la situación descripta. Un mundo en el que enfermedades erradicadas o minimizadas en cuanto al número de casos hace decenas de años, comienzan a crecer de manera alarmante, poniendo en riesgo la vida misma.
En la era de la posverdad, toda opinión merece el mismo respeto, la misma transcendencia. Ya lo dijo el inolvidable poeta Discépolo, ¡Todo es igual! !Nada es mejor!. Resulta que para algunos, el revisionismo se ha convertido en una pérdida absoluta y total de todo criterio, en donde la realidad nunca se constata con los hechos. En lo que respecta particularmente a nuestro planeta, el mismo, aparentemente, “tiene forma de plano, en donde el Sol gira a su alrededor”, haciendo que nuestras ideas se retrotaigan más de dos milenios, reivindicando al mismísimo Ptolomeo y su sistema geocéntrico del mundo. Algo, literalmente, increíble.
Quiero ser muy claro y enfático en dos cuestiones, y para ello, necesito partir de dos premisas. La primera de ellas es la siguiente:
1. Toda persona tiene derecho a emitir opinión sobre lo que desee.
En cuanto a la segunda de las premisas, ésta hace referencia específica a la paupérrima y triste idea de una Tierra plana:
2. No habrá manera ni existirá explicación y/o fundamento alguno, que haga cambiar de opinión a los “terraplanistas”.
Respecto de la primera de ellas, está fuera de toda discusión el derecho que posee un un individuo a opinar sobre lo que desee. No es ésta la cuestión. El inconveniente reside en el peso y valor que se le dan a las opiniones. Porque en caso contrario, la frase del tango Cambalache lamentablemente cobra un valor supremo.
De todas maneras, y es fundamental aclarar este punto, no se trata de contar con un título universitario o profesión alguna para vertir opinión en tal sentido. No es eso lo que estamos describiendo sino, simplemente, que aquello que se describa u opine esté sustentando bajo ciertos criterios mínimos. ¿Cómo cuales? Aquellos que han hecho de la ciencia el más maravilloso de los lenguajes creados por la humanidad. Ese mismo lenguaje que no solo nos ha permitido descender de los árboles africanos y conquistar continente tras continente sino, además, aumentar la calidad de vida de manera sustancial entre otros significativos avances. Un lenguaje diseminado por toda la faz terrestre el cual se autorregula a partir de la experimentación, comprobación y, muy particularmente, el chequeo con la realidad observada. Todo este maravilloso mecanismo, y sólo éste, es lo que ha permitido la evolución de la sociedad humana a niveles como los actuales.
Enfocándonos en el tema crucial que origina este artículo, la Tierra plana, la segunda premisa cobra un valor sustancial. Los astrónomos, físicos, geofísicos, geodestas, agrimensores, ingenieros (¿continuo?), con título o sin él, podremos esforzarnos (o no) en comentar, explicar, desarrollar, mostrar, exponer, describir, argumentar, y siempre con observaciones y hechos reales, los motivos por los cuales afirmamos que la verdadera forma de la Tierra es muy similar a una esfera, y aún así, no habrá manera alguna de lograr una reflexión por parte de los autodenominados “terraplanistas”.
Es aquí cuando necesitamos realizar una aclaración muy importante. Es apreciable observar la existencia de aquellos que lideran este, como describirlo, ¿movimiento?, y, por otro lado, aquellas personas que escuchan a los primeros y se convencen sobre lo que han oído. ¿Por qué marco esta singularidad? Por la existencia de una gran diferencia en cuanto a las actitudes entre ambos grupos. En el segundo de ellos se encontrarán aquellos que, sin indagar en la temática, es muy probable que a partir de cierta seducción que conllevan las “conspiraciones” (¿?) puedan creer (increíblemente, vaya la paradoja) en una Tierra plana.
Desde ya, e intentando ser cuidadoso con las expresiones, esto no los excusa de creer en semejante delirio. En cambio, en el primer grupo considero que se encuentran aquellos que, a riesgo de equivocarme en cuanto a sus intereses, buscan objetivos que van más allá de la búsqueda de “la verdad”.
El movimiento terraplanista, efímero por cierto pero con gran alcance en la prensa últimamente, esgrime modelos terrestres inundados por las incongruencias, colapsando sus teorías ante la realidad misma. Modelos en donde la gravedad terrestre es reemplazada por una Tierra plana en constante aceleración “hacia arriba”, dando lugar a un planeta que se acerca a todos los ojetos en contraste a la caída misma de estos. Sí, leyó bien. En la Tierra plana, los objetos no caen por la gravedad sino que “es la Tierra la que sube en búsqueda de tal misterioso encuentro”, en una constante aceleración lo que provocaría haber alcanzado la velocidad de la luz ya hace un buen tiempo (si el profesor Einstein viviera…).
Más allá de esta singular y particular idea a la cual denominan “aceleración universal” (me pregunto si lo de universal implicará que todos los objetos del universo poseean la misma aceleración), esto no condice con el hecho que la gravedad terrestre no es uniforme, es decir, posee distintos valores de acuerdo al lugar en la superficie donde se mida. Existen los denominados gravímetros, instrumentos con los cuales se mide la gravedad en cualquier punto donde se desee. En otras palabras, la Tierra plana debería “subir” con distintas aceleraciones a fin de describir lo observado. ¿Se entiende la idea? ¿A qué debemos darle valor? ¿A esta delirante idea teórica o a los hechos mismos?
En la Tierra plana, el Sol y la Luna giran de tal manera (sin causa física alguna, por cierto) de tal manera que esta última no solo permite que todas sus fases puedan ser observadas al mismo tiempo y desde distintos lugares sino que, además, la Luna en su fase llena puede ser apreciada a plena luz del día. Hago una pausa. No estamos expresando que la Luna no pueda ser observada durante el día. No es esto lo que estamos expresando. De hecho, por ejemplo, la fase de cuarto creciente es visible durante el día. A lo que nos estamos refiriendo es que, repito, la fase llena puede observarse a pesar de no ser de noche. Si algún ser humano puede observar la Luna llena a plena luz del día desde la superficie terrestre, por favor, les pedimos que nos comuniquen de semejante y extraordinario suceso.
En los modelos terraplanistas, la Luna siempre se ve orientada de la misma manera, lo cual no condice con la simple y contrastable realidad. Una persona en el hemisferio norte observará la Luna “dada vuelta” en el sentido vertical de la expresión respecto a cómo lo ve un individuo en el sur. Nuevamente, ¿debemos hacer omisión de lo que observan nuestros ojos para creer en un modelo ficcionado?
Como es de imaginarse, estas son sólo tres incongruencias de las existentes en estos modelos terraplanistas. De todas formas, la idea de estas líneas no es hacer énfasis en lo astronómico sino en el aspecto sociológico de la situación y sus implicancias. Ante notas de prensa, las cuales por cierto agradezco, me he encontrado con periodistas cuyas expresiones fueron del tipo “muchas gracias por tus comentarios, pero debo decirte que yo creo en la Tierra plana, a mi me convence mucho más esa idea”. Esto me lleva a la siguiente conclusión:
El saber acerca de la verdadera forma de la Tierra no es una mera cuestión de fe. Existieron generaciones de personas a lo largo de siglos y milenios que no sólo dedujeron la forma de nuestro planeta (¡y su real tamaño!) a partir de varillas, sombras, papel, lápiz y cerebro, sino que, además, algunos de ellos han viajado más allá de la atmósfera terrestre para observarla “desde afuera”.
Dicho esto, al menos en mi opinión, este nefasto y falso debate finalizará en muy pocos años, momento en que así como para nosotros y a diferencia de nuestros abuelos, nos es usual el viajar en avión, nuestros nietos lo harán al espacio, particularmente a las órbitas bajas terrestres a partir del turismo espacial. Será el momento en que nos saluden a través de una pantalla (o vaya a saber uno mediante que dispositivo) y con una sonrisa nos digan “pensar abuelo que en pleno siglo XXI, aún tenían que discutir sobre la forma de esta hermosa y única esfera azul en este recóndito lugar de la Vía Láctea”.
El brindar sustento y valor a estas ideas estrambóticas no implicarían más preocupación que el esgrimir una mera sonrisa si no fuese porque son nuestros hijos a los que debemos educar en base al criterio de la observación, la razón y el discernimiento. Esto no es un mero juego de niños. No se trata de un simple grupo de personas que intentan lograr fama a partir de las plataformas informáticas que existen en la actualidad.
Se trata nada más ni nada menos que de brindar un andamiaje autosustentable a fin no sólo de seguir mejorando la calidad de vida de la sociedad y desarrollar una nación sino, y muy particularmente, no retroceder a la época de las cavernas.
Diego Bagú es Licenciado en astronomía por la Facultad de Ciencias Astronómicas y Geofísicas (FCAG) de la Universidad Nacional de la Plata (UNLP). Especialista en Geodesia Satelital. Secretario de Extensión de la FCAG y Director del Planetario de la UNLP
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