lunes, 4 de febrero de 2013

Reconstruyen el "techo astronómico" de los faraones
El experto José Miguel Parra analiza la recuperación de los fragmentos "celestes" de la necrópolis de Asasif, en Luxor, representación egipcia del cosmos del siglo VIII a.C.
 

A pesar de lo que generalmente se cree, los egipcios no poseían unos desmesurados conocimientos astronómicos. Los sacerdotes sólo estaba interesados en calcular con cierta precisión el paso de las horas y los días, algo básico para sus festividades, sus ceremonias y para saber aproximadamente la fecha en la cual llegaría la crecida. Esto significa que sólo conocían los cuerpos celestes más importantes del sistema solar visibles a simple vista, los cuales sabían diferenciar perfectamente de las estrellas fijas.

En realidad, la sabiduría astronómica egipcia sólo alcanzaba para un uso práctico. Algo que, no obstante, les permitió crear el calendario de 365 días que todavía utilizamos.

El techo astronómico de Karakhamón fue descubierto en agosto del 2010.

Como se han perdido los posibles papiros que pudieran haber escrito los egipcios sobre la cuestión, nuestros conocimientos sobre la astronomía faraónica proceden, sobre todo, de los llamados «techos astronómicos». Estas escenas, presentes en unas pocas tumbas y templos, son representaciones de los cielos donde aparecen las estrellas y planetas conocidos y utilizados por los astrónomos egipcios. No existen muchos de estos techos astronómicos —el más famoso es el de la tumba de Senenmut, de la XVIII dinastía—, de modo que cualquier nuevo descubrimiento supone toda una alegría para los especialistas.

La última incorporación a este limitado corpus astronómico ha sido el techo de la tumba  del sacerdote nubio Karakhamón (TT 223), situada en la necrópolis de Asasif (en la orilla occidental de Luxor, frente al templo de Hatshepsut). Un personaje que vivió en Luxor en torno al año 710 a. C., cuando Egipto estaba gobernado por los faraones nubios de la XXV dinastía, precisa en su artículo José Miguel Parra en laaventuradelahistoria.es.

Aculturados por milenios de presencia egipcia en sus territorios, los gobernantes del reino nubio de Kush se consideraban más faraones que los faraones. Por eso, cuando vieron la tremenda inestabilidad que reinaba en el valle del Nilo durante la XXIV dinastía, decidieron conquistar Egipto para devolverle el esplendor perdido.

Una vez logrado su objetivo, impulsaron un retorno a los textos y tradiciones ancestrales, buscando en la tradición un medio de legitimarse. En el caso de la necrópolis tebana, esto se puso de manifiesto en la construcción de grandiosas tumbas subterráneas semejantes a templos —algunas contaban con salas hipóstilas— y decoradas con escenas funerarias dejadas de utilizar hacía 150 años. Una de las primeras tumbas de este tipo fue la de Karakhamón, convertida en modelo para otras posteriores.

El techo astronómico de Karakhamón fue descubierto en agosto del 2010 por los miembros del Proyecto de conservación del Asasif sur, dirigido por la egiptóloga Elena Pishikova. Y de la ardua tarea de recomponerlo se encarga Miguel Ángel Molinero, profesor de la Universidad de La Laguna. Una labor en la que ha contado con ayuda del epigrafista Daniel Méndez y la arqueóloga Soraya Luján, acompañados por los restauradores del Servicio de Antigüedades Egipcias. La tardanza en presentar el descubrimiento al público se explica porque el techo apareció caído en el suelo de la tumba roto en unos 6000 fragmentos, entre los cuales había también restos de la decoración de las paredes de la cámara.
 El trabajo de restauración comenzó ya in situ, de tal modo que mientras se iba desescombrando la cámara, Molinero y su equipo se encargaban de recuperar los fragmentos e ir agrupándolos según su temática. Por un lado los decanos —un grupo de 36 estrellas o asterismos que aparecen consecutivamente en el firmamento nocturno a lo largo del año—, por otro las constelaciones y más allá el cuerpo de la diosa Nut. Todo ello al tiempo que separaban los pedazos correspondientes a la decoración de las paredes, donde se podía ver la escena del pesaje del corazón ante Osiris en el otro mundo.

El esfuerzo dio sus frutos y los egiptólogos españoles no tardaron en comprobar que se encontraban ante un techo astronómico que representaba el cielo nocturno septentrional y el meridional separados por la diosa Nut, cuyo alargado cuerpo representaba la Vía Láctea y hacía de eje central de la composición.

De todo este rompecabezas, cuyos primeros resultados serán publicados esta primavera por la Universidad Americana de El Cairo, ya se han colocado en su sitio los primeros quinientos fragmentos. Son los más grandes, y servirán de puntos de referencia para ir situando los demás. Como dice Miguel ángel Molinero: «Lo que más impresiona es el azul tan intenso del cielo y los nombres de las estrellas en amarillo, de manera que los signos de la escritura representan a la propia estrella, como Sirio-Sopdet y las que componen la constelación de Orión, y los planetas». Un nuevo e importante descubrimiento que viene a sumarse a nuestro conocimiento de la astronomía egipcia, concluye el investigador José Miguel Parra.

Fuente: MDZ Online

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